Allí estabas tú, mi Dios

Caminante soy, Señor,
siempre en búsqueda por los caminos de la vida.
Cansado y abatido muchas veces
hago mi camino entre pruebas, llantos y alegrías,
en búsqueda de un pozo de agua nueva y cristalina.

Esta búsqueda eterna crea en mí una sed insaciable.
Porque he caminado y vivido como si no existieras,
como si fueras alguien siempre desconocido,
sabiendo que si nuestro encuentro fuera posible
tu agua limpia clarificaría todos los interrogantes de mi vida.

Como la samaritana, he dado contigo sin darme cuenta,
harto de babear aguas superficiales y sucias,
y me has llevado, sin darme cuenta,
al manantial de la vida.
No me trataba contigo, pero, ahora,
ya no puedo vivir sin ti.

Mi pozo es profundo, ya lo sabes,
con fragilidades infinitas, pero con sed de agua limpia,
con ansias de pecador arrepentido y perdonado.
Hazme vaso y cántaro nuevos
para llevar tu agua a mis hermanos,
agua del surtidor que salta hasta la vida eterna.

Hoy el día es tan claro que puedo fácilmente adivinarte:
¡Cuánto tiempo anduve buscándote,
cuánto tiempo perdido en una noche sin aurora!

Y tú, mi Dios, nada de preguntas inquisitorias;
aceptas mi camino, extiendes el mantel de la amistad

y me abres tu casa para que pueda descansar junto a ti.

Hoy podría reconocer tu presencia
en medio de la selva o en la infinita soledad del desierto.
Porque no te conocía, pero, ahora,
ya no puedo vivir sin ti,
¡Señor mío y Dios mío!

Anuncio publicitario