¡Gracias, Padre, porque siempre nos escuchas!

Mira, Señor,
aquellos a quienes tú amas están enfermos.
Estamos enfermos, Señor,
no nos encontramos bien en la vida:
a veces nos duele el cuerpo,
a veces, casi siempre, nos duele el alma
y, con frecuencia, nos fallan las fuerzas.
Tropezamos y perdemos las esperanzas
porque nos falta el empuje del amor que nos ayude
a llevar una vida entregada y justa.
Mira, nuestra comunidad de creyentes,
contempla nuestra ciudad, observa el mundo entero:
filas de gente que va y viene, algunos,
con el bolso lleno y el corazón vacío;
otros, con el corazón lleno y los bolsillos vacíos;
muchos, con la cartera y el corazón vacíos.

Mira, Señor,
aquellos a quienes tú amas están enfermos.
No hay paz en el mundo, no hay paz en nuestras vidas,
porque nos hemos olvidado de la justicia.
No hay libertad en el mundo,
no vivimos la libertad de los «hijos de Dios»,
porque no hemos descubierto
que tu ley es una ley de libertad
que hace libres a las personas;
porque no hemos descubierto

que la verdad nos hace libres
y andamos entre engaños y ocultamientos.

Mira, Señor,
aquellos a quienes tú amas están enfermos.
Necesitamos que nuestro dolor

y nuestra muerte se transformen en vida.
Creemos en ti y, por eso,
estamos llamados a ver la gloria de Dios.
Aumenta nuestra fe, Señor,
para que sean posibles en nosotros todas las maravillas
de las que nos has hablado en el Evangelio.

¡Gracias, Padre, porque siempre nos escuchas!

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