Lectio Divina – Miércoles III de Cuaresma

El testigo lleva a plenitud los mandamientos

Invocación al Espíritu Santo:

Respira en mí, oh Espíritu Santo, Para que sea santo mi pensar. Impúlsame, oh Espíritu Santo, Para que sea santa mi actitud. Atráeme, oh Espíritu Santo, Para que yo ame, lo que es santo. Fortaléceme, oh Espíritu Santo. Protégeme, oh Espíritu Santo, Para que jamás pierda lo que es santo. Amén.

Lectura. Mateo capítulo 5, versículos 17 al 19:

Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.

Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Las enseñanzas de Jesús no pretenden abolir las leyes, sino llevarlas a sus consecuencias más radicales. Según la doctrina de los fariseos, el hombre debía practicar las obras buenas que lo hacen justo ante Dios y le proporcionan la salvación. Sin embargo, su interpretación de la ley había caído en la casuística y en la trampa de cumplir con lo mínimo imprescindible. Jesús propone una vivencia de la ley desde dentro, sin barreras, fundamentada en la relación personal con el padre y desbordando las exigencias de la misma ley por medio del amor vivido en plenitud.

Meditación:

Toda esa tremenda legislación se convirtió en una carga demasiado pesada. Los mismos judíos experimentan esta casi insuperable dificultad. Ser un hombre perfecto, como Dios lo quiere, sin estar unido verdaderamente a Dios desde el inte- rior, es una tarea imposible.

Los actos externos, el culto, los ritos y todos los sacrificios, no pueden todo unido llegar al valor de un simple acto de contrición, de una simple y sencilla oración que nace del corazón y que diga: “Señor, ten piedad de mí, porque soy un pecador… un corazón contrito y humillado tú, Oh Dios, no lo desprecias”, dice el salmo. Cuántos se habían olvidado de esto en aquellos tiempos, y cuántos hoy pensamos que para tranquilizar la conciencia basta un acto externo, una limosna, o ni siquiera eso… Hemos adaptado tanto a nuestro antojo la ley de Dios que su contenido casi ha desaparecido o nos contentamos con “decir algo a Dios de vez en cuando”.

El camino de una verdadera conversión interior, es el de un leal esfuerzo por interiorizar nuestra experiencia y relación con Él, pero sin dejar de aprovechar las riquezas espirituales de la Iglesia, sobre todo a través de los sacramentos. Ahí encontraremos al Señor siempre que le busquemos. Su espíritu está ahí presente y actúa por encima de las instituciones y de las personas… Yo estaré con vosotros hasta el final del mundo…

Oración:

Toma Señor y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad; todo mi haber y poseer. Tú me lo diste, a Ti Señor lo torno; todo es tuyo. Dispón de ello conforme a tu voluntad. Dame tu amor y gracia, que eso me basta, sin que te pida otra cosa. Amén.

Contemplación:

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña en el numeral 592: Jesús no abolió la ley del Sinaí, sino que la perfeccionó de tal modo que reveló su más profundo sentido y satisfizo por las transgresiones contra ellas.

En el numeral 2053: (…) el seguimiento de Jesucristo implica cumplir los mandamientos. La ley no es abolida, sino que el hombre es invitado a encontrarla en la persona de su Maestro, que es quien le da le plenitud perfecta.

Oración final:

Señor, erróneamente existe la tendencia de pensar que, así como el agua y el aceite no se mezclan, tampoco lo hacen tus mandamientos y la felicidad. Por eso, con diligencia voy adormilando mi conciencia, y sutilmente hago a un lado todo lo que implique renuncia, esfuerzo, sacrificio. Gracias por recordarme que me ofreces tu gracia y amor para ser fiel siempre a tu ley, que tiene como fundamento el amor.

Propósito:

Cumplir siempre las leyes civiles y de la Iglesia y reflexionar en qué sentido me lleva a vivir más plenamente el amor.

Anuncio publicitario

Homilía – Miércoles III de Cuaresma

Jesús no ha venido a destruir la Ley dada por su Padre, vino a completarla.

Jesús nos enseña a ir al corazón de la Ley, que es el amor. Jesús nos enseña a meter…. la Ley en nuestros corazones.

Los que quieren pertenecer al Reino de Dios, tienen que cumplir también la nueva Ley de este Reino, que son las Bienaventuranzas.

Y nuestra fidelidad en el seguimiento de Cristo no puede ser algo externo, de simple cumplimiento, debe ser algo interno.

Lo que nos mueve a obedecer a Dios y cumplir su voluntad es el amor,…. es el amor de hijos que aman la voluntad del Padre.

Jesús nos dice que no vino a cambiar una sola coma de la ley, sino que vino a completarla y perfeccionarla. Y el cumplimiento de esa ley, los mandamientos del Antiguo testamento y el mandamiento del amor y las bienaventuranzas son los medios que Dios puso a nuestro alcance para que seamos realmente hombres y mujeres felices. Dios creó al hombre y conoce sus necesidades. Los mandamientos no son imposiciones que tratan de limitar nuestra libertad, que son de otra época, son verdaderos caminos de felicidad.

El que nos propongamos hacer vida los mandamientos, es una muestra de obediencia a Dios a quien amamos como Padre y en quien confiamos ciegamente como niños.

Y así como en el plano humano, cuando está presente el amor, no hay cosas a cumplir más grandes y otras secundarias, sino que tratamos de cumplir con todo lo que como padres tenemos que hacer, o como esposos, así también debe ser nuestra relación con Dios. Para los que aman de verdad, no hay mandamientos secundarios. Cuando hay amor, se cuidan todos los detalles

Uno de los rasgos fundamentales de Jesús es su fidelidad al Padre.

Jesús cumple la voluntad del Padre. Su vida es un continuo conocer y cumplir la voluntad de su Padre.

En cambio nosotros demasiadas veces buscamos el camino de la facilidad. Y en ese camino, nos proponemos unos cuantos preceptos fundamentales y un mínimo de exigencia morales, y vivimos nuestro cristianismo con eso sólo. Vivimos un cristianismo mezquino.

Es como que dejamos de lado algunos mandamientos del Señor, teniéndolos como sin importancia y eso nos hace sentirnos hombres libres, hombres de nuestra época.

Y eso nos ocurre porque no hay verdadero amor a Dios.

El amor, hay que manifestarlo en los detalles. Sin esos detalles no hay amor.

Las exigencias del evangelio son mayores que las del Antiguo Testamento.

En este tiempo de cuaresma, vamos a pedirle a nuestra madre María que nunca olvidemos las palabras de Jesús, ni tratemos de sacarle valor a los mandamientos antiguos y nuevos del Señor. El cumplimiento por amor de los mandamientos de Dios, es el camino más seguro de la felicidad.

Y pidámosle también, que nos dé la fortaleza para no caer en la tentación de acomodar las leyes de Dios a nuestro parecer de hombres.

Comentario – Miércoles III de Cuaresma

Mateo 5, 17-19

A veces Jesús en el evangelio critica las interpretaciones exageradas que los maestros de su época hacen de la disciplina. Pero hoy la defiende, diciendo que hay que cumplir los mandamientos de Dios. Él no ha venido a abolir la ley. En todo caso, a darle plenitud, a perfeccionarla.

Invita a cumplir las normas que Dios ha dado, las grandes y las pequeñas. A cumplirlas y a enseñar a cumplirlas.

Si los israelitas estaban orgullosos de la palabra que Dios les dirigía y de la sabiduría que les enseñaba, nosotros los cristianos tenemos razones todavía mayores para sentirnos contentos: Dios nos ha dirigido su palabra viviente, su propio Hijo, el verdadero Maestro que nos orienta en la vida. Nosotros sí que podemos decir: «con ninguna nación obró así».

La Cuaresma es el tiempo de una vuelta decidida a Dios, o sea, a sus enseñanzas, a sus caminos, los que nos va mostrando cada día con su palabra. Sin seleccionar sólo aquello que nos gusta. Y no quedándonos tampoco en palabras. Cuaresma es tiempo de obras, de cambio de vida.

La ley bien entendida no es esclavitud. Puede ser signo de amor y de libertad interior. La ley -los mandamientos de Dios, las normas de la vida familiar de la comunidad religiosa, o de la Iglesia- se puede cumplir sólo por evitar el castigo, o por un sentido del deber, o por amor. El amor lo transforma todo. También las cosas pequeñas, los detalles. El amor de cada día está hecho de detalles, no tanto de cosas solemnes y heroicas.

Nosotros escuchamos con frecuencia la palabra de Dios. Cada día nos miramos al espejo para ver si vamos conservando la imagen que Dios nos pide. Cada día volvemos a la escuela, en la que el Maestro nos va ayudando en una formación permanente que nunca acaba. Es una de las consignas de la Cuaresma: poner más atención a esa palabra, sobre todo en la primera parte de la Eucaristía. Para contrarrestar otras muchas palabras que luego escuchamos en este mundo y que generalmente no coinciden con lo que nos ha dicho Dios.

En la Cuaresma nos hemos propuesto orientar nuestra conducta de cada día según esa palabra. Que se note que algo cambia en nuestra vida porque nos preparamos a la Pascua, que es vida nueva con Cristo y como Cristo.

«Penetrados del sentido cristiano de la Cuaresma y alimentados con tu palabra» (oración)

«Yo os enseño unos mandatos y decretos: ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia» (1ª lectura)

«Dichosos los que escuchan la palabra de Dios, la guardan y perseveran hasta dar fruto» (aclamación)

«Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia» (comunión)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 2

Comentario al evangelio – Miércoles III de Cuaresma

La perfección y plenitud que Jesús da a la Ley y los profetas no consiste en un cumplimiento escrupuloso y puntilloso de los preceptos legales. No en vano Jesús habla no sólo de la Ley, sino de la Ley y los profetas. Y es sabido que los profetas se distinguen por criticar el legalismo huero y formal, que se olvida del espíritu de la ley, de la justicia, que consiste en la solícita preocupación por los pobres y desvalidos. El versículo 20 de este mismo capítulo lo aclara meridianamente: “Porque os digo que si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.”

Las palabras de Jesús no pueden entenderse, pues, en sentido legalista. Al contrario, el contexto del Sermón de la montaña nos ayuda a comprender que la plenitud de la Ley y los profetas se encuentra en el mandamiento del amor. Y el amor no es una filantropía genérica que hace el bien “a la humanidad”, a bulto, sino una actitud personal que, sin renunciar desde luego a los grandes proyectos, repara en las situaciones concretas, menudas, que parecen “menos importantes”, pero que dan la medida del verdadero amor personal. Jesús habla a las multitudes, pero entra en casa de hombres y mujeres con nombre y con rostro, a los que lleva también la salvación en persona; da de comer a las masas hambrientas, pero toca y se deja tocar para sanar a ese hombre o mujer de carne y hueso, “menos importante”, y sin cuya sanación, según nos puede parecer, la historia hubiera seguido adelante son cambios significativos. A Jesús, como vemos, no le parece así.

Cuando nos habla hoy de la plenitud de la ley y de la importancia de sus preceptos menos importantes, nos está diciendo que los pequeños detalles tienen mucha importancia, si de lo que hablamos es del amor: el que Dios nos tiene (para Él nadie es “menos importante”), y el que nosotros debemos vivir en nuestra vida diaria. Y es que la vida se compone de detalles menores, de momentos en apariencia poco significativos; no podemos reservarnos para los grandes acontecimientos, que pueden no llegar nunca. Es en el día a día de las pequeñas fidelidades, los gestos en apariencia insignificantes y las situaciones menudas en las que nos jugamos la autenticidad de nuestra vida cristiana, de nuestro seguimiento de Cristo, del mandamiento del amor, que lleva a plenitud y perfección la Ley y los profetas, es decir, los principios, las normas y los carismas. Como dice Jesús, usando el contraste tan típico de la sabiduría bíblica, para ser grande en el reino de los cielos hay que estar atento a lo pequeño aquí en la tierra, vivirlo y enseñarlo. 

Ciudad Redonda

Meditación – Miércoles III de Cuaresma

Hoy es miércoles III de Cuaresma.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 5, 17-19):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».

Después de la gran apertura del capítulo cinco, con las Bienaventuranzas y las palabras acerca de ser sal y luz, donde Mateo coloca una de las grandes enseñanzas de Jesús, nos encontramos en la lectura de hoy con un elemento clave de su misión: él no ha venido a abolir la ley, a destruir lo anterior sin más, sino a llevarlo a su plenitud.

Frente a una comunidad en crisis de identidad ante las enseñanzas e interpretaciones de la Ley (Torá) llevadas a cabo por un grupo de teólogos judíos instalados en Jamnia, Jesús va a decir que la observancia legal de los escribas y fariseos está totalmente superada. No se trata de cumplir unas normas porque están escritas, sino que hay que llenarlas de contenido que ayuden a vivir al ser humano. El cumplimiento de la ley alejado de una sana relación con Dios y del compromiso con las personas, especialmente con los que más sufren, no tiene sentido, porque es incapaz de transformar la realidad, la vida.

La sentencia inicial de la narración es toda una declaración de intenciones. Dar cumplimiento y sentido a la ley es buscar el bien del ser humano, mostrar la justicia que viene de Dios y cumplir su voluntad. Frente a la Ley y los profetas, Jesús se sitúa en continuidad, pero no de cualquier manera sino para llevarla a su plenitud definitiva. La llegada de Jesús, su persona, su enseñanza y predicación es capaz de superar cualquier expectativa humana. Por eso, cumplir la ley no consiste solo en poner por obra lo indicado en ella, sino llenarla de un contenido diferente capaz de transformar nuestra vida.

Jesús ha dado sentido a la ley, en consecuencia, él es el único camino para alcanzar la Verdad. La ley, en su persona se ha transformado, permitiéndole alcanzar la plenitud a la que estaba destinada. He aquí la gran paradoja que supone la permanencia de lo antiguo y a la vez su radical transformación. Jesús se sitúa en línea con los antiguos profetas que distinguían entre lo esencial y lo secundario en relación con Dios. Mateo va a insistir en el cumplimiento profético de la ley, de tal forma que no pasará el cielo y la tierra hasta que se cumpla o realice su más pequeña letra o tilde. Jesús muestra así su autoridad y su superioridad sobre la ley al conferirle una práctica diferente en referencia siempre al ser humano, especialmente a los más débiles y marginados.

El comportamiento ante la ley manifestará la responsabilidad que el creyente tiene de comprometerse con la voluntad de Dios y, en consecuencia, su grandeza o pequeñez ante el reino de los cielos. ¿Quiero ser grande en el Reino de los Cielos?

Hna. Carmen Román Martínez O.P.

Liturgia – Miércoles III de Cuaresma

MIÉRCOLES DE LA III SEMANA DE CUARESMA, feria

Misa de la feria (morado)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio Cuaresma.

Leccionario: Vol. II

            La Cuaresma: Recordar la ley de Dios y observarla.

  • Dt 4, 1. 5-9. Observad los mandatos y cumplidos
  • Sal 147. Glorifica al Señor, Jerusalén
  • Mt 5, 17-19. Quien los cumpla y enseñe será grande

Antífona de entrada          Sal 118, 133
Asegura mis pasos con tu promesa, Señor, que ninguna maldad me domine.

Monición de entrada y acto penitencial
La Palabra de Dios sigue orientándonos en nuestro camino cuaresmal. Hoy nos hace un fuerte llamado al cumplimiento de los preceptos divinos.

Preparemos nuestro corazón para hacer fructífera nuestra participación en esta misa, que comenzamos con el canto de entrada. De pie, por favor.

  • Señor, ten misericordia de nosotros.
    — Porque hemos pecado contra Ti.
  • Muéstranos, Señor, tu misericordia.
    — Y danos tu salvación.

Oración colecta
SEÑOR, instruidos por las prácticas cuaresmales
y alimentados con tu palabra,
concédenos que te sirvamos fielmente
con una santa austeridad de vida
y perseveremos unidos en la plegaria.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Reflexión
El Antiguo y el Nuevo Testamento forman una unidad inseparable, ya que nos ofrecen, en su totalidad, el «plan divino» de salvación. Jesús se presenta aquí como el Nuevo Legislador y proclama una Ley superior a la de Moisés. Esta Buena Noticia no puede ser aceptada o rechazada “en parte”: se acepta o se rechaza “en bloque”. Quien hace distinción entre mandamiento y mandamiento o quien –rechazando las otras– está dispuesto a seguir sólo una parte del Evangelio, muestra una evidente falta de amor. Tal actitud terminaría en una observancia meramente servil, indigna de un verdadero discípulo.

Oración de los fieles
En este tiempo de Cuaresma, el Padre nos invita a una escucha cada vez más atenta de su Palabra. Elevemos a Él con confianza nuestras oraciones:

1.- Por la Iglesia, para que, como una nueva Israel, pueda cada día crecer en la escucha de la Palabra y encontrar en ella la fuerza para no sustraerse a la responsabilidad de dar testimonio de su fidelidad a Cristo. Roguemos al Señor.

2.- Por el Papa Francisco, para que el encuentro personal con el Señor le dé siempre entusiasmo y alegría para guiar a la Iglesia y para animarla a seguir con sencillez y libertad el Evangelio. Roguemos al Señor.

3.- Por aquellos que gobiernan las naciones, para que sus corazones estén abiertos al diálogo y a la colaboración; que cada día se empeñen en promover leyes que protejan la vida y la dignidad de cada persona y la paz entre los pueblos. Roguemos al Señor.

4.- Por los que sufren las injusticias de las autoridades y de la sociedad misma, para que se encuentren con la justicia divina que les restablezca sus derechos violados. Roguemos al Señor.

5.- Por nosotros aquí presentes, para que el Señor nos conceda la sabiduría del corazón para recordar todos sus beneficios y para vivir el Evangelio, no como una ley a la que hay que obedecer, sino como Palabra de salvación a la que debemos adherirnos plenamente. Roguemos al Señor.

Acoge, Padre, nuestras oraciones y concédenos obtener lo que con fe te pedimos. Concédenoslo por amor de Jesucristo, tu Hijo y nuestro Señor. Amén.

Oración sobre las ofrendas
CON la ofrenda de estos dones, Señor,
recibe las súplicas de tu pueblo
y defiende de todo peligro
a los que ahora celebramos tus misterios.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de Cuaresma

Antífona de comunión          Cf. Sal 15, 11
Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, Señor.

Oración después de la comunión
SEÑOR, que nos santifique
la comida celestial que hemos recibido,
para que, libres de nuestros errores,
podamos alcanzar las promesas eternas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
CONCEDE a tu pueblo, Dios nuestro,
una voluntad agradable a ti,
porque le otorgarás toda clase de bienes
al hacerle conforme a tus mandatos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

San Roberto Southwell

Padeció martirio en el año 1595. Juntamente con él recordamos a veinte sacerdotes jesuitas más, todos ellos ingleses, quienes sufrieron idéntica muerte entre los años 1594 y 1679.

Roberto, nació en 1561 en Norfolk, en el seno de una familia noble y rica. enviado a Francia, estudió en Douai y luego en París. Ingreso en Roma en la Compañía de Jesús. En 1586, ya ordenado sacerdote, regresó a su país.

Conocía los peligros a los que lo exponía su predicación en Inglaterra, por lo cual cambiaba constantemente de lugar y muchas veces tuvo que disfrazarse para escapar a los esbirros de la reina. Durante dos años estuvo escondido en casa de la condesa Ana de Arundel, dama católica, y salía de su escondite por la noche para continuar con su apostolado. En el palacio de sus benefactores instaló una imprenta clandestina, con la cual editó artículos y poesías a fin de llevar algún aliento espiritual a los católicos.

Finalmente, se hallaba en casa de la familia Bellamy, ejerciendo su ministerio, cuando lo delataron a las autoridades.

Fue llevado a prisión. El proceso se inició el 20 de febrero de 1595. Enorme cantidad de público se había congregado en las inmediaciones del tribunal. Fue acusado de ser sacerdote jesuita y haberse levantado en rebelión contra la reina.

El padre Southwell confesó pertenecer a la compañía de Jesús, dando gracias a Dios por ello; pero negó todo intento de rebeldía contra la soberana. Sólo quería servir a Dios y a las almas.

La acusación se centró entonces en el verdadero motivo: el padre Southvell obedecía antes al papa que a la reina. El acusado respondió que no negaba acatamiento a la reina en lo temporal. «Dad al César -dijo- lo que es de César y a Dios lo que es de Dios».

Ciego de cólera lo condenaron a muerte. «Gracias, señores -dijo el mártir- me habéis dado la mejor noticia».

Conducido al patíbulo, contempló sonriente la horca, y ya puesto en ella dirigió la palabra al público allí apiñado, reiterando su respeto a la reina y haciendo profesión de fe católica, «por la que -dijo- estoy dispuesto a morir mil veces».