Morir a la identificación con el yo

En un nuevo relato catequético, el evangelista presenta a Jesús como “resurrección y vida”, constituyendo esa frase el centro nuclear de todo el texto: “Yo soy la resurrección y la vida… ¿Crees esto?”.

Progresivamente, a lo largo del texto, el autor del evangelio va presentando a Jesús con varias metáforas: pan de vida, agua viva, luz del mundo, puerta, pastor, resurrección, vid, camino, verdad y vida…

Todas ellas tienen un elemento común: Jesús es reconocido como portador y dador de vida. Y todas pretenden un mismo objetivo: que la comunidad de discípulos se asiente sobre esa creencia. De ahí, la pregunta alrededor de la cual giran todas esas catequesis: ¿crees esto?

“Creer” significa, en el evangelio, adhesión cordial y efectiva a la persona de Jesús, con lo que subraya la dimensión de confianza y entrega. Sin embargo, aún sigue considerando la vida como una realidad separada, que tiene que ser dada “desde fuera”. Porque toda esa presentación se basa en el apriorismo que hace del yo nuestra identidad.

Superada esa falsa identificación, venimos a comprender de modo más profundo la proclamación que el cuarto evangelio pone en boca de Jesús: “Yo soy la vida”. Caemos en la cuenta de que, con esas palabras, está nombrando nuestra verdadera identidad, que es una con la suya. De hecho, cuando una persona sabia habla, lo que dice es válido, no solo para ella, sino para todo ser humano.

Más allá de la persona -cuerpo, mente, psiquismo- en la que nos estamos experimentando, podemos decir que en nuestra verdad más profunda somos vida.

Ahora bien, el sujeto de esa afirmación no es en ningún caso el yo separado, sino la propia vida. Es de Perogrullo: solo la vida puede decir “yo soy la vida”. Con otras palabras: la vida es una realidad transpersonal, que el yo no se puede apropiar sin caer en el engaño.

Por ese motivo, las voces de los teólogos que acusan de “orgullo” a la postura de quienes no esperan una salvación -la vida- de “fuera”, carecen de sentido y, en el fondo, denotan ignorancia. Porque en ningún caso se afirma que el sujeto de aquella expresión sea el yo, sino la vida misma.

De hecho, todo es vida -no hay nada que no lo sea- y solo la vida es lo único realmente real. Somos vida. Pero únicamente podremos verlo y vivirlo en la medida en que, paradójicamente, vayamos soltando la identificación con el yo. Solo quien sabe experiencialmente que no es el yo, puede escuchar a la vida en él que dice: “Yo soy la vida”. En concreto: no te busques como yo, no sueñes con la perpetuación del yo -sería como Lázaro saliendo de la tumba-; reconócete en la vida… y deja que la vida sea.

¿Qué sentido tiene para mí la expresión “Yo soy la vida”?

Enrique Martínez Lozano

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Cristo nos abre las puertas de la vida

1.- Encuentro con la cruda realidad de la muerte. Paso a paso vamos recorriendo el itinerario de la cuaresma que nos lleva hacia la Pascua: una pascua física, en el sentido que nos preparamos para su celebración inmediata; yuna pascua espiritual en la medida que vamos creciendo en la experiencia de encuentro con Cristo, y éste ya resucitado. Nos vamos, en la fe, introduciendo en el misterio de Dios revelado en Cristo y en su significado para nuestra existencia histórica. El recorrido realizado y propuesto por la Palabra de Dios nos ha llevado a descubrir, de episodio en episodio evangélico, lo que Jesús es en realidad: la Resurrección y la Vida. El punto culminante de la revelación de Cristo llega con el caso de la resurrección de Lázaro. Los simbolismos de los anteriores domingos de agua-sed, luz-fe, se convierten aquí en muerte-resurrección. En el caso de Lázaro se trata de un encuentro con esta cruda y diaria realidad que es la muerte. Ésta es un dato constante de la experiencia humana, aunque nadie mientras vive tiene esa experiencia personal. Pero, no obstante si tenemos conciencia de experimentar la muerte de los demás: familiares, amigos compañeros… En cada adiós definitivo algo nuestro muere con ellos. La muerte biológica, su anuncio paulatino en las múltiples enfermedades, su presencia brutal en los accidentes, y su manifestación en todo lo que es negación de la vida debido a la violación de la dignidad y derechos de la persona, constituye el más punzante de los problemas humanos.

2.- Vida sin límites y para siempre es la más profunda aspiración que llevamos dentro. Sin embargo, la muerte siempre frustra este deseo provocando dolor y angustia en el hombre que nos lleva a cuestionarnos ya que no encontramos sentido a la realidad de la muerte: ¿es la muerte el final del camino, acaba aquí toda la existencia del ser humano?, ¿es la muerte el final o el comienzo?, ¿nos espera la nada u otra vida distinta?, ¿somos aniquilados o transformados?, ¿ al final del camino está Dios o el vacío?…, Según sean las respuesta que les demos a esta preguntas así será nuestra actitud ante la muerte e incluso ante la vida. Ante estas preguntas y ante la realidad de la muerte el cristiano tiene en Cristo la respuesta, poseemos la fuerza de la fe que nos hace descubrir que Cristo, es la resurrección y la vida y que sólo en él encontramos sentido a la muerte, sino también a la vida. El discípulo de Cristo identifica la vida futura en que cree y espera, con un ser vivo, personal y amigo que es Dios, de cuya vida entra a participar ya ahora y continuará participando en su destino futuro. Fundamento de tal creencia y esperanza es la fe, basada en los gestos salvadores de Dios por medio de su Hijo hecho hombre, que murió y resucitó para darnos la vida y salvación eternas. Por ello, Cristo resucitado es la única respuesta válida al enigma de la muerte del hombre. La esperanza a la que Cristo nos abre se nos relata en este evangelio. Todos los milagros de Jesús son signos de lo que él es y de lo que viene a dar a los hombres, pero en ninguno de ellos se aproxima tanto a la realidad como el don de la vida. En el evangelio del domingo anterior, la curación del ciego, sirve para exponer de una manera dramática el tema de Jesús como luz del mundo; la resurrección de Lázaro también sirve para dramatizar el tema de Jesús como la vida. Los dos temas el de la luz y el de la vida aparecen combinados en el Prólogo (del evangelio de Juan) al describir las relaciones de la Palabra con los hombres. Del mismo modo que la Palabra dio la luz y la vida a los hombres en la creación, también Jesús la Palabra hecha carne, da la luz y la vida a los hombres durante su ministerio como signo de la vida eterna que otorga a través de la iluminación que se obtiene mediante su doctrina: una palabra que nos lleva a la fe, es decir, a creer en él como la resurrección.

3.- Cristo es la Resurrección y la vida. El profeta Ezequiel, en la primera lectura, nos dice que Dios nos dará la vida infundiéndonos su Espíritu. En la resurrección de Cristo se nos dio el Espíritu, por ello, san Pablo dice que si el Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucito de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros. Esto quiere decir, que el creyente debe afrontar la muerte con confianza en el Señor, el cual sabemos que nos ama y nos dejará en el sepulcro, sino que nos hará salir de nuestros sepulcros para darnos la vida plena en Cristo. Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí –dice Jesús- aunque haya muerto vivirá, y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre. La fe es la anticipación de esa resurrección escatológica que todos esperamos. Por eso desde la fe podemos y debemos vivir como resucitados en la vida nueva que Dios nos da. La esperanza cristiana de resurrección y vida perenne se vincula y fundamenta directamente en la resurrección de Cristo. Lázaro resucitó para vivir de nuevo esta vida y morir otra vez. Jesús en cambio. Venció definitivamente a la muerte y no abre las puertas de una nueva vida, plena y eterna, donde no hay ya más dolor ni muerte.

4.- Gracias a Cristo resucitado el hombre es un ser para la vida. La vida y comunión con Cristo por la fe del bautismo y por los sacramentos de la vida cristiana alcanzan al hombre entero, cuerpo y espíritu, en esta vida y en la futura. Por ello el cristiano ya no entiende la vida y ni la muerte como hombres sin fe; para el creyente tiene un sentido nuevo. La muerte no será sino el paso a la plenitud de una vida iniciada ya ahora. El creyente se siente radicalmente libre y salvado por Cristo, liberado del pecado y su consecuencia, la muerte. Esta liberación no es de la muerte biológica, pues también Cristo murió, sino de la esclavitud opresora de la muerte, del miedo a la misma, del sinsentido y del absurdo de una vida entendida como pasión inútil que acaba en la nada. A la luz de la resurrección del Señor, el cristiano entiende y vivencia ya desde ahora, que la muerte física, inevitable a pesar de todos los adelantos de la medicina y de la apasionada y torturante aspiración del hombre a la inmortalidad, no es el final del camino sino la puerta que se nos abre a la liberación definitiva con Cristo resucitado. Gracias a Cristo resucitado el hombre no es un ser para la muerte sino para la vida con él, ya desde ahora y en el futuro. Pues nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Gracias a El, que es la resurrección y la vida, la última palabra no la tiene la muerte sin la Vida.

José María Martín, OSA

Lectio Divina – La Anunciación del Señor

María testigo, de la presencia de Dios en su vida

Invocación al Espíritu Santo:

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don, en tus dones espléndido; luz que penetras las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero, reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

Lectura. Lucas capítulo 1, versículos 26 al 38:

El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María.

Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.

El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.

María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

La salvación de Dios llega desde un lugar humilde, fuera de las grandes instituciones religiosas de Israel. Lucas estructura su Evangelio de la infancia alrededor de la figura de María, mientras que Mateo lo centra en José. La fe de María contrasta con la desconfianza de Zacarías en el anuncio del nacimiento de Juan.

Meditación:

Cuando pensamos en el “Sí” de María a la propuesta de Dios, lo podemos imaginar en un ambiente casi de novela “román- tica”, y olvidar que con ese “Sí”, toda su vida quedó comprometida. La respuesta que ella dio no era algo espontáneo o “lógico”. María dirá que sí, más por confianza y fe, que por conocimiento. Ella apenas podía entender lo que le había sido explicado… y, sin embargo, dice que “Sí”. Además, la fe de María será puesta a prueba cada día. Ella quedará encinta. No sabe bien cómo, pero lo cierto es que su corazón está inundado por una luz especial. Aunque su querido José dude, ella vive inmersa en el misterio sin pedir pruebas, vive unida al misterio más radical que existe: Dios. Él sabrá encontrar las soluciones a todos los problemas, pero hacía falta fe, hacía falta abandono total a su voluntad.

María se dejó guiar por la fe. Esta la llevó a creer a pesar que parecía imposible lo anunciado. El Misterio se encarnó en ella de la manera más radical que se podía imaginar.

Sin certezas humanas, ella supo acoger confiadamente la palabra de Dios. María también supo esperar, ¿cómo vivió María aquellos meses, y las últimas semanas en la espera de su Hijo? Sólo por medio de la oración y de la unión con Dios podemos hacernos una pálida idea de lo que ella vivió en su interior. También María vivió con intensidad ese acontecimiento que transformó toda su existencia de manera radical. Ella dijo “Sí” y engendró físicamente al Hijo de Dios, al que ya había concebido desde la fe. Estas son experiencias que contrastan con nuestro mundo materialista, especialmente en la cercanía de las fiestas de Navidad. Por ello, como cristianos, ¿cómo no centrar más nuestra vida al contemplar este Misterio inefable? ¿Cómo no dar el anuncio de la alegría de la Navidad a todos los que no han experimentado ese Dios-Amor?

No olvidemos que un día ese Dios creció en el seno de María, y también puede crecer hoy en nuestros corazones, si por la fe creemos, y si en la espera sabemos dar sentido a toda nuestra vida mirando con valor al futuro.

Oración:

María llena de gracia el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. María, Dios te ha elegido para que fueras la testigo fiel, de su presencia en tu vida. Te pedimos que intercedas por nosotros, para que al igual que tú, también nosotros queramos estar unidos a Dios y aceptemos su voluntad sobre nuestra vida. Que al igual que tú, no temamos puesto que para Dios no hay imposibles. Que seamos cada día instrumentos de alegría para los hermanos que necesitan de nuestra ayuda. Así sea.

Contemplación:

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña en el numeral 490: Para ser la Madre del Salvador, María fue dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante. El ángel Gabriel en el momento de la Anunciación la saluda como llena de gracia. En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios.

Numeral 494. Al anuncio de que ella dará a luz al Hijo del Altísimo, sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo, María respondió por la obediencia de la fe, segura de que nada hay imposible para Dios: He aquí la esclava del Señor: Hágase en mí según tu palabra.

Oración final:

Dios mío, gracias por quedarte en la Eucaristía y por darme a María como madre y modelo de mi vida. Contemplar su gozo, su actitud de acogida y aceptación, su humildad, me motivan a exclamar con gozo: heme aquí Señor, débil e infiel, pero lleno de alegría por saber que, con tu gracia, las cosas pueden y van a cambiar.

Propósito:

Rechazar preocupaciones sobre las que no puedo hacer nada, para actuar confiadamente sobre lo que sí puedo cambiar.

¡Sácanos fuera, Señor!

1.- Nos encontramos en la recta final de la Cuaresma. Tres sugerentes catequesis bautismales, impresionantes todas ellas, han querido incentivar nuestra fe en estos últimos domingos: la samaritana, el ciego de nacimiento y hoy la resurrección de Lázaro.

Y, en las tres instrucciones, un denominador común: JESUS como agua, luz y vida para el creyente.

-¿Por qué, si Jesús es vida, nos cuesta tanto transmitir precisamente esa idea sobre la fe?

-¿Por qué, cuando muchas personas se acercan a nuestras celebraciones, tienen la sensación de que –en vez de savia- ahí se respira rutina, excesiva mecanicidad en los gestos o que no estamos en aquello que celebramos?

Hoy, la resurrección de Lázaro, pone las cartas sobre la mesa: ¡Cristo es la resurrección! El motor que nos empuja a un cambio de mentalidad y de actitudes. Sólo por este gran regalo que nos trae Jesús, una resurrección para nunca morir, merece la pena intentar una renovación en el aquí y en el ahora. Situar a Dios justo en el lugar que le corresponde y saber que, el Señor, está por encima de la misma muerte.

2.- Existen muchos agoreros que, desde distintos vértices –creyentes o no- presagian un final desencantador y de difícil solución para el mundo. Pero, Dios, que puede todo como Dios y que tiene un corazón de Padre, nos hace comprender que, con Jesús, la salvación es posible.

De muchos temores nos libra Jesús. A Marta y María, les recuperó del dramatismo y del colapso que les supuso la muerte de su hermano querido. A Lázaro le desembarazó de una muerte injusta y venida por sorpresa. Y, ¿a sus amigos y vecinos? Pues, tal vez, les sacudió de aquel mar de dudas que, tal vez en aquel momento, se hallaban inmersos sobre Jesús.

3.- ¡Pero ojo! El relato de Lázaro tiene un trasfondo que nos debe hacer más reflexivos y llevar a una interiorización: ¡Lázaro! ¡Sal fuera! Y ¿qué hizo Lázaro? Obedecer. El creyente, por si lo hemos olvidado, es alguien que confía en Dios, que se fía de Dios y que obedece al Pastor.

¡Cuántas personas muertas en vida que viven de espaldas a la novedad del Evangelio! Prefieren quedarse en sus sepulcros fletados por el poder, el bienestar o el dinero.

¡Cuántas personas asfixiadas por las vendas de la seducción, de la apariencia o de la incredulidad! Han optado por lo efímero y, cualquier invitación a dejar todo su “modus vivendi” es poco menos que una injerencia o una falta de respeto a su libertad

¡Cuántas personas rodeadas, no por “Martas ni Marías” (que alertan a despertar a la fe y a la vida ) sino por ambientes hostiles a la fe cuando no indiferentes, apáticos o descaradamente contrarios.

4.- El evangelio de hoy nos interpela a todos: ¿Somos vida como creyentes? ¿La anunciamos? ¿Somos portadores de la Buena Noticia de Jesús? ¿Recurrimos a Jesús para hacerle sabedor de aquellos que, tal vez, han muerto un poco o un todo para la fe? ¿Llamamos a Jesús para que nos socorra y nos reanime –aunque sea eventualmente como lo fue en Lázaro- y luego, a continuación, buscarle, creer en El y seguir sus caminos?

Hoy, con el Evangelio de Lázaro, tenemos que reafirmar nuestra fe en Cristo surtidor de vida eterna.

5.- Hoy, con el Evangelio en mano, hemos de procurar ser más intrépidos para gritar donde haga falta y a quien más veamos que lo necesite: ¡Sal fuera! De tus miserias, de tu cerrazón, de tu tristeza, de tus angustias, de tus pruebas o de tus cruces! ¡Sal fuera! Sólo así, aventurándonos en esa línea valiente y convencida ¡Sal fuera! Podremos llevar a Jesús a tantos hombres y mujeres que, en vida, ha muerto porque nadie les llevo a tiempo a Jesús fuente de vida. ¿Lo intentamos? De todas maneras, en este quinto domingo de cuaresma, pidamos al Señor: ¡sácanos de la muerte a la vida!

6.- ¡QUE SALGA FUERA, SEÑOR!

De la oscuridad que no me deja verte
a la luz que me da la vida
De las dudas que ciegan mis ojos
a la certeza que me invita a seguirte
De la tristeza que sacude mi existencia
a la alegría que infunde tu persona.
¡QUE SALGA FUERA, SEÑOR!

De los miedos que me paralizan,
a la fortaleza que me regala tu Palabra
De la inseguridad de mis pasos
a la firmeza de tus caminos
¡QUE SALGA FUERA, SEÑOR!

De la muerte, cuando yo vivo como Tú quieres,
a la vida que siento cuando Tú estás presente
Del mi afán de suficiencia que fracasa
al reconocimiento de tu poder que todo lo puede
¡QUE SALGA FUERA, SEÑOR!

De lo efímero que pasa y caduca
a lo eterno que Tú me dices me espera
De mi manera peculiar de vivir la vida
a esa otra que, Tú, me dices es rica y diferente
¡QUE SALGA FUERA, SEÑOR!

Que me libre de esas largas vendas
que me impiden ser libre y seguirte
Que me sacuda de los aromas
con que la sociedad quiere perfumarme y maquillarme
Que sea fuerte para desprenderme
de tantas losas que pretenden silenciarme
¡QUE SALGA FUERA, SEÑOR!
¡SACÚDEME CON TU FUERZA DIVINA!
¡HÁBLAME CON PALABRAS DE ETERNIDAD!
¡HAZME MORIR EN AQUELLO QUE ME SEPARA DE TI!
Amén.

Javier Leoz

Comentario – Sábado IV de Cuaresma

Juan 7, 40-53

En estos días para nosotros cristianos la figura más impresionante es la de Jesús, que camina con decisión, aunque con sufrimiento, hacia el sacrificio de la cruz.

De nuevo es signo de contradicción: unos lo aceptan, otros lo rechazan. Los guardias quedan maravillados de cómo habla. Los dirigentes del pueblo discuten entre ellos, pero no le quieren reconocer, por motivos débiles, contados aquí no sin cierta ironía por Juan: al lado de los grandes signos que hace Jesús, ¿tan importante es de qué pueblo tiene que provenir el Mesías?

Jesús es presentado hoy como el nuevo Jeremías. También él es perseguido, condenado a muerte por los que se escandalizan de su mensaje. Será también «como cordero manso llevado al matadero». Confía en Dios: si Jeremías pide «Señor, a ti me acojo», Jesús en la cruz grita: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Pero Jesús muestra una entereza y un estilo diferente. Jeremías pedía a Dios que le vengara de sus enemigos. Jesús muere pidiendo a Dios que perdone a sus verdugos.

Nuestra actitud hacia Cristo se va haciendo cada vez más contemplativa.

Vamos admirando su decisión radical, su fidelidad a la misión encomendada, su solidaridad con todos nosotros, en su camino hacia la cruz. Esta admiración irá creciendo a medida que nos aproximemos al Triduo Pascual.

Seguramente notamos también en el mundo de hoy esos «argumentos» tan superficiales por los que los «sabios» rechazan a Jesús o le ignoran, o intentan desprestigiar a sus portavoces, o a la Iglesia en general. Las personas sencillas -los guardias, y ésos a quienes los jefes llaman «chusma»- sí saben ver la verdad donde está, y creen.

Nosotros hemos tomado partido por Jesús. La Pascua que preparamos y que celebraremos nos ayudará a que esta fe no sea meramente rutinaria, sino más consciente. Y deberíamos hacer el propósito de ayudar a otros a que esta Pascua sea una luz encendida para todos, jóvenes o mayores, y logren descubrir la persona de Jesús.

«Que tu amor y tu misericordia dirijan nuestros corazones, Señor» (oración)

«Yo, como cordero manso, llevado al matadero» (la lectura)

«Señor, Dios mío, a ti me acojo» (salmo)

«Jamás ha hablado nadie así» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 2

Comentario – La Anunciación del Señor

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Lucas 1, 26-38

La página de la Anunciación del Señor, tal como nos la cuenta Lucas, es de las más expresivas, poéticas y esperanzadoras de nuestra fe cristiana.

Se ve claramente la iniciativa de Dios y la respuesta de una humilde muchacha israelita, como representante de todo el pueblo del Antiguo Testamento y también de todos los que después, durante los ya dos mil años de historia cristiana, responden al plan salvador de Dios. Dios dice su “sí” a la humanidad. Y la humanidad, en la persona de María, le responde con su “sí” de acogida: “Hágase en mí según tu palabra”, que es un eco perfecto de la actitud de Cristo: “Vengo a hacer tu voluntad”.

Del encuentro de estos dos “síes” brota, por obra del Espíritu, el Salvador Jesús, el Dios-con-nosotros que anunciaba el profeta: “y el Verbo se hizo carne”. El Hijo de Dios, su Palabra personificada, tomó naturaleza humana.

Hoy es uno de los días en que con más sentido podemos rezar el Ángelus: “el ángel de Dios anunció a María…; hágase en mí según tu palabra…; y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros”.

Por una parte, nos llena de alegría la gran noticia -que no aparecerá ciertamente en los medios de comunicación- de que Dios no es un Dios lejano, sino “Dios con nosotros”, que ha querido hacerse hombre para que nosotros podamos unirnos a su vida divina. Y, por otra, nos sentimos animados, por el ejemplo de María, a contestar con nuestro “sí” personal, vital, desde nuestra historia concreta, a ese acercamiento d Dios, superando así los planteamientos más superficiales de la vida a los que podría invitarnos nuestra comodidad o el clima de la sociedad.

Es la fiesta del “sí” y del amor: el de Dios y el nuestro. Si también nosotros respondemos a Dios “hágase en mí según tu Palabra”, como hicieron Cristo desde el primero momento de su existencia y María de Nazaret en el diálogo con el ángel, se volverá a dar, en nuestro mundo, una nueva encarnación de Cristo Jesús. Por obra de su Espíritu seguirá brotando la salvación y la gracia y la alegría de la Buena Noticia.

Y María de Nazaret -la “nueva Eva”, que obedeció a la voz de Dios, al contrario que la primera-, se convertirá en la mejor representante y modelo de los que pertenecemos a la nueva humanidad que Dios ha formado en torno a su Hijo. Una de las preces de Vísperas así lo pide: “dispón nuestros corazones para que reciban a Cristo como la Virgen Madre lo recibió”.

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 7

Homilía – Sábado IV de Cuaresma

Este relato de la anunciación es la crónica de la vocación de María.

Dios, llegado el momento de culminar su programa de salvación, busca una persona obediente para entrar en el mundo de los hombres.

María conoció que Dios contaba con ella, que tenía un plan sobre ella y que le pedía su consentimiento para realizarlo; el hijo que podía nacer de una virgen, -si ella aceptaba- era la salvación del pueblo de Dios.

María no pudo entender mucho más de cuanto nosotros entendemos respecto a esta decisión de Dios,… pero la asumió, como una esclava acepta las órdenes de su Señor. Y la «sierva de Dios», se convirtió en «su madre»; la obediencia que le prestó a Dios la convirtió en su madre.

Ese es el poder del obediente sobre su Dios: así como el desobediente labra su ruina y la de su descendencia, el obediente concede a Dios la libertad de intervención y a sus descendientes la oportunidad de ser salvados por Dios.

Si nos prestáramos a realizar cuanto Dios quiere de nosotros, nos daríamos cuenta, como María, de cuánto somos queridos por Dios. El Dios de María empieza por pedir un servicio y acaba convirtiéndose en familiar: nos hace siervos suyos y se nos hace familia.

Y Dios, sigue necesitando de creyentes que, como María, le sirvan de puente para entrar en un mundo como el nuestro, que parece haber desterrado a Dios . No le faltan a Dios ganas de salvar; escasean, más bien, fieles que estén dispuestos a ser, como María, siervos suyos, cueste lo que cueste.

La Virgen se daba perfecta cuenta de que le era imposible ser Madre; pero se rindió a la voluntad de Dios, y fue posible lo imposible: la «creatura» concibió a su «Creador»; la esclava de Dios se hizo su madre.

En esta fiesta de la Anunciación del Señor, pensemos que Dios hoy nos pide como a María que le ayudemos a salvar al hombre.

Dios necesita de creyentes que se le confíen, como María, en cuerpo y alma, que pongan en Dios su vida entera.

Él conoce nuestras debilidades y limitaciones, pero puede hacer con nosotros y a través de nosotros milagros, si confiamos en Él y nos ponemos a su disposición.

Que el Señor y la Virgen, unidos en esta fiesta de un modo particular nos ayuden a confiar plenamente en Dios para colaborar con él en la salvación del mundo.

Cara a cara con ella

“Cuando Jesús llegó a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días de muerto. Marta salió al encuentro del Señor y le dijo: Si hubieras estado aquí”… San Juan, Cáp. 9.

1.- Una religión que no enfrente los grandes problemas de la vida, no merece la pena. Pero nosotros los cristianos recibimos de Jesús de Nazaret una clave que nos descifra el enigma de la muerte. En su enseñanza y luego por su resurrección, al tercer día. La teología aclara que resurrección es el paso de esta vida mortal a otra indestructible, cuando Dios transforme nuestro cuerpo mortal en otro que no puede morir. Entonces, si el evangelio cuenta que el Señor resucitó a la hija de Jairo, a un joven en la aldea de Naim y también a Lázaro, entendemos que los devolvió a esta vida presente, con la obligación de morir otra vez. Sin embargo estos signos demostraron el poder del Señor y prepararon a sus discípulos para creer en el Resucitado.

2.- Ante la persecución de los judíos, el Maestro se ha refugiado al otro lado del Jordán y allí recibe un aviso de Marta y de María: “Lázaro, tu amigo está enfermo”. Pero Jesús se queda allí otros días, y afirma ante los suyos: “Esta enfermedad servirá para que el Hijo de Dios sea glorificado”. Aunque luego les dijo: “Lázaro duerme”. Una forma piadosa de señalar que ha muerto. “El sueño, moneda fraccionaria de la muerte», ha dicho un escritor.

Cuando llega a Betania, hace ya cuatro días que Lázaro ha muerto. “Ya huele mal”, dirá luego Marta, al ordenar Jesús que muevan la piedra del sepulcro. Por su parte, María le ha reclamado: “Si hubieses estado aquí no hubiera muerto mi hermano.” Aunque declara su fe en el Maestro: “Yo sé que Dios te dará lo que le pidas”. Sin embargo esta mujer sigue creyendo dentro del esquema judío: “Sé que mi hermano resucitará el último día”. La tradición de los rabinos hablaba de un futuro, que algunos creían próximo, cuando Dios destruyera este mundo visible.

3.- San Juan nos cuenta que Jesús, viendo llorar a María y a los judíos que la acompañaban, también “Se echó a llorar”. El Maestro estaba cara a cara con la muerte. Experimentaba nuestras angustias y perplejidades ante ese más allá desconocido. La impotencia de nosotros los mortales frente la intrusa visitante. Cuando movieron la piedra del sepulcro, el Señor luego de dar gracias al Padre, “gritó con voz potente: Lázaro, ven fuera. Y el muerto salió, los pies y las manos atadas, y la cara envuelta en el sudario”. Jesús entonces ordenó desatarlo.

Desearíamos más detalles sobre este signo milagroso, aunque luego junto a Jesús resucitado, comprenderemos muchas cosas del dolor y de la muerte. Allí en Betania, el Maestro terminaba de explicar su pensum sobre fe y vida, al enseñarnos que este morir corporal es poca cosa, que el poder de Dios va más allá de nuestros cálculos. Su presencia más allá de nuestros miedos.

4.- Los primeros cristianos tenían tal convicción sobre la victoria de Jesús sobre la muerte, que algunos de ellos ya se creían resucitados. En algún evangelio apócrifo leemos: “Quien dice: Primero morimos y luego resucitamos, se engaña. Si no vives como resucitado desde ahora, nada entonces alcanzarás después”.

Gustavo Vélez, mxy

Nuestro destino es vivir

1.- Sí, nuestro destino es siempre la vida. Desde que nacemos estamos gozosamente condenados a vivir. Las lecturas de este domingo hablan de la vida en esta vida, de la vida mortal y pasajera, de la vida que, a través del túnel de la muerte, desembocará inexorablemente en la otra vida, en la vida eterna. Lázaro, en estricta terminología cristiana, no resucitó, sino que revivió, volvió a vivir en la misma vida que había tenido antes de morir. Después, evidentemente, moriría y, entonces sí, seguro que resucitó a la vida eterna. No se olvide que estamos todavía en cuaresma, en el duro camino hacia la Pascua de Resurrección. Hablar de resurrección en este V domingo de cuaresma es prematuro. Debemos hablar, eso sí, de promesa de resurrección. Primero tiene que resucitar Cristo, nuestra primicia; después resucitaremos nosotros. Lo de Lázaro fue reviviscencia, como lo fue la vuelta a la vida del hijo de la viuda de Sarepta, por intercesión del profeta Elías, o del hijo de la sunamita, por el profeta Eliseo. Lo importante en este domingo es saber que nuestro Dios es el dueño de la vida y que nos ha dado la vida para que vivamos siempre. Primero en esta vida, superando, con el espíritu de Cristo, todas las tentaciones de muerte que nos acosan cada día. Ni la enfermedad, ni el desánimo, ni los fracasos temporales, nada, en definitiva, pueden apartar a un cristiano de su vocación de vivir. De vivir en plenitud ya en esta vida, animados por el espíritu de Dios, por el espíritu de Cristo. Nuestro destino tan sólo es vivir, vivir y dar vida, luchando cada día contra todo lo que es muerte y destrucción.

2.- Os infundiré mi espíritu y viviréis. El profeta Ezequiel se dirige a un pueblo que vive en el destierro, a un pueblo que está totalmente desanimado y seco, como están secos los huesos de sus muertos en cementerios extranjeros. El Señor les habla y les dice que él mismo va a derramar su espíritu sobre ellos, para que se animen y se reanimen y así puedan caminar y entrar con alegría en la tierra que les tiene prometida. La esperanza es la sabia de la vida; sin esperanza nos volvemos secos y como paralizados y estériles. La esperanza en el Señor no defrauda, porque la esperanza en el Señor de la vida produce vida. Dios no quiere nuestra muerte, quiere que vivamos y que vivamos en plenitud. El espíritu del Señor es siempre un espíritu de vida. El espíritu del Señor es aliento, es fuerza, es consuelo, es luz, es vida.

3.- Vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el espíritu de Dios habita en vosotros. Una vez más, en esta carta a los Romanos, Pablo vuelve a contraponer carne y espíritu. Carne, aquí, es sinónimo de debilidad y de pecado; espíritu es sinónimo de gracia, de fuerza y de vida. El espíritu que nos anima a nosotros, los cristianos, es el espíritu de Cristo, del Cristo que venció y rompió las ataduras de la carne y resucitó con un cuerpo inmortal y glorioso. Esto es lo que Pablo les dice a los cristianos de Roma: que si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ellos, vivificará también sus cuerpos mortales. Un cuerpo vivificado es un cuerpo vivo y un cuerpo que viva vivificado por el espíritu de Cristo está destinado a resucitar con Cristo. Vivamos nosotros, los cristianos, vivificados por el espíritu de Cristo, ya en este mundo, con un cuerpo lleno de vida, de fuerza y de amor. Así también nuestro cuerpo mortal resucitará un día en un cuerpo inmortal y glorioso.

4.- Desatadlo y dejarlo andar. Cristo curó la debilidad y la muerte del cuerpo de Lázaro y le devolvió la vida. Le devolvió una vida mortal, pero con la promesa de que, si sigue creyendo en él, no morirá nunca para siempre, porque Cristo es la resurrección y la vida. El amor de Cristo no podrá nunca permitir que mueran para siempre las personas a las que él ama. Si amamos a Cristo como le amaban Marta, María y Lázaro tampoco nuestros cuerpos morirán para siempre. Lo importante es que nuestro amor a Cristo nos ayude a romper las ataduras, las debilidades y las miserias que nos mantienen anquilosados y muertos. También es una bella misión de todo cristiano ayudar a los demás a romper ataduras, para que puedan andar libres y liberados. Nuestro mundo está lleno de ataduras injustas: las ataduras del egoísmo, de la corrupción, de la ambición de poder, del hambre, de la sed, de la tiranía del cuerpo y del culto al cuerpo. Luchemos para que sea el espíritu de Cristo el que dirija nuestro cuerpo y nuestro mundo, para que sea siempre la vida y no la muerte la que nos dirija y gobierne. Nuestro destino y nuestra vocación es siempre la vida, es vivir.

Gabriel González del Estal

La entrañable humanidad de Cristo

1.- «Esto dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, pueblo mío…» (Ez 37, 12).Sepulcros, lugar de oscuro encierro y de podredumbre. Silencio definitivo, descomposición nauseabunda, final desastroso de una carne que se corrompe y que apesta… Así es la vida a veces, así de muerta y olvidada, así de triste y de trágica. Sí, hay muchos sepulcros detrás de los brillantes mármoles de nuestras fachadas.

La voz de Cristo abrió el sepulcro de Lázaro, hediondo ya después de cuatro días. Y Cristo abrió los sepulcros de aquellos leprosos de carne corroída, el de la mujer adúltera, mil veces más podrida. El de tantos y tantos, sepultados bajo la fría losa de sus miserias y pecados… Nuestros sepulcros, Señor, mi sepulcro. Ábrelo. Vence a la muerte con la vida. Llena de rosas siempre vivas este hoyo en el que sólo hay carne en putrefacción. Tú lo has dicho: Pueblo mío, yo mismo abriré vuestros sepulcros y os sacaré de ellos.

Y cuando abra vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor… Es también Ezequiel quien nos habla de un campo lleno de huesos secos, un inmenso rastrojo, fatídico y macabro. Pero el soplo de Dios pasa sobre esos huesos, la fuerza y el calor del Espíritu actúa, realiza el prodigio de hacer brotar la vida en donde sólo había muerte.

Dios infunde su Espíritu y la vida surge pujante, la tristura irreprimible se convierte en desbordante alegría, la angustia que oprime se transforma en esperanza que esponja el alma. Los sepulcros se han abierto, se han llenado de luz.

El Señor lo dice y lo hace. No es como nosotros, que decimos pero no hacemos. Él es distinto. Su palabra es sustantiva, poderosa, eficaz. Por eso, una vez más hemos de ahuyentar la tristeza y el miedo, con la confianza y la seguridad del que sabe bien de quién se ha fiado.

2.- Cristo, vencedor de la muerte. Señor, tu amigo está enfermo. Así anunciaron a Jesús la grave enfermedad de Lázaro. Es un detalle más que nos confirma la entrañable humanidad de Cristo, la hondura de los sentimientos del Hijo de Dios hecho hombre. Jesús, en efecto, amaba a Lázaro. Lo demostrará luego, cuando llore delante de los demás al ver la tumba del amigo. Y lo demuestra en su decisión de ir a curarle, aunque ello suponga acercarse demasiado a Jerusalén y exponerse a las asechanzas de sus enemigos, que tenían ya determinado matarle. Pero el Señor, llevado del amor a Lázaro marchó decidido a Betania. Su postura de lealtad y de gallardía es un reclamo para nosotros, para que también seamos amigos de veras. Sobre todo, cuando la persona amada nos necesita, aunque el ayudarla suponga graves riesgos.

La muerte ensombrece el hogar de Lázaro y sus hermanas, tan acogedor en otras ocasiones. Donde había paz y alegría, hay ahora zozobra y tristeza. Jesús contempla el dolor de Marta y María, ve sus miradas enrojecidas por el llanto y se estremece interiormente, rompiendo en un sollozo incontenible. Es muy humano sentir dolor ante la muerte de un ser querido, derramar lágrimas por la ausencia irremplazable del amigo. Lo mismo que le ocurre a Jesucristo en esta ocasión.

Pero al mismo tiempo esos sentimientos, cuando hay fe, han de dar paso a la esperanza y a la serenidad. Sí, entonces nuestra fe ha de iluminar los rincones más oscuros del alma, ha de recordarnos que detrás de la muerte está la Vida. Hemos de pensar que la separación no es definitiva sino provisional, porque la vida se nos transforma, no se nos arrebata. En la resurrección de Lázaro, Jesús muestra su poder omnímodo, adelanta su triunfo final sobre la muerte. Así, pues, este prodigio es una primicia del botín definitivo, cuyo comienzo será la pasión y su final apoteósico, la grandiosa polifonía del aleluya de la Pascua.

Antonio García Moreno