El encuentro con Jesús transforma nuestra vida

1.- Cristo esta cansado del camino y tiene sed .El pasaje del Evangelio de hoy nos narra el encuentro de Jesús con una mujer samaritana, a quien Él le pide de beber. Esta mujer era sin duda una mujer desenvuelta, pero de mala fama, probablemente una persona que procuraríamos evitar si asistiera a la misma iglesia que nosotros. Y sin embargo, Dios, en su Providencia dirige las cosas de tal forma que esta mujer mundana, superficial y probablemente inculta, recibe una revelación extraordinaria, pues Jesús le habla de términos de gran profundidad y simbolismo. Cristo, como nosotros, a veces se encuentra fatigado, Él era hombre y como tal tenía las debilidades que tenemos nosotros, excepto el pecado, sentía hambre, sed, cansancio… es por eso que El puede comprendernos. Es conmovedor ver al Maestro rendido por el camino y su tarea apostólica y sin embargo, listo para seguir salvando almas. La mujer va al pozo, donde se halla Jesús sentado. Le pide de beber, pero sólo como excusa para entrar en un tema más profundo. Judíos y samaritanos eran enemigos y se odiaban desde hacia miles de años, sin embargo, Cristo tiene con la samaritana un diálogo muy hermoso, lleno de ternura, para indicarnos que Él no excluye a nadie de su acción salvadora, sino que su amor se extiende a todas las almas y que a todos vino a salvarnos. Un detalle de la delicadeza de Cristo, es que inicia el diálogo con la petición, todo un Dios que pide un favor a una de sus criaturas: «dame de beber». La samaritana se asusta y no obstante le contesta, permitiendo así la acción de la gracia. Al dirigirse ella también a Jesús, que era judío, da el primer paso a su propia transformación. ¡Qué maravilloso ejemplo de disponibilidad y de olvido de sus enemistades!

2.- La samaritana también tiene sed, pero de felicidad. Cristo hace referencias al agua que Él nos dará y que verdaderamente nos quitará toda sed. Esta agua se ha visto como figura de su gracia que colma toda vida espiritual. La mujer vuelve a demostrar su disponibilidad y apertura al pedir al Señor del agua que promete. Cristo a su vez, aprovecha el interés de la samaritana para manifestarle su condición divina, que le permite ver hasta lo más profundo del corazón. Es así como el Señor conoce todas nuestras intimidades y nuestros secretos. La samaritana, ante el descubrimiento que Cristo le hace, podría haberse retirado avergonzada, sin embargo, inmediatamente le hace una confesión de su fe exclamando: «Veo que tú eres un profeta». Allí está el segundo momento de su conversión. Es precisamente en este aceptar a Cristo en nuestra vida en donde se fragua nuestra propia conversión.

3.- Reconoce en Cristo al Mesías y culmina su conversión. Tal vez nosotros no comprendemos la magnitud de esas palabras de la samaritana porque en realidad no tenemos idea de la enemistad que existía entre los dos pueblos, pero reconocer un samaritano que un judío era profeta, era un acto de humildad muy grande y que implicaba un vencimiento propio muy fuerte. Cristo, seguramente quedó conmovido ante esa actitud y aprovecha la ocasión para revelar a aquella humilde mujer una verdad muy importante: que Él era el Mesías. Y lo hace en forma breve diciendo: «Yo soy». La samaritana llega a la última etapa de su conversión. Ya ha reconocido sus pecados y ahora acepta la doctrina verdadera: reconoce al Mesías como al Hijo de Dios.

4.- Se convierte en “apóstol” de Jesús. Es entonces cuando la mujer, llena ya de la gracia divina, quiere participara a todos de aquello que ella ha experimentado y olvidándose del motivo que tuvo para acercarse al pozo, deja su cántaro y se dirige al pueblo a compartir lo que ha descubierto. Vemos aquí cómo toda conversión auténtica se proyecta necesariamente a los demás en un deseo de que participen también de la alegría que uno ha descubierto. ¿Nosotros hemos encontrado a Cristo? ¿Lo hemos llevado a nuestro prójimo? El Evangelio nos habla del fruto de la obra de la samaritana, pues dice que «por sus palabras muchos creyeron en Cristo». Ella fue así el instrumento que acercó a Cristo a sus hermanos, quienes ya convencidos empezaron a amar al Señor y a proclamarlo su Salvador. La lección para nosotros es clara. Nos habla del concepto que tenemos de nuestra propia piedad: probablemente trataríamos de evitar a una mujer como la de Sicar, dándola por un caso perdido. Jesús, en cambio, la escogió para convertirla y le indujo a hacer una confesión de fe. Cristo escoge en este caso para ser su apóstol a una mujer pecadora y extranjera, pero dispuesta a la conversión, abierta al cambio de vida y a la gracia. Pensemos que así como ella, nosotros, a pesar de nuestros pasados errores, podemos ser el instrumento para que Cristo llegue a muchas almas. Basta sólo que sinceramente nos arrepintamos y que estemos dispuestos a recibir su gracia y a convertirnos.

José María Martín, OSA

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