Lectio Divina – Lunes II de Cuaresma

El verdadero discípulo tiene como modelo a un Padre que lo ama, pero sobre todo Misericordioso y Justo

Invocación al Espíritu Santo:

Ven Creador Espíritu de los tuyos la mente a visitar, a encender en tu amor los corazones, que de la nada te gusto crear. Tú que eres gran consolador y don altísimo de Dios fuente viva, y amor, y fuego ardiente y espíritu unción. Amén.

Lectura. Lucas capítulo 6, versículos 36 al 38:

Jesús dijo a sus discípulos: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.

Den y se les dará; recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

En el evangelio de Lucas podemos observar que tiene gran preferencia por los pobres es por ello que la actitud de genero- sidad está muy marcada en este texto bíblica, una generosidad tanto espiritual como material.

Meditación:

En este texto del evangelio, Jesús tiene la intención de mover nuestros corazones en una sola dirección: el amor a nuestros enemigos. “¡Qué fácil es amar a los que nos aman!”, dirá en otra ocasión. Sin embargo, lo más difícil del amor cristiano es vivirlo con los que no nos corresponderán, con los que nos insultan o persiguen, con los que hablan mal de nosotros a nuestras espaldas, con los que luchan por arrebatarnos nuestro puesto de trabajo: nuestros enemigos.

La consigna que nos envía Jesucristo es muy clara: “Sed misericordiosos”. Un corazón que no perdona no es un corazón cristiano, sino que es un corazón que no agrada ni da gloria a Dios. Por eso Cristo dirá en otra ocasión que si cuando nos acercamos a Dios para rendirle una ofrenda recordamos una enemistad con alguno de nuestros hermanos, primero debemos reconciliarnos con él, y después realizar la ofrenda.

Practiquemos estas dos virtudes que nos propone Jesús en nuestra vida: la misericordia y la benevolencia. Propongámonos que en ninguna de nuestras conversaciones, charlas o discusiones se mezcle jamás la más mínima crítica hacia ninguno de nuestros hermanos, que son todos los hombres.

Oración:

Señor te pido que me ayudes a ser más generoso, te pido un corazón compasivo y misericordioso como el tuyo para saber perdonara a aquel que me ha ofendido y no juzgarlo ni condenarlo, porque solo tú eres el que juzga. Jesucristo ilumina cada día mi camino para que sea imagen de ti hacia los demás.

Contemplación:

EL documento de Aparecida nos dice en el numeral 5: Desde la primera evangelización hasta los tiempos recientes, la Iglesia ha experimentado luces y sombras, sin embargo, siempre ha estado presente la luminosidad de la verdad y la práctica de la justicia y la caridad.

El catecismo de la Iglesia Católica nos dice en el numeral 1829: La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión.

Oración final:

Para poder crecer en el amor a los demás, tengo que aprender a fijarme en ellos, como me ha recordado Benedicto XVI en su mensaje para esta Cuaresma. Este fijarme lleno de amor y bondad, buscando el bien de la persona, de toda la persona, es hacer vida el mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios. Gracias, Señor, por darnos al Papa como faro seguro y guía que nos anima a seguir nuestro camino a la santidad.

Propósito:

Ser paciente con los defectos y limitaciones de los demás, mostrando, en todo y con todos, la bondad de Jesucristo.

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Homilía – Lunes II de Cuaresma

Para conocer el modo en que debemos comportarnos con nuestros hermanos, Jesús en este pasaje del evangelio nos presenta a Dios mismo como modelo de la misericordia Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes nos dice.

Jesús pone su acento en dos aspectos…, dos dimensiones en nuestras relaciones con nuestro prójimo, la compasión y el perdón: sed compasivos… y la compasión se realiza con el prójimo, la compasión supone tener un corazón misericordioso; el que es compasivo no se atreverá nunca a hacer sufrir a los demás.

Y cuando ve que los demás sufren, se siente tocado por ese mismo sufrimiento.

Y puede repetir con el apóstol San Pablo: «¿quién de vosotros está sufriendo sin que yo sufra con él?; ¿quién de vosotros está triste, sin que yo me aflija con él?; ¿quién de vosotros está alegre sin que yo me alegre con él?

Nuestro comportamiento debe seguir este precepto: compadecerse con las contrariedades ajenas como si fuesen propias, y hacer lo posible para remediarlas.

El catecismo nos dice que las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar son obras espirituales de misericordia, como también lo son el perdonar y el sufrir con paciencia.

Las obras de misericordia corporales consisten en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos.

Jesús también nos dice: no juzguen. Esto también es difícil de practicar; pero, difícil y todo, es obligatorio. Y que contrario que es este precepto de no juzgar a nuestro natural instinto de enjuiciar a todo y a todos. A nuestra costumbre de criticar a personas y actitudes en la primera oportunidad que se nos presenta. Jesús nos dice que no juzguemos. No estamos en condición de hacerlo porque no conocemos la profundidad, las intenciones o los móviles de los demás a los que pretendemos enjuiciar.

También frente a quién está en el error debemos de tener comprensión: Sin embargo, la caridad y la comprensión no nos deben hacer indiferentes ante la verdad y el bien. Debemos distinguir entre el error, que siempre debe ser rechazado, y el hombre que yerra, a quién debemos comprender y amar como persona.

Debemos odiar al pecado, pero siempre, amar al pecador.

Por último el Señor nos dice: Perdonen. No queramos ser jueces, pero tampoco pretendamos ser verdugos; el castigo se lo debemos dejar a Dios a quien solamente compete en último término, después de ofrecer el perdón por todos los medios. Recordemos que en el Padrenuestro pedimos que se nos perdonen nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

Muchas veces nos cuesta mucho perdonar. Sobre todo si hemos sido ofendidos o se nos ha dañado en algo grave, o si quien nos ha ofendido es alguien de quien no lo esperábamos. Es ahí cuando tenemos que hacernos el propósito de perdonar en forma rápida. Primero que todo, en nuestro interior, en nuestro corazón. Debemos pedir ayuda al Señor para que nos ayude a sacudir rápidamente nuestros rencores. Para eso nos pueden ayudar las palabras de Jesús en la Cruz: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Si el Señor nos perdona a nosotros tantas ofensas, bien podemos ofrecer al Señor las ofensas que recibimos de nuestro prójimo, perdonando de corazón. Eso, además de ser lo que Jesús espera de nosotros, nos traerá la paz interior, y nos permitirá la reconciliación con nuestro prójimo.

En este tiempo de Cuaresma, que es tiempo propicio para acercarnos más a Dios, hagamos el propósito de vivir el Evangelio, para con el Señor y para con nuestro prójimo, al que debemos amar, debemos comprender y debemos perdonar.

Comentario – Lunes II de Cuaresma

­Lucas 6, 36-38

Si la dirección de la primera lectura era en relación con Dios -reconocernos pecadores y pedirle perdón a él- el pasaje del evangelio nos hace sacar las consecuencias (cosa más incómoda): Jesús nos invita a saber perdonar nosotros a los demás.

El programa es concreto y progresivo: «sed compasivos… no juzguéis… no condenéis… perdonad… dad». El modelo sigue siendo, como ayer, el mismo Dios: «sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Esta actitud de perdón la pone Jesús como condición para que también a nosotros nos perdonen y nos den: «la medida que uséis, la usarán con vosotros». Es lo que nos enseñó a pedir en el Padrenuestro: «perdónanos… como nosotros perdonamos».

a) Nos va bien reconocer que somos pecadores, haciendo nuestra la oración de Daniel. Personalmente y como comunidad.

Reconocer nuestra debilidad es el mejor punto de partida para la conversión pascual, para nuestra vuelta a los caminos de Dios. El que se cree santo, no se convierte. El que se tiene por rico, no pide. El que lo sabe todo, no pregunta. ¿Nos reconocemos pecadores? ¿somos capaces de pedir perdón desde lo profundo de nuestro ser? ¿preparamos ya con sinceridad nuestra confesión pascual?

Cada uno sabrá cuál es su situación de pecado, cuáles sus fallos desde la Pascua del año pasado. Ahí es donde la palabra nos quiere enfrentar con nuestra propia historia y nos invita a volvernos a Dios. A mejorar en algo concreto nuestra vida en esta Cuaresma. Aunque sea un detalle pequeño, pero que se note. Seguros de que Dios, misericordioso, nos acogerá como un padre.

Hagamos nuestra la súplica del salmo: «Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados… líbranos y perdona nuestros pecados».

b) Pero también debemos aceptar el otro paso, el que nos propone Jesús: ser compasivos y perdonar a los demás como Dios es compasivo y nos perdona a nosotros. Ya el sábado pasado se nos proponía «ser perfectos como el Padre celestial es perfecto», porque ama y perdona a todos. Hoy se nos repite la consigna.

¿De veras tenemos un corazón compasivo? ¡Cuántas ocasiones tenemos, al cabo del día, para mostrarnos tolerantes, para saber olvidar, para no juzgar ni condenar, para no guardar rencor; para ser generosos, como Dios lo ha sido con nosotros! Esto es más difícil que hacer un poco de ayuno o abstinencia.

Ahí tenemos un buen examen de conciencia para ponernos en línea con los caminos de Dios y con el estilo de Jesús. Es un examen que duele. Tendríamos que salir de esta Cuaresma con mejor corazón, con mayor capacidad de perdón y tolerancia.

Antes de ir a comulgar con Cristo, cada día decimos el Padrenuestro. Hoy será bueno que digamos de verdad lo de «perdónanos como nosotros perdonamos». Pero con todas las consecuencias: porque a veces somos duros de corazón y despiadados en nuestros juicios y en nuestras palabras con el prójimo, y luego muy humildes en nuestra súplica a Dios.

«Sálvame, Señor, ten misericordia de mí» (entrada)

«Hemos pecado, hemos sido malos, no hemos escuchado la voz del Señor» (1ª lectura)

«Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados» (salmo)

«Sed compasivos, no juzguéis, no condenéis» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 2

Señor, dame esa agua: así no tendré más sed

La sed, motor de búsqueda

Es difícil para nuestro organismo soportar la sed durante mucho tiempo; enseguida procuramos ir por el agua que nos la pueda apagar… Eso fue, justamente, lo que vivió el pueblo de Israel en el desierto y la mujer samaritana de Sicar: la sed les movió a buscar, a clamar, a ponerse en movimiento y «en camino».

Es que la sed es símbolo de una experiencia humana muy radical: nos sentimos constitutivamente carentes, nos damos cuenta de que no somos completos …sentimos «la falta de…» (y en el caso de millones de hermanos, la falta de los elementos básicos para vivir con dignidad…) Es verdad que esta experiencia puede encerrarnos en la frustración, la queja y el aislamiento. Por eso, es necesario que la carencia nos despierte el deseo, un anhelo de plenitud que se convierta en nuestro motor vital de búsqueda. ¡Bendita búsqueda que nos pone de cara a Dios y de cara a los demás para el encuentro! La cuaresma que estamos recorriendo es, entonces, como esa experiencia de desierto que nos ayuda a reconocer la sed y el deseo que nos atraviesan, y a reconocer a Dios como la Fuente que necesitamos y buscamos…

Aunque, en verdad, cuando nosotros salimos en búsqueda de Dios… ¡siempre es Él quien nos sale al encuentro primero! Pues Él ya estaba buscándonos desde antes… como lo refleja este encuentro de Jesús y la Samaritana.

Un diálogo restaurador

El evangelio de hoy nos acerca el diálogo de Jesús con la mujer samaritana. Un diálogo paradigmático de nuestro «proceso de encuentro» con Jesús, un diálogo que nace motivado por la sed y que, al fin, culmina saciando esa sed porque guía pedagógicamente en el encuentro con el propio manantial.

Así, a partir de la experiencia de la sed física y del agua, Jesús ayuda a la samaritana a tomar conciencia de su propia sed interior: de sentido, de plenitud, de libertad… Jesús, por una parte, la encamina hasta que ella puede asumir su situación vital: «no tengo marido» … Por otro lado, palabras como «agua viva», «manantial de agua que salta hasta la vida eterna», la ayudan a abrirse, despertando en ella la esperanza tan arraigada en su pueblo: «cuando venga, el Mesías nos lo dirá todo». Es allí, cuando, desde la propia verdad y en la apertura del deseo, Jesús le revela su identidad: «Yo soy, el que habla contigo».

«Yo soy», en la Biblia, refiere al nombre de Dios; así, desde esta frase, podemos aventurarnos a reconocer a Jesús mismo como el «diálogo personal» que Dios establece con cada uno de nosotros, ya que Él mismo se autodefine que «el que habla contigo» … Así pues, ¿cómo no reconocer que nuestra existencia misma es un diálogo con Dios y que solo en ese diálogo somos «nosotros mismos»?

Sólo en diálogo con Dios somos lo que estamos llamados a ser, sólo «de cara a Él» somos restaurados en nuestra propia identidad… Pues, la palabra de Jesús –y Él mismo como Palabra– tiene la virtud de encender y despertar en nosotros el amor («Verbum spirans amorem», le llamaba Tomás de Aquino) y, de este modo, sacia nuestra sed, porque nos descubre el manantial que somos, el surtidor que llevamos dentro: el Amor de Dios, derramado en nuestros corazones.

Un Manantial de Amor en nuestros corazones

El diálogo restaurador nos pone, entonces, de cara a nosotros mismos y al Don de Dios, ese «don de Dios» que Jesús invitaba a conocer a la Samaritana y que, según el Apóstol, es el Amor de Dios «que ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5).

Ya decía san Agustín que el amor es la fuerza que nos mueve a actuar (cf. ConfesionesXIII, 9, 10), y por eso, Dios, que quiere nuestra libertad, nos hace verdaderamente libres ayudándonos a vivir desde su Amor, desde su Espíritu. Pues, si no vivimos desde esa Fuente, conectados a ese Manantial de Amor que nos habita, seremos arrastrados, por la necesidad de nuestra sed, hacia pozos secos o aljibes de aguas enfermizas.

«Dame de beber» le pedía Jesús a la Samaritana y también hoy nos lo piden nuestros contemporáneos en sus gritos sordos y en sus múltiples necesidades, desde las más elementales, como la ropa, comida, vida digna y justicia…, hasta las más radicales como la paz, el sentido y la felicidad… ¿Cómo ayudar a saciar tanta sed que hay a nuestro alrededor? ¿Cómo conectarnos con el manantial que en nuestro interior salta hasta la vida eterna para llevar esa frescura a nuestro mundo sediento? ¿Cómo ahondar en ese diálogo restaurador de nuestra identidad y así, con Jesús, ser «palabra viva» que despierta el amor y la libertad a nuestro alrededor?

Finalmente, para completar esta predicación te invito a escuchar y ver esta composición propia: «Como la Samaritana»:

Fray Germán Pravia O.P.

Jn 4, 5-42 (Evangelio Domingo III de Cuaresma)

¡La oferta del agua viva que el hombre necesita!

La samaritana viene a sacar agua al pozo de Jacob. El pozo contiene agua viva, porque no es de cisterna sino de manantial. El diálogo entre Jesús y la samaritana se desarrolla a partir de un estilo peculiar de Juan: el malentendido. El tema es el agua viva. La samaritana persiste en pensar en el agua del pozo y Jesús la quiere conducir pedagógicamente a otro mundo de realidades. Y esta realidad que le promete es doble: Jesús mismo es la fuente de agua viva (Sabiduría) y fuente de vida para ofrecer a los hombres su verdadera significación y sentido. Y también es agua viva el Don que es el Espíritu Santo. La samaritana no acaba de entender. La revelación de Jesús se dirige a dar sentido a la existencia del hombre. ¡El verdadero culto desde la intimidad del hombre guiado por el Espíritu! Ante la incomprensión de la samaritana, Jesús le indica que vaya a llamar a su marido. El evangelista, que piensa en arameo aunque escriba en griego, juega con el término «marido» (ba`al) que se utilizaba antiguamente para indicar también a los «dioses falsos» (be`alim significa esposo y el dios Ba´ál). Y ahí radica el dramatismo y el contraste de las expresiones: Samaría adora a cinco dioses falsos y al que adora ahora no es el verdadero. Se sintetiza toda una etapa de la historia de la salvación. Juan recuerda la teología de Oseas y la experiencia de salvación del pueblo de Israel. Una llamada a la fidelidad sincera con el verdadero Dios. ¡Jesús es el Profeta que conoce la intimidad humana! La samaritana se asombra. No está dialogando con un simple judío, frente al que siente escrúpulos como mujer y como samaritana, sino que es un profeta. Y en su pueblo se espera a un profeta semejante a Moisés. ¿Dónde hay que adorar al verdadero Dios? Y se esperaba que el profeta zanjase con autoridad divina esta cuestión y Jesús lo hace llevándola a otro campo de reflexión. ¡Credibilidad del testimonio que conduce a Jesús! El resto de la lectura plantea un serio problema que se podría sintetizar en este interrogante que se hacían los creyentes a finales del s.I: ¿cómo se encuentra el creyente con Jesús?, ¿cómo tienen acceso a ese encuentro? Los samaritanos, apoyados en el testimonio de la samaritana, corren al encuentro del profeta a quien pueden escuchar. El testimonio de la samaritana era necesario, pero ha cumplido ya su misión: encontrarse personalmente con el profeta que accede a permanecer con ellos dos días. La escucha de la palabra de Jesús les impulsa a confesarle como “Salvador del mundo.

El relato, altamente dramático, comienza reconociendo que Jesús comparte nuestra debilidad en todo menos en el pecado, se desarrolla en un encuentro delicado y profundo con nuestra situación humana (simbolizada en la samaritana) y culmina ofreciendo una gran seguridad a los hombres de todos los tiempos abriendo puertas y rompiendo todas las fronteras de división porque el Dios que le ha enviado es el Padre de todos los hombres. Los samaritanos reconocen en él al Salvador de todo el mundo.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo

Rom 5, 1-2. 5-8 (2ª lectura Domingo III de Cuaresma)

¡Una vez más se manifiesta la gratuidad de Dios!. Es una preocupación permanente de Pablo reflejar una y otra vez que Dios es gratuito. Que está abierto a la misericordia y al amor siempre. Y que esta gratuidad se manifiesta en el envío y la obra de Jesús su Hijo. Esta teología de la gratuidad de la elección de Dios tenía un interesante antecedente: la interpretación deuteronomista de los acontecimientos del Éxodo. Los teólogos deuteronomista insisten una y otra vez que Dios ha elegido a su pueblo y le ha ofrecido una alianza firme movido sólo por el amor a su pueblo y a sus antepasados. Esta teología la recoge Pablo y la traduce y centra en Jesucristo. El es definitivamente la expresión de la gratuidad de la oferta de Dios. Pienso que se debe insistir firmemente en este aspecto de gratuidad. En el marco de la lectura se insiste en términos como estos: «nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza y la esperanza no defrauda» (Rm 5,3-5). Tanto en la peregrinación por el desierto (primera lectura) como en la experiencia cristiana, la gratuidad de Dios debe encontrar una respuesta firme por parte del hombre. El sentido de camino y de marcha que tiene la vida cristiana se encuentra con graves dificultades y sufrimientos. Pero todo está orientado a la madurez en la esperanza. Y de nuevo el tema del amor de Dios que garantiza la esperanza. ¡La presencia de Jesús en la historia, argumento irrefutable del amor de Dios! La prueba definitiva del amor de Dios, la prueba de que Dios nos toma en serio, es que ha enviado a su propio Hijo. Jesús, siendo enemigos, da la vida por todos. Y esta prueba es irrefutable. La historia de la salvación ha sido una pedagogía utilizada por Dios. Esta pedagogía de Dios culmina en la vida y la obra de Jesús.

Fray Gerardo Sánchez Mielgo

Ex 17, 3-7 (1ª lectura Domingo III de Cuaresma)

¡Un pueblo envuelto en graves dificultades protesta contra su Dios-Protector! Esta descripción breve y sucinta encaja perfectamente en la experiencia del desierto. La realidad humana es presentada sin adornos, con toda su crudeza. Esta actitud en el lenguaje de este libro entraña la protesta, el descontento, el enfrentamiento con el plan de Dios. El plan de Dios de llevarlos a la libertad en la posesión de la Tierra santa no es un plan bueno. La historia de la salvación está sembrada de estas actitudes. La murmuración manifiesta el rebrote permanente del primer enfrentamiento del hombre con Dios. Desde entonces la imagen de Dios en el pueblo ha sido deformada. El Dios Bueno y Misericordioso que le libera por pura iniciativa suya es rechazado insistentemente. En la dialéctica de la historia de la salvación corre el peligro de malograr el proyecto de Dios, porque Dios no impone, sino que ofrece gratuitamente. ¡Respuesta de Dios a los agrios interrogantes y reproches de su pueblo!»¿Nos ha hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?». ¿Cuáles son los planes de Dios? estos interrogantes expresan dramáticamente la situación de las relaciones de un pueblo con su Dios: desconfía de su liberador. Así lo expresa la crudeza de las expresiones. Pero Dios que es fiel a su proyecto, lo llevará adelante contra todas las oposiciones y desconfianzas. Porque es Dios y no hombre. Así lo recuerda Oseas, algunos siglos después estos acontecimientos (1,7-9). Este pensamiento de Oseas, subraya con fuerza la trascendencia de Dios. Pero al revés que en otros textos más antiguos (Ex 19,2; 2Sm 6,6-8) o más recientes (Is 6,3), aquí se la despoja de todo carácter terrorífico y se expresa en términos de amor. La santidad divina se manifiesta por la misericordia que perdona, en tanto que el hombre, habitualmente, da libre curso a la ira. Y esta actitud de Dios se expresa en el «signo»: les concede el agua que necesitan. La lectura termina afirmando que aquel lugar se llamó Massá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor diciendo: ¿está o no está el Señor en medio de nosotros? El interrogante lo dice todo. No se puede expresar con mayor crudeza la actitud del pueblo que aparece siempre a lo largo de toda la historia de la salvación. Y las preguntas angustiosas de los hombres de todos los tiempos, incluido claro está el nuestro, presionados y urgidos por tantas necesidades y carencias provocadas por múltiples causas. De lo más profundo del corazón sangrante de la humanidad doliente surgen siempre imperiosas preguntas. La Palabra de Dios responde. Pero necesita la mediación de los creyentes que se comprometen en la humanización de nuestro mundo en todos los ámbitos.

Fray Gerardo Sánchez Mielgo

Comentario al evangelio – Lunes II de Cuaresma

El evangelio de hoy recoge el final del sermón de la Montaña en su versión lucana. Al final de su discurso, Jesús propone cinco criterios prácticos para amar a los demás. Sin duda que los acogeremos como un buen plan de vida cuaresmal. Más que propósitos, constituyen cinco actitudes que hoy pediremos obstinadamente y sin desmayo al Padre bueno. Con esos dones se puede componer en nosotros el rostro más amable de Dios: su corazón materno.

Pidamos, en primer lugar, ser misericordiosos: No pedimos una venda para los ojos para no ver lo malo del otro, sino ojos de madre que nos trasladen hasta la verdad más honda de las personas caídas y nos hagan caer en la cuenta de que ellas, normalmente, no son “malas”, sino que “están mal”. ¡Es tan distinto! Ante quien está mal… sólo vale la compasión y la ayuda… La estricta justicia jamás será capaz de sanar al herido porque sólo el amor –no la ley- es lo que restaura.

Pidamos también no juzgar a nadie: Reconozcamos, para empezar, que no conocemos al otro. Vemos sólo la apariencia que nos muestra: su conducta externa. Pero no resulta fácil acceder a sus intenciones, a sus deseos, a su interior, a su verdad… Además, ¡somos tan parciales y proyectivos en nuestros juicios! Nos suele suceder que criticamos en los demás lo que nosotros mismos encubrimos, disculpamos o maquillamos. Tendemos a ser injustos, porque nos juzgamos a nosotros mismos por nuestros ideales y a los demás por sus actos.

Pidamos, en tercer lugar, no condenar. Somos grandes exploradores del espacio exterior, pero muy poco hábiles explorando el espacio interior. No es fácil reconocer objetivamente la culpabilidad. Ni suponer que la condena sea “supuestamente justa y merecida”. No condenar no es lo mismo que justificar. Es más bien creer en la fuerza positiva que desde el fondo de cada persona alienta y genera vida… ¡Es posible para cualquier persona el volver a empezar!

Cuando pidamos el don de perdonar, pidámosle también un raro don: olvidar. El olvido de las ofensas no es humano. Es divino. Lo sabemos. Sólo Dios lo hace de manera perfecta. Las ofensas más bien nos despiertan la memoria y de qué manera. Si perdonar es comprender, es caer en la cuenta de que mis enemigos “no saben lo que hacen”… olvidar es una virtud superior: es tener el mismo corazón de Dios que elimina del recuerdo el mal recibido… ¡Algo impensable!

Finalmente, pidamos a Dios generosidad, dar sin medida. La magnanimidad es el mejor de los negocios. ¿Daremos mucho trabajo a Dios para convencernos de que nos interesa dar sin usar calculadoras? La manera de dar vale más que lo que se da. Demos generosamente y con humildad… y no tardaremos en recoger beneficios impensables. En los cosas de Dios lo más prudente es atreverse a las “imprudencias”.

Decía S. Agustín que “a Dios no se va caminando, sino amando”. Y tanto mejor para nosotros cuanto más nos acerquemos a Él por los mismos caminos por los que Él se ha acercado a nosotros. Esto es, amando. No tiene sentido una práctica cuaresmal sin el amor. Lo dice el mismo Señor: “Misericordia quiero y no sacrificios”.

Juan Carlos cmf

Meditación – Lunes II de Cuaresma

Hoy es lunes II de Cuaresma.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 6, 36-38):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».

La verdad es que Jesús nos pone el listón muy alto. Un ciego no puede guiar a otro ciego. Pero nuestro Dios, que es la Suprema Sabiduría, y su Hijo Jesús que es la Luz verdadera, pueden guiar muy bien nuestra vida, nuestros pasos, nuestras decisiones. Y Jesús nos pide adoptar la misma conducta con nuestros hermanos que la que tiene nuestro Dios, que es la misma que tiene él. “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Tira de este hilo y nos pide que no juzguemos, no condenemos, que perdonemos, que conjuguemos el verbo dar… que es lo que hace nuestro Dios con nosotros. Algo que nos puede parecer difícil de hacer. Pero Jesús viene en nuestra ayuda y todo lo que pide que hagamos a los demás lo hace Él primero con nosotros. Él nos perdona, no nos condena, no nos juzga, entrega su vida por cada uno de nosotros… así que nos será más fácil hacer nosotros otro tanto con nuestros hermanos.

¿Qué premio, qué recompensa tendremos con este modo de vivir? De manera un tanto enigmática, Jesús nos dice que “os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante”, que bien podemos traducir porque Dios y Jesús nos premiarán con su amor y su amistad, algo capaz de llenar de total felicidad el corazón de cualquier persona humana.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.

Liturgia – Lunes II de Cuaresma

LUNES DE LA II SEMANA DE CUARESMA, feria

Misa de la feria (morado)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio Cuaresma.

Leccionario: Vol. II

            La Cuaresma: Perdonar como Dios perdona para ser perdonados.

  • Dan 9, 4b-10. Hemos pecado, hemos cometido crímenes.
  • Sal 78. Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados.
  • Lc 6, 36-38. Perdonad, y seréis perdonados.

Antífona de entrada          Cf. Sal 25, 11-12
Sálvame, Señor, ten misericordia de mí. Mi pie se mantiene en el camino llano; en la asamblea bendeciré al Señor.

Monición de entrada y acto penitencial
Reconocer el pecado, lamentarlo y buscar perdón es una realidad que puede existir realmente sólo donde hay genuina amistad y cuando la conciencia de esta amistad ha sido herida o incluso destruida. Sin amistad con Dios y con los hermanos, el pecado permanece simplemente como basura que hay que barrer, el dolor o pesar es apenas un remordimiento superficial de algo que no debería haber ocurrido, y el perdón es, a todo más, un intento de borrar el pasado. Pero “pecado, pesar y perdón” deben entenderse a la luz de la Alianza, sellada con un Dios misericordioso, que nos amó primero; también a la luz de la relación con nuestro prójimo, con quien hemos sido salvados y hecho hermanos gracias a esta unión de vida y de amor con Dios.

  • Señor, ten misericordia de nosotros.
    — Porque hemos pecado contra Ti.
  • Muéstranos, Señor, tu misericordia.
    — Y danos tu salvación.

Oración colecta
OH, Dios,
que nos mandaste mortificar nuestro cuerpo
como remedio espiritual,
concédenos abstenemos de todo pecado
y que nuestros corazones
sean capaces de cumplir los mandamientos de tu amor.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos a Dios padre, que no nos trata como merecen nuestros pecados.

1.- Para que todos y cada uno de nosotros seamos valientes para decir “Lo siento, me equivoqué, perdóname”, no solo a Dios cuando hemos pecado, sino también a los hermanos a quienes hayamos herido u ofendido, roguemos al Señor.

2.- Para que no encubramos ni pasemos por alto cualquier mal, sino que expresemos enérgicamente nuestra disconformidad, sin condenar al pecador, roguemos al Señor.

3.- Para que nunca devolvamos mal por mal, sino que escuchemos al Espíritu que quiere que paguemos y compensemos el mal con el bien, roguemos al Señor.

Socórrenos, Dios Salvador nuestro, y perdónanos nuestras culpas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
ACOGE, Señor, nuestra oración
y libra de las seducciones del mundo
a los que concedes servirte
con los santos misterios del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de Cuaresma

Antífona de comunión          Cf. Lc 6, 36
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso, dice el Señor.

Oración después de la comunión
SEÑOR, que esta comunión nos limpie de pecado
y nos haga partícipes de las alegrías del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
AFIANZA, Señor, el corazón de tus fieles
y fortalécelos con el poder de tu gracia,
para que se entreguen con fervor a la plegaria
y se amen con amor sincero.
Por Jesucristo, nuestro Señor.