¡Hay que salir!

1.- No hay peor cosa que la soledad. Y, las grandes empresas, los magnánimos ideales, se llevan mejor y a buen fin, con buena compañía. Lo mismo ocurre con la cruz: cuando su largo madero se reparte en cientos de hombros… resulta menos pesado y más solidario.

Algo así debió de pensar Jesús cuando, después de la prueba del desierto, se coge a un puñado de amigos para salir del ruido, del llano, de la vida ordinaria y elevarlos, no solamente a una montaña, sino también a la contemplación del misterio que hoy celebramos: la Transfiguración.

Aquellos apóstoles, estoy seguro, no entendían “ni papas”. De repente todo se transforma de tal manera que, por querer, hasta pretendían quedarse indefinidamente en lo más alto de la cumbre. Y es que, cuando uno sale de sus obligaciones, del ajetreo de cada día para encontrarse con Dios, llega a pensar que, es en ese lugar, donde mejor se está y donde merecería la pena vivir para siempre. Luego, por supuesto, los pies en la tierra, y la conciencia de que nuestra fe no sólo es espiritualidad, nos harán caminar y optar también por la senda del compromiso. Jesús, no nos quiere volando ni perdidos entre nubes, sino embarrados y entretejidos con las cuestiones que preocupan al hombre de hoy.

2.- El Monte Tabor es el escenario de una experiencia que marcaría el rumbo de las vidas de Pedro, Santiago y Juan. Aquel “qué bien se está aquí” que el espontáneo Pedro exclamó con fuerza, emoción y con paz, es idéntico al que nosotros, con una eucaristía bien celebrada y atendida, una oración pausada o contemplativa o con cualquier otro acto de piedad podemos expresar.

En el fondo, nos cuesta sacudirnos esa gran telaraña que nos cubre de palabras, ruidos, millones de imágenes o falsas promesas. El alma contemplativa, que tanto bien nos puede hacer para poner las cosas en su sitio y a Dios en el centro de todo, nunca ha estado tan amenazada –por lo menos en Europa- como en el presente. ¡Cuesta desprenderse de una sociedad que todo lo mediatiza, todo lo controla y todo lo pretende! Hay que distanciarse, no huir, de ese maremagno de situaciones que nos producen frialdad, engreimiento o falta de reflexión. Y también, por qué no señalarlo, de esa sociedad absoluta que, a duras penas, nos deja un poco de espacio para pensar y actuar por nosotros mismos.

3.-Tabor, en este segundo domingo de la Santa Cuaresma, es el compromiso de acompañar a un Jesús que se ofrece como camino, recorrido con cruz, para que el hombre no olvide ni su dignidad ni su ser hijo de Dios. No nos podemos quedar cómodamente sentados en la felicidad de nuestros sueños; en una fe personal y privada. ¡Qué más quisieran algunos! Uno, cuando escucha la Palabra, con la misma confianza y credulidad que lo hicieron Abraham, Pablo, Pedro, Santiago o Juan, a la fuerza ha de ponerse inmediatamente en movimiento. Nuestra presencia en esta Eucaristía nos debe de llevar a soltar un “qué bien se está aquí” pero también nos ha de llevar a un convencimiento: el mundo nos espera fuera; en el mundo es donde hemos de dar muestras de lo que aquí, en este “monte tabor que es la Eucaristía”, hemos vivido, visualizado, escuchado y compartido. ¿Seremos capaces? ¿O nos conformaremos con este puntual “tabor” que es la misa dominical?

4.- ¡QUE SALGA, SEÑOR!
De la cobardía que apaga tu voz
De la espiritualidad, débil y cómoda,
que me hace olvidar lo que ocurre a mí alrededor

¡QUE SALGA, SEÑOR!
Del llano que me agarra y no me deja verte
De la tierra que me seduce y me conduce
De los problemas que no me dejan
descubrir la gran lección de tu cruz

¡QUE SALGA, SEÑOR!
Pues, cuando me encierro en mí mismo,
veo que algo no funciona en mí.
Que me falta aire para respirar
Que los horizontes desaparecen de mi vista
Que, la ilusión y la fe, disminuyen por momentos

¡QUE SALGA, SEÑOR!
Pero, para ello, como a Pedro, Santiago y Juan
llévame contigo:
para que disfrute de tu presencia
para que escuche tu Palabra
para que sepa lo que me espera,
por el hecho de ser tu amigo y compañero

¡QUE SALGA, SEÑOR!
Que no me quede bajo las bóvedas
de un mundo fácil que todo lo contamina
que todo lo desvirtúa
que todo lo confunde
que todo lo frivoliza

¡QUE SALGA, SEÑOR!
Que no me pierda, ni un solo Domingo,
este momento de paz y de gracia
de amor y de Palabra
de presencia y de perdón
que es la Eucaristía.
¡QUE SALGA, SEÑOR!

Javier Leoz

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Lectio Divina – Sábado I de Cuaresma

El testimonio de amor con los enemigos

Invocación al Espíritu Santo:

Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo, lo que debo callar, lo que debo escribir, lo que debo hacer, cómo debo actuar, para procurar tu gloria, el bien de las almas y mi propia santificación. Espíritu de Jesús, toda mi confianza está en Ti. Amén.

Lectura. Mateo capítulo 5, versículos 43 al 48:

Jesús dijo a sus discípulos: “Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.

Porque, si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan solo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Sean, pues, perfectos como su Padre celestial es perfecto”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda)

Indicaciones para la lectura:

De nuevo, hoy tenemos a Jesús sentado en una de las colinas cercanas a Cafarnaúm y rodeado de sus discípulos, que escuchan atentamente sus enseñanzas. Los versículos que meditamos hoy corresponden a las palabras con que Jesús cierra aquella parte del “Sermón de la montaña” en que hacía notar como su ley es superior a la ley antigua.

En el libro del Levítico se había ordenado al pueblo elegido: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”; pero no encontramos en la Biblia que Dios les haya mandado explícitamente “odiar a sus enemigos”. Esta expresión en realidad equivale a “no tienes por qué amar a tu enemigo”. Efectivamente, para el pueblo judío, el prójimo no era sino aquél que pertenecía a su mismo pueblo y creía en su mismo Dios. Los no-judíos, por lo tanto, no eran prójimos, y la ley mandaba hasta exterminar- los, en los casos límite (Números capítulo 35, versículo 31; Deuteronomio capítulo 23, versículo 4 y 7). Pero Jesús responde a este modo de proceder de los israelitas con una enseñanza propia, llegando al colmo de mandarnos amar al enemigo, es decir, a todos los hombres. Las palabras finales que reflexionamos hoy (Versículo 48) son la clave para entender lo que Jesús se propone: Los que son del “Reino de cielos” se caracterizan por imitar al Padre con un estilo de vida en el amor, sin límites ni barreras, motivados por dos cosas: que Dios es bueno con todos y no priva a ninguno de su providencia (Versículo 45); y que amar a los enemigos implica recibir una recompensa que no conseguiremos en el trato natural con nuestros amigos (Versículos 46 al 47).

Meditación:

Odia a tu enemigo. Este “precepto” perdió todo su sentido con la venida y el mensaje de Cristo. Él nos dijo: amad a vuestros enemigos, porque el verdadero amor no pide nada a cambio, el verdadero amor se da, aunque sea pisoteado. El sol, la lluvia y el viento que tocan a nuestra puerta son los mismos que tocan la puerta de mi enemigo. Dios es verdadero amor porque me ama siempre y porque ama a quien me ha hecho mal. Ese es el verdadero amor, el que no tiene límites.

Los hombres somos criaturas finitas, pequeñas cosas comparadas con el universo o con el creador, pero en algo podemos asemejarnos a Dios: en que tenemos la capacidad de amar infinitamente.

Es una nueva vía la que nos presenta Cristo: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. ¿Qué es lo más perfecto que podríamos hacer si no es amar? En esto nos podemos parecer a Dios: en que sabemos amar, sin distinciones ni prefe- rencias.

Dos llaves abren el corazón de Dios: el amor y el perdón. Dos llaves abren el corazón del hombre: el amor y el perdón. Lleva las llaves al cuello y abre las puertas que parecen cerradas, así abrirás las puertas del corazón de Dios.

Oración:

Al hacer esta oración, pongamos en las manos de Dios a todas aquellas personas con quienes poco nos entendemos o se nos dificulta la convivencia.

Padre bueno, ahora que tú me muestras tu amor, quiero pedirte por mis enemigos, y por aquellos que me ultrajaron y dañaron. Ten compasión de ellos. Yo, desde mi más profundo dolor, los perdono de todo corazón y te ruego por la salvación de sus almas.

Te ruego, Señor, que toda secuela de dolor y resentimiento, tú me la quites. Hoy renuncio al odio y al rencor, al resenti- miento y a la desdicha, y te pongo en ese lugar que queda vacío, porque tú llenas todo mi ser. Te recibo en mi corazón como el Dios sanador de mi Espíritu, de mi Alma y de mi Cuerpo. Has que mis palabras, mis gestos y todas mis acciones sean un testimonio de amor para el mundo. Amén.

Contemplación:

El Papa Benedicto XVI nos dice en su encíclica “Deus Caritas Est” 17: Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de ese “antes” de Dios puede nacer en nosotros el amor como respuesta.

18: Se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto solo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya solo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo […]. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin reconocer en él la imagen divina […]. Así, pues, no se trata ya de un “mandamiento” externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor […].

Oración final:

¡Quédate conmigo, Jesús! Convénceme de que la gran tarea de mi vida es la búsqueda de la santidad y que Esta no puede desligarse nunca de la gracia. Solo Tú, Señor, puedes hacer posible mi transformación en el amor. Me pongo en tus manos, moldéame a tu antojo, te amo y confío plenamente en tu misericordia, porque soy débil, egoísta y soberbio, pero te amo y libremente te entrego todo mi ser.

Propósito:

Ser ecuánime en mis estados de ánimo. Mi familia y los demás se merecen lo mejor de mí.

Subir y bajar de la montaña

1.- El encuentro con la divinidad. El segundo domingo de Cuaresma nos presenta la Transfiguración del Señor. Superada la prueba del desierto, Jesús asciende a lo alto de la montaña para orar. Es éste un lugar donde se produce el encuentro con la divinidad. El rostro iluminado y los vestidos que “brillan de blancos” reflejan la presencia de Dios. Algunos rostros ofrecen a veces signos de esta iluminación, son como un reflejo de Dios. Se nota su presencia en ciertas personas llenas de espiritualidad, que llevan a Dios dentro de sí y lo reflejan en los demás.

2.- Tabor y Getsemaní. Jesús no subió al solo. Le acompañan Pedro, Juan y Santiago, los mismos que están con El en la agonía de Getsemaní. Es una premonición de que sólo aceptando la humillación de la cruz se puede llegar a la glorificación. En las dos ocasiones los apóstoles están “se caían de sueño”. El sueño es signo de nuestra pobre condición humana, aferrada a las cosas terrenas, e incapaz de ver nuestra condición gloriosa. Estamos ciegos ante la grandeza y bondad de Dios, no nos damos cuenta de la inmensidad de su amor. Tenemos que despertar para poder ver la gloria de Dios.

3.- ¡Escuchadlo! Junto a Jesús aparecen Moisés y Elías, representantes de la Ley y los Profetas. Este detalle quiere mostrarnos que Jesús está en continuidad con ellos, pero superándolos y dándoles la plenitud que ellos mismos desconocen, pues Jesús es el Hijo, el amado, el predilecto. ¿Cuál debe ser nuestra actitud ante esta manifestación de la divinidad de Jesús? La voz que sale de la nube nos lo dice: ¡Escuchadlo! Abraham escuchó la voz de Dios y salió de su tierra en busca de la tierra prometida por Dios. Por su confianza en Dios y su obediencia será bendecido con un gran pueblo. Hoy debo preguntarme, ¿mi confianza en Dios es tal que estoy dispuesto a salir de mi mismo, de mi tierra, de mis seguridades, para ponerme en camino y dejarme guiar por Dios?

4.- Creer, aceptar y vivir lo que Dios nos propone es lo que debe hacer todo seguidor de Jesucristo. La gran tentación es quedarse quieto, porque “en la montaña se está muy bien”. Hay que bajar al llano, a la vida diaria, de lo contrario la experiencia de Dios no es auténtica. No podemos refugiarnos en un puro espiritualismo que se desentiende de la vida concreta. Nos cuesta escuchar –que es algo más que oír- la Palabra de Dios. Necesitamos hacerla vida en nosotros, encarnarla en nuestra realidad y en la situación de nuestro mundo. San Pablo recordaba a Timoteo que debía tomar parte en los duros trabajos del Evangelio, con la ayuda de Dios. Somos ciudadanos del cielo, pero ahora vivimos en la tierra y es aquí donde debemos demostrar que Dios transforma nuestro cuerpo humilde y nos hace vivir como hombres y mujeres renovados. ¿Cómo vivo mi fe, soy coherente, soy capaz de encarnar mi fe en la vida concreta?

José María Martín OSA

Comentario – Sábado I de Cuaresma

Mateo 5, 43-48

El evangelio de hoy nos pone delante un ejemplo muy concreto de este estilo de vida que Dios quiere de nosotros. Jesús nos presenta su programa: amar incluso a nuestros enemigos.

El modelo, esta vez, es Dios mismo (otras veces se presenta Jesús como el que ha amado de veras; esta vez nos propone a su Padre). Dios ama a todos. Hace salir el sol sobre malos y buenos. Manda la lluvia a justos e injustos. Porque es Padre de todos. Así tenemos que amar nosotros. «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo».

Varias veces ha aparecido en la primera lectura la palabra «hoy». Es a nosotros a quienes interpela esta palabra, para que en esta Cuaresma, la de este año concreto, revisemos si el camino que llevamos es el que Dios quiere de nosotros o tenemos que reajustar nuestra dirección.

Si los del AT podían sentirse urgidos por esta llamada, mucho más nosotros, los que vivimos según la Nueva Alianza de Cristo: nuestro compromiso de caminar según Dios es mayor. De modo que pueda decirse también de nosotros, con el salmo de hoy: «dichoso el que camina en la voluntad del Señor… ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas».

Hoy tenemos que recoger, en concreto, la difícil consigna de Cristo: amar a los enemigos. Su lenguaje es muy claro y concreto (demasiado para nuestro gusto): «si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?… si saludáis sólo a vuestro hermano, ¿qué hacéis de extraordinario?».

¿Somos de corazón ancho? ¿amamos a todos, o hacemos selección según nuestro gusto o nuestro interés? Según el termómetro que nos propone Jesús, ¿podemos decir que somos hijos de ese Padre que está en el cielo y que ama a todos?

Es arduo el programa. Pero la Pascua a la que nos preparamos es la celebración de un Cristo Jesús que se entregó totalmente por los demás: también a él le costó, pero murió perdonando a los que le habían llevado a la cruz, como perdonó a Pedro, que le había negado. Ser seguidores suyos es asumir su estilo de vida, que es exigente: incluye el ser misericordiosos entregados por los demás, y poner buena cara incluso a los que ni nos saludan.

«La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma» (entrada)

«Dichoso el que camina en la voluntad del Señor» (salmo)

«Si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?» (evangelio)

«Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (evangelio)

«A los que has iluminado con el don de tu palabra, acompáñales siempre con el consuelo de tu gracia» (poscomunión)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 2

Homilía – Sábado I de Cuaresma

En el Antiguo Testamento, en el Libro del Levítico se mandaba al pueblo elegido «amar al prójimo». El «guardar rencor a los enemigos» no viene de la Ley de Moisés. Las palabras de Jesús aluden a una interpretación generalizada entre los rabinos de la época, los cuales solo consideraban como prójimo a los israelitas. Jesús enseña claramente en la parábola del buen samaritano que prójimo es todo hombre, sin distingo de condición alguna.

Este amor de que nos habla Jesús es un tema frecuente en el evangelio. El pasaje de hoy recapitula las enseñanzas anteriores del Señor. El amor al prójimo nace del amor que Dios nos tiene. Como el amor de Dios, nuestro amor debe ser siempre sin condiciones. Si somos conscientes de que Dios nos ama y nos perdona, ahora y siempre, debemos amar ahora y siempre a los demás, incluso a nuestros enemigos.

Amar a Dios es amar como hijo y amar como hijo de Dios es amar al otro como Dios me ama a mí.

Debemos comportarnos con el otro como Dios se comporta conmigo, rechazando la violencia, como nos lo enseña Jesús. Nuestro amor al hermano más necesitado, nos debe llevar a luchar por él y con él, por su dignidad y por sus derechos, por una vida mejor, por una verdadera justicia y paz.

El Señor nos enseña que los cristianos no debemos tener enemigos personales. El único enemigo para un cristiano es el mal,… el pecado,… pero no el pecador. Este precepto fue seguido por el mismo Cristo con los que lo crucificaron, y es el que sigue con los pecadores. Los santos han seguido el ejemplo del Señor. San Esteban, el primer mártir de la Iglesia oraba por los que estaban por matarlo. Amar y rezar por los que nos persiguen y nos atacan es la cúspide de la perfección cristiana. Este es el signo que debería distinguir a los hijos de Dios.

Por eso el Papa Juan Pablo II, nos invita a que cada de uno de nosotros nos preguntemos ¿Qué es lo que nos mueve, cuál es el motor de nuestra vida? ¿El amor?

El cristiano debe tener un corazón grande para respetar a todos, incluso a los que se manifiestan como enemigos. Es precisamente esa forma de actuar, que necesita de una intensa vida de oración, para poder lograrla.

Cuando en nuestro corazón, aparece ese amor magnánimo hacia el otro, podemos asemejarnos a Dios, porque Dios es precisamente amor.

Jesús nos dice: Sed perfectos, como el Padre celestial es perfecto. A eso estamos llamados cada uno de nosotros

Jesús nos propone al Padre, como norma de toda perfección.

Nos exige una vida donde nos esforcemos por imitarle en su santidad.

Vamos a pedirle hoy al Señor, unidos a María, que nos conceda un corazón grande, para que podamos acercar a Dios a quienes lo necesitan.

Para que nunca salga de nosotros ofensa o rechazo hacia los demás.

Para que en nuestra vida, se note, que somos hijos de un Dios que es Amor.

Testigos del poder y la gloria de Dios

1. Sal de tu tierra.- Los hombres han pasado por la prueba del diluvio. Nuevamente la tierra se ha ido poblando. Y una vez más los hombres se apartan de los caminos de Dios. Un nuevo pecado va a dividir a la Humanidad. Babel, el deseo soberbio de llegar hasta lo más alto del cielo, hasta el mismo Dios. Al fin y al cabo, lo mismo que ocurrió con Adán. El deseo de independizarse de Dios, de ser como Él. El hombre no acaba de entender que sólo apoyándose en Dios, podrá llegar a su capacidad máxima de grandeza y de dignidad. No entiende que al prescindir de Dios se hunde, se empequeñece, se aniquila.

Pero la terquedad humana en apartarse del Señor no logra ahogar el afán divino de atraer al hombre. Y para mantener viva la promesa de una liberación final, escoge a un personaje originario de la tierra de los caldeos, Abrahán. Un hombre que oye la llamada de Dios y responde incondicionalmente, con fe absoluta, con una gran generosidad. Y, fiado en las palabras divinas, sale de su tierra, rumbo a los confines que Yahvé le señala. Soñando con ese hijo que Dios le promete, esperando a pesar de la esterilidad y vejez de su esposa Sara.

Desde ese momento se entabla una honda amistad entre Yahvé y Abrahán. Muchas veces nos narra el libro sagrado cómo este hombre llega a intimar con Dios, cómo habla con Él confiadamente, con la misma ingenuidad y sencillez, con el mismo atrevimiento que un hijo pequeño tiene al hablar con su padre.

Abrahán creyó en Yahvé siempre. También cuando su palabra le exigía sacrificios tan grandes como abandonar su patria o sacrificar a su hijo único. Abrahán dijo siempre que sí. Y Dios le premió su fidelidad con creces, mucho más de lo que aquel viejo patriarca pudiera soñar.

Creer en Dios, decir que sí a sus exigencias de amor, entregarse incondicionalmente, abandonarse y abandonarlo todo en manos del Señor… Quisiéramos, Señor, ser tan fieles como Abrahán, tan generosos como él lo fue. Salir de nuestra tierra, abandonar esta casa de nuestro egoísmo, de nuestra pereza, de nuestra comodidad, de nuestra ambición, de nuestro sensualismo. Y caminar con paso decidido hacia la Tierra Prometida, unido estrechamente a Ti, tratándote con el cariño, la ternura y la audacia del hijo más pequeño.

2. La gloria del dolor.- Jesús, como en otras ocasiones, se queda sólo con Pedro y los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Estos tres apóstoles serán testigos cualificados de su gloria en la Transfiguración del Tabor y también de su poder cuando resucitó a la hija de aquel personaje principal en Israel. Pero lo mismo que estos tres apóstoles contemplaron el esplendor de su gloria, también estos tres predilectos de Cristo contemplarán la humillación extrema del Maestro en Getsemaní. En efecto, verán cómo el Señor será abatido por el temor, escucharán su oración dolorida, descubrirán cómo su humanidad se quebranta ante el peso aplastante de la pasión.

El Señor los había elegido con el fin de fortalecer su fe, pues habían de ser fundamento para la fe de los demás. Ellos podrían decir, cuando llegase el momento de la prueba y del abandono de Jesucristo, que habían contemplado el esplendor de su poder y de su gloria. Cuando Jesús quedara atravesado en la cruz, colgado entre el cielo y la tierra, ellos podrían confesar que a pesar de todo, aquel condenado a muerte era el mismo Hijo de Dios.

La de ellos es una situación que se puede repetir en nuestras vidas. A veces la prueba es dura, insoportable. Entonces hay que recordar los momentos en los que Dios ha estado cerca de nosotros, mostrándonos en cierto modo el fulgor de su grandeza. Podemos afirmar que también nosotros hemos sido testigos del poder y la gloria de Dios, y sentirnos fuertes cuando llegue el momento del dolor y de la contradicción.

Qué hermoso es estar aquí, exclama Pedro en la cima del Tabor, con la espontaneidad que le caracteriza. El resplandor de la figura de Jesucristo le embarga el corazón, le embelesa los sentidos. Aquello fue un pequeño adelanto de la «visión beatífica» que gozan los que ya están en el Cielo, visión que colma todos los deseos y anhelos del hombre y lo hace intensamente feliz. Es ese bien sin sombra de mal alguno que constituye la posesión de Dios, esa dicha inefable que el Señor tiene preparada para quienes sean fieles hasta el fin. Ojalá que el convencimiento de que vale la pena alcanzar ese bien, sostenga nuestra esperanza y estimule nuestro afán de lucha.

Antonio García Moreno

Aunque a cierta distancia

“En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan. Se los llevó aparte a una montaña alta y se transfiguró ante ellos”. San Mateo, Cáp.17.

1.- “Oh hermosura siempre antigua y siempre nueva”, escribió san Agustín, luego de haber buscado bondad, verdad y paz en muchos ámbitos. Belleza del Creador que se manifestó en Jesucristo, “en quien habita la plenitud de la divinidad”. Pero comprendemos también que Dios, al encarnarse, ocultó su hermosura.

Cuando Jesús sanaba enfermos o multiplicaba el alimento, sus discípulos sentían con claridad que era Mesías. Pero otras veces lo miraban como un galileo más, sujeto a los trajines ordinarios. San Mateo nos cuenta que unos días atrás, en Cesarea de Filipos, Pedro confesó al Maestro de manera solemne, como el Hijo de Dios. Pero enseguida, cuando el Señor les habló de su muerte, la fe de los discípulos se vino a tierra. Por lo cual, la experiencia de Pedro, Santiago y Juan ante Jesús transfigurado les restituyó la confianza.

El relato de san Mateo sobre este acontecimiento no equivale a una lección teológica. Tampoco el evangelista se nos muestra como perito en psicología religiosa, explicando los efectos del hecho en los apóstoles. Simplemente narra los datos suministrados por alguno de estos afortunados apóstoles, luego de la resurrección del Maestro: “El rostro del Señor resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y aparecieron Moisés y Elías conversando con él”. Luego se oyó una voz desde la altura: “Este es mi Hijo predilecto. Escuchadle”. La presencia de aquellos dos líderes de la historia judía respaldaba a Jesús como el Enviado de Dios.

2.- Pedro, al igual que otras veces en la historia de Cristo, toma de inmediato la palabra: “Señor, si quieres yo haré tres tiendas. Una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Iniciativa por demás curiosa. Jesús y aquellos dos personajes no necesitaban ningún albergue material. Además de nada le preocupan sus dos compañeros. Con razón san Lucas escribirá luego: “Simón Pedro no sabía lo que estaba diciendo”. Pero el apóstol nos plasmó aquella experiencia de Jesús en una frase admirable: “Qué hermoso es estar aquí”. “Bueno es estarnos aquí”, apuntan otros evangelistas.

El padre Gaspar Astete enseñaba que Dios nos creó “para conocerle amarle y servirle en esta vida. Para verle y gozarle en la otra”. Aquí vienen dos preguntas: ¿Pedro alcanzaría en el Tabor una visión de Dios tan luminosa, como aquella que gozaremos en el cielo”. Además, ¿nosotros tendremos qué esperar hasta entonces? Tal división entre un antes y un después no es conveniente. Porque una fe viva nos adelanta ese maravilloso encuentro. Podemos imaginar que aquel joven pródigo que regresó donde su padre, luego de muchas penurias, también pudo decir: “Qué hermoso es estar aquí”.

“Cuando me desnudé ante Dios, cuando confesé sin rodeos mi bajeza, la luz de Dios me tocó el corazón hasta lo más hondo. Una paz indecible me inundó hasta los tuétanos. Y le dije: ¡Qué bueno, Señor, estar aquí”. Así escribió un amigo en su pequeño diario, cuando volvió al Señor. También nosotros desde nuestra llanura, expuestos a muchas oscuridades, aunque no escalemos la montaña, podemos ver y gozar a Dios. Aunque a cierta distancia todavía.

Gustavo Vélez, mxy

¡Levantaos, no temáis!

1.- A derecha e izquierda de nuestras autovías de nuevo cuño se ven los estratos ondulantes de una tierra que han tenido que cortar para hacer la autopista y piensa uno en las convulsiones de la tierra para ondular esos estratos. Os imagináis las convulsiones de parto que han producido la Sierra de Guadarrama, o los Pirineos o los Andes. Y de esas convulsiones nacieron preciosos montes y valles.

Todo en principio es doloroso. Todo tiene su tiempo de gestación. Hay siempre un preludio de muerte para llegar a al vida. La semilla se pudre para formar la dorada espiga. El gusano muere para dar vida a la mariposa. Y un niño nace después de nueve meses de molestias para su madre.

Un nuevo negocio, un nuevo puesto de trabajo, una nueva vida de casados o de religiosos… todo exige trabajo y esfuerzo para llegar a la plenitud de la vida.

2.- Jesús, unos días antes de la escena que narra el evangelio de hoy, ha comunicado a sus discípulos que también ese principio de muerte y vida se cumplirá en él y en todos los que quieran seguirle tomando su cruz cada día (señal de muerte) para llegar a la plenitud de la vida

Los discípulos no le entienden, no le quieren entender… como nosotros. Y Jesús tiene la necesidad de convocar testigos fidedignos, Moisés y Elías, y sobre todo Dios, que corroboren su afirmación. El monte, la nube, el resplandor, la voz… todos son símbolos del Dios veraz que viene a corroborar la veracidad de la afirmación de Jesús, que por la muerte se llega a la vida.

3.- “Escuchadle” dice la voz y es que cuando no entendemos a Dios –y es las más de las veces—le abrumamos con nuestra palabrería. Como Pedro. “que bien se está aquí, que hagamos tres tiendas una será para Jesús y otra para Elías y otra para Moisés”. Todo menos escuchar a Dios. Pero por eso Dios insiste: “Escuchadle, creedle, que por la muerte se va a la vida, que la muerte no es fin, sino paso para la verdadera vida”.

4.- Hay en el evangelio de hoy un “Levantaos, no temáis…” que recuerda a otro “Levantaos, vamos…” que dice Jesús a los mismos tres discípulos en el Huerto de los Olivos, en gloria o en dolor: “Levantaos, vamos”, con decisión.

También Abraham le dijo el Señor: “Levántate, sal de tu tierra, no te instales, y no le deja establecer su tienda de campaña junto a la de su padre en algún oasis del desierto, para gozar de hijos y nietos.

5.- Sal, muévete. Levantaos, vamos. Y contra este “Levantaos” está nuestro “hagamos tres tiendas”. Levantaos porque la vida es movimiento, porque no se llega al término del camino sin andar el camino, aunque el camino sea el camino del Calvario que se desemboca en resurrección.

Levantaos, no temáis. No temáis al misterio de la muerte y del dolor que no son fin sino paso.

**no temáis a un Dios que puede parecer poco amigo, más que Padre, pero que aun a través de la muerte nos conduce a la vida.

**no temáis a un Dios paradójico que llama Predilecto a su Hijo Jesús, al que conduce al camino del Calvario, aunque el camino no acabe allí.

**no temáis a un Dios que es un sí total al hombre y a la vida; y que está cien por cien con quien sufre

**un Dios que camina hombro con hombro con nosotros y que en los momentos difíciles nos lleva en brazos para que las espinas del camino no se claven en nuestros sino en los suyos… Levantaos, no temáis.

José María Maruri, SJ

El riesgo de instalarse

Tarde o temprano, todos corremos el riesgo de instalarnos en la vida, buscando el refugio cómodo que nos permita vivir tranquilos, sin sobresaltos ni preocupaciones excesivas, renunciando a cualquier otra aspiración.

Logrado ya un cierto éxito profesional, encauzada la familia y asegurado, de alguna manera, el porvenir, es fácil dejarse atrapar por un conformismo cómodo que nos permita seguir caminando en la vida de la manera más confortable.

Es el momento de buscar una atmósfera agradable y acogedora. Vivir relajado en un ambiente feliz. Hacer del hogar un refugio entrañable, un rincón para leer y escuchar buena música. Saborear unas buenas vacaciones. Asegurar unos fines de semana agradables…

Pero, con frecuencia, es entonces cuando la persona descubre con más claridad que nunca que la felicidad no coincide con el bienestar. Falta en esa vida algo que nos deja vacíos e insatisfechos. Algo que no se puede comprar con dinero ni asegurar con una vida confortable. Falta sencillamente la alegría propia de quien sabe vibrar con los problemas y necesidades de los demás, sentirse solidario con los necesitados y vivir, de alguna manera, más cerca de los maltratados por la sociedad.

Pero hay además un modo de «instalarse» que puede ser falsamente reforzado con «tonos cristianos». Es la eterna tentación de Pedro que nos acecha siempre a los creyentes: «plantar tiendas en lo alto de la montaña». Es decir, buscar en la religión nuestro bienestar interior, eludiendo nuestra responsabilidad individual y colectiva en el logro de una convivencia más humana.

Y, sin embargo, el mensaje de Jesús es claro. Una experiencia religiosa no es verdaderamente cristiana si nos aísla de los hermanos, nos instala cómodamente en la vida y nos aleja del servicio a los más necesitados.

Si escuchamos a Jesús, nos sentiremos invitados a salir de nuestro conformismo, romper con un estilo de vida egoísta en el que estamos tal vez confortablemente instalados y empezar a vivir más atentos a la interpelación que nos llega desde los más desvalidos de nuestra sociedad.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado I de Cuaresma

Hoy es fiesta para la iglesia que recuerda a san José, padre de Jesús, esposo de María. Son incontables los grupos, congregaciones, movimientos, instituciones… que lo tienen por patrón o especial protector. En definitiva, referencia sencilla y clara para vivir nuestra fe y para acercarnos cada vez más a Dios.

Podemos encontrar en las lecturas de hoy dos claves para celebrar el día de hoy:

FE Y ESPERANZA: dos rasgos claramente presentes en él. De hecho se asocia a los grandes creyentes de la historia, a Abraham, a su confianza plena en Dios, esperando contra toda esperanza y convirtiéndose así en “padre de muchos pueblos”. José es padre de muchos porque supo ser padre de Jesús, porque supo vivir cotidianamente la misión que Dios le encomendó. No buscó otras grandezas ni anheló otros proyectos. Fue fiel en lo que se le pidió, más allá de que entrase en sus planes, le gustase o no le gustase… Se fió y esperó.

CALLA, ESCUCHA Y HACE: el evangelio no nos ha transmitido ni una sola palabra de él. Decide en secreto viendo lo que sucede con María. Calla pero no guarda rencor ni sigue maquinando en su interior. Es un silencio real, por fuera y por dentro. El silencio de quien sabe callar. El silencio de quien sabe escuchar y por eso, oye, comprende, es capaz de descubrir a Dios en lo que le está pasando: “la criatura que hay en María viene del Espíritu Santo”. Calla y escucha de tal manera que lo que tiene que hacer viene sólo, con toda naturalidad. Nada hay en él que se resista, que se pregunte, que huya. Simplemente, se despierta y hace lo que el Señor le ha mandado.

No es poco para nosotros en estos días. Podemos quedarnos con una imagen ambigua de José, llena de tonos apastelados, con nardos o azucenas blancas, alejado de la realidad, arrinconado mientras –aparentemente- la historia de salvación sigue su curso con María y Jesús. O podemos pedir a Dios que nos ayude a parecernos a este hombre santo y fiel. Quizá de su mano, cambie también nuestra Cuaresma.

Rosa Ruiz