El testimonio de amor con los enemigos
Invocación al Espíritu Santo:
Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo, lo que debo callar, lo que debo escribir, lo que debo hacer, cómo debo actuar, para procurar tu gloria, el bien de las almas y mi propia santificación. Espíritu de Jesús, toda mi confianza está en Ti. Amén.
Lectura. Mateo capítulo 5, versículos 43 al 48:
Jesús dijo a sus discípulos: “Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.
Porque, si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan solo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Sean, pues, perfectos como su Padre celestial es perfecto”.
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda)
Indicaciones para la lectura:
De nuevo, hoy tenemos a Jesús sentado en una de las colinas cercanas a Cafarnaúm y rodeado de sus discípulos, que escuchan atentamente sus enseñanzas. Los versículos que meditamos hoy corresponden a las palabras con que Jesús cierra aquella parte del “Sermón de la montaña” en que hacía notar como su ley es superior a la ley antigua.
En el libro del Levítico se había ordenado al pueblo elegido: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”; pero no encontramos en la Biblia que Dios les haya mandado explícitamente “odiar a sus enemigos”. Esta expresión en realidad equivale a “no tienes por qué amar a tu enemigo”. Efectivamente, para el pueblo judío, el prójimo no era sino aquél que pertenecía a su mismo pueblo y creía en su mismo Dios. Los no-judíos, por lo tanto, no eran prójimos, y la ley mandaba hasta exterminar- los, en los casos límite (Números capítulo 35, versículo 31; Deuteronomio capítulo 23, versículo 4 y 7). Pero Jesús responde a este modo de proceder de los israelitas con una enseñanza propia, llegando al colmo de mandarnos amar al enemigo, es decir, a todos los hombres. Las palabras finales que reflexionamos hoy (Versículo 48) son la clave para entender lo que Jesús se propone: Los que son del “Reino de cielos” se caracterizan por imitar al Padre con un estilo de vida en el amor, sin límites ni barreras, motivados por dos cosas: que Dios es bueno con todos y no priva a ninguno de su providencia (Versículo 45); y que amar a los enemigos implica recibir una recompensa que no conseguiremos en el trato natural con nuestros amigos (Versículos 46 al 47).
Meditación:
Odia a tu enemigo. Este “precepto” perdió todo su sentido con la venida y el mensaje de Cristo. Él nos dijo: amad a vuestros enemigos, porque el verdadero amor no pide nada a cambio, el verdadero amor se da, aunque sea pisoteado. El sol, la lluvia y el viento que tocan a nuestra puerta son los mismos que tocan la puerta de mi enemigo. Dios es verdadero amor porque me ama siempre y porque ama a quien me ha hecho mal. Ese es el verdadero amor, el que no tiene límites.
Los hombres somos criaturas finitas, pequeñas cosas comparadas con el universo o con el creador, pero en algo podemos asemejarnos a Dios: en que tenemos la capacidad de amar infinitamente.
Es una nueva vía la que nos presenta Cristo: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. ¿Qué es lo más perfecto que podríamos hacer si no es amar? En esto nos podemos parecer a Dios: en que sabemos amar, sin distinciones ni prefe- rencias.
Dos llaves abren el corazón de Dios: el amor y el perdón. Dos llaves abren el corazón del hombre: el amor y el perdón. Lleva las llaves al cuello y abre las puertas que parecen cerradas, así abrirás las puertas del corazón de Dios.
Oración:
Al hacer esta oración, pongamos en las manos de Dios a todas aquellas personas con quienes poco nos entendemos o se nos dificulta la convivencia.
Padre bueno, ahora que tú me muestras tu amor, quiero pedirte por mis enemigos, y por aquellos que me ultrajaron y dañaron. Ten compasión de ellos. Yo, desde mi más profundo dolor, los perdono de todo corazón y te ruego por la salvación de sus almas.
Te ruego, Señor, que toda secuela de dolor y resentimiento, tú me la quites. Hoy renuncio al odio y al rencor, al resenti- miento y a la desdicha, y te pongo en ese lugar que queda vacío, porque tú llenas todo mi ser. Te recibo en mi corazón como el Dios sanador de mi Espíritu, de mi Alma y de mi Cuerpo. Has que mis palabras, mis gestos y todas mis acciones sean un testimonio de amor para el mundo. Amén.
Contemplación:
El Papa Benedicto XVI nos dice en su encíclica “Deus Caritas Est” 17: Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de ese “antes” de Dios puede nacer en nosotros el amor como respuesta.
18: Se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto solo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya solo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo […]. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin reconocer en él la imagen divina […]. Así, pues, no se trata ya de un “mandamiento” externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor […].
Oración final:
¡Quédate conmigo, Jesús! Convénceme de que la gran tarea de mi vida es la búsqueda de la santidad y que Esta no puede desligarse nunca de la gracia. Solo Tú, Señor, puedes hacer posible mi transformación en el amor. Me pongo en tus manos, moldéame a tu antojo, te amo y confío plenamente en tu misericordia, porque soy débil, egoísta y soberbio, pero te amo y libremente te entrego todo mi ser.
Propósito:
Ser ecuánime en mis estados de ánimo. Mi familia y los demás se merecen lo mejor de mí.