1.- Hemos escuchado el relato de Mateo sobre la Transfiguración del Señor. Es, ya lo hemos dicho en la monición, como un buen guión cinematográfico. Está todo perfectamente trazado e, incluso, con la descripción de colores, de luces, de texturas… Analiza magistralmente el comportamiento psicológico de algunos de los personajes. Por ejemplo, el de Pedro que, pletórico por la escena vista, decide perpetuarla para siempre y busca hacer unas cabañas para Jesús, Moisés y Elías; para que allí se queden. El final, incluso, cuando ya no “hay nada”, tiene también lenguaje de cine. Es la vuelta al principio que tanto usan las películas. Por eso, no es nada extraño que la escena de la Transfiguración del Señor haya sido uno de los temas más repetidos por pintores y escultores de todos los tiempos. La plasticidad del relato de Mateo es innegable.
2.- Pero, aquí y ahora, no tenemos más remedio que hacernos una pregunta importante: ¿qué significa la Transfiguración para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es creíble? ¿No será una leyenda de los evangelistas intentado reunir en una misma escena, y con Jesús, a los dos personajes más importantes del judaísmo? Moisés en el padre de la Ley, de la forma de rezar, de vivir y de ser de los judíos. Elías, arrebatado en un carro de fuego al cielo, se le esperaba. Llegaría un poco antes del Mesías o, simplemente, volvería para indicar que se acercaban mejores tiempos para el Pueblo de Dios.
Las luces, la fluorescencia e incandescencia de las figuras, la nube y la voz que llega de lo alto. Todo tiene algo de mágico. Probablemente, no suene mal a los afiliados a lo prodigioso, a lo esotérico. Pero, repito, ¿y a nosotros ahora, en nuestro tiempo, como creyentes, como nos suena, qué nos parece? En una época en la que, incluso, el cine fantástico basado en la magia o en los transformismos mas truculentos hace furor entre mucha gente, ¿donde se coloca la Transfiguración?
3.- Lo que nos narra San Mateo es cosa de Dios. Es suave, sencillo, agradable, bello. La aparición de la divina “nube de la tiniebla, que cubre la escena con su sombra sorprende, pero no arremete con ruidos insufribles. Las magias esas que vemos ahora, recicladas y traídas de otras épocas y de otras culturas, son durísimas, violentas, trágicas, grotescas. Y, por tanto, inhumanas e increíbles. No están hechas a la medida del hombre. Lo que se contiene en la Transfiguración, si. Es algo que entendemos, aceptamos, nos subyuga. Y hemos de reflexionar sobre nuestra propia existencia, sobre nuestra vida –personal e intransferible—de cristianos y en ella, sin miedo, sin el temor a lo que vayan a decir los demás, podremos reconocer algún hecho extraordinario que nos ha ocurrido; que, alguna vez, la mano de Dios se ha acercado a nosotros de una forma singular, no habitual, no esperada. E, igualmente que en la escena del Monte Tabor, de manera suave y placentera como la brisa de un viento susurrante y fresco. Claro que todos tenemos miedo a caer en el milagrerismo porque, obviamente, hay muchos mentirosos o perturbados. Y mentirosos “profesionales”. Pero eso no quiere decir que cerca de nuestras vidas, muy cerca, aparquen unos cuantos hechos notables y extraordinarios, que no acertamos a comprender del todo y que se resisten a cualquier análisis objetivo.
La fe es necesaria, muy necesaria. Pero eso no significa que todo lo que creemos se mantenga por el uso exclusivo de la fe, la cual, además, es un don de Dios. Pero, insisto, hay algo más. Dios, que nos abandona en la lucha, que además no permite que la prueba –que la tentación– nos supere, también nos ayuda de mil maneras. Aunque no ocurre siempre. Y ello es un misterio que narró muy bien Ignacio de Loyola con sus estados de “consolación” y “desolación”. Y, en fin, es verdad que, a veces, un mismo paisaje, bello en sí mismo, y conocido por nosotros, toma en un momento dado especiales brillos y singular belleza y nuestra alma se queda feliz y con una paz muy especial.
3.- La mayoría de los comentaristas no entran en ese aspecto que llamaríamos puramente físico de la Transfiguración para referirse –y, también, es muy lógico—a esos otros aspectos más pegados a la historia evangélica del momento. En efecto, Jesús ha anunciado que es su subida a Jerusalén, será detenido, torturado y ejecutado. Y necesita darles fuerza para soportar los futuros malos momentos en forma de una auténtica persecución política y religiosa. Está también la elección de los Apóstoles, Pedro, Juan y Santiago, los mismos que estarán presentes en los muy dramáticos momentos del Huerto de los Olivos. La otra consecuencia es que la maravillosa escena de la Transfiguración quedó olvidada entre los tres discípulos y solo sería tomada en cuenta y reconocida después de la Resurrección.
A nosotros, de todos modos, nos va marcando el camino cronológico hacia Jerusalén, hacia la Muerte y Resurrección del Señor, que eso, es también, la Cuaresma: la contemplación de unos hechos de la vida de Jesús que nos ayudan a comprender mejor su sacrificio, su entrega por todos para el perdón de los pecados.
4.- Interesará, especialmente, para nosotros que no pase desapercibida la Transfiguración, que sea signo eficaz e indeleble es nuestras reflexiones de Cuaresma. Queda, todavía camino cuaresmal. Este segundo domingo es todavía algo menos de la mitad del recorrido. Pero lo importante es no dejar pasar este tiempo de conversión y de convencimiento. La Escritura nos ayuda. La oración muy especialmente. Y también la limosna. Hay muchos hermanos que necesitan de nuestra ayuda. Y la necesitan en muchos sentidos. En el económico, por supuesto. Pero también en el del afecto y la cordialidad. Y queda ejercitar la austeridad. No debemos olvidarlo, porque el mucho comer y beber cierra nuestros oídos del alma a las recomendaciones personales del Señor, Nuestro Dios.
Ángel Gómez Escorial