Ser testigo implica ser rechazado
Invocación al Espíritu Santo:
¡Ven Espíritu Santo!, Tú eres la fuerza que vigoriza nuestro trabajo. Tú, el aliento que vigoriza nuestra alma. Tú, la luz que ilumina nuestra mente. Tú, el motor de nuestras obras. Danos docilidad para seguir tus mandatos y que gocemos siempre de tu protección. Amén.
Lectura. Lucas capítulo 4, versículos 24 al 30:
Jesús llegó a Nazaret, entró a la sinagoga y dijo al pueblo: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había cierta- mente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, que era de Siria”.
Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio de la montaña sobre la que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero Él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí.
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).
Indicaciones para la lectura:
Lucas a diferencia de Marcos y Mateo, inicia la misión de Galilea en Nazaret, el pueblo de Jesús. Lo hace en la sinagoga, donde Jesús proclama que se ha cumplido un texto de Isaías, en el que se escribe de qué manera concreta llevará a cabo su tarea el Mesías. Esta escena es como el programa de lo que va a ser el misterio de Jesús, y prefigura todo lo que va a ocurrir; se anuncia la salvación para todos los hombres, los incrédulos piden signos, el pueblo judío rechaza su predicación e intenta matarlo, pero la libertad soberana de Jesús vence a sus enemigos y la evangelización sigue su camino. Lucas anuncia también en este texto el camino futuro de la Iglesia y las condiciones de su fidelidad al Resucitado.
Meditación:
El Señor nos muestra en el Evangelio la necedad de los hombres al escuchar la palabra de Dios. Jesús habla, en primer lugar, de dos extranjeros que recibieron la gracia de Dios: un leproso y una viuda. En ellos, están representados todos los leprosos, es decir, los pecadores, los que están infectados con la lepra del egoísmo, y, por otra parte, nos muestra a la viuda, la figura del necesitado. A ambos, Dios presta su socorro, a ambos, los abraza con su inmenso amor.
Ahora, podemos preguntarnos por qué dice esto el Señor. ¿Qué encontró Jesús en su pueblo natal? ¿Incredulidad? Tal vez. ¿Soberbia? Quizás. Todo esto lo podemos suponer, pero lo que no podemos suponer es lo que se nos narra: ellos quisieron despeñarlo, lo quisieron matar. Jesús les reprochó el que no estuvieran abiertos a la acción de Dios, al divino amor que les tenía. Les recordó cómo hasta los extraños no eran ajenos a la caridad de Divina. Sin embargo, los nazarenos no estuvieron abiertos ni dispuestos para escuchar esas bellas palabras de Dios: Os amo.
Oración:
Señor Jesús, tú has pasado en medio de tu pueblo, llevando el mensaje de tu Padre celestial, y aunque has sido rechazado por los de tu tierra, vecinos y conocidos; has salido victorioso, rompiendo las ataduras del pecado. Te pedimos que nos ayudes a seguir evangelizando con nuestro testimonio a los de nuestra comunidad, a nuestros familiares y amigos, y aunque seamos rechazados por ellos, y no acepten tu mensaje de salvación, pedimos tu auxilio para salir al igual que tú, victoriosos de haber proclamado la buena nueva de tu Evangelio. Así sea.
Contemplación:
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña (Catecismo de la Iglesia Católica numeral 64). Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres. Los profetas anunciaban una redención radical del pueblo de Dios, la purificación de todas sus infidelidades, una salvación que incluirá a todas las naciones. Serán todos los pobres y humildes del Señor, quienes mantendrán esta esperanza.
(Catecismo de la Iglesia Católica numeral 2582). Elías es el padre de los profetas, de las razas de los que buscan a Dios, los que van tras su rostro. Su nombre, el Señor es mi Dios, anuncia el grito del pueblo en respuesta a su oración sobre el monte Carmelo.
Oración final:
Muchos leprosos y muchas viudas había en Israel; muchos pecadores y necesitados hay hoy en día en nuestro mundo, pero solo visitaste y obraste, Señor, con los que se abrieron a tu amor. Yo convivo a diario contigo, Jesús; presencio cada día infinidad de tus milagros. No obstante, no quiero acostumbrarme a tu presencia y a tus milagros, no quiero tenerte como a un cualquiera. Por eso, te pido que abras, Jesús Bendito, mi corazón, y te ameré como nadie lo ha hecho jamás.
Propósito:
Hoy haré un acto de generosidad con aquella persona que me parece más antipática.