Esta parábola del rico y el mendigo es importante en el evangelio de Jesús. Jesús no hace condenar al rico por ser rico. El rico se condena por satisfacerse en su opulencia y no compartir. El rico disfruta hasta el colmo su riqueza y no es capaz de abrir los ojos ante la miseria que tiene al lado.
En esta parábola, San Lucas no nos dice el nombre del rico, pero sí del pobre. El rico es un egoísta que vive para sí mismo y para su dinero, y cuando muere, probablemente haya tenido un entierro pomposo y con mucha gente, pero no tenía amigos en el cielo.
El pobre tal vez muriera solo, pero lo recibe una caravana de ángeles y lo llevan al triunfo, al Reino de Dios.
En esta parábola no debemos ver -porque no lo hay-, un eco de lucha de clases.
Jesús no condena al rico por ser rico, sino por ser «mal rico», por «no ser solidario» con los pobres. El rico se condena por su egoísmo, por no saber compartir.
Y el pobre, «no se salva por ser pobre». El pobre se salva por ser un hombre abierto a Dios y a los demás.
No dice el evangelio que el rico le negara expresamente las sobras de la fiesta al pobre Lázaro. Simplemente el rico ni siquiera vio a Lázaro.
Esta es una lección importante para nosotros.
Nos invita a mirar nuestra vida, y preguntarnos si también nosotros –como el rico-, cerramos los ojos y el corazón ante la situación difícil que pasan muchos hermanos nuestros.
En este tiempo de cuaresma, vamos a proponernos hoy abrir los ojos y estar atentos a la necesidades de quienes tenemos cerca.
Este evangelio nos invita a ser desprendidos. No hay nada que justifique el no atender las necesidades del prójimo. El evangelio da ejemplos de personas muy pobres, que son realmente desprendidas –por ejemplo la viuda que poner sus últimas monedas como ofrenda en el templo-
Nadie es tan pobre que no tenga algo para compartir.
Como lo dice el Santo Padre en su mensaje para el tiempo de cuaresma, todo lo que tenemos, poco o mucho es un don gratuito de Dios, que Él puso en nuestras manos para que lo usemos bien.