Homilía – Domingo II de Cuaresma

Hoy comienza la segunda semana de Cuaresma y la palabra de Dios nos narra el misterio de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo en presencia de tres de sus apóstoles. Esta transfiguración – transformación, nos debe mover a cada uno de nosotros a transformar nuestra vida. Nuestra fe en Cristo resucitado, debe ser una fe dinámica y transformadora que no descanse hasta que el hombre puede ser plenamente hombre.

El misterio de la Transfiguración que contemplamos durante la Cuaresma es para adelantar de alguna manera la Resurrección del Señor a su Pasión, de manera que podamos vivir la cruz con esperanza.

El Señor tomó aparte a Pedro, Santiago y Juan, los mismos testigos de la Resurrección de la hija de Jairo y los mismos que serían testigos de su agonía en el huerto de Getsemaní, y se transfiguró delante de ellos.

Dice el Evangelio que Jesús mientras oraba, cambió de aspecto en su rostro y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.

A su lado, resplandecientes aparecen Moisés y Elías:… la ley,… y los profetas. Y Pedro, medio aturdido, quiere que se prolongue esa hermosa visión, que seguramente estaría acompañada de una gran paz.

Pero en ese momento les cubre una nube y se escucha la voz del Padre que dice: Este es mi hijo, el elegido, escúchenlo.

Dios Padre, les dice a los apóstoles y a nosotros, que escuchemos a Jesús. El pueblo de Israel, había tenido oportunidad de escuchar la ley y los profetas. Pero eso ya era el pasado, desde que Dios se hizo hombre, es esa segunda persona, el Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el único Maestro.

Jesús es la presencia viva de Dios y es su Palabra.

Jesús transfigurado, es el anticipo…, es el aviso de la presencia viva de Cristo resucitado entre nosotros.

Jesús se transfigura en la oración. Y también nosotros en la oración, nos transformamos en otros Cristos.

La lectura de hoy, nos debe mover a una reflexión sobre la actitud de Pedro.

Pedro, al experimentar la gloria de Dios…, su presencia…, quiere quedarse allí, quiere hacer tres carpas y quedarse.

Y esa es muchas veces, nuestra actitud.

A veces cuando experimentamos en nuestra vida algún momento de fuerte presencia de Dios, queremos detenemos, quedarnos con eso para nosotros.

Pero Dios no quiere eso. El Señor quiere de nosotros otra actitud.

La fe en Jesucristo, debe ser una fe que nos mueva a una misión.

Cuando experimentamos el amor de Dios, cuando conocemos a Jesús, no podemos guardarlo para nosotros, debemos comunicarlo a los demás.

Por eso a la luz de la Palabra, hoy tenemos que ponernos en marcha para transformar, la fe cristiana debe ser un motor transformador del hombre, de la cultura y de la historia.

¿Habremos entendido eso los cristianos?

Jesús transfigurado es todo un símbolo del nuevo hombre, de la nueva humanidad que cambia totalmente, que logra un nuevo estado de vida, total, completo, espiritual y físico, individual y comunitario.

La bendición que Dios prometió a Abraham por responder a la llamada de Dios como se lee en la primera lectura de la misa de hoy, en el libro del Génesis, no es otra cosa que la liberación, que el desarrollo pleno del hombre, creado a imagen de Dios para dominar la tierra, para trabajarla, para co-crear con Dios y para vivir en un clima de armonía y felicidad.

Y entonces, nuestra fe cristiana, es precisamente una propuesta de cambio, una propuesta que comenzó en un grupo de personas, el pequeño clan de Abraham, que después fue la propuesta de un pueblo llamado Israel, y que finalmente fue la propuesta abierta a todos los hombres de buena voluntad cuando Jesús y Pablo proclamaron que esta total salvación de Dios no es privilegio ni de persona ni de raza alguna, sino patrimonio de toda la humanidad.

Dice en la segunda lectura de Hoy el apóstol San Pablo en su carta a Timoteo:

Querido hermano: toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé.

Cada uno de nosotros tenemos la misión de transformar el mundo. Dios nos da la fuerza para hacerlo y tenemos su mandato desde el momento de nuestro bautismo

Pero predicar el evangelio trae necesariamente sufrimientos. Pero esos sufrimientos y penurias, contribuirán a la transformación del mundo y Dios dará las fuerzas para que nos mantengamos fieles, porque quiere un mundo libre.

Aceptar o abrazar esta fe cristiana que decimos profesar es comprometerse con este proyecto de cambio, que la Palabra de Dios nos propone hoy. El cambio que permita instaurar el Reino de Dios en el mundo, para que los hombres del mundo puedan hablar nuevamente un mismo idioma, puedan entenderse.

Al hombre sin fe, un descreído, la palabra de Dios hoy probablemente no le aporte nada, y probablemente vean el episodio de la transfiguración del Señor como una simple fantasía o tal vez algún aventurado piense en la presencia de algún extraterrestre.

Sin embargo, la Palabra de Dios es sencilla, quiere simplemente poner ante nuestros ojos, la gloria de la resurrección, el cambio el hombre nuevo que Jesús anticipó en la transfiguración.

Y quiere mostrarnos además en este tiempo de Cuaresma, donde tenemos más presente la cruz, la pasión, que no se termina allí, que Cristo resucitó, y que nosotros también estamos llamados a resucitar con Cristo.

Pero necesariamente, antes de la gloria de la resurrección está la cruz. Esa cruz que grande o pequeña llevamos cada uno, pero que es el camino para llegar un día a la gloria de la Resurrección.

El Señor hoy, les mostró a sus discípulos su gloria, para darles la esperanza en el momento de la cruz.

Vamos a pedirle hoy al Señor, que iluminados con el don de su palabra, nos acompañe siempre con el consuelo de su gracia, para que nunca perdamos de vista la gloria de la Resurrección que Cristo consiguió para nosotros