Oftalmología espiritual

Los cinco sentidos son necesarios para nuestra vida, pero quizá el de la vista sea el más valorado. La oftalmología es la parte de la medicina que trata de las enfermedades de los ojos y por eso es conveniente acudir a la consulta del oftalmólogo para hacernos una revisión cuando empezamos a notar problemas en los ojos o en la visión. A veces, un tratamiento simple puede solucionar el problema; otras veces quizá se requiera algo más complejo, pero lo importante en cualquier caso es solucionar el problema cuanto antes, porque si dejamos pasar el tiempo sin hacer nada, los problemas pueden agravarse.

En este cuarto domingo de Cuaresma, el Señor nos invita a que acudamos a una consulta de “oftalmología espiritual”, para hacernos una revisión, porque en nuestra sociedad de la imagen, del “postureo”, de los “selfies”… caemos en lo que ha dicho el Señor a Samuel, en la 1ª lectura: No te fijes en su apariencia… Pues el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira el corazón. Si tendemos a fijarnos en las apariencias, en la superficialidad de las personas y acontecimientos, y desde ahí tomamos decisiones y emitimos juicios… tenemos un problema en nuestra mirada sobre la vida.

La conversión a la que se nos invita en Cuaresma conlleva también “convertir” nuestra mirada para ajustarla a la mirada de Dios. Por eso, la consulta de “oftalmología espiritual” que el Señor nos propone para revisar nuestra mirada la encontramos en el Evangelio que hemos proclamado, planteándonos las diferentes preguntas que hemos ido escuchando a lo largo del relato.

Los discípulos preguntan a Jesús: Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? ¿Soy de los que siempre piensan mal de los demás, o “busco culpables” para todo lo malo que ocurre?

Los vecinos y los que antes solían verlo preguntaban: ¿No es ése el que se sentaba a pedir? ¿Cómo es mi relación con las personas de mi entorno, vecinos, compañeros de trabajo o estudios, los demás miembros de la comunidad parroquial…? ¿Me preocupo y me intereso por ellos, conozco algo de su vida, de sus problemas… o voy a la mía, sin fijarme apenas en ellos y sin que me importen?

Al comprobar el milagro, le preguntaban: ¿Cómo se te han abierto los ojos? ¿Tengo inquietud por conocer más y mejor lo que forma parte de la fe, o no me cuestiono nada y me limito a aceptar lo que me dicen y a cumplir los preceptos de forma acrítica?

Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos? ¿Sabría decir quién es Jesús para mí? ¿Sigo una formación cristiana que me ayude a conocer mejor al Señor? ¿Sé ofrecer razones de mi fe y de mi esperanza?

Contestó él: Sólo sé que yo era ciego y ahora veo. ¿Comparto con otros mi experiencia personal de fe, de un modo sencillo, sin entrar en polémicas y sin intentar convencer?

El ciego les contestó: ¿También vosotros queréis haceros discípulos suyos? Sin ser pesado, pero ¿propongo a otros que conozcan a Jesús? ¿Comparto información de las celebraciones y actividades que se realizan en la parroquia, en la diócesis, en el movimiento o asociación del que formo parte?

Jesús le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del hombre? Él dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante Él. ¿Cuido la fe que afirmo tener con la oración y la adoración? ¿Cuándo tengo ese tiempo de encuentro con el Señor?

Jesús les contestó: Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís “vemos”, vuestro pecado permanece. ¿Me creo que “veo” bien y no necesito profundizar más en mi fe, que ya tengo suficiente?

Seguro que, tras la revisión de “oftalmología espiritual”, descubrimos algún problema en nuestra mirada de fe. Y el Señor nos indica el “tratamiento” a seguir, el mismo que al ciego de nacimiento: Ve a lavarte… no a la piscina de Siloé, sino a la “piscina” del confesonario, para lavar nuestra alma mediante el Sacramento de la Reconciliación y empezar a “ver” como Dios ve.

Jesús decía: Soy la luz del mundo. Y san Pablo nos pedía en la 2ª lectura: Vivid como hijos de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz. Pero difícilmente podremos hacerlo si tenemos problemas en nuestra mirada y no podemos “ver” la luz que es Cristo. Sigamos aprovechando este tiempo de gracia y salvación para lavarnos con el Sacramento de la Reconciliación, para unirnos al Señor en la oración y así aprender a ver con el corazón, como Dios nos ve a nosotros.