El pozo que, todos, tenemos

Nos preocupa, sobre todo en España, la escasez de agua. Miramos hacia el cielo deseando que, el Señor, la envíe abundantemente porque, sin ella, es difícil vivir y, sin ella, todo –personas, animales y valles- se resecan.

1.- Lo mismo que la tierra tiene sed, algo parecido le ocurrió a Jesús. Estaba cansado, sediento y….pedía agua. Al borde de un pozo, la Samaritana, quería quedarse en lo superficial (que también es importante) pero Jesús le ofrece otro agua que es surtidor de paz y de vida interior, de felicidad y de dicha.

¿Dónde tienes tú el cántaro? Respondería la Samaritana. Decía, reclamaba y hacia como tantas veces, lo hacemos nosotros cuando ponemos trabas e inconvenientes a Dios para que El no actúe en nuestras vidas. ¿De qué estamos sedientos? ¿Del agua cristalina y fresca? ¿O de algo más? El mundo, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, están/estamos saturados de todo y, a la vez, de nada. Sentimos que no nos falta lo necesario para vivir y, en un sentimiento encontrado, percibimos que nos falta siempre un “algo” para ser felices.

Es entonces cuando, Jesús, entra en acción. No nos ofrece el agua embotellada o etiquetada que el negocio nos vende. Jesús, consciente de la sed del hombre, esa sed que no es apagada por la frescura del agua corriente, nos lleva a una fuente que calma nuestra ansiedad y sed de Dios. Entre otras cosas, sentarse junto al pozo de Jesús, implica –además- sentarse frente a la verdad de uno mismo. Y, esto, ¡cuánto nos cuesta!

2.- Todos, también los que estamos preparándonos a los días santos de la Pascua, tenemos un pozo donde y en el que encontrarnos con el Señor.

. El pozo de la oración. En él, el Señor, nos moldea y nos habla. Es un pozo en el que, el corazón que busca a Dios, se abre de tal manera, que el Espíritu obra maravillas en él.

. El pozo de la Eucaristía. Cuando nos acercamos a ella sentimos que, además de mitigar la sed, el Señor nos alimenta y fortalece para seguir batallando en la vida.

. El pozo de la Palabra. Al acercarnos al pozo de la Palabra sentimos que el Señor nos interpela con la misma fuerza que a la Samaritana. Parece como si, ésta o aquella Palabra, estuviera expresamente indicada, dicha y diseñada para cada uno de nosotros. Como si Dios, al igual que lo obró en la misma Samaritana, tuviera especial interés en despertar nuestra sed por El y para El.

. El pozo de la Iglesia. Muchos hermanos nuestros, amigos y conocidos, prefieren buscarse sus propias fuentes para creer y esperar. Pero ¿Quién nos ha dado de beber, con pasión de madre y gratuitamente, el agua del Evangelio, del amor de Dios o de los sacramentos que incentiva y da vida a nuestra fe? El pozo de la Iglesia. En él nos sentamos para escuchar la Palabra; para ponernos en paz con Dios por el sacramento de la reconciliación; para recibir el pan de la Eucaristía o para compartir, lo mucho o lo poco que tenemos, con los más necesitados.

3.- Frente a un mundo hambriento y sediento de lo superfluo, la Samaritana, representa esa parte interior, que todos nosotros poseemos, y que está llamada a despertar, cuidarse y descubrirse por el encuentro personal con Jesús.

Está bien que, como necesitados del agua natural, la pidamos a Dios pero, de igual manera, miremos un poco más allá; profundicemos bajo las aguas del simple pozo de nuestra existencia y…busquemos ese Espíritu que nos puede dar vida y tonificar totalmente, de arriba abajo, lo que somos, pensamos y realizamos.

4.- TÚ, SEÑOR, ERES EL POZO DE AGUA VIVA

Soy caminante en busca de lo alto
y por ello tengo sed, no tanto de beber,
cuanto de llegar a Dios.

¡TÚ, SEÑOR, ERES EL POZO DE AGUA VIVA!
Mi camino, cansado y abatido,
son pasos que conducen hacia alguien:
¿Estarás al final, Jesús?
Mi camino, sabiendo que Tú esperas,
sé que será sendero que conducirá
entre pruebas y llantos
alegrías y penas, al pozo de la amistad

¡TÚ, SEÑOR, ERES EL POZO DE AGUA VIVA!
Sentarme junto a Ti, Señor,
es contemplar la grandeza y la pobreza de mi vida
es entender que, Tú, como nadie
pones sobre la mesa aquello que , de mi vida,
muy poco o nada, me interesa pregonar ni ver.

¡TÚ, SEÑOR, ERES EL POZO DE AGUA VIVA!
¿Cómo me darás de ese agua viva?
¿Cómo la sacarás, Señor?
¿Dónde tienes un cántaro?
¡Ah! ¡Ya lo sé, Señor!
Yo soy el vaso y el cántaro
con los cuales sacarás, para mí y para los demás,
el agua viva que brota a chorros
de la fuente de tu costado.

¡TÚ, SEÑOR, ERES EL POZO DEL AGUA VIVA!
Entra, Señor, en el pozo de mi alma:
es hondo, como el de la Samaritana
con fragilidades, como la vida de la Samaritana
con sed de agua limpia, como la de la Samaritana
con sed de Dios, como la de la Samaritana
Entra, Señor, en el pozo de mi alma
Y que, como la Samaritana, pueda decir también
He estado con Jesús…y sabe todo lo que he hecho
Amén.

Javier Leoz

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Lectio Divina – Sábado II de Cuaresma

El testigo promueve el regreso de su hermano a la casa del Padre

Invocación al Espíritu Santo:

¡Ven Espíritu Santo!, y dame, el amor y la comprensión de la Palabra de Dios. Abre mis oídos para escucharla y dame fuerza de voluntad para seguirla y obedecerla. ¡Ven Espíritu Santo!, destruye mi egoísmo con el fuego de tu luz y hazme morir al hombre viejo que me amarra al pecado. Amén.

Lectura. Lucas capítulo 15, versículos 1 al 3 y 11 al 32:

Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.

Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ́Padre, dame la parte de la herencia que me toca ́. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.

Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ́Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo ́.

Pero el padre les dijo a sus criados:

́ ¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado ́. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida estaba perdido y lo hemos encontrado’ “.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

El pasaje de la Sagrada Escritura nos recuerda el tema de la búsqueda y el hallazgo de lo que estaba perdido, y de manera concreta en la parábola del “Hijo pródigo”. Hay que destacar antes que nada algunos datos que nos ayudarán a lograr una mejor comprensión del mensaje contenido en esta parábola: La ley judía preveía que el hijo más joven recibiera un tercio de la fortuna de su padre. Y aunque la división de las propiedades del padre podía hacerse en vida, los hijos no accedían a la herencia hasta después de la muerte del padre. Conociendo estos datos, la inmensa bondad de Dios, representado en el padre de la parábola, está ya insinuada desde el comienzo del relato. Esta parábola, en efecto nos muestra la bondad del padre que olvida todo lo que le hizo el hijo pródigo. Sin embargo, su gran generosidad no es comprendida por el hijo mayor, el cual, con una actitud semejante a la de los fariseos y maestros de la ley, se niega a participar en la fiesta, y llena de reproches a su padre. La respuesta del Padre pasa por alto los reproches del hijo y lo invita de nuevo a compartir la fiesta y a experimentar la alegría por haber encontrado a quien estaba perdido.

Meditación:

Sabiendo que somos hijos de Dios pensamos que lo merecemos todo. A veces no somos ni capaces de agradecer a nuestro Creador por el gran don de la vida. Y, mucho menos, nos esforzamos por corresponder a su amor infinito.
¿Cuánto hemos recibido de Dios? ¡Todo! Sin embargo, lo vemos como una obligación de parte de Él. Podríamos llegar a quejarnos cuando no recibimos lo que queremos y tal vez hasta hemos llegado al punto de exigirle.

Dios, en su infinita bondad, no cesa de colmarnos de sus gracias y hasta cumple con nuestros caprichos. No importa si le agradecemos o no.
Lo más hermoso es ver que Dios no se cansa y por mucho que nos alejemos de Él, cuando deseamos volver, ahí está con los brazos abiertos esperándonos con un corazón lleno de amor.

Dios es el Pastor que se alegra al encontrar la oveja perdida. Él es el Padre misericordioso que espera a su hijo perdido con grandes ansias, le perdona cualquier falta cuando ve un verdadero arrepentimiento y lo llena de su amor. Digamos a Cristo: “Señor Tú lo sabes todo tú sabes que te quiero”.

Oración:

Señor nuestro, lleno de bondad y amor, que siempre esperas nuestro regreso, como el Padre comprensivo que sale al encuentro de su hijo, el cual ha malgastado su vida, su dignidad, su persona; y lo abrazas con tu infinita misericordia. Ayúdanos a salir de nuestra impureza y pecado, para recobrar así la gracia del perdón y que con nuestro testimonio oca- sionemos que nuestros hermanos también regresen a tu lado, porque ahí es a donde pertenecemos como hijos tuyos. Amén.

Contemplación:

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña en el numeral 1487: Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano debe ser una piedra viva.

Numeral 1439: El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada del Hijo pródigo, cuyo centro es el padre misericordioso, la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna, la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos, el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno, la acogida generosa del padre, la alegría del padre, todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Solo el amor de Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y belleza.

Oración final:

Señor y Padre mío, con qué facilidad puedo engañarme a mí mismo al seguir el camino fácil que me ofrece la vida y ser un ciego y sordo indiferente a las necesidades de los demás, para concentrarme solo en mi propia felicidad. Dame tu gracia para saber mantenerme siempre a tu lado. Que no me aleje de tu gracia, porque entonces mi corazón se convertirá en roca, insensible a recibir y corresponder a tu amor. Libremente quiero depender siempre y en todo de Ti.

Propósito:

Vivir hoy de tal modo que pueda ser admitido en el festín eterno del cielo.

La mujer de las preguntas

“Llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar y cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial”. San Juan, Cáp. 4.

1.- Cruda y persistente fue la enemistad entre judíos y samaritanos. Los primeros adoraban a Dios en Jerusalén, los segundos en Garizim. Al pie de este monte, se encuentra hoy una aldea de nombre Askar, y allí cerca un pozo, resguardado por una capilla bizantina.

Jesús va de camino hacia Jerusalén. Luego de una extensa caminata, se detiene en territorio samaritano. “Cansado del camino, está allí sentado junto al manantial”, apunta san Juan. Aunque los rabinos de entonces enseñaban: “El agua de Samaría es más impura que la sangre de un perro”. Aprieta el sol del mediodía y una mujer de la vecina aldea llega, con su cántaro al hombro. Mira al desconocido, a quien reconoce como un galileo que va a la capital.

Nada acosa el silencio sino el cubo que, atado a un cordel, golpea el agua en la sima del pozo. La mujer ha llenado su cántaro y ya se marcha. Entonces Jesús interviene, diciéndole: “Dame de beber”. De inmediato, ella empieza a blindarse detrás de sus preguntas: “¿Cómo, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?

2.- El Señor esquiva esas viejas discusiones religiosas y políticas. A quien ha venido a buscar agua, le ofrece otra limpia y fresca, “que salta hasta la vida eterna”. La samaritana trata de entender, pero a la vez se defiende: “Si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde has de sacarla?”. Bajo los signos del agua y de la sed, Jesús explica su proyecto de salvación. Pero la interlocutora no entiende más allá de su cántaro: “Dame, Señor, de esa agua y así no tendré que venir aquí para sacarla”.

Queriéndola elevar a otro nivel, el Maestro le toca el corazón. “Ve, llama a tu marido y vuelve”. La que ha buscado durante mucho tiempo paz, compañía, intimidad, sin lograrlo está desconcertada, pero continúa defendiéndose: “Yo no tengo marido”. Jesús le responde: “Tienes razón. Has tenido ya cinco y el de ahora no es el tuyo”. Como quien dice: Has empeñado tu ilusión con media docena de ellos, sin alcanzar lo que buscabas.

3.- La mujer agota sus pertrechos. Se refugia en lo tradicional, en lo externo. Le pregunta al extranjero: Al fin y al cabo ¿vale Jerusalén o vale Garizim? ¿De qué manera quiere Dios que le honremos? El Maestro derriba, con una sola frase, la plaza fuerte donde se atrinchera la mujer: “Dios es espíritu y quienes le dan culto han de hacerlo también en espíritu y en verdad”. Aquí se hace patente el Dios que Jesús viene a mostrarnos. Aquel que nos invita a adentrarnos en nuestra intimidad, más allá del calor del mediodía y de todas las fuentes, que no han saciado nuestra sed.

4.- Aviso para quienes nos pasamos la vida esquivando al Señor. Levantando un andamiaje de razones, de distorsionados sentimientos, de irracionales plazos, que retardan el encuentro salvador que Dios ofrece. El evangelista concluye: La mujer dejó abandonado su cántaro y regresó a la aldea. Les dijo a sus amigos: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿Será acaso el Mesías?”

Gustavo Vélez, mxy

Comentario – Sábado II de Cuaresma

Lucas 15, 1-3. 11-32

La parábola del hijo pródigo es de las que mejor conocemos y que siempre nos interpela, sobre todo en la Cuaresma.

Sus personajes se han hecho famosos.

El padre aparece como persona liberal, que da margen de confianza al hijo que se quiere ir y luego le perdona y le acepta de vuelta. Este padre sale dos veces de su casa: la primera para acoger al hijo que vuelve y la segunda para tratar de convencer al hermano mayor de que también entre y participe en la fiesta.

El hijo pequeño, bastante golfo él, es el protagonista de una historia de ida y vuelta, que aprende las duras lecciones que le da la vida, y al fin reacciona bien. Es capaz de volver a la casa paterna.

El hermano mayor es el que Jesús enfoca más expresamente: en él retrata a los «fariseos y letrados que murmuraban porque Jesús acoge a los pecadores y come con ellos». A ellos les dedica esta parábola y describe su postura en la del hermano mayor.

En Cuaresma nos acordamos más de la bondad de Dios. Como Miqueas invita a su pueblo a convertirse a Yahvé, porque es misericordioso y los acogerá amablemente, también nosotros debemos volvernos hacia Dios, llenos de confianza, porque él «arrojará nuestros pecados a lo hondo del mar».

Pero la parábola de Jesús nos pone ante una alternativa: ¿en cuál de las tres figuras nos vemos reflejados?

¿Actuamos como el padre? El respeta la decisión de su hijo, aunque seguramente no la entiende ni la acepta. Y cuando le ve volver le hace fácil la entrada en casa. ¿Sabemos acoger al que vuelve? ¿le damos un margen de confianza, le facilitamos la rehabilitación? ¿o le recordaremos siempre lo que ha hecho, pasándole factura de su fallo? El padre esgrimió, no la justicia o la necesidad de un castigo pedagógico, sino la misericordia. ¿Qué actitud adoptamos nosotros en nuestra relación con los demás?

¿Actuamos como el hijo pródigo? Tal vez en algún periodo de nuestra vida también nos hemos lanzado a la aventura, no tan extrema como la del joven de la parábola, pero sí aventura al fin y al cabo, desviados del camino que Dios nos pedía que siguiéramos.

Cuando oímos hablar o hablamos del «hijo pródigo», ¿nos acordamos sólo de los demás, de los «pecadores», o nos incluimos a nosotros mismos en esa historia del bien y del mal, que también existen en nuestra vida? ¿Nos hemos puesto ya, en esta Cuaresma, en actitud de conversión, de reconocimiento humilde de nuestras faltas y de confianza en la bondad de Dios, dispuestos a volver a él y serle más fieles desde ahora? ¿sabemos pedir perdón? ¿preparamos ya el sacramento de la reconciliación, que parece descrito detalladamente en esta parábola en sus etapas de arrepentimiento, confesión, perdón y fiesta?

¿O bien actuamos como el hermano mayor? Él no acepta que al pequeño se le perdone tan fácilmente. Tal vez tiene razón en querer dar una lección al aventurero. Pero Jesús contrapone su postura con la del padre, mucho más comprensivo. Jesús mismo actuó con los pecadores como lo hace el padre de la parábola, no como el hermano mayor. Éste es figura de una actitud farisaica. ¿Somos intransigentes, intolerantes? ¿sabemos perdonar o nos dejamos llevar por la envidia y el rencor? ¿miramos por encima del hombro a «los pecadores», sintiéndonos nosotros «justos»?

La Cuaresma debería ser tiempo de abrazos y de reconciliaciones. No sólo porque nos sentimos perdonados por Dios, sino también porque nosotros mismos decidimos conceder la amnistía a alguna persona de la que estamos alejados.

«El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad» (entrada)

«¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa?» (1ª lectura)

«Me pondré en camino a donde está mi padre y le diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti» (evangelio)

«Que la gracia de tus sacramentos llegue a lo más hondo de nuestro corazón» (poscomunión)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 2

Homilía – Sábado II de Cuaresma

Este sábado la Iglesia nos ofrece para nuestra lectura y Reflexión, uno de los textos más conmovedores de la Biblia.

Esta parábola se la conoce como la parábola del Hijo pródigo, pero más bien debería llamarse del Padre Misericordioso, y ha movido a mucha gente a la conversión

En la primera parte, se narra que Jesús comía con pecadores, y eso escandalizaba a los fariseos, entonces Jesús les contesta con tres parábolas que están ligadas entre sí. La primera es la de la oveja perdida, y la segunda la de la dracma perdida. En ambas, se muestra la alegría que se experimenta por encontrar algo que estaba perdido.

Y en ese marco, Jesús relata la tercera parábola, que leímos hoy, la del hijo perdido y hallado., que da lugar al festejo y a la alegría. Festejo y alegría de la cual el otro hijo, invitado a participar, se niega a hacerlo.

Esta parábola muestra que así mismo es la actitud de los fariseos antes Jesús y los pecadores

San Lucas introduce esta parábola en su evangelio, porque los primeros cristianos, que eran judíos convertidos, no veían con buenos ojos, que se admitiera en la Iglesia en pie de igualdad a los que venían del paganismo. Para los judíos, los paganos por no tener la luz de la ley de Dios vivían en el pecado y entonces no debían esperar la salvación por no pertenecer al pueblo de las promesas de Dios.

Dice la parábola que el hijo menor, se fue un pueblo extranjero a criar cerdos. El cerdo era un animal repulsivo para los judíos, su cría se dejaba a los paganos. En ese hijo menor, se descubre la figura del pecador que no pertenece al pueblo de Dios.

El hijo mayor, fiel servidor de su padre, que no le ha desobedecido nunca, representa al judío verdaderamente religioso, orgulloso de su condición, pero cerrado a todos los que no son como él.

El Padre es la figura que nos hace pensar en la bondad de Dios, que cuando mira a cada hombre, no mira su proceder. El Padre que ve primero al Hijo, antes que pensar en sus faltas, y se alegra con su regreso.

La Iglesia ha elegido este texto del evangelio de San Lucas para que en este domingo de cuaresma para movernos a la Reflexión.

Nosotros nos vamos de la Casa del Padre cuando adoptamos actitudes egoístas y cerradas que nos separan de Dios y de nuestros hermanos… Dilapidamos nuestra fortuna, como el protagonista de la parábola cuando vivimos como si no hubiera nada más allá de la muerte.

Pero la intención de San Lucas fue mostrar la actitud del hermano mayor. Y cada uno de nosotros, nos comportamos como el hermano mayor, el que se quedó junto al Padre, cuando no somos capaces de alegrarnos cuando nuestros hermanos que estaban lejos, vuelven, cuando nos convertimos en jueces soberbios de la conducta de los demás.

Es muy posible que no tengamos los mismos prejuicios raciales que tuvieron los primeros cristianos. Pero tal vez estemos molestos porque en la Iglesia de Dios hay cabida para todos.

Quizás hasta nos sentiríamos contentos si se cerraran las puertas a algunos porque son pobres, o también porque son ricos y soberbios.

Tal vez nos molesta que vengan a la Iglesia sólo por superstición, o que vengan a la Iglesia y hagan una vida desordenada.

El Padre de la parábola, figura de Dios Padre, se alegra y festeja con cada hijo perdido que regresa, pero también quiere al hijo que está a su lado y desea que participe del festejo y de la alegría por recuperar a su hermano.

Todos somos pecadores, todos tenemos algo o mucho, de ese hijo menor que está alejado del Padre. Por eso durante este tiempo de cuaresma pensemos que el Padre nos espera y siempre nos ofrece su perdón y se alegra por nuestro regreso.

Lo fundamental es que Dios ama al pecador. Dios ama al pecador aun cuando tendría muchos argumentos para condenarlo.

Esos argumentos son los que muchas veces utilizamos nosotros:

-Decimos: No creen en Cristo

-No creen en el alma

-Son perezosos

-Son ignorantes

Los condenamos pensamos estar cerca del Padre, como el hijo mayor, pero en realidad somos los que estamos más alejados, porque nos falta amor.

Vamos a pedirle al Señor en este tiempo de cuaresma que toque nuestros corazones para reconocer como el hijo menor que necesitamos reconciliarnos con el Padre, y nos conceda la luz para poder revisar nuestra vida, mirarnos hacia adentro y hacer una buena confesión.

Dios es una Padre misericordioso que nos espera con los brazos abiertos. Si nuestros pecados son grandes o pequeños, no importa, lo único que a él le importa es el amor del arrepentimiento.

Dame de esa agua…

1. La sed.- Bajo el sol tórrido del desierto, la sed se acrecienta y las reservas de agua se van terminando. Y todavía faltaba mucho para llegar a la tierra que manaba leche y miel, todavía el horizonte se perdía lejano, agreste y reseco, calcinado y polvoriento. El pueblo se queja, protesta y murmura contra Moisés.

La falta de agua es como una obsesión para aquellos hombres que caminaban penosamente por el desierto, sin ver el momento de terminar su camino. Y esa situación viene a ser típica, figura expresiva de las ansiedades del hombre, símbolo de la angustia que puede devorar el alma… Cristo dirá en la cruz: Tengo sed. Y en aquel momento se juntan en él la sensación penosa del que está deshidratado, y el tormento moral de verse clavado en una cruz por aquellos a quienes entregaba su vida. Jesús quiso gustar el sabor amargo del dolor, físico y moral, de todos los hombres. Esa sed indefinida que nos atormenta a veces en lo más hondo de nuestra vida. Sí, también nosotros caminamos a veces por el desierto, sedientos, sufriendo vivamente, anhelando el descanso de nuestras fatigas, deseando alcanzar el consuelo de la Tierra Prometida. Escucha entonces, Señor, nuestro lamento, limpia nuestras lágrimas, sacia nuestra sed.

Moisés camina hacia la roca del Horeb, llevando consigo el cayado de los prodigios. Yahvé le ha prometido que de la roca brotará agua suficiente para calmar la sed del pueblo… Sigue el simbolismo del agua que calma la sed, recordándonos momentos de la vida de Cristo, trayéndonos a la memoria realidades que han de remover nuestra vida muerta, cansada y sedienta.

Jesús descansa en el brocal del pozo de Jacob. Es mediodía, está muy cansado y tiene sed. Espera que llegue alguien y le dé de beber pues no tiene con qué sacar agua. Pero cuando llega la samaritana, Jesús muestra una sed distinta, un deseo vehemente de librar a esa mujer de su pecado. Entonces es la samaritana la que tiene sed y pide de beber. El Señor le promete un agua distinta de la que había en aquel aljibe.

Dame de beber -dice esta mujer-. Dame de esa agua… Nosotros también te lo decimos, Señor. Nosotros, sedientos con una sed profunda, te rogamos que nos des a beber el agua viva que tú has prometido a los tuyos. Haz que se cumplan en nosotros tus palabras. Tú dijiste: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba quien cree en mí…» Y también: «El que beba del agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna».

2. Dame de beber, Señor.- El pasaje de la samaritana es uno de los más ricos en contenido humano y teológico. Uno de esos momentos en que podemos contemplar a Jesús en su vertiente de hombre que, como los demás, se cansa y ha de sentarse, tiene sed y pide de beber, aunque se tratara de pedir a una mujer que, además, era samaritana, circunstancia que en aquel ambiente era denigrante. Él superó los prejuicios de su época, tanto los de tipo social como los de índole religiosa, y entabla una conversación sencilla, y profunda a la vez, con aquella mujer de pueblo cuya vida era un tanto irregular. Precisamente por ese motivo Jesús se ha dirigido a ella, pidiéndole no sólo agua sino también el desahogo de sus gozos y sus penas.

El Señor ha leído en su corazón, y ella reacciona con humildad y con admiración. No se irrita al verse descubierta. Simplemente reconoce que está delante de un hombre de Dios, delante de un profeta… Jesús la escucha y le responde con paciencia y claridad. Le hace comprender que lo importante en el culto que se ha de dar a Dios, no está en el lugar donde se le tribute, sino que lo principal es el modo como ese culto y adoración se realice. Ha de ser un culto que brote del interior del hombre, movido por la acción del Espíritu en lo más hondo de su ser… Un culto, por otra parte, que sea verdadero, sincero, leal, nacido de un corazón enamorado. Un culto, por tanto, que no se limite a la palabra o al rito, sino un culto que repercuta en la vida cotidiana, haciendo de cada acto, de cada latido del corazón, un sí rendido y gozoso al querer de Dios.

La samaritana escucha atenta sus palabras. Le cree y le pide de esa agua viva que quita la sed para siempre. Aunque aún no conocía el don de Dios, ya se lo pedía con fervor: Dame de beber, Señor, y apaga esta sed que me devora por dentro, y me hace buscar entre los hombres lo que sólo en Dios se puede encontrar. Es una oración que debe resonar en nuestro corazón, para que también nosotros, sedientos siempre, la repitamos a Dios. Sí, Jesús mío, dame de beber, que me muero de sed.

Antonio García Moreno

La sed del alma y la sed del cuerpo

1.- Es muy importante que tengamos sed. Sed de Dios, por supuesto. Hambre y sed de Dios hasta en los tuétanos y en las entretelas del alma. El problema más grave del hombre de hoy es que ya no siente sed de Dios, es que ha empezado a vivir sin sentir la necesidad de Dios. El que no siente sed de Dios no busca a Dios, busca aplacar su sed en otros manantiales distintos de Dios. Porque sed del alma, sed sicológica, tendremos siempre, desde el momento mismo en que empezamos a sentir y a pensar. Pero no toda la sed del alma es sed de Dios y, cuando no es Dios el que sacia nuestra sed, intentamos saciar la sed del alma en manantiales efímeros y casi siempre contaminados. Nacemos sedientos del agua física, del agua que quita la sed del cuerpo, y también nacemos sedientos del agua sicológica y espiritual, del agua que sacia la sed del alma. Nos pasamos la vida buscando manantiales donde saciar la sed del alma. La sed del cuerpo aquí, en Europa, todavía podemos saciarla fácilmente. Desgraciadamente, no ocurre lo mismo en otros muchos países, donde millones de personas sufren y mueren de sed física, sin que se nos remuevan las entrañas a nosotros, los señores del agua. Uno de los grandes problemas de los cristianos, en este momento, es, por una parte, despertar la sed de Dios, la sed del alma, en los países ricos de occidente y, por otra, saciar la sed del cuerpo, la sed física, en todos aquellos países que ven que el desierto les cerca y les ahoga irremediablemente. Es una tarea y una misión difícil y complicada, aquí y allá, pero, si los cristianos de hoy no ponemos todo nuestro empeño en realizarla, no habremos sabido estar a la altura de los tiempos en los que nos ha tocado vivir.

2.- ¿Está o no está el señor en medio de nosotros? Esto decían los israelitas cuando se morían de sed en el desierto. Esto mismo pueden decir hoy millones de personas en África; eso mismo pueden decir hoy en cualquier país del mundo tantas personas que viven marginadas y sin posibilidades de vivir una vida digna. A los israelitas les salvó Moisés, que actuó en nombre y con el poder de Dios. ¿Quién salvará hoy a los millones de personas que se mueren de sed en África y a tantas personas que se mueren de soledad y miseria en el mundo? Es evidente que cada uno de nosotros no podemos hacerlo todo, pero también es evidente que cada uno de nosotros puede hacer algo. Si damos de comer a un hambriento o de beber a un sediento y lo hacemos con el espíritu y el amor de Jesús de Nazaret, seguro que esas personas descubrirán que Dios sí está en medio de ellos.

3.- La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el espíritu Santo que se nos ha dado. La esperanza de la que aquí nos habla San Pablo es la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Esta esperanza, nos dice el apóstol, no puede defraudarnos porque no se basa en nuestros méritos, sino en el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Es un espíritu de amor, el Espíritu Santo, el que nos salva, es el Espíritu de Cristo que, siendo nosotros pecadores, murió por nosotros. Este espíritu de amor, este espíritu de Cristo, es el que debe animar la vida de los cristianos, estando siempre dispuestos a animar, a dar vida, a este mundo pecador en el que vivimos. El encontrar oposición y enemistad en el mundo que nos rodea no sólo no debe nunca desanimarnos, sino que debe animarnos a trabajar con más intensidad, si cabe, por el Reino de Dios. Porque no trabajamos en busca de una recompensa personal; trabajamos por amor a Cristo y a su Reino.

4.- Dios es espíritu y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y en verdad. Para poder adorar a Dios en espíritu y en verdad es preciso haber bebido previamente el agua de Dios, el agua de la vida que Cristo nos da. El agua que Dios nos da, y que se convierte dentro de nosotros en un surtidor que salta hasta la vida eterna, es el amor. Cuando sabemos amar al prójimo con el amor de Dios, con el amor con que Cristo nos amó, se borran automáticamente en nosotros las distinciones entre judíos y samaritanos, entre católicos y protestantes, entre blancos, negros o amarillos. Amaremos al que más lo necesite, sin preguntarle si adora a Dios en el templo de Jerusalén o en el monte de Garizín. Amar a Dios y darle culto en espíritu y en verdad es amar al prójimo como Dios le ama, como Cristo nos amó. Esto es lo que aprendió la samaritana después de haber bebido del agua que Cristo le había dado, esto es lo que ella les dijo a sus paisanos, los samaritanos. Por eso, cuando llegaron a verlo (a Cristo) los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Sería maravilloso que las personas a las que nosotros hablamos nos pidieran encarecidamente que nos quedáramos con ellas.

Gabriel González del Estal

Y yo quiero ser cántaro

1.- Y el Señor se sentó cansado en el brocal del pozo, como se hubiera sentado cansado en el bordillo de la fuente de la Puerta del Sol, junto a un barbudo vagabundo, a un hombre de tez morena y, tal vez, una obre mujer de las que se pasean por la calle Montera o Carretas, aunque todo ello podría ser completamente imposible si no terminan las sempiternas obras de la Puerta del Sol. Pero la imagen nos vale. (**)

–Jesús cansado, abrumado por toda esa multitud que pasa deprisa, o vende chucherías, o compra lotería

–Jesús abrumado porque esa multitud anónima para nosotros tiene cara, tiene rasgos muy conocidos, tiene su propia historia para Él, abrumado por el cariño hacia cada uno.

–Jesús cansado porque quisiera tener una conversación individual con cada uno y cada una, como con la samaritana, samaritanas muchas de esas que se sientan junto a Él en la fuente de la Puerta del Sol.

—Jesús cansado porque no llega a todos, porque es demasiado trabajo para Él solo. ¿No? Cansado porque la mayoría de ellos y ellas llevan tapados los oídos, por la necesidad de ganarse el pan de cada día, por no tener más expansión que tomar el sol sentados en la fuente, destrozados por la droga, viviendo sin rumbo en la vida.

Y sin embargo, el Señor sabe que mientras queda un poco de lucidez en esas cabezas que se agitan hay esperanza de que se den cuenta de su presencia allí, sentado en la fuente.

**Él sabe que esos ellos y ellas que alardean, tal vez, de no creer, en sus soledades acuden a un Dios… por si acaso.

**Él sabe que en esa multitud anónima para nosotros, que para Él si tienen cara, hay rincones de cariño y bondad hacia los demás, que son otras tantas lucecitas de esperanza, son muestras de la presencia del Dios del amor.

2.- Con cuántas samaritanas y samaritanos de nuestros días quisiera el Señor tener una larga conversación. Ellos y ellas que han visto roto su primer matrimonio más o menos culpablemente por su parte. Hombres y mujeres a los que Él tendría que decir: “Bien dices que no tienes marido o mujer porque con quien ahora vives no lo es”

–Samaritanos y samaritanos aprehendidos en la redes de la vida a los que Jesús no les negaría el agua que salta hasta la vida eterna, como no se la negó a la del evangelio

–Samaritanos y samaritanas que no han podido continuar un camino imposible de espinas y han rehecho sus vidas, doliéndoles el alma porque les dicen que su cantarillo ya no recoge agua viva.

Y Jesús les diría, les pediría por favor, que sea como sea, no rompan el cántaro contra el suelo, sino que sigan viniendo al pozo cada día, que allí siempre estará Él, abrumado y esperando.

Todos somos samaritanos o samaritanas ante el Señor. Pase lo que pase, que vengamos al pozo con el cántaro entero por si algún día el Señor nos lo llena.

3.- En esta escena hay cuatro personajes: Jesús, la samaritana, los apóstoles y el cántaro. Y yo quiero ser cántaro. Señor un cántaro de arcilla humana con corazón, de arcilla enrojecida por la vergüenza de lo que de mi se podría decir y no se dice. Cántaro que traen a Ti vacío de de buenas obras, traído y llevado cada día por la inseguridad de mis propósitos, pero sobre todo quiero que mi dueña se olvide de mi, dejándome a tus pies, junto al brocal del pozo.

José María Maruri, SJ


(**) La Puerta del Sol, el centro más característico de Madrid que, en estos días, soporta unas obras interminables para la construcción de una estación subterránea del ferrocarril de Alta Velocidad

La religión de Jesús

Cansado del camino, Jesús se sienta junto al manantial de Jacob, en las cercanías de la aldea de Sicar. Pronto llega una mujer samaritana a apagar su sed. Espontáneamente, Jesús comienza a hablar con ella de lo que lleva en su corazón.

En un momento de la conversación, la mujer le plantea los conflictos que enfrentan a judíos y samaritanos. Los judíos peregrinan a Jerusalén para adorar a Dios. Los samaritanos suben al monte Garizín, cuya cumbre se divisa desde el pozo de Jacob. ¿Dónde hay que adorar a Dios? ¿Cuál es la verdadera religión? ¿Qué piensa el profeta de Galilea?

Jesús comienza por aclarar que el verdadero culto no depende de un lugar determinado, por muy venerable que pueda ser. El Padre del cielo no está atado a ningún lugar, no es propiedad de ninguna religión. No pertenece a ningún pueblo concreto.

No lo hemos de olvidar. Para encontrarnos con Dios no es necesario ir a Roma o peregrinar a Jerusalén. No hace falta entrar en una capilla o visitar una catedral. Desde la cárcel más secreta, desde la sala de cuidados intensivos de un hospital, desde cualquier cocina o lugar de trabajo podemos elevar nuestro corazón hacia Dios.

Jesús no habla a la samaritana de «adorar a Dios». Su lenguaje es nuevo. Hasta por tres veces le habla de «adorar al Padre». Por eso no es necesario subir a una montaña para acercarnos un poco a un Dios lejano, desentendido de nuestros problemas, indiferente a nuestros sufrimientos. El verdadero culto empieza por reconocer a Dios como Padre querido que nos acompaña de cerca a lo largo de nuestra vida.

Jesús le dice algo más. El Padre está buscando «verdaderos adoradores». No está esperando de sus hijos grandes ceremonias, celebraciones solemnes, inciensos y procesiones. Lo que desea es corazones sencillos que le adoren «en espíritu y en verdad».

«Adorar al Padre en espíritu» es seguir los pasos de Jesús y dejarnos conducir como él por el Espíritu del Padre, que lo envía siempre hacia los últimos. Aprender a ser compasivos como es el Padre. Lo dice Jesús de manera clara: «Dios es Espíritu, y quienes le adoran deben hacerlo en espíritu». Dios es amor, perdón, ternura, aliento vivificador… y quienes lo adoran deben parecerse a él.

«Adorar al Padre en verdad» es vivir en la verdad. Volver una y otra vez a la verdad del evangelio. Ser fieles a la verdad de Jesús sin encerrarnos en nuestras propias mentiras. Después de veinte siglos de cristianismo, ¿hemos aprendido a dar culto verdadero a Dios? ¿Somos los verdaderos adoradores que busca el Padre?

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado II de Cuaresma

El texto del Evangelio que hoy se proclama forma parte del Sermón de la Montaña que Jesús, el nuevo Moisés, dirige a la multitud de discípulos que le siguen. Él, ha sido enviado a establecer una nueva alianza entre Dios y su pueblo, y por eso busca superar aquellas normas tradicionales como la del “ojo por ojo” y la “del odio a los enemigos” con la fuerza renovadora del amor. El Señor nos invita a todos a entrar en una lógica distinta que rompe con el clásico paradigma de la violencia.

En efecto, nuestra relación con el Padre de los Cielos nos hace dar el salto de la simple justicia humana a una vida de santidad arraigada en el amor. Se trata de una santidad que no nos aleja de los problemas de nuestro mundo y que sana las conflictivas relaciones sociales a fuerza de bien. Quien vive del amor está llamado a costear una pequeña cuota de sacrificio para salir, con la ayuda de Dios, del laberinto de odios y rencores en el que muchas veces nos perdemos. Jesús nos da tres consejos sencillos: hacer el bien, amar de corazón y orar. ¿A quiénes? A los que son nuestros enemigos, a los que nos hacen la trampa, a los que nos levantan calumnia, al que nos ha traicionado… Aquí está el núcleo de la fe cristiana: amar siempre y sin medida a todos y todas como lo hizo Él.

El Padre ha enviado a Jesús a reunir a sus hijos dispersos y enemistados para formar una sola familia: ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas! (Mateo 23, 37). En nuestras familias aún duelen las heridas del pasado o del presente; nos lastimamos con el egoísmo y dejamos que los insultos formen parte de nuestras discusiones… Aún estamos lejos de comprender las enseñanzas del Evangelio. Abramos el corazón y pidamos a Jesús que sane con su amor nuestras relaciones familiares; que nos ayude a frenar la maquinaria de violencia que nos lastima.

¡Todas estas enseñanzas de Jesús son buena noticia! Algunos podrían estar pensando que este discurso es imposible de realizar, que es un sueño, una utopía. Sí, es utopía. Y, ¿para qué sirve la utopía? Para ver el horizonte y caminar. Y eso es lo que hacemos cuando le hacemos caso a Jesús: ¡Caminar!

Ciudad Redonda