A lo largo de este capítulo del Evangelio de San Juan se ponen repetidamente de manifiesto las dudas y el desconcierto de los judíos hacia Jesús. Discuten entre ellos si Jesús es el Mesías, o un profeta, o un impostor. No pueden explicar de dónde le viene su sabiduría.
A pesar de todas las señales que han visto, de que han presenciado sus milagros y han escuchado su doctrina, se resisten a creer en el Señor, porque muchos de ellos conocen a Jesús desde su infancia, y saben que era el hijo de José y de María, que había vivido en Nazaret
Hay ciertas cosas que se captan por los sentidos: son las cosas materiales. Otras se conocen por la razón: son las cosas racionales. Pero las cosas del Espíritu solamente se alcanzan por la fe y con la fe. Los judíos del Evangelio no llegan a reconocer a Jesús como el verdadero Mesías, porque les falta la fe. Careciendo de ella, caemos en un abismo de tinieblas y errores.
Las palabras de Jesús llevan consigo las exigencias de una conversión moral, que los judíos no querían aceptar y a las que se cerraban, no sin falta de culpa de su parte.
La fe es un don gratuito de Dios, pero requiere de nosotros una predisposición,… que abramos nuestro corazón y nuestro espíritu a las inspiraciones del Señor.
Jesús se refiere con cierta ironía al conocimiento superficial que de Él tienen aquellos judíos, basado solo en las apariencias. Él afirma no obstante que procede del Padre que le ha enviado, a quien solo Él conoce, precisamente por ser Hijo de Dios.
Cuando Jesús les dice: Él es el que me ha enviado, y yo lo conozco porque vengo de Él, los judíos entienden que con estas palabras el Señor se hace igual a Dios, y esto era considerado una blasfemia que según la ley debía ser castigada con la muerte por lapidación.
No es la primera vez que San Juan en su evangelio relata la hostilidad de los judíos hacia el Señor. Pero el evangelista resalta la libertad de Jesús, que cumpliendo la Voluntad del Padre, se entregará en manos de sus enemigos, recién cuando le llegue su Hora. El Evangelio no hace referencia a la hora en que se le obligaría a morir, sino a la hora en que voluntariamente se dejaría matar.
En este tiempo de Cuaresma, pidamos a María que aumente nuestra fe en el Señor, para que lo podamos reconocer en nuestra vida diaria como el verdadero Salvador del Mundo.