La samaritana y Jesús. Un encuentro más allá de lo esperado

El evangelio de Juan, antes de narrar el encuentro de Jesús con la mujer samaritana, informa de que Jesús había abandonado el territorio de Judea y se volvía a Galilea debido a la incomprensión que había experimentado por parte de quienes se aferraban a las cosas tal como habían sido siempre y no querían abrirse a la novedad que él proclamaba (Jn 3, 22-4, 3). Por eso, para seguir posibilitando que su mensaje siga siendo Buena Noticia para todas y todos, se pone de nuevo en camino.

Al atravesar la región de Samaria, hizo una parada en Sicar junto al pozo de Jacob donde una mujer de la zona llegó a coger agua (Jn 4, 7). Como judío, Jesús se encuentra en un lugar poco seguro, pues judíos y samaritanos estaban enfrentados por su diversa manera de entender la común religión (Jn 4, 9). El diálogo comienza a partir de una sencilla petición de Jesús: dame de beber, presentándose así ante la mujer sin prejuicios y expresando con sencillez su necesidad (Jn 4,7).

A la mujer le sorprende la osadía de Jesús y se lo hace saber: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Jn 4, 9). Estas palabras traducen con nitidez los obstáculos que las formas estáticas de pensar y de actuar generan en el encuentro entre los seres humanos y la prevención instintiva que nos produce lo diferente, lo que no responde a lo que consideramos adecuado o válido.  Jesús, por su parte, con su sencilla petición le propone “cambiar las reglas del juego” e iniciar un diálogo desde otra perspectiva, con nuevas preguntas y respuestas insospechadas.

Jesús no justifica su atrevimiento, sino que la desafía de nuevo, cuestionándole su modo condicionado de ver a Dios y su incapacidad para ver la novedad que podía surgir en el encuentro: “¡Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice ‘dame de beber’, tú le habrías pedido y te habría dado agua viva!” (Jn 4, 10).

La samaritana tiene dificultad para comprender las palabras de Jesús porque no es capaz de ubicarlas en ningún lugar conocido. Ella solo puede interpretarlas desde su tradición y su cotidianeidad: “Señor, no tienes cubo y el pozo es profundo, ¿de dónde sacas agua viva? ¿Eres, acaso, más poderoso que nuestro padre Jacob, que nos legó este pozo, del que bebían él, sus hijos y sus rebaños?” (Jn 4, 11-12). Pero el Dios que se revela en Jesús es don, gratuidad, derroche… vida que no se deja atrapar en “los pozos” donde siempre hemos ido a beber, en los que saciamos nuestras preguntas, refrescamos nuestras ideas y conceptos  y abrevamos nuestras costumbres y rituales cada día. Jesús cuestiona ese modo de proceder y nos invita a dirigirnos al manantial donde todo fluye y nada se estanca, a ese manantial que “brota para producir vida eterna” (Jn 4, 13-14), porque lo propio de Dios no es la eterna estabilidad sino el continuo dinamismo que nos acoge en nuestras circunstancias, en el crecimiento y el límite, en los avances y retrocesos.

La mujer por fin descubre el valor de la propuesta de Jesús y la desea, pero busca recibirla desde fuera, que sea otro el que se la proporcione: “Señor, dame de esa agua, para que no tenga sed y no tenga que venir acá a sacarla”  (Jn 4, 15). Pero Jesús la invita a hacer un camino interior, personal acogiéndola sin prejuicios, sin culpabilidades (Jn 4, 16-18). El dialogo con él la va llevando a encontrarse consigo misma, con sus heridas, con sus miedos, pero también con sus posibilidades y riqueza. Poco a poco va descubriendo en Jesús un horizonte más amplio para su existencia y se atreve a hacerle la pregunta, que le permitirá abrirse a una nueva conciencia no sólo de sí misma sino del Dios que la sustenta: “Señor, veo que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron a Dios en este monte, pero vosotros decís que el sitio donde hay que adorar está en Jerusalén” (Jn 4, 19-20).

En su respuesta Jesús le ofrece algo más de lo que ella esperaba, invitándola a buscar a Dios más allá de los espacios acostumbrados, de las fronteras que separan lo sagrado de lo profano. Ella le interroga sobre el lugar adecuado para Dios en la historia y él le propone encontrarlo en “espíritu y verdad” (Jn 4, 21-24), es decir, en el camino de la vida, a través de los procesos de discernimiento, desde una nueva conciencia más holística del mundo y del cosmos.

Las palabras de Jesús, leídas desde nuestro hoy, no solo denuncian la falsedad de una religión centrada en sus propias seguridades, sino que está proponiendo una nueva experiencia religiosa que, sustentada en el dinamismo creador de la Ruah de Dios, nos impulsa a salir de lo conocido para abrirnos a acoger las semillas del Reino que preñan nuestro mundo y nos sostiene para vivir en él como agentes transformadores y corresponsables de su presente y de su futuro.

La samaritana, a través del encuentro con Jesús, descubre lo más auténtico de sí misma y es capaz de conocer a Jesús de forma diferente, creer en él con una fe renovada. Su descubrimiento la dinamiza y le hace abandonar el pozo y su cántaro y regresar a su ciudad, con una mirada nueva y una palabra de anuncio (Jn 4, 28-29).

Carme Soto Varela

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Ni en este monte, ni en Jerusalén, ni en ningún otro templo

Hoy y los dos próximos domingos vamos a leer evangelios de Juan: La Samaritana, el ciego de nacimiento y Lázaro. El “yo soy” de Juan, se repite en los tres: yo soy agua viva, soy luz, soy vida. Todo son símbolos que quiere trasmitirnos la teología, más avanzada del NT. El relato de hoy es una catequesis que invita al seguimiento de Jesús como dador de Vida. Ni en este templo, ni en Jerusalén, ni en ningún otro templo se puede dar el verdadero culto a Dios. Nuestro culto es idolatría.

Jesús se encuentra de paso por Samaria. Samaria y Galilea eran una misma nación antes de su división. Aunque tenían los mismos antecedentes religiosos, su trayectoria había sido muy distinta. Por eso, los samaritanos eran despreciados por los judíos como herejes. El peor insulto para un judío era llamarle samaritano.

Jesús va ocupar el lugar del pozo. Él es el agua viva, que va a sustituir la Ley y el Templo. La sustitución de Templo y Ley por Jesús es la clave de todo el relato. La mujer no tiene nombre, representa la región de Samaría que va a apagar su sed en la tradición. Jesús está solo. Se trata del encuentro del Mesías con Samaría, la infiel. El profeta Oseas de Samaría había denunciado la prostitución de esta tierra.

Jesús toma la iniciativa y pide de beber a la Samaritana. Se acerca a la mujer implorando ayuda. Ella tiene lo que a él le falta y necesita, el agua. Es lógica la extrañeza de la mujer. Jesús acaba de derribar una doble barrera: la que separaba a judíos y samaritanos y la que separaba a hombres de mujeres. Se presenta como un ser humano sin pretensiones. Reconoce que una mujer puede aportarle algo.

Jesús le ha pedido un favor, pero es para corresponder con otro mucho mayor. Jesús se muestra por encima de las circunstancias que separan a judíos y samaritanos; se niega a reconocer la división, causada por las ideologías religiosas. La mujer no conoce más agua que la del pozo (la ley) que solo se puede conseguir con el esfuerzo humano. No ha descubierto que existe un don de Dios gratuito.

El agua-Espíritu que da Jesús se convierte en manantial que continuamente da Vida. Esa Vida contiene la energía suficiente para desarrollar a cada ser humano desde su dimensión personal más profunda. No se trata de añadidos externos (Ley). El Hombre recibe Vida en lo profundo de su ser. Como el agua hay que extraerla del pozo, el agua del Espíritu hay que sacarla de lo hondo de uno mismo.

La dificultad de comprender el mensaje está muy bien expresada con el equívoco que se mantiene durante la conversación. Juan es un experto en la utilización de la falsa comprensión de un aserto para insistir en la explicación. Jesús habla de la Vida y la Samaritana habla del agua para beber. La mejor demostración de que mantenemos la ambivalencia es que la primera lectura es el pasaje del Éxodo donde la prueba de que Dios está con el pueblo es que les dé agua para beber.

El sentido de los versículos, que se refieren a los maridos, hay que buscarlo en el trasfondo profético, que nos lleva a la infiel relación de Samaría con Dios. En Os 1,2 la prostituta y en Os 3,1 la adúltera, son la imagen del reino de Israel que tenía a Samaría como capital. Su prostitución consistía en haber abandonado a Dios, con el que había hecho una ‘alianza’ y haberse ido detrás de cinco ídolos.

Los samaritanos eran descendientes de dos grupos: a) resto de los israelitas que no fueron deportados cuando cayó el reino del norte en el 722 a, C.: b) Colonos extranjeros traídos de Babilonia y Media por los conquistadores. Estos trajeron sus dioses que, con el tiempo, fueron aceptados por todos de los habitantes.

El número 5 es simbólico: Los samaritanos admitían solo los 5 libros del Pentateuco. Los colonos traídos por los asirios eran de 5 ciudades y de cada una habían traído su propio dios. En 2 Re 17,24 se mencionan 5 ermitas en Samaría. Se usaba el término «Ba´al» (señor) para designar al esposo. Samaría ha tenido cinco dioses, y el que tiene ahora (Yahvé) al compartirlo, tampoco es su dios.

Samaría se ha entregado a otros maridos-señores-dioses. Está alejada de Yahvé. Debe recuperar su verdadero esposo (Dios). Os 2,18: “Aquel día… me llamarás esposo mío, ya no me llamarás baal mío. Le apartaré de la boca los nombres de los baales”. Jesús le dice que su culto está prostituido. Ella pasa al tema del templo.

En Jesús se personifica la actitud de Dios que no ha roto con Samaria, sino que la busca. El agua tradicional (Ley) no había conseguido apagar la sed del pueblo que seguía buscando. La búsqueda le había llevado a la multiplicidad de maridos-señores-dioses. El agua que da Jesús es el encuentro definitivo con Yahvé.

La Samaritana descubre que Jesús es un profeta. La imagen de profeta que tiene la mujer es la de (Dt 18,15) profeta semejante a Moisés (Taheb) que restauraría el verdadero culto. La mujer sigue aferrada a la tradición «nuestros padres». Piensa que hay que encontrar la solución sin salir de lo antiguo, que es la única realidad que conoce. No ha descubierto aún la novedad de la oferta de Jesús.

Jesús parte de una perspectiva muy distinta. También el templo de Jerusalén está prostituido. Las dos alternativas son equivocadas. Su oferta es algo nuevo. Se trata de un cambio radical. Jesús mismo será el lugar de encuentro con Dios. Dios adquiere un nombre nuevo: «Padre». Esta paternidad excluye privilegios. Esta relación con Dios directa, sin intermediarios, hará posible la unidad.

«Dios es Espíritu». Debemos tener en cuenta que ‘Espíritu’, desde la mentalidad griega, significa simplemente un ser no material. Desde la mentalidad judía, tiene una gama de significados mucho más rica. Significa que Dios es fuerza, dinamismo de amor, Vida. El agua viva es la experiencia constante de la presencia y el amor del Padre. Padre, porque comunica su Vida, trasformando al hombre en Espíritu.

El culto antiguo exigía del hombre una renuncia de sí. Era una humillación ante un Dios soberano. El nuevo culto no humilla, sino que eleva al hombre, haciéndole al Padre. El culto antiguo subrayaba la distancia; el nuevo la suprime. Dios no necesita ni espera dones. Los samaritanos aceptan a Jesús y le piden que se quede un tiempo con ellos. Los herejes están más cerca de Dios que los ortodoxos judíos.

Fray Marcos

Lo que apaga la sed

En este hermoso relato, seguramente creado por el autor del evangelio, se pone en boca de Jesús una afirmación sorprendente: ofrece un agua que apaga la sed de modo definitivo. ¿Qué agua es esa?

Como sabemos, la sed habla del anhelo humano -el humano es un ser anhelante- y el agua se refiere a la plenitud que puede saciarlo y, también, al modo de alcanzarla.

La enseñanza religiosa cristiana ha entendido que la plenitud se alcanzaba gracias a la fe en Jesús. Él sería el único salvador y el portador de aquella agua “que salta hasta la vida eterna”. Lo cual encaja bien con una creencia humana bastante generalizada, sobre todo en la época en que se escribe el evangelio, según la cual, la respuesta a nuestro anhelo debemos buscarla fuera, en un dios que nos salve. Creencia que conecta de modo inmediato con lo que es la experiencia infantil.

Sin embargo, parece claro que no hay “algo” -ningún objeto, ni siquiera divino- que sacie nuestro anhelo y mucho menos que venga de “fuera” (¿de dónde?). Nuestra plenitud no es algo ni viene del exterior. Nuestra plenitud consiste en ser lo que somos y el camino para verla es la comprensión.

Lo que apaga la sed de modo definitivo es la comprensión experiencial de lo que somos. Una vez comprendido, todo se ilumina, ya estamos en casa. Luego habrá de continuar nuestra existencia cotidiana, con todas las limitaciones que conlleva, pero habrá cambiado algo decisivo.

A falta de esa comprensión, vivimos entre brumas de creencias, atados en todo caso a la suerte del yo, con el que nos habíamos identificado. La comprensión nos permite caer en la cuenta de que no somos el yo -otro objeto más dentro del campo de la consciencia-, sino la consciencia misma, siempre a salvo.

Seguiremos viendo cómo el yo -nuestro cuerpo, mente y psiquismo- sigue sintiéndose afectado por lo que nos sucede: somos seres sintientes. Pero estaremos capacitados para vivirlo desde la comprensión que nos desvela que nuestra verdadera identidad -una con la vida y con la Totalidad- es inafectada. La comprensión nos habrá regalado plenitud y la clave para vivir con acierto.

¿Dónde busco la respuesta a mi anhelo profundo?

Enrique Martínez Lozano

Palabra y eucaristía

«El que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed»

Con este signo, Juan nos viene a decir que tan importante como es el agua para la vida normal, lo es Jesús para la vida humana. Jesús es el agua, Jesús es la Palabra que nos conforta y da sabor a nuestra vida; la que se convierte en la luz para que no tropecemos y en alimento para el camino; la que nos anima a tener esperanza a pesar de la muerte… la que está concebida para llevar al mundo a su plenitud.

Hoy el mundo está herido de muerte, y el simple sentido común nos permite afirmar que sus criterios acabarán de rematarlo. El cambio climático es ya una certeza que avanza a mucha más velocidad que la pronosticada en los peores augurios, y con él, las sequías, las pérdidas de cosechas, la destrucción de los fondos marinos, la escasez de recursos necesarios para la vida, las migraciones masivas, los conflictos para acceder a esos recursos… el hambre… la muerte…

Y no solo eso, porque las relaciones humanas también están sumidas en una crisis profunda y angustiosa. La deshumanización de nuestra sociedad, la mercantilización de toda actividad humana, la sacralización de la cultura de la muerte y el conflicto, el deterioro de la convivencia o la desigualdad trágica que lleva a unos a derrochar y a otros a morir de hambre, son hechos que nos deben hacer reflexionar, porque en lugar de mejorar, van a peor, y a un ritmo que nos produce vértigo.

También nos dice el sentido común que los criterios de Jesús pueden librar al mundo del desastre al que parece abocado, y en esta coyuntura, los cristianos podemos optar por alinearnos con el mundo, o ponernos de perfil, o ser fieles a nuestro compromiso con la misión y empezar a dar testimonio en serio de los criterios evangélicos. Pero para poder hacerlo debemos estar guiados y alimentados por la Palabra; dispuestos a responder a ella… y esto implica que primero debemos conocerla. El problema es que hemos dinamitado los cauces de transmisión de la Palabra y corremos el riesgo de que se convierta en patrimonio de media docena de eruditos iniciados.

Hubo un tiempo, y no lejano, en que el contacto de los cristianos con la Palabra era permanente, porque cada domingo asistían a la eucaristía y allí se leía el evangelio y se comentaba. Y eso se manifestaba en sus vidas. Había una forma específicamente cristiana de vivir que todo el mundo identificaba como tal y que, sin duda, contribuía a humanizar el mundo. Pero en un momento dado, la eucaristía dejó de constituir el centro de la vida cristiana, los templos se vaciaron, se perdió el contacto con la Palabra, y esa actitud de servicio motivada por la relación permanente con ella dejó de ser la norma para convertirse en excepción.

Tampoco está funcionando la cadena secular de transmisión de la Palabra de padres a hijos porque los padres la desconocen. Por eso necesitamos recuperar la eucaristía por encima de todo; y si ya no nos sirven los argumentos de antaño, procuremos recuperar sus orígenes. La vida de las primeras comunidades cristianas giraba en torno a “la cena del Señor”. Allí se reunían, se confortaban mutuamente, atendían las necesidades, leían la Palabra… y eran contagiosos, y en su seno no había pobres.

Oímos hablar de muchos y variados problemas de la Iglesia, pero muy poco, o nada, de la amenaza real de la pérdida de la Palabra, y quizás sería oportuno hacerse esta pregunta: ¿No estaremos colando el mosquito y tragándonos el camello?

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Comentario – Domingo III de Cuaresma

(Jn 4, 5-42)

Jesús, cansado del camino, apremiado por el calor del mediodía, se sienta en el pozo de los samaritanos y pide agua a la mujer. En la Biblia los encuentros junto a un pozo tienen un fuerte significado amoroso. Los mismos discípulos se asombran al ver a Jesús con la mujer.

Leyendo los versículos 36-38 en relación con 3, 29 podemos ver una invitación a que los discípulos se alegren por la siembra que Jesús realiza en el corazón de la samaritana, siembra que termina en una feliz cosecha, con la conversión de los samaritanos. Jesús va cautivando lentamente el corazón de la mujer haciéndole tomar conciencia de la sed profunda de su corazón, sed que no se sacia con el agua del pozo y que sólo él como Mesías podía aplacar.

Cuando Jesús se refiere a los maridos que tuvo la mujer, ella reacciona positivamente, porque Jesús toca de esa manera la herida y la necesidad profunda de amor que hay en el corazón de la samaritana; sed de afecto y de respeto que no había encontrado en ninguno de los hombres que tuvo.

Cuando Jesús le dice que “la salvación viene de los judíos” está invitando a la samaritana a no despreciarlo a él como Salvador por el hecho de ser judío; pero luego le hace notar que tanto las instituciones judías como las samaritanas debían ser relativizadas, porque lo importante era el encuentro con Dios que se realiza en el corazón por el impulso del Espíritu divino. No sólo el monte santo de Samaría debía ser relativizado, también el templo de Jerusalén dejaba de ser lo importante. Ella debía encontrarse con el Dios vivo que venía a salvarla y a saciar su sed más profunda.

Adorarlo “en Espíritu” no se refiere a una adoración meramente interior, sin signos externos, sino a una adoración que brota de un corazón dócil al Espíritu Santo, Espíritu que nos impulsa a clamar “Padre” (Rom 8, 15). Adorar a Dios “en verdad” significa adorar al verdadero Dios, que es el Padre amante y misericordioso que nos ha revelado Jesucristo.

Oración:

“Señor, habla a mi corazón, siéntate junto a mi pozo y sedúceme con tu Palabra . Tengo sed de ti Señor, y sólo tu agua viva puede saciar la intensa sed que hay en mi interior. Dame a beber de ti, para que nunca más tenga sed”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo III de Cuaresma

En el tercer domingo del Tiempo de Cuaresma, las lecturas de la misa de hoy nos hablan de la vida divina que Dios dona a los que creen en El. Esta vida está representada por el agua viva, que es Jesucristo.

El tema del agua, elemento imprescindible para la vida y símbolo del bautismo, recorre toda la liturgia

En la primera lectura, Dios hace brotar agua de la roca para que beba el pueblo sediento en el desierto. A partir de allí, el Señor es llamado en el Antiguo Testamento Roca, como lo vemos en el Salmo que dice: Vengan, cantemos con júbilo al Señor. Aclamemos la Roca que nos salva!.

El agua viva que en los cristianos bautizados se convierte en un manantial que brota hasta la vida eterna, es Jesucristo, don gratuito del amor de Dios. Este amor gratuito nos lo recuerda San Pablo en la segunda lectura «el amor de Dios se va derramando en nuestros corazones».

El Evangelio nos presenta la escena del encuentro del Señor con la samaritana. Los judíos odiaban a los samaritanos. Por otra parte, en ese tiempo era muy mal visto entablar conversación con una mujer en un lugar público. Jesús, sin embargo, supera los prejuicios de raza y las conveniencias sociales y empieza a conversar con la samaritana. En la persona de esta mujer el Señor acoge a la gente común de Palestina. Es verdad que no era judía, sino samaritana, es decir, que era de una provincia diferente, con una religión rival de la de los judíos. Pero tanto samaritanos como judíos creían en las promesas de Dios y esperaban un Salvador.

Cuando se entabla el dialogo con el Señor, la primera inquietud que muestra la samaritana es la de calmar su sed. Los antepasados del pueblo judío andaban errantes con sus rebaños de una fuente a otra. Los más famosos (como Jacob) habían cavado pozos, en torno a los cuales el desierto empezaba a revivir.

Así somos los hombres: buscamos por todas partes algo para calmar la sed y estamos condenados a no encontrar más que aguas dormidas o estanques agrietados, como lo dice el libro del Génesis. Jesús, en cambio, trae el agua viva, que es el don de Dios, a sus hijos e hijas y que significa el Espíritu Santo (7,37).

Cuando hay agua en el desierto, aunque no aflore en la superficie, se nota por la vegetación más tupida. Lo mismo pasa con nosotros: nuestros actos se hacen mejores, nuestras decisiones más libres, nuestros pensamientos más ordenados hacia lo esencial.

Pero no se ve el agua viva de la que proceden estos frutos; ésa es la vida eterna contra la cual la muerte no puede nada.

La mujer samaritana tenía una segunda inquietud: conocer ¿Dónde está la verdad? Jesús le dice: Has tenido cinco maridos… En esto expresa el destino común de la gran mayoría de la humanidad, que ha vivido sirviendo a muchos dueños o maridos y, finalmente, no tienen a quien poder reconocer por su Señor.

Visto desde un ángulo diferente, este encuentro en el pozo de Jacob es la historia de nuestro propio encuentro con Jesús; los caminos por los que Jesús lleva a esa mujer a reconocerlo y a amarlo son los caminos por los que lleva a cabo nuestra conversión paso a paso. Al final la mujer se hace discípula de Jesús, y por su propia experiencia se hace también su apóstol (39). El conocimiento de Jesús es la fuente del apostolado. Evangelizar es compartir nuestra experiencia con otros.

Vamos a pedir hoy al Señor, en este tiempo de Cuaresma, que es tiempo de conversión interior, que nos dispongamos a recibir el Agua Viva que Jesús nos ofrece, como lo hizo con la samaritana, sin reparar en su vida anterior. Da tu agua viva, Señor, a todos los sedientos de verdad, para que su sed quede eternamente saciada.

Lectio Divina – Domingo III de Cuaresma

El encuentro de Jesús con la Samaritana, un diálogo que genera vida nueva

Oración inicial:

Invocación al Espíritu santo:

Señor Jesús, envía tu Espíritu Santo, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección. Amén.

Lectura. Juan capítulo 4, Versículos 5 al 42:

Llegó Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía.

Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame de beber”. (Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le contestó: “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samari- tano?” (Porque los judíos no tratan a los samaritanos). Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”.

La mujer le respondió: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿cómo vas a darme agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?” Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.

La mujer le dijo: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”. Él le dijo: “Ve a llamar a tu marido y vuelve”. La mujer le contestó: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Tienes razón en decir: ‘No tengo marido’. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”.

La mujer le dijo: “Señor, ya veo que eres profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dijo: “Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos. Porque la salva- ción viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.

La mujer le dijo: “Ya sé que va a venir el Mesías (es decir, Cristo). Cuando venga, él nos dará razón de todo”. Jesús le dijo: “Soy yo, el que habla contigo”.

En esto llegaron los discípulos y se sorprendieron de que estuviera conversando con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: ‘¿Qué le preguntas o de qué hablas con ella?’ Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino hacia donde él estaba.

Mientras tanto, sus discípulos le insistían: “Maestro, come”. Él les dijo: “Yo tengo por comida un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos comentaban entre sí: “¿Le habrá traído alguien de comer?” Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿Acaso no dicen ustedes que todavía faltan cuatro meses para la siega? Pues bien, yo les digo: Levanten los ojos y contemplen los campos, que ya están dorados para la siega. Ya el segador recibe su jornal y almacena frutos para la vida eterna. De este modo se alegran por igual el sembrador y el segador. Aquí se cumple el dicho: ‘Uno es el que siembra y otro el que cosecha’. Yo los envié a cosechar lo que no habían trabajado. Otros trabajaron y ustedes recogieron su fruto”.

Muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: ‘Me dijo todo lo que he hecho’. Cuando los samaritanos llegaron a donde él estaba, le rogaban que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron en él al oír su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el salvador del mundo”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

El texto describe el diálogo entre Jesús y la Samaritana. Diálogo muy humano, que demuestra cómo Jesús se relacionaba con las personas y cómo Él mismo aprendía y se enriquecía hablando con otros. Durante la lectura, intenta prestar atención a lo que más te sorprende en la conducta tanto de Jesús como de la Samaritana.

Meditación:

Cristo se presenta ante la samaritana como una persona fatigada, sedienta de tanto caminar, como quien tiene urgencia de saciar una necesidad propia del organismo. Se presenta como hombre.

Podría haberse aparecido de otra forma por ejemplo diciéndole inmediatamente que era el Hijo de Dios o haciendo manar gran cantidad de agua del pozo, para que supiese enseguida quién era. No obstante, la pedagogía de Cristo es una pedagogía de amor, de espera, de comprensión, de respeto a la propia libertad.

Cristo está sediento y en esta cuaresma se acerca al pozo de nuestra vida para que le “demos de beber”. O, mejor dicho, para caer en la cuenta de que los sedientos somos nosotros. “Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber…” Somos nosotros los que tenemos necesidad de beber su agua solo nos hace falta conocer quién posee esta agua. (Catecismo de la Iglesia Católica numeral 2560)

Podemos preguntarnos ¿por qué no conocemos ese don de Dios? ¿Qué es lo que ata nuestro conocimiento para conocerlo? El mensaje de Cristo se nos presenta claro, como una luz alejada de toda sombra u oscuridad. Sin embargo, nos encontra- mos ante sombras que esconden el “don de Dios”. Ese don no es otro que el del amor, de la conversión, de la paciencia, respeto a la vida etc. Abramos nuestro entendimiento para que como la samaritana conozcamos el don de Dios y así nuestra vida sacie la sed de conocer a Dios.

Oración:

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no solo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén

Contemplación:

Jesús y la Samaritana (Juan capítulo 4, versículo 42). Jesús toma la iniciativa y enfrenta a la mujer con su verdad. No la condena y la invita a una adhesión personal a Cristo. Me quiero detener en una reflexión de este encuentro.

La Samaritana es una mujer. Cincuenta años después de Cristo, el historiador judío Flavio Josefo, que vivió en ambiente romano, afirma que, en general, el pensamiento hebreo acerca de la unión matrimonial: “La mujer es inferior al hombre en todo”. En las plegarias de los hebreos el hombre daba gracias a Dios por no haber nacido infiel, mujer, esclavo o ignorante.

Jesús se relaciona con la mujer con una atención afectuosa y la ennoblece haciéndola, en alguna forma, protagonista de sus enseñanzas de salvación. Habla con la Samaritana (Juan capítulo 4, versículos 1 al 42); cuando los discípulos de regreso de buscar alimentos en la aldea vecina, encuentran a Jesús sentado en el pozo hablando con una mujer de Samaria, “se sorprendieron de que hablara con una mujer”.

Oración final:

Señor, he buscado en todos los pozos donde me dijeron que se encontraba la vida. Busqué mi satisfacción personal y quedé lleno de miserias; busqué en las riquezas, y quedé más solo; busqué en el ruido, y quedé despojado de mí. Señor, dame de beber del agua que tú tienes para que nunca más vuelva a sentir sed. Descúbreme el misterio de tu inefable presencia, pues solo tú, Señor, tienes palabras de vida eterna.

Propósito:

Trataré de recoger los frutos para la vida eterna, presentes en los sacramentos.

El paisaje de la samaritana

1.- Uno de los paisajes que más hubiéramos deseado que se conservara tal como era en tiempos antiguos, es al que se refiere el texto del evangelio de este domingo. Lamentablemente, no es así. El pozo profundo, sí se conserva, pero nada de su entorno nos evoca la escena. El manantial está situado en el interior de una cripta, que ella misma a su vez se abriga en una gran basílica, empezada a principios del siglo XX, a expensas de Rusia, según me cuentan, se paralizó cuando la revolución bolchevique, continuándose en la actualidad su construcción. Debe uno cerrar los ojos de la cara y, si le apetece, sacar agua desde un precioso brocal de mármol y beberla a sorbitos lentos. Se la servirá amablemente un clérigo ortodoxo, rodeado de estampas, cirios e iconos. Puede uno entonces, si le ha ayudado el gesto, entregarse a sus ensueños.

Si uno contempla el paisaje con los ojos interiores y evoca lo que tenían en sus mientes los dos interlocutores, su espíritu vibrará de emoción. Debéis saber, mis queridos jóvenes lectores, que muy cerca de aquí está la tumba de José, el hijo de Jacob. También está cercano el santo lugar de Siquen, allí donde empezó a revelar Dios a Abraham su proyecto de salvación. Donde fue seducida y violada Dina. Donde Josué dejo hincada una piedra, testimonio comprometedor de la lealtad del pueblo. A unos 11k se conservan todavía las ruinas de Samaría, la antigua capital. En el horizonte se levantan dos montañas mágicas y simbólicas: el Ebal y el Garizin, a este último se referirán los interlocutores. El lugar está situado a las afueras de la ciudad palestina de Nablus.

2.- Podréis escuchar muchos y diversos comentarios. La Palabra de Dios tiene tal profundidad, que por sus inmensos recovecos descubre uno ignotos tesoros. Os explicaré el encuentro del Maestro y la mujer samaritana a mi manera, que es, sin duda, uno de los modos que uno puede hacerlo. El evangelio de Juan es el más espiritual y simbólico de los cuatro, lo cual no le exime de ser histórico. Piensan algunos que es el más histórico de todos.

El antiguo pueblo escogido se había escindido, a la muerte de Salomón, en dos estados que habían alternado entre sí épocas de rivalidad, con treguas y pactos de amistad y ayuda. En la época del relato, ya que era territorio ocupado por los ejércitos de la ciudad de Roma, quedaba entre ambos una gran rivalidad y desprecio, que no llegaba a situación bélica. Cultural y económicamente los judíos disfrutaban de una situación mejor que la de los samaritanos. Pero el orgullo patrio era semejante.

No mucho más de 30 años tendría Jesús. Se había quedado sólo aquel día, en aquel lugar tan evocador, mientras los apóstoles habían ido a comprar alimentos a la ciudad próxima llamada Sicar. Nota el Señor que se acerca alguien. Levanta la vista, es una mujer de andar gallardo. Muy cerca está ya, cuando se agacha dispuesta a descolgar su cacharro y sacar agua por el ancho y profundo agujero.

Jesús, con amable jovialidad, le pide un poco de agua. Ella, extrañada y garbosa, con una sonrisa de signo diferente a la de Él, le espeta con disimulada sorna:

– ¿Qué clase de judío eres tú, que te atreves a hablar a una samaritana?

El Maestro no esconde su ironía y le torna la pelota:

– Si supieras quien soy yo, serías tu quien me pediría agua…

Continúa ella mordaz:

– ¿Ah, sí? ¿Sin cuerda ni cacharro, serás capaz de darme a mí agua de este manantial? ¿Quién te has creído que eres? ¿Te sientes más importante que Jacob, que excavó este pozo?

El Señor no se inmuta y, sin disimular, continúa en el mismo tono:

– Pues sí, mujer, yo podría darte tanta agua que no te sería preciso volver a buscarla, ni aquí ni a ningún sitio, ya que no sentirías de nuevo más sed.

La mujer no ha caído en la cuenta de que se está enredando y pronto no podrá escapar a la agudeza viril de su interlocutor e ingenuamente, le dice:

– ¡Anda!, dámela enseguida

Cambio de tercio a iniciativa de Jesús, que candorosa, pero pícaramente, le dice:

– Vente con tu marido y continuamos hablando

Sin darse cuenta la mujer de que ha bajado la guarda y sin tomar las precauciones con las que hasta entonces se había armado, contesta con sinceridad:

– No tengo marido

– Si ya lo sabía, le dice Jesús, has tenido cinco y el de ahora no llega a ser más que un amante

3.- El sonrojo ha inundado su rostro. ¡Qué vergüenza siente ahora! En lo más hondo de la intimidad personal, guarda ella un rincón secreto. En aquel escondite, se siente segura, pues nadie puede entrar allí. Este enigmático judío se ha colado, sin saber ella cómo. Se siente desnudada espiritualmente y, por un momento, derrotada. Sabe escaparse, se trata de un hombre, piensa inmediatamente, a ellos les apasiona ser reconocidos como algo importante y batirse en la palestra de la política. Allí, astutamente, le lleva ella.

– Admito que eres un hombre prodigioso, un profeta tal vez. Dime pues:¿es aquí arriba, en la cima del Garizin, donde nosotros vamos, o en Jerusalén, donde decís vosotros que hay que ir?

Ha tocado la fibra patriótica y el Señor no oculta sus convicciones:

– Seamos sinceros, la razón está de nuestra parte. Pero no te inquietes, de ahora en adelante, el sitio no es lo que importa. Para orar, para estar con Dios, lo importante es la actitud interior. Tal como uno es por dentro, es lo que condiciona. En cualquier lugar del mundo puede hacerlo.

La samaritana se ha dado cuenta de que su interlocutor no es peligroso. Entiende de hombres ¡tanto como entiende ella, desde sus experiencias y fracasos! Desde la intuición que no ha perdido, sintiéndose vencida pero no aplastada, dice audazmente:

– Tal vez ha llegado la hora del Mesías…

– Sí, tú con él estás hablando.

(En este momento la llegada de los discípulos rompe el encanto del encuentro. Les intriga aquella conversación de tu a tu con una desconocida. Le ofrecen comida y la rehúsa. Estaba diciéndole amablemente a aquella mujer lo que ásperamente había dicho al diablo en el desierto: que no sólo de pan y agua se vive. Experimentaba la mujer entonces, que la Palabra de Dios es el alimento del alma creyente. Ella no sabía que Él era el alimento que ella más necesitaba, pero no importa, aunque alguien coma sin saber la composición del bocado, también le aprovecha.)

3.- Aquellas palabras la han cambiado. De mujer libertina se ha tornado apóstol, sin calcularlo, ni saberlo. Huye corriendo. Cuenta a los suyos que aquel hombre prodigioso le ha hablado de sus más íntimos secretos. Ellos acuden. No importa que sea judío. A diferencia de los de la otra ocasión, estos le ofrecen alojamiento. El Maestro no desconfía ni desprecia a nadie, no es racista, ni clasista. Les predica con el mismo entusiasmo que lo pudiera hacer en su querida Galilea. El texto dice que era una mujer de vida licenciosa. Afirma también que quedó convencida de lo que el Maestro le dijo. Supo el Señor hablarla a ella como mujer, desde su realidad humana de varón. Con acierto, sin disimular nunca, pero con sagacidad. ¡Qué Jesús tan admirable podemos tener como íntimo amigo! ¡Qué suerte tenemos!

Desearía, mis queridos jóvenes lectores, que meditarais este episodio desde vuestra realidad. Que sacarais consecuencias de ella. Uno puede ser muy masculino al lado de una chica muy femenina, sin que tengan que sonar tonos eróticos. Mis imaginarias y amadas lectoras, desearía que estos escritos que redacto pensando en vosotras, os llevaran un mensaje de salvación e ilusión, como el que trasmitió Jesús a su ocasional compañera. No os avergoncéis de volveros coloradas, dejaos atrapar ingenuamente por Jesús. En mi oración personal os tendré en cuenta. Pediré especialmente por vosotras.

Pedrojosé Ynaraja

Jesús y las mujeres

1.- Es de suponer que los relatos de los Evangelios tenían que sorprender –y mucho—a los primeros cristianos, tanto en el ambiente pagano, como dentro del pueblo de Israel. Y mucho más tuvieron que hacerlo cuando todavía no eran más que un reducido número de fieles que intentaban organizar su fe mediante el mejor conocimiento de Jesús de Nazaret, del Señor Jesús, mediante una primigenia tradición oral. Y esto viene a cuento ante la escena de la Samaritana, ante el largo y notable desarrollo de todo el relato. Las mujeres apenas pesaban en la sociedad de aquellos años. Y, desde luego, durante muchos siglos después, muy poco o casi nada. Apenas aparecían en los libros, en las historias corrientes, a no ser que fueran reinas o prostitutas. Pero las mujeres van a estar presentes, muy presentes, en los ejemplos catequéticos que Jesús va poniendo a lo largo de su vida pública. Ahí están Marta y Maria de Betania. María Magdalena a quien se aparece por primera vez, aun siendo mujer. Asimismo, la maravillosa escena de la mujer pecadora, cuando intentan apedrearla y Él, Jesús de Nazaret, escribe en el suelo.

Y la realidad –no nos engañemos—es que siguen sorprendiéndonos a todos. Tienen los evangelios esa condición de sorpresa que marca y llena. Y es, sobre todo, porque no se han adaptado a las convenciones de una época, ni han tenido en cuenta las formalidades humanas de “construir” la vida, sólo la voluntad de Dios. Por eso, millones y millones de personas se han visto iluminadas por unos relatos, por unas historias, diferentes y muy gráficas. Historias que marcan, se fijan a martillazos en nuestra memoria y conforman –y forman—la vida propia a partir del momento en que se descubren. No deberíamos pasar ni un solo día sin consultar, sin releer, los evangelios; porque, asimismo, cada nueva lectura es un descubrimiento, una nueva visión de algo que, hasta entonces, parecía muy conocido.

2.- Personalmente, creo que no habrá otra escena evangélica que haya tantos inspirado comentarios –libros enteros—como la del pozo de Sicar. Y es que se presta a ello. Jesús llega cansado y sediento a la cercanía del brocal de un pozo. Tiene sed y pide de beber. Allí una mujer saca agua. Habrá reconocido, enseguida, a un judío piadoso, por, probablemente, todo lo que acompañaba el atuendo de las personas religiosas judías –filacterias en el manto, por ejemplo—y, claro, se sorprende que un judío le hable a ella que es samaritana. Y, probablemente, le sorprendiera más por ser mujer. En estos momentos, esta mujer no podría adivinar “lo que se le venía encima”. Descubrir la verdad sin reservas que iba a comprometer incluso a la totalidad de sus creencias –como el lugar del culto—o todas sus diferencias religiosas, étnicas y políticas –como la larguísima confrontación entre samaritanos y judíos. Pero, sobre todo, conocer el Mesías, a un Mesías diferente, que solo hablaba de concordia, de amor, de paz. El “otro” Mesías, el que describían las leyendas religiosas de entonces era un personaje que conquistaría con el uso de la fuerza y hasta de la magia.

Pero tampoco podía suponer la samaritana que su vida iba a cambiar totalmente porque esa agua de eternidad que le iba a dar el desconocido que acaba de conocer, daría sentido a toda su existencia a partir de ese mismo momento. La mujer iría de sorpresa en sorpresa hasta quedar totalmente desconcertada. Pero no nos engañemos, algunos aspectos –o muchos—de nuestra conversión personal están llenos de elementos desconcertantes, imprevistos, casi imposibles, vistos con los ojos de la vida anterior, vivida hasta ese momento. Ya, cuando el desconocido descubre su vida es un autentico shock. Primero porque al no ser de la zona no tiene por qué saberlo. Segundo, porque, asimismo, es una vida azarosa, vergonzosa. Son cinco maridos. No uno solo. Y el último no es ni siquiera su marido.

3.- Es verdad como dicen muchos expertos y exégetas que la samaritana en esos momentos se convierte en apóstol, en anunciadora de la verdad y del Reino de Dios. Y por ella creerían muchos en Samaria que, ya para nada, tienen que ir al Templo de Jerusalén ha a adorar a Dios. También muchos comentaristas se refieren a la sorpresa de los apóstoles ante el importante diálogo que mantiene Jesús con una samaritana. Y todo el tema –sin duda maravilloso—del agua eterna que salta desde dentro son, asimismo, cuestiones dignas de ser meditadas. Todas ellas nos dan claves importantes dentro de este impresionante evangelio de San Juan que hemos escuchado hoy. Todo es sencillamente sublime y necesita de mucho trabajo por nuestra parte para entenderlo y aprovecharlo.

La primera lectura, del capítulo 17 del Libro del Éxodo hace referencia también a la sed, a la sed del pueblo errante por el desierto. Será Moisés, quien siguiendo las indicaciones de Dios, sacará agua de las piedras. Y lo hará en el lugar de Massá y Meribá emplazamiento que quedará en la historia colectiva del pueblo de Israel como lugar de afrenta y vergüenza por haber tentado a Dios. El agua que Dios les dio calmó los ánimos y el pueblo inició el arrepentimiento por su mala conducta ante Dios. Y el arrepentimiento es el camino principal de la Cuaresma. Pero no podemos llegar a la paz del arrepentimiento, solos. Necesitamos de la ayuda de Dios. La samaritana encontró a Jesús que le abrió el camino hacia la paz y el cambio. El pueblo errante necesitó, asimismo, de la intervención portentosa de Dios para saber que era Dios quien cuidaba de él. Y su irá desapareció. Una ira que hizo temer a Moisés que podía morir apedreado. Massá y Meribá –lo que allí ocurrió—está presente en los salmos y es expresión de penitencia, aunque primero lo fe del rebeldía, cuando, todavía, Dios no había intervenido.

La presencia de Dios en nosotros llega en forma de amor, siempre. Por eso, San Pablo define también dicha presencia. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” No estamos solos. El Espíritu –tiene razón San Pablo—nos acompaña en la subida de este Cuaresma hacia la Semana y la Pascua.

Ángel Gómez Escorial

Surtidores

Un surtidor es un chorro de agua que brota o sale. Uno de los espectáculos de la ciudad de Las Vegas es contemplar el espectáculo de las fuentes de un conocido hotel, cuyos surtidores funcionan al compás de la música, cambiando de forma e intensidad. Las fuentes con surtidores se instalan en parques y jardines, porque su vista y su sonido son un signo de vida, y resultan agradables y relajantes. Pero los surtidores no tienen sólo una función decorativa, también se instalan surtidores para poder beber, para el riego, o para repostar combustible en los vehículos automóviles.

En el Evangelio hemos escuchado el encuentro de Jesús con una mujer de Samaría, junto al pozo de Jacob. Aunque ambos ofrecen agua, un pozo es lo contrario de un surtidor: el pozo contiene el agua y requiere esfuerzo: hay que ir a sacarla, como hacía la samaritana; y, además, hace falta un cubo, porque los pozos suelen ser hondos y el agua no está al alcance de la mano. Los surtidores, por el contrario, no requieren que se haga ningún esfuerzo: el agua brota sola.

Y Jesús aprovecha este ejemplo y la realidad de la necesidad de beber para darse a conocer a la samaritana y, por medio de ella, a la gente de su pueblo y también a nosotros.

Ambos comienzan hablando del agua y de la sed común; Jesús le dice: “Dame de beber”. Y ella continúa en la misma línea: ¿Cómo tú, siendo judío me pides de beber a mí, que soy samaritana? Pero, a partir de ahí, Jesús cambia el sentido tanto del agua como de la sed: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed. Jesús le y nos está diciendo que el ser humano no puede contentarse con el “agua común”, con cubrir sus necesidades básicas, porque el ser humano es un ser “sediento” de algo que trasciende lo material: está sediento de amor, de felicidad… y esta “sed” sólo puede saciarse con el agua viva que Dios nos ofrece como don suyo.

Más aún, Jesús continúa diciéndole: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. El agua viva que el Señor nos ofrece no es algo difícil de alcanzar, para lo que se requieren conocimientos o herramientas especiales. Ni siquiera hay que buscarla, porque es un surtidor que brota dentro de nosotros mismos para poder saciar nuestra “sed” en todo momento. Por eso, no es de extrañar la respuesta de la samaritana: Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.

Pero ese surtidor que el Señor hace brotar en nosotros tiene un efecto secundario: el agua viva no es para almacenarla dentro de nosotros, como si fuéramos pozos, sino que nos convierte también en surtidores. La mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente… Ella no hace grandes esfuerzos por convencer a la gente, simplemente les cuenta su experiencia de encuentro personal con el Señor (me ha dicho todo lo que he hecho) y les invita (Venid a ver…). Y, como se nota que en ella ya está brotando el surtidor de agua viva, en aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en Él por el testimonio que había dado la mujer, y despertó en ellos el deseo de encontrarse también con el Señor (le rogaban que se quedara con ellos). Y todavía creyeron muchos más por su predicación, convirtiéndose a su vez en nuevos surtidores de agua viva: Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es de verdad el Salvador del mundo.

¿Me conformo sobre todo con cubrir mis necesidades materiales? ¿De qué más tengo “sed”? ¿Dónde y cómo busco el agua viva que el Señor nos ofrece? Y, si he encontrado esta agua, ¿soy “pozo”, me la guardo para mí, o soy “surtidor” y la ofrezco a otros con mi testimonio?

Como hemos dicho, los surtidores no son sólo decorativos, tienen diferentes usos que afectan a nuestras necesidades básicas. El surtidor de agua viva que el Señor hace brotar dentro de nosotros no es algo “decorativo”, accesorio en nuestra vida: sacia nuestra “sed” de amor, de felicidad, de sentido, es el “combustible” que nos mueve cada día. No seamos “pozos”, no nos guardemos esta agua para nosotros viviendo la fe de modo individualista; seamos surtidores, como la samaritana, para que otros “sedientos”, por nuestro testimonio, puedan encontrar el agua viva del Señor.