Lectio Divina – Viernes II de Cuaresma

No dejemos pasar esta oportunidad: aceptemos a Jesús en nuestra vida

Invocación al Espíritu Santo:

Recibe, ¡oh, Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que te hago en este día para que te dignes ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones: mi director, mi Luz, mi Guía, mi Fuerza y todo el Amor de mi corazón.

Yo me abandono sin reservas a tus divinas operaciones y quiero ser siempre dócil a tus santas inspiraciones.

¡Oh, Espíritu Santo!, dígnate formarme con María y en María según el modelo de vuestro amado JESÚS. Gloria al Padre Creador; Gloria al Hijo Redentor; Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén.

Lectura. Mateo capítulo 21, versículos 33 al 43 y 45 al 46:

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: “Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego lo alquiló a unos viñadores y se fue de viaje.

Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero estos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro, y a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo.

Por último, le mandó a su propio hijo, pensando: ‘A mi hijo lo respetarán’. Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: ‘Este es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia’. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron.

Ahora díganme: Cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?”. Ellos le respondieron: “Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo”.

Entonces Jesús les dijo: “¿No han leído nunca en la Escritura, la piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular? Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable.

Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos”.

Al oír estas palabras, los sumos sacerdotes y los fariseos comprendieron que Jesús las decía por ellos y quisieron aprehen- derlo, pero tuvieron miedo a la multitud, pues era tenido por un profeta.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Con esta parábola, Jesús dirige su palabra crítica a los sumos sacerdotes y senadores del pueblo, a los jefes de Israel, y a los fariseos (v. 45). La viña de la parábola –una comparación ya usada por el profeta Isaías- es todo el pueblo de Israel, pero los jefes son los responsables que deben cuidar de esa viña y dar al amo lo que le pertenece y espera; esto es, el derecho y la justicia.

No hay padre que entregue a su hijo a semejante banda de criminales, pero Dios ha amado tanto al mundo que ha entregado a su propio Hijo para que se salven cuantos crean en él y tengan vida (Juan capítulo 3, versículos 16). En estas palabras de Jesús hay una profecía de la muerte que le espera en Jerusalén y una confesión indirecta de que él es el Hijo de Dios. Mateo, teniendo en cuenta los acontecimientos de la crucifixión de Jesús en el calvario, dice aquí que los arrendatarios, agarrando al heredero, “lo empujaron fuera de la viña y lo mataron”. Recordemos que Jesús murió fuera de los muros de Jerusalén, rechazado por los jefes de Israel y el pueblo judío. Hecho este al que atribuye un hondo significado el autor de la carta a los hebreos (13, versículos 12s).

Jesús acostumbraba a referirse a su muerte sin olvidar nunca la resurrección (16, 21; 17, 23; 20, versículos 19). Por eso añade ahora una alusión a su exaltación final, sirviéndose de la cita del salmo 117(118): la piedra que desecharon los constructores…

Meditación:

En nuestra sociedad, hay un creciente pensamiento de que la felicidad se encuentra en olvidarse de los problemas de nuestra vida y vivir como si no existieran. La felicidad en los tiempos modernos, se resume en placeres, amor propio, independen- cia. Pensemos en que el primer pecado de Adán y Eva fue el placer y el querer ser independientes. El querer ser como Dios.

Abramos nuestro corazón para reflexionar y alzar nuestra mirada en Jesucristo Crucificado. Jesucristo sabe que las solu- ciones que el mundo nos ofrece no son las más acertadas. Él quiere ayudarnos y para eso nos pide que creamos en él y que nos aferremos a Él como un hijo se aferra en la cintura de su padre cuando siente temor. Sepamos poner todas nuestras preocupaciones en sus manos y a vivir nuestra vida dándonos a nuestros seres queridos. Cumpliendo con nuestros deberes habituales, para que nuestra vida sea plena.

Oración:

Con un himno de la liturgia de las horas (laudes del viernes de la primera semana).

Edificaste una torre para tu huerta florida; un lagar para tu vino y, para el vino, una viña. Y la viña no dio uvas, ni el lagar, buena bebida: solo racimos amargos y zumos de amarga tinta. Edificaste una torre, Señor, para tu guarida; un huerto de dulces frutos, una noria de aguas limpias, un blanco silencio de horas y un verde beso de brisas. Y esta casa que es tu torre, este mi cuerpo de arcilla, esta sangre que es tu sangre y está herida que es tu herida te dieron frutos amargos, amargas uvas y espinas. ¡Rompe, Señor, tu silencio, ¡rompe tu silencio y grita! Que mi lagar enrojezca cuando tu planta lo pisa, y que tu mesa se endulce con el vino de tu viña. Amén.

Contemplación:

Del profeta Isaías (5, versículos 1 al 7):

Cantaré a mi amigo la canción de su amor por su viña. Adquirió mi amigo una viña en un collado fértil. La cavó, la despedregó y la plantó de cepas escogidas, y edificó una torre en medio de ella, y construyó en ella un lagar, y esperó hasta que diese uvas, y dio agraces. Ahora, pues, habitantes de Jerusalén, y vosotros, ¿oh varones de Judá!, sed jueces entre mí y mi viña. ¿Qué es lo que debí hacer, y que no haya hecho por mi viña? ¿Por qué esperé que llevase uva y ella dio agraces? Pues ahora os diré claramente lo que voy a hacer con mi viña; le quitaré su cerca, y será talada; derribaré su tapia, y será hollada. Y la dejaré que se convierta en un erial; no será podada ni cavada, y crecerán en ella zarzas y espinas, y mandaré a las nubes que no lluevan gotas sobre ella. La viña del señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá, su plantel delicioso, y me prometí de ellos justicia y no veo más que sangre; equidad, y no oigo sino gritos de espanto.

Oración final:

Cristo, tu ejemplo en la cruz me motiva a vivir con más entusiasmo y con más sacrificio mi vida. Estoy valorando cada vez más ese gran regalo de depender de ti. Ayúdame a alzar mi mirada a ti cada vez que me sienta desfallecer en el camino. Ayúdame a amarte más y a demostrártelo con hechos siendo fiel a mis obligaciones diarias. Gracias Señor por amarme. Gracias Dios, por ser mi Dios.

Propósito:

Hoy le pediré a Cristo frente a un crucifijo durante 5 minutos, la gracia de seguirlo y le pediré fuerzas para cargar con valentía mi cruz de cada día.

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Homilía – Viernes II de Cuaresma

En esta parábola, conocida como de los viñadores homicidas, el Señor resume la historia de la salvación. El Señor compara a Israel con una viña escogida, provista de una cerca, de su lagar, con su torre de vigilancia algo elevada, donde se coloca el guardián encargado de protegerla. Dios no ha escatimado nada para cultivar y embellecer su viña.

Cada rasgo tiene su propia significación: los servidores, enviados por el Señor, son los profetas; el hijo es Jesús, muerto fuera de las murallas de Jerusalén; los viñadores son los judíos infieles: los escribas y fariseos; el otro Pueblo al que se confiará la viña son los paganos. La ausencia del dueño da a entender que Dios confió realmente Israel a sus jefes. De allí surge la responsabilidad de estos jefes y la exigencia del dueño a rendir cuentas, para lo que envía a sus siervos a percibir los frutos de la viña.

El segundo envío de los siervos a reclamar lo que debían a su dueño, y que corre la misma suerte del primero, es una alusión a los malos tratos infringidos a los profetas de Dios por los reyes y los sacerdotes de Israel. San Mateo también nos dice en otro pasaje del Evangelio que: «los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que estaba refiriéndose a ellos».

Finalmente les envió a su propio Hijo, pensando que a Él sí lo respetarían.

La maligna intención de los viñadores de asesinar al hijo heredero, para quedarse ellos con la herencia, es el desatino con que los jefes de la sinagoga, enceguecidos por la ambición, esperan quedar como dueños indiscutibles de Israel al matar a Cristo

Para nosotros, los cristianos de todos los tiempos, está parábola es una exhortación a la fidelidad a Cristo, para no reincidir en el delito de aquellos judíos de la parábola.

Nosotros también recibimos numerosos envíos del Señor. Al igual que los viñadores del pasaje del Evangelio, llegan a nosotros muchas inspiraciones del Espíritu Santo, sentimientos, consejos, lecturas. Escuchamos con frecuencia homilías y reflexiones

Todas estas llamadas provienen del Señor. Con mucha frecuencia no sabemos recibirlas como tales, ni las respetamos como en realidad son.

El Padre nos envía además al mismo Jesús, que es camino, verdad y vida. Él nos enseña mediante la Palabra. Él, a través de los sacramentos nos da la gracia y se hace verdaderamente presente en la Eucaristía.

Pero nosotros nos comportamos como los inquilinos de la viña, que no reconocemos a los enviados del dueño, ni aún a su propio Hijo.

En este tiempo de Cuaresma, que es tiempo de conversión, detengámonos algunos momentos para revisar como hemos recibido a los mensajeros de Dios, a sus enviados,… y en particular a Jesús, enviado por el Padre, que ha querido también hacerse nuestro Consejero,… nuestro Compañero,… nuestro Amigo,… y nuestro Hermano mayor.

Comentario – Viernes II de Cuaresma

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Mateo 21, 33-43. 45-46

La historia de José se repite en Jesús.

La parábola de los viñadores que llegan a apalear a los enviados y a matar al hijo parece calcada del poema de Isaías 5, con el lamento de la viña estéril. Pero aquí es más trágica: «Matémoslo y nos quedaremos con su herencia». Los sacerdotes y fariseos entendieron muy bien «que hablaba de ellos» y buscaban la manera de deshacerse de Jesús.

También aquí, lo que parecía una muerte definitiva y sin sentido, resultó que en los planes de Dios conducía a la salvación del nuevo Israel, como la esclavitud de José había sido providencial para los futuros tiempos de hambre de sus hermanos y de su pueblo. El evangelio cita el salmo pascual por excelencia, el 117: «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». La muerte ha sido precisamente el camino para la vida. Si el pueblo elegido, Israel, rechaza al enviado de Dios, se les encomendará la viña a otros que sí quieran producir frutos.

a) Durante la Cuaresma, y en particular los viernes, nuestros ojos se dirigen a la Cruz de Cristo.

Todavía con mayor motivo que José en el AT, Jesús es el prototipo de los justos perseguidos y vendidos por unas monedas. La envidia y la mezquindad de los dirigentes de su pueblo le llevan a la muerte. Su camino es serio: incluye la entrega total de su vida.

Nuestro camino de Pascua supone también aceptar la cruz de Cristo. Convencidos de que, como Dios escribe recto con líneas torcidas, también nuestro dolor o nuestra renuncia, como los de Cristo, conducen a la vida.

b) También tenemos que recoger el aviso de la esterilidad y la infidelidad de Israel.

Nosotros seguramente no vendemos a nuestro hermano por veinte monedas. Ni tampoco traicionamos a Jesús por treinta. No sale de nuestra boca el fatídico propósito «matémosle», dedicándonos a eliminar a los enviados de Dios que nos resultan incómodos (aunque sí podamos sencillamente ignorarlos o despreciarlos).

Pero se nos puede hacer otra pregunta: ¿somos una viña que da sus frutos a Dios? ¿o le estamos defraudando año tras año? Precisamente el pueblo elegido es el que rechazó a los enviados de Dios y mató a su Hijo. Nosotros, los que seguimos a Cristo y participamos en su Eucaristía, ¿podríamos ser tachados de viña estéril, raquítica? ¿se podría decir que, en vez de trabajar para Dios, nos aprovechamos de su viña para nuestro propio provecho? ¿y que en vez de uvas buenas le damos agrazones? ¿somos infieles? ¿o tal vez perezosos, descuidados?

En la Cuaresma, con la mirada puesta en la muerte y resurrección de Jesús, debemos reorientar nuestra existencia. En este año concreto, sin esperar a otro.

«A ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado» (entrada)

«Lleguemos a las fiestas de Pascua con perfecto espíritu de conversión» (oración)

«Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único» (aclamación)

«La viña se dará a un pueblo que produzca frutos» (evangelio)

«Que el fruto de esta celebración se haga realidad permanente en nuestra vida» (ofrenda)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 2

Allí estabas tú, mi Dios

Caminante soy, Señor,
siempre en búsqueda por los caminos de la vida.
Cansado y abatido muchas veces
hago mi camino entre pruebas, llantos y alegrías,
en búsqueda de un pozo de agua nueva y cristalina.

Esta búsqueda eterna crea en mí una sed insaciable.
Porque he caminado y vivido como si no existieras,
como si fueras alguien siempre desconocido,
sabiendo que si nuestro encuentro fuera posible
tu agua limpia clarificaría todos los interrogantes de mi vida.

Como la samaritana, he dado contigo sin darme cuenta,
harto de babear aguas superficiales y sucias,
y me has llevado, sin darme cuenta,
al manantial de la vida.
No me trataba contigo, pero, ahora,
ya no puedo vivir sin ti.

Mi pozo es profundo, ya lo sabes,
con fragilidades infinitas, pero con sed de agua limpia,
con ansias de pecador arrepentido y perdonado.
Hazme vaso y cántaro nuevos
para llevar tu agua a mis hermanos,
agua del surtidor que salta hasta la vida eterna.

Hoy el día es tan claro que puedo fácilmente adivinarte:
¡Cuánto tiempo anduve buscándote,
cuánto tiempo perdido en una noche sin aurora!

Y tú, mi Dios, nada de preguntas inquisitorias;
aceptas mi camino, extiendes el mantel de la amistad

y me abres tu casa para que pueda descansar junto a ti.

Hoy podría reconocer tu presencia
en medio de la selva o en la infinita soledad del desierto.
Porque no te conocía, pero, ahora,
ya no puedo vivir sin ti,
¡Señor mío y Dios mío!

Misa del domingo

Ya desde los primeros siglos del cristianismo las lecturas dominicales de los evangelios del tercer, cuarto y quinto Domingo de Cuaresma obedecían a un deseo de acompañar en la etapa final de su itinerario a los catecúmenos, próximos ya al Bautismo que se llevaría a cabo durante la Vigilia pascual. En estas sucesivas lecturas el Señor Jesús promete a la samaritana el agua viva (III Domingo de Cuaresma), da la vista al ciego de nacimiento (IV Domingo de Cuaresma) y resucita a Lázaro (V Domingo de Cuaresma). Agua, luz y vida son claves fundamentales para comprender lo que el sacramento del Bautismo realiza en quien es bautizado.

Este Domingo escuchamos el largo relato del encuentro y diálogo del Señor Jesús con una samaritana. El Señor había decidido abandonar Judea y volver a Galilea luego de enterarse de que había llegado a oídos de los fariseos que Él —junto con sus discípulos— «bautizaba más que Juan» (Jn 4,1). Para llegar a Galilea tenía que pasar por Samaria. Llega a una ciudad llamada Sicar y fatigado del camino se sienta junto al pozo, mientras sus discípulos van a la ciudad en busca de comida.

El Señor Jesús como cualquier hombre está cansado de tanto caminar (ver Jn 4,6). Comenta San Agustín que «el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed» (Serm. 78, 6). La sobreabundancia de amor le ha movido a ponerse en marcha por los caminos de los hombres para salir en busca de ellos y llevarlos de vuelta a la casa del Padre.

El evangelista menciona que «era alrededor de la hora sexta» (Jn 4,6), es decir, cerca de mediodía, cuando el sol cae a plomo, cuando el calor y la luz solar alcanzan su máxima intensidad y esplendor, el momento en el que una mujer se acerca al pozo para extraer agua. Él mismo es «la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9), sin embargo, esta Luz no brilla aún en el interior de aquella mujer que está sumida en las tinieblas del pecado. Mas esta situación justamente es la que ha de cambiar en la medida en que el Señor mismo se revela a esta mujer mediante una espléndida catequesis. Poco a poco la luz del Señor irá penetrando en su interior, disipando las tinieblas hasta vencerlas finalmente en el enfrentamiento directo con el pecado. Entonces la Luz del Mediodía, que es Cristo mismo, brillará también en todo su esplendor en la mente y corazón de esta mujer, produciéndose el encuentro pleno con el Mesías Reconciliador.

Al acercarse la samaritana al pozo Jesús se dirige a ella para pedirle: «Dame de beber» (Jn4,7). La samaritana se sorprende: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (Jn 4,9). El evangelista explica la causa de su sorpresa: «porque los judíos no tienen trato con los samaritanos». En realidad, judíos y samaritanos se odiaban, de modo que entre ellos había un trato sumamente hostil y agresivo. El Señor responde: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y Él te daría agua viva». Todo ser humano necesita del agua para vivir. El agua que la samaritana encuentra en el pozo es un agua que saciará su sed de momento, más no es una agua que la apagará definitivamente. Una y otra vez tendrá que volver al pozo para buscar esa agua que necesita para vivir. El Señor le promete en cambio un agua viva, que apagará definitivamente su sed: «el que be­ba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial que brota hasta la vida eterna». ¿De qué agua se trata? «El Espíritu Santo es el “agua viva” que, en el corazón orante, “brota para vida eterna” (Jn 4,14). Él es quien nos enseña a recogerla en la misma Fuente: Cristo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2652).

El Señor Jesús es la Fuente de esta Agua viva, es la nueva «roca que nos salva» (Sal 94,1; ver también Sal 88,27; 18,15), roca de la cual ha brotado “el agua” para que bebiese el nuevo pueblo elegido. En efecto, «“bautizados en un solo Espíritu”, también “hemos bebido de un solo Espíritu” (1Cor 12, 13): el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna» (Catecismo de la Iglesia Católica, 694).

Esta Roca, que es Cristo el Señor, fue golpeada ya no con el cayado de Moisés (1ª. lectura), sino con la lanza de un soldado: «El agua de la roca era la figura de los dones espirituales de Cristo», que brotaron para toda la humanidad de su amoroso corazón como de una nueva fuente.

Mediante el amor derramado en los corazones por el Espíritu Santo (2ª. lectura) el Reconciliador del mundo sacia verdaderamente la sed de Infinito que inquieta el corazón de todo ser humano.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

¿Quién de nosotros no le teme y huye a la soledad, a la tristeza, al vacío, al sufrimiento y dolor? ¿Quién no anhela ser feliz? Diariamente, incluso sin ser conscientes de ello, nos vemos impulsados por ese anhelo de felicidad que nos lanza a buscar incesantemente por aquí y por allá, probando de esto o lo otro, para encontrar aquella fuente en la que podamos apagar nuestra sed de felicidad. Todos nosotros podemos reconocer en este ir y venir de la samaritana al pozo en busca de un poco de agua, cómo en nuestra propia vida buscamos incesantemente un agua que apague una sed profunda, nuestra sed de felicidad.

Pero una cosa es saciar esa sed definitivamente y otra calmarla de momento. Muchos creen que van a resolver su sed de felicidad como la samaritana: “llenando” su vida, su vacío interior, su anhelo de ser felices, con la compañía, la seguridad, el afecto o incluso la satisfacción sensual que le producen ciertas relaciones. Si no encuentran agua en un “pozo” y fracasan, buscarán saciar su sed en otro “pozo”. Así andan de pozo en pozo, sin saber cómo resolver verdaderamente esa sed de felicidad. No hacen sino vivir llenando vacíos y “tapando huecos” de día en día, procurando llenar ese vacío de infinito con experiencias que lejos de apagar la sed la agudizan cada vez más, la hacen cada vez más cruel.

¿Cómo saciar definitivamente mi sed de felicidad? Cristo nos invita a acudir a Él. Él no solo tiene la respuesta: ¡Él es La Respuesta! Sí, el Señor Jesús nos permite comprender el origen de esta sed así como también el modo de saciarla definitivamente: «el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás» (Jn 4,14). Y es que la sed de felicidad que experimenta todo ser humano, que experimentamos tú y yo en lo más profundo de nuestro ser, es en realidad una sed de Dios, y como tal, no podrá ser saciada finalmente sino solamente por Él.

En este acudir a Cristo no se trata de renunciar a las fuentes de alegría de las que Dios lícitamente ha querido que gocemos en nuestro terreno peregrinar. Pero tampoco se trata de quedarnos en ellas, o de aferrarnos a ellas cuando Dios nos pide dar un paso más. Son una invitación a volver nuestros ojos a Dios mismo, la fuente de donde nos vienen tantas alegrías, para darle gracias y buscar en Él esa agua viva que apague definitivamente, y por toda la eternidad, nuestra sed de felicidad.

Comentario al evangelio – Viernes II de Cuaresma

Jesús acoge a los pobres y a los pecadores, no por sus méritos ni por su capacidad de cumplir la ley, sino porque son amados por el Padre, son los hijos pródigos que Dios espera siempre en su casa. Es la fe la que salva, no la ley ni los méritos; por eso, la mirada de Jesús y sus gestos de acogida contrastan con la mirada fría y condenadora los fariseos, que son incapaces de experimentar el paso de Dios en su propia vida.

Quien ha sido perdonado se compromete a seguir al Señor en la práctica de la misericordia. Cuando somos tocados por Él nuestra vida adquiere un nuevo sentido. Muchas personas alcanzaron de modo directo, en contacto con Jesús, el precioso don del perdón. Del mismo modo, nosotros peregrinos del Reino, somos mensajeros de la cercanía de Dios, dispensadores del amor que perdona sin límites.

Jesús nos advierte que nuestro culto a Dios debe pasar necesariamente por las relaciones humanas. Quien vive de odio y rencor no conoce realmente la dinámica del mundo nuevo del Reino de Dios. La conversión que se nos pide en esta nueva Cuaresma nos exige transformar nuestra forma de relacionarnos con el prójimo, desenmascarar al ego personal que pretende constituirse en juez de los demás. Quien sigue los criterios del ego se hace reo de sí mismo y se aleja de la auténtica adoración en espíritu y verdad (Cf. Jn 4, 23-24)

Podríamos preguntarnos personalmente que tan acogedores y misericordiosos somos con el prójimo; si somos como Jesús, o los fariseos. Con la misma medida que usemos para medir, seremos medidos. Pidamos al Señor asemejarnos cada día más a Él.

Juan Carlos, cmf

Meditación – Viernes II de Cuaresma

Hoy es viernes II de Cuaresma.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 21, 33-43, 45-46):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«Escuchad otra parábola:
“Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos.
Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto a mi hijo’.
Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: ‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’.
Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron.
Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”».
Le contestan:
«Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo».
Y Jesús les dice:
«¿No habéis leído nunca en la Escritura:
“La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente”?
Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos.
Y, aunque intentaban echarle mano, temieron a la gente, que lo tenía por profeta.

En este pasaje del Evangelio de San Mateo podríamos decir que Jesús hace un “juego de espejos” Por un lado en la parábola tenemos el reflejo de su propia Pasión y muerte (el dueño de la viña envía a su hijo que es asesinado por los malos trabajadores, igual que Él lo será) Y por otro lado pone ante el espejo a los escribas y fariseos que hicieron lo mismo con algunos profetas y lo harán también con Él. Es decir: Cristo nos enfrenta con nosotros mismos, con nuestras faltas, nuestras ambiciones, nuestras malas artes…Porque esta parábola se puede aplicar en nuestros días. A poco que hagamos memoria recordaremos casos de hombres de Dios que han sido asesinados por los poderosos a causa de la incomodidad del mensaje que transmitían: Sacerdotes, misioneros, obispos, religiosos, seglares martirizados por predicar la Palabra de Dios y denunciar las injusticias del mundo.

Al final del pasaje vemos como los escribas y los fariseos saben perfectamente que Jseús se está refiriendo a ellos, y como el mensaje les es molesto maquinan la forma de deshacerse de Él. Su único temor es la gente que se les pueda echar encima ¿Y por qué? Muy sencillo: Porque Jesús predica la Verdad, porque de su boca salen palabras de vida eterna que denuncian las injusticias. Exactamente igual que hoy. Nosotros mismos hay veces que nos escandalizamos de la postura que toma la Iglesia ante determinados asuntos (aborto, eutanasia, abusos sociales…) porque denuncia lo que “la sociedad” quiere dar por bueno (la “cultura” de la muerte frente a la vida por ejemplo) Por eso esta parábola es digna de nuestra reflexión. Tenemos que ser buenos labradores, saber cuidar de la viña con la diligencia que el dueño espera de nosotros y debemos dar cuenta del fruto que se nos ha encomendado con valentía y honradez. En las cosas de Dios no caben las medias tintas: o se está con Él o contra Él. Sepamos distinguir y conocer a la “piedra desechada por los arquitectos” y hagamos de ella la piedra angular de nuestra vida.

D. Luis Maldonado Fernández de Tejada, OP

Liturgia – Viernes II de Cuaresma

VIERNES DE LA II SEMANA DE CUARESMA, feria

Misa de la feria (morado)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio Cuaresma.

Leccionario: Vol. II

            La Cuaresma: Acoger el reino y no rechazar al enviado.

  • Gén 37, 3-4. 12-13a. 17b-28. Ahí viene el soñador; vamos a matarlo.
  • Sal 104. Recordad las maravillas que hizo el Señor.
  • Mt 21, 33-43. 45-46. Este es el heredero: venid, lo matamos.

Antífona de entrada          Cf. Sal 30, 2. 5
A ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado; sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi protector.

Monición de entrada y acto penitencial
La liturgia sigue preparándonos para las celebraciones pascuales. Todos los cristianos este día también rezamos el Santo Vía Crucis, con el que meditamos en la vía dolorosa de Cristo, que fue rechazado y llevado a la muerte, como nos lo recuerdan las lecturas de hoy.

  • Señor, ten misericordia de nosotros.
    — Porque hemos pecado contra Ti.
  • Muéstranos, Señor, tu misericordia.
    — Y danos tu salvación.

Oración colecta
CONCÉDENOS, Dios todopoderoso,
llegar a lo que está por venir
con los corazones limpios,
por el santo esfuerzo purificador de la penitencia.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Aprovechando este tiempo que nos es concedido, pidamos al Señor que acreciente en nosotros la capacidad de servirle con alegría y gratuidad.

1.- Por la Iglesia, que nunca ceda a las seducciones de la riqueza y del poder que destruyen la verdadera dignidad del hombre, sino que acoja y manifieste a todos el poder de Dios y promueva los tesoros del Reino celestial. Roguemos al Señor.

2.- Por el Papa Francisco, los obispos, los sacerdotes y los diáconos, para que sean siervos dóciles a la voluntad del Padre y testigos auténticos del amor del Señor por la humanidad sufriente y necesitada de salvación. Roguemos al Señor.

3.- Por las naciones en las que la violencia, la arrogancia y la prevaricación de los unos contra los otros son situaciones cotidianas, para que el Señor suscite personas capaces de restablecer la paz y educar en el respeto y en el servicio recíproco a la sociedad, para una convivencia pacífica. Roguemos al Señor.

4.- Por los que sufren persecuciones injustas a causa del Evangelio, para que asocien su dolor a la cruz de Cristo, de quien vendrá su recompensa. Roguemos al Señor.

5.- Por todos nosotros, para que sepamos escuchar a aquellos que el Señor nos envía para corregirnos y hacernos descubrir la alegría de poner nuestra vida con generosidad al servicio del Evangelio y del prójimo. Roguemos al Señor.

Dios, Padre de inmensa bondad, que has enviado a tu Hijo para restituirnos nuestra verdad de hijos tuyos, no te canses nunca de venir a nuestro encuentro y de derribar muro de nuestro egoísmo y de nuestro rechazo. Por Cristo nuestro Señor

Oración sobre las ofrendas
TE pedimos, oh Dios,
que tu misericordia
prepare debidamente a tus siervos
y los conduzca a celebrar estos misterios
con una conducta piadosa.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de Cuaresma

Antífona de comunión          1 Jn 4, 10
Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.

Oración después de la comunión
SEÑOR, después de recibir
la prenda de la eterna salvación,
haz que la procuremos de tal modo
que podamos llegar a ella.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
TE pedimos, Señor, que concedas a tu pueblo
la salud de alma y cuerpo,
para que, haciendo el bien,
merezca ser defendido siempre por tu protección.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

San Macario

De San Macario, obispo de Jerusalén, quién vivió entre los siglos III y IV, hablan elogiosamente Eusebio, san Atanasio y san Ambrosio.

Al morir san Hermón, obispo de aquella ciudad, en el año 314, lo sucedió Macario. El arrianismo comenzaba a extenderse vigorosamente en este tiempo por Oriente; sabemos por san Atanasio que Macario salió valientemente a combatirlo. En el concilio de Nicea, su nombre figura primero en la lista de los obispos palestinos que firmaron las actas con la condena de la herejía.

Macario (cuyo nombre significa «dichoso») se hizo célebre por su intervención en el descubrimiento de la santa cruz de Jerusalén. Hallada la cruz de Jesús, en septiembre del año 320, al parecer el día 14, la emperatriz santa Elena posteriormente mandó edificar en el sitio una iglesia.

En el lugar en que, por inspiración divina, mandó cavar la emperatriz, se encontraron tres cruces, enterradas en tiempos del emperador Adriano, y una inscripción. Pero ¿a cuál pertenecía la inscripción?, ¿cuál era la de Cristo? El historiador eclesiástico Rufino manifiesta que ello fue posible gracias a la intervención de Macario, presente en la excavación. Éste hizo que llevaran al lugar a una mujer agonizante, la cual tocó las cruces, y al hacerlo en la tercera quedó instantáneamente curada. Así se habría demostrado cuál era la cruz en que murió el Salvador.

Eusebio, en su Historia, transcribe una carta del emperador Constantino el Grande, hijo de santa Elena, en la cual éste encarga a san Macario la construcción de una iglesia en el lugar del descubrimiento. La consagración de esta magnífica basílica, conocida como el Santo Sepulcro de Jerusalén, ocurrió el 14 de septiembre (para que la celebración de ambos acontecimientos tuviese lugar en la misma fecha) del 335, año en que al parecer murió nuestro santo.