Lectio Divina – Martes III de Cuaresma

¿Si mi hermano me ofende?

Invocación al Espíritu Santo:

Ven, Espíritu Santo, Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu. Que renueve la faz de la Tierra.

Lectura. Mateo capítulo 18, versículos 21 al 35:

Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contestó: “No solo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”.

Entonces Jesús les dijo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.

Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía: ‘Págame lo que me debes’. El compañero se le arrodilló y le rogaba: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.

Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: ‘Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?’ Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.

Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Nuestro texto para este domingo es sobre el perdón. Es una palabra difícil de escuchar, porque encontramos que el perdón es difícil, tanto recibirlo como darlo. Sin embargo, también es una palabra de suma importancia, porque recibir y dar perdón es central a nuestra fe.

Meditación:

Dios nos muestra su amor perdonándonos nuestros pecados, deudas infinitas que tenemos con Él. Nos ofrece su miseri- cordia para que también nosotros podamos ser misericordiosos con los demás. El perdón es una característica del amor perfecto de Dios a los hombres. Pero Él necesita de nosotros para que su misericordia llegue a la gente. Quiere que nosotros seamos instrumentos de su perdón. Quiere mostrarles a los hombres su perdón a través de nosotros. Cuando nos invita a amar como Él mismo nos ama, también se refiere al perdón. El perdón es la perfección de la caridad. Nos cuesta mucho porque requiere que venzamos nuestro orgullo y que seamos humildes. Pero solamente así podemos ser sus apóstoles y llevar su amor al mundo. Dios nos necesita y nos llama a esta misión maravillosa: ser instrumentos de su amor y de su perdón.

Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar? Con esta respuesta Jesús no nos dice que perdonar sea fácil, sino que es un requisito absolutamente indispensable para nuestra vida. Podríamos decir que es un mandamiento, porque nos dice ¡per- dona! De otra forma el corazón se encuentra como una ciudad asediada por el enemigo, la caridad rodeada por el odio y el progreso espiritual sumergido en un pozo profundo.

Por otro lado, no debemos preocuparnos por la correspondencia del otro si hemos hecho lo que estaba de nuestra parte. Cada uno es diverso y, por lo tanto, cada uno dará cuentas a Dios de lo que ha hecho con su vida y con sus acciones.

Nuestro corazón deber ser un castillo donde solo reine Dios. Él es amor, como dice san Juan en su primera epístola, y como tal aborrece el odio. Si, por el contrario, permitimos entrar al odio en nuestro corazón, Cristo abandonará el sitio que estaba ocupando dentro de nosotros porque no puede ser amigo de quien odia. Por este motivo debemos trabajar en amar en lugar de odiar, comprender en lugar de pensar mal, perdonar en lugar de buscar la venganza.

Odiando, matamos nuestra alma. El deseo de venganza significa que se quiere superar al otro en hacer el mal y esto en vez de sanar la situación la empeora. Pidamos a Cristo la gracia de contar con un corazón como el suyo que sepa amar y perdonar a pesar de las grandes o pequeñas dificultades de la vida.

Oración:

“Padre, sé que he quebrantado tus leyes y que mis pecados me han separado de ti. Estoy sinceramente arrepentido y ahora quiero apartarme de mi pasado pecaminoso y dirigirme hacia ti. Por favor, perdóname y ayúdame a no pecar de nuevo. Creo que tu hijo Jesucristo murió por mis pecados, resucitó de la muerte, está vivo y escucha mi oración. Invito a Jesús a que se convierta en el Señor de mi vida, a que gobierne y reine en mi corazón de este día en adelante. Por favor, envía tu Espíritu Santo para que me ayude a obedecerte y a hacer tu voluntad por el resto de mi vida. En el nombre de Jesús oro, amén.”.

Contemplación:

Catecismo de la Iglesia Católica numeral 2840: Ahora bien, lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano y a la hermana a quienes vemos. Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.

Numeral 2843: Así adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor. La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial, acaba con esta frase: “Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano”. Allí es, en efecto, en el fondo “del corazón” donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.

Numeral 2844: La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos. Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede ser acogido más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconci- liación de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí.

Oración final:

Jesús, hoy te ofrezco mis pecados y mi debilidad, porque soy tu deudor. Sé que me quieres perdonar. Por eso vengo con una gran confianza. Confío en tus méritos y en tu muerte. Yo quiero ser el instrumento de tu perdón. Dame esta gracia. Yo sé que perdonar es la solución de muchos de mis problemas. Ayúdame a ser humilde y a aceptar mis propios defectos y los de las personas a mi lado. ¡Ayúdame a ser un apóstol de tu perdón!

Propósito:

Hoy perdonaré de todo corazón a aquella persona que no he sabido perdonar o a quien hoy me pueda dar un disgusto.

Anuncio publicitario

Homilía – Martes III de Cuaresma

En el trato con los demás, en la convivencia de todos los días, es prácticamente inevitable que se produzcan roces. Es también posible que alguien nos ofenda, algunas veces sin intención. Pero otras, actuando de una manera incorrecta o en su beneficio personal, en forma que nos perjudique. Y esto, con frecuencia ocurre habitualmente.

¿Hasta siete veces debo perdonar? Esta es la pregunta que Pedro le hace al Señor en el evangelio de hoy. Es también el tema de esta reflexión: ¿sabemos disculpar en todas las ocasiones?, ¿o el requisito del Evangelio nos parece un poco exagerado?

La respuesta de Jesús es: No te digo hasta siete veces, sin hasta setenta veces siete. Es decir siempre. El Señor nos reclama una postura de perdón y de disculpas ilimitados. Nos exige un corazón grande. Quiere que le imitemos.

Santo Tomás dice que la omnipotencia de Dios se manifiesta, sobre todo, en el hecho de perdonar y usar de su misericordia, porque la manera que Dios tiene de demostrar su poder supremo es perdonar libremente. Y por eso a nosotros nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar.

Nuestra conducta no debe consistir en esforzarnos por recordar todas las ofensas que nos han hecho, porque esto es impropio de un hijo de Dios. Muchas veces parece que tenemos preparado un registro para recitar, en la primera ocasión que se nos presenta, una lista de todos los agravios sufridos.

Aunque el prójimo no mejore, aunque reincida una y otra vez en la misma ofensa o en aquello que nos molesta, debemos renunciar a todo rencor. Nuestro corazón debe conservarse sano y limpio de toda enemistad.

Nuestro perdón debe ser sincero, de corazón, como Dios nos perdona a nosotros.

Perdón rápido, sin dejar que el odio o la separación se aniden en nuestro corazón. Sin adoptar poses teatrales ni perder el buen humor. La mayoría de las veces, en la convivencia diaria, ni siquiera será necesario decir «te perdono»: bastará sonreír, devolver la conversación, tener un gesto amable. En definitiva, disculpar.

En este tiempo de Cuaresma, que es tiempo de conversión interior, pidamos a María que nos ayude a lograr que las palabras que decimos todos los días en el Padrenuestro: «Perdónanos nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden», no sean una mera fórmula, sino que transformen nuestra forma de ser y de comportarnos con nuestro prójimo.

Perdonar, y ofrecer nuestro perdón al Señor, puede ser hoy nuestro propósito de sacrificio personal para esta Cuaresma.

Comentario – Martes III de Cuaresma

Mateo 18, 21-35

Una vez más el evangelio da un paso adelante: si la primera lectura nos invitaba a pedir perdón a Dios, ahora Jesús nos presenta otra consigna, que sepamos perdonar nosotros a los demás.

La pregunta de Pedro es razonable, según nuestras medidas. Le parece que ya es mucho perdonar siete veces. No es fácil perdonar una vez, pero siete veces es el colmo. Y recibe una respuesta que no se esperaba: hay que perdonar setenta veces siete, o sea, siempre.

La parábola de Jesús, como todas las suyas, expresa muy claramente el mensaje que quiere transmitir: una persona a la que le ha sido perdonada una cantidad enorme y luego, a su vez, no es capaz de perdonar una mucho más pequeña.

a) En la Cuaresma nosotros podemos dirigirnos confiadamente a Dios, como los tres jóvenes en tiempos de crisis, reconociendo nuestro pecado personal y comunitario, y nuestro deseo de cambio en la vida. O sea, preparando nuestra confesión pascual. Así se juntan en este tiempo dos realidades importantes: nuestra pobreza y la generosidad de Dios, nuestro pecado y su amor perdonador. Tenemos más motivos que los creyentes del AT para sentir confianza en el amor de Dios, que a nosotros se nos ha manifestado plenamente en su Hijo Jesús. En el camino de la Pascua, nos hace bien reconocernos pecadores y pronunciar ante Dios la palabra «perdón».

Podemos decir como oración personal nuestra -por ejemplo, después de la comunión- el salmo de hoy: «Señor, recuerda tu misericordia, enséñame tus caminos, haz que camine con lealtad… el Señor es bueno y recto y enseña el camino a los pecadores…». Y como los jóvenes del horno buscaban el apoyo de sus antepasados, nosotros, como hacemos en la oración del «yo confieso», podemos esperar la ayuda de los nuestros: «por eso ruego a Santa María siempre Virgen, a los ángeles y los santos, y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mi ante Dios Nuestro Señor».

b) Pero tenemos que recordar también la segunda parte del programa: saber perdonar nosotros a los que nos hayan podido ofender. «Perdónanos… como nosotros perdonamos», nos abrevemos a decir cada día en el Padrenuestro. Para pedir perdón, debemos mostrar nuestra voluntad de imitar la actitud del Dios perdonador.

Se ve que esto del perdón forma parte esencial del programa de Cuaresma, porque ya ha aparecido varias veces en las lecturas. ¿Somos misericordiosos? ¿cuánta paciencia y tolerancia almacenamos en nuestro corazón? ¿tanta como Dios, que nos ha perdonado a nosotros diez mil talentos? ¿podría decirse de nosotros que luego no somos capaces de perdonar cuatro duros al que nos los debe? ¿somos capaces de pedir para los pueblos del tercer mundo la condonación de sus deudas exteriores, mientras en nuestro nivel doméstico no nos decidimos a perdonar esas pequeñas deudas? Y no se trata precisamente de deudas pecuniarias.

Cuaresma, tiempo de perdón. De reconciliación en todas las direcciones, con Dios y con el prójimo. No echemos mano de excusas para no perdonar: la justicia, la pedagogía, la lección que tienen que aprender los demás. Dios nos ha perdonado sin tantas distinciones. Como David perdonó a Saúl, y José a sus hermanos, y Esteban a los que le apedreaban, y Jesús a los que le clavaban en la cruz.

El que tenga el corazón más sano que dé el primer paso y perdone, sin poner luego cara de haber perdonado, que a veces ofende más. Sin pasar factura. Alejar de nosotros todo rencor. Perdonar con amor, sintiéndonos nosotros mismos perdonados por Dios.

«Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde» (la lectura)

«Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia» (la lectura)

«Enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas» (salmo)

«No te digo que siete veces, sino setenta veces siete» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 2

Música – Domingo IV de Cuaresma

Entrada: Me invocará y lo escuchare (Apendice); Nos has llamado al desierto CLN 126; El Señor es mi luz CLN 505
Introito en latín: Laetare, Ierusalem .
Acto Penitencial de CuaresmaCLB  17
Misa de Cuaresma (Canto Gregoriano)
Salmo y Antifona antes del EvangelioEl Señor es mi pastor
Ofertorio: Attende Domine CLN 101
Santo: CLN I-1
Comunión: Caminaré en presencia del Señor CLN 534; El Señor es mi pastor CLN 538 Dios es fiel CLN 117; Llorando los pecados CLN 110
Final: Termina la celebración en silencio; Si me levantaré CLN 107

Oración de los fieles – Domingo IV de Cuaresma

Dios Padre Nuestro queremos hoy pedirte comunitariamente que todos nosotros veamos, que todos sepamos aprovechar la luz, brillante y eterna, de tu Espíritu generoso. Y ante ello todos juntos repetimos

¡SEÑOR, QUÉ VEAMOS!

1.- Dios Padre nuestro, que todos, dentro de la Iglesia, sepamos ver la luz que tu Hijo Unigénito nos ofrece y que nosotros, desde el amor de nuestra realidad eclesial, sepamos llevar luz a todos los pueblos de la tierra. OREMOS

2.- Dios Padre Nuestro, ampara y protege al Papa Francisco para que sepa conducir el rebaño de la Iglesia hacia las más altas cotas del amor, la libertad, la solidaridad, la fe y la esperanza. OREMOS

3.- Dios Padre Nuestro, ilumina al Obispo de nuestra diócesis (….) y a todos los obispos de la Tierra para que, según el ejemplo de los Apóstoles, sepan llevar tu Palabra hasta los más recónditos lugares de sus diócesis, y mantengan la comunión entre ellos y sus diócesis para que así a nadie le falte el alimento material y espiritual. OREMOS

4.- Dios Padre Nuestro, que tu Santo Espíritu, influya en el alma y en ánimo de todos los responsables del poder en toda el mundo, para que reine la paz y la concordia y las tinieblas de la pobreza, la explotación, el terrorismo y la guerra no oscurezcan jamás la luz que nos envías desde lo alto. OREMOS

5.- Dios Padre Nuestro, ampara y protege a los más débiles de entre nuestros hermanos: a los pobres, a los niños, a los marginados, a las parejas en conflicto, a los inmigrantes, a los enfermos incurables, para que tu luz les llene de alegría y nosotros podamos servirlos con amor y siempre en tu Nombre. OREMOS

6.- Dios Padre Nuestro, acepta con indulgencia y ternura las oraciones y sentimientos de este rebaño que se ha reunido en la Eucaristía y así recibamos la luz de tu Espíritu y el consuelo de llegar sanos y salvos a la Pascua. OREMOS

Dios Padre Nuestro acepta estas peticiones que te hacemos con amor y humildad.

Por Nuestro Señor Jesucristo

Amen


Nuestro corazón vive para sí ajeno y ciego a lo que sucede a su alrededor. Pedimos al Señor que nos haga salir de nuestra oscuridad. Oremos diciendo:

HAZNOS VER TU LUZ, SEÑOR

1. – Por el Papa, los obispos y sacerdotes para que sean siempre luz que alumbre sin descanso las tinieblas de este mundo. OREMOS

2. – Por los que dirigen las naciones para que centren sus esfuerzos en ayudar a los más necesitados de la sociedad. OREMOS

3. – Por todos los que caminan de espaldas a la luz para que el Señor pase por sus vidas y transforme su ceguera en una mirada limpia. OREMOS

4. – Por los enfermos y necesitados de nuestra parroquia o nuestro barrio para que encuentren en nosotros una mano abierta a sus problemas. Y sepamos llevarles la Luz de Cristo. OREMOS

5. – Por los niños y los jóvenes para que sintiéndose ungidos por Dios lleven una vida iluminada y se mantengan lejos de toda oscuridad. OREMOS

6. – Por los que preparamos con ilusión la Pascua del Señor, para que aprovechemos este tiempo favorable y demos paso a la luz en nuestros corazones. OREMOS

Padre, atiende esta súplicas que con confianza te presentamos que tu luz llegue a nosotros para renacer a la Vida que Cristo nos trajo.

Por Jesucristo Nuestro Señor

Amen.

Comentario al evangelio – Martes III de Cuaresma

En el Antiguo Testamento el número siete tiene una estrecha relación con el castigo (cf. Gn 4, 15. 24; Lev 28, 18-28), pero también con el arrepentimiento (cf. Prov 24, 16: “siete veces cae el justo pero vuelve a levantarse”). Es muy explicable que, en el contexto de la predicación de Jesús, y del nuevo universo religioso que se abría con ella ante los discípulos, el número siete haga acto de aparición, pero en relación con el perdón de los hermanos. En este sentido, la pregunta de Pedro va bien encaminada: se vuelve por activa, es decir, en la dirección de la misericordia, lo que antes se conjugaba por pasiva, en relación con el castigo, o, todo lo más, con el propósito personal de la propia enmienda. Sin embargo, la medida usada por Pedro resulta no ser adecuada, se queda corta.

Con el evangelio de Jesús no sólo cambia la dirección: del castigo al pecado; y del esfuerzo por la justicia, al perdón gratuito de las ofensas. Cambia también la medida: “setenta veces siete” significa un perdón sin medida, sin límites, sin ese “hasta aquí hemos llegado” tan nuestro, tan “humano”. ¿Es esa exigencia realista y, sobre todo, posible? Jesús, con la parábola del siervo perdonado y despiadado, nos invita a mirar, más allá de las ofensas recibidas, al Padre misericordioso. Al hacerlo así comprendemos la desproporción absoluta entre el perdón ilimitado, sobreabundante y exagerado de Dios, y lo que nosotros tenemos que perdonar en nuestras cuitas cotidianas. Los diez mil talentos perdonados al siervo significaban una cifra desorbitada, una cantidad de dinero que posiblemente nadie poseía en aquel tiempo. Mientras que los cien denarios eran una cifra bastante realista: con 200 denarios se podía comprar algo de pan, pero no para muchos (cf. Mc 6, 37); con trescientos, se podía comprar un buen perfume (cf. Mc 14, 5).

Los diez mil talentos representan el precio que Dios ha pagado por nosotros: la pasión y muerte de su Hijo Jesucristo, con cuya sangre hemos recibido la gracia del perdón, de la salvación, de la resurrección y la vida eterna. Los cien denarios son el precio que nosotros tenemos que pagar para ser dignos de esa herencia: cien denarios en forma de capacidad de perdón, de paciencia y misericordia, de comprensión, incluso de disposición a sufrir algo por nuestros hermanos. A veces los cien denarios nos parecen mucho, demasiado, setenta veces siete, y no estamos dispuestos a perdonarlos, amparándonos incluso en actitudes justicieras: exigimos, al fin y al cabo, lo que realmente nos deben; pero, si lo comparamos con lo que Dios nos ha regalado y perdonado en Jesucristo (diez mil talentos, bienes que superan toda medida, y que pregustamos ya en la comunidad, la Iglesia, los sacramentos, el amor fraterno), comprendemos que no es demasiado lo que se nos pide. Al fin y al cabo, sabemos que Dios nos perdona siempre, también cuando repetimos una y otra vez el mismo pecado; ¿no hemos de reflejar en nosotros mismos, siquiera a pequeña escala (cien denarios) esa desmesura (diez mil talentos) de misericordia?

Ciudad Redonda

Meditación – Martes III de Cuaresma

Hoy es martes III de Cuaresma.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 18, 21-35):

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

La pregunta que hoy hace Pedro a Jesús es de una actualidad tal que deberíamos hasta estar agradecidos con él por habérsela hecho. Es una pregunta que surge muchas veces en el interior y fácilmente se deja traslucir hacia afuera tras sentirnos ofendidos por actitudes de los que nos rodean o de realmente ser ofendidos.

Es un tema delicado sin duda. Un tema en el que Jesús insiste en muchas ocasiones y de diversas maneras en los Evangelios. Pero el Señor no quiere que lo vivamos como una exigencia moral sin más, sino como fruto de un encuentro con el Perdón.

El Señor nos da la respuesta a la pregunta ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano? Nos responde con un número exorbitante de veces: setenta veces siete. Si con solo leerlo ya nos da pereza, cuánto más para realizarlo.

Ese número gigantesco de veces que estamos llamados a perdonar no llega ni de lejos a lo que debía el siervo de la parábola al Rey.

Es verdad que existen las ofensas, deliberadas o sin deliberar; todos las sufrimos o las hacemos sufrir a otros. En estas situaciones el Señor nos llama a cambiar el foco y a responder a las ofensas o deudas con compasión.

Siendo sinceros, compadecernos del que nos ofende no es lo primero que nace en nuestro corazón. Esta experiencia de compasión sólo podemos tenerla con los demás después de haberla experimentado nosotros. Después de un encuentro vital.

Para este encuentro nos estamos preparando; para el encuentro con Aquel que ha cargado sobre sí todos nuestros pecados, que se ha convertidoen un gusano, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo (cfr. Salmo 22, 6);más aún, que se ha hecho un maldito ante su pueblo – porque dice la escritura – maldito el que cuelga de un madero (cfr. Gal 3,13).

Es un tiempo para ajustar cuentas con el Rey. Envía a su propio Hijo para llevarnos ante Él; el Príncipe de la paz lleva roja la túnica de sangre, camina con pies sangrantes y está coronado de espinas. Él se hace cargo de las cuentas y nos justifica hasta llegar a decir “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”(Lc 23, 34).

Y cuando experimentamos que realmente sus palabras son verdaderas en nosotros, que necesitamos su perdón y que nos lo ha concedido gratuitamente, nuestro corazón experimenta la compunción, la humildad, la compasión. Tenemos la experiencia de que, sin su misericordia, somos unos esclavos y vivimos ahogados con los intereses que traen los “negocios turbios”.

Solo esta profunda, real y consciente experiencia de necesidad permite que se caigan las escamas de nuestros ojos y reconozcamos que el que nos ha ofendido es tan frágil y pobre como nosotros, que tampoco sabe lo que hace.

Para vivir esto no debemos esperar al Viernes Santo. Este encuentro es necesario que se produzca HOY en la vida de cada uno. Hoy y cada día, para que, al sabernos amados en nuestra debilidad, vivamos los encuentros o situaciones, no desde el fastidio de las ofensas, ahogando al prójimo hasta que nos pague lo poco o mucho “que nos debe”, sino que vivamos en la plena libertad de los hijos de Dios – y dejemos vivir en ella – reconciliados, gozosos, agradecidos, enamorados del Dios que se ha compadecido de nosotros.

Monasterio Ntra. Sra. de la Piedad – MM. Dominicas

Liturgia – Martes III de Cuaresma

MARTES DE LA III SEMANA DE CUARESMA, feria

Misa de la feria (morado)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio Cuaresma.

Leccionario: Vol. II

            La Cuaresma: La compasión de Dios invita a perdonar.

  • Dan 3, 25. 34-43. Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde.
  • Sal 24. Recuerda, Señor, tu ternura.
  • Mt 18, 21-35. Si cada cual no perdona a su hermano, tampoco el Padre os perdonará.

Antífona de entrada          Sal 16, 6. 8
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme.

Monición de entrada y acto penitencial
Siempre que nos acercamos a Dios para pedir perdón, nunca somos rechazados. Dios ahora nos llama a hacer lo mismo con los demás.

  • Señor, ten misericordia de nosotros.
    — Porque hemos pecado contra Ti.
  • Muéstranos, Señor, tu misericordia.
    — Y danos tu salvación.

Oración colecta
SEÑOR, que tu gracia no nos abandone,
para que, entregados plenamente a tu servicio,
sintamos sobre nosotros tu protección continua.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Reflexión
Parecería que con su “irreflexiva” pregunta Pedro esté exigiendo un límite en el ejercicio de la caridad reconciliadora: «¿Cuántas veces tengo que perdonar?». La impactante respuesta de Jesús, expresada en forma de parábola, es la explicación más ilustrativa de la correspondiente petición del «Padre Nuestro»: «Como también nosotros perdonamos» (Mt 6, 12). La ley del perdón no es algo opcional y está condicionada a que también nosotros seamos eco viviente de lo que el Padre misericordioso –en virtud de la sangre redentora de su Hijo– ha hecho antes en favor de cada uno de nosotros.

Oración de los fieles
Dirijamos nuestras oraciones a Dios Padre omnipotente que nos da su misericordia y nos llama al perdón recíproco:

1.- Por la Iglesia, para que, abierta a la acción de la Gracia, tenga siempre el coraje de ser portadora de esperanza para iluminar a todos los hombres en el camino de la vida, mostrándoles la vía del bien y del perdón. Roguemos al Señor.

2.- Por el Papa Francisco, para que con las palabras y con las obras pueda llegar al corazón de cada hombre, y con humildad sea para todos, instrumento de la misericordia de Dios, para que podamos redescubrir el valor y la fuerza de la reconciliación. Roguemos al Señor.

3.- Por los gobernantes de las naciones, para que luchen por conseguir la paz entre las naciones y la reconciliación entre los diferentes sectores sociales de cada país. Roguemos al Señor.

4.- Por todas las personas que son víctimas de la violencia o de cualquier forma de explotación y de abuso, para que el miedo y el rencor nunca dominen su corazón y encuentren consuelo en la fe y ayudas concretas en las instituciones, para que puedan recomenzar a mirar al futuro con esperanza. Roguemos al Señor.

5.- Por las familias de todos los aquí presentes, para que cada uno de nosotros sepa apartar los rencores y egoísmos y podamos encontrar en la fe la fuerza de dar el primer paso en el camino de la reconciliación y de la acogida. Roguemos al Señor.

Dios y Padre bueno, escucha la oración de tu Iglesia y ayúdanos a caminar con confianza hacia ti. Por Cristo nuestro Señor. -Amén.

Oración sobre las ofrendas
CONCÉDENOS, Señor,
que este sacrificio de salvación,
purifique nuestros pecados
y atraiga sobre nosotros la ayuda de tu poder.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de Cuaresma

Antífona de comunión          Sal 14, 1-2
Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo? El que procede honradamente y practica la justicia.

Oración después de la comunión
LA participación en este santo sacramento
nos vivifique, Señor,
expíe nuestros pecados
y nos otorgue tu protección.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
OH, Dios, maestro y guía de tu pueblo,
aleja de él los pecados que le afean,
para que te sea siempre agradable
y se sienta seguro con tu auxilio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Santa Matilde

Nació en el año 895. Se casó con Enrique, rey de Germania (919-936), con quien convivió veinte años en gran armonía. Fue una de las primeras mujeres de la nobleza que aprendió a leer y escribir.

Con la muerte de su esposo en el año 936, a Matilde le fueron confiscados todos sus bienes y fue obligada a retirarse a un convento en Westfalia. Fue acusada de prodigalidad en relación a los pobres. Pero el real motivo de su exilio fue político. Matilde no quería que Otón, su hijo mayor fuera rey.

Su preferencia era por Enrique. Más tarde, Otón, en calidad de primero soberano del Sacro Imperio Romano-Germánico, y Enrique -duque de Baviera-, de común acuerdo, concedieron la amnistía a su madre, restituyéndole la libertad y los bienes.

Matilde empleó entonces, su rico patrimonio al servicio de los necesitados: construyó hospitales, monasterios, iglesias. Por eso es representada con una iglesia y una cartera en la mano; de la cartera salen ríos de monedas, simbolizando su caridad para con los necesitados.

Murió en el convento de Quedlinburg, el 14 de marzo del año 968. Fue sepultada al lado de su esposo.