En Pontecurone, diócesis de Tortona, provincia de Alejandría, en el norte de Italia, nación Juan Luis Orione en 1872, en un hogar muy pobre. Su madre, mujer de gran piedad, educó a los hijos en la doctrina cristiana.
A los trece años, el niño ingresó en un convento franciscano de Voghera; pero enfermó gravemente y tuvo que regresar al hogar.
Ya repuesto, entró en el instituto salesiano de Valdocco, y allí por primera vez vio a Don Bosco.
El seminario diocesano lo admitió en 1899. Una señora le regaló el hábito y su padre, antes liberal, se convirtió al catolicismo. Pronto los superiores lo distinguieron por el gran amor que manifestaba a los pobres. En este tiempo convirtió su aposento en aula, al recibir algunos niños a quienes daba lecciones de catecismo. El obispo, monseñor Bandi, le cedió parte de sus habitaciones y el jardín del palacio episcopal. El 3 de julio de 1892 consiguió, con el obispo, la inauguración de su primer oratorio festivo, al que puso el nombre de San Luis, principio este de la Obra de la divina providencia. Poco después abrió un colegio para seminaristas pobres y el 13 de abril de 1895 era ordenado sacerdote. Su primera misa la ofició en la capilla del colegio de santa Clara.
Comienza su infatigable labor apostólica. La Pequeña obra de la divina providencia es aprobada por el obispo en 1903 y por la Santa Sede en 1944, después del fallecimiento del fundador. Don Orione decide formar eremitas para la vida contemplativa. Los tres primeros se consagran en julio de 1899. Actualmente hay tres de estos eremitorios, dos de los cuales están en Italia y el tercero en Argentina.
Pio X, se interesa por su obra y en 1906 le proporciona dinero para construir una capilla que sería la primera en el peor de los barrios de la vía Apia.
En 1908, al producirse el terremoto de Messina, realiza una labor heroica y agotadora. Lo mismo en 1915 en el terremoto de Mársica.
Sufre privaciones de toda índole para ayudar a sus semejantes. Crea en 1917, la Pequeñas hermanas misioneras de la caridad e inaugura, en Novara, el primer Pequeño Cottolengo.
La obra crecía. Ya en 1913 el primer contingente de misioneros de la divina providencia había sido enviado a Brasil. Durante la primera guerra mundial, las Pequeñas hermanas misioneras de la caridad tomaron a su cargo a los huérfanos, a los niños abandonados, a los enfermos.
En 1921 viajó a América del Sur, para trabajar intensamente. En 1934 volvió a Argentina y se dedicó a la realización de numerosas obras. Sufrió durante muchos años los embates de la enfermedad, pero no se atendía.
«Primero son ellos -se le oía decir- ¡Hay tanto que hacer!»
Murió en San Remo el 12 de marzo de 1940, sin haber malgastado un día, un instante de su larga y fructífera vida.