Lectio Divina – Lunes V de Cuaresma

La persona es digna y es perdonada

Invocación al Espíritu Santo:

Oh Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédenos que, guiados por el mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de tu consuelo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Lectura. Juan capítulo 8, versículos 1 al 11:

Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.

Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a esas mujeres. ¿Tú qué dices?”.

Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se. agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Pero como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.

Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.

Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor”. Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Este pasaje rompe el desarrollo de Juan capítulos 7 al 8; y no encaja con el contenido del evangelio de Juan; además falta en la mayor parte de los manuscritos antiguos, y en algunos de ellos aparece en el evangelio de Lucas, que sería un lugar más adecuado. Se trata pues, de un texto que originalmente no perteneció a este evangelio, pero que si perteneció a la antigua tradición evangélica. Su enseñanza es clara: prohíbe emitir juicios condenatorios sobre los demás, ya que el que así juzga es también culpable. No en vano Jesús vino para salvar a los pecadores, y no para condenarlos.

Meditación:

“Te pido, Señor, que no me midas con la vara de tu justicia, sino que sea medido con la de tu misericordia infinita”.

¡Qué distintos son los pensamientos de Dios y los de nosotros, los hombres! El pasaje evangélico que nos presenta a Jesús, a la mujer adúltera y a los fariseos nos ayuda a contemplar el rostro amoroso y misericordioso de Cristo. A los escribas y fariseos, que eran considerados los grandes sabios, maestros y doctores de la ley, no les gusta ver que la gente siga y escuche a otro Maestro. Jesús va cumpliendo su obra de predicación y la gente lo escucha, porque saben que enseña con autoridad y, sobre todo, con su ejemplo. Los escribas y fariseos, con el corazón lleno de hipocresía, presentan a Jesús la mujer adúltera. Se acercan al Maestro, no porque busquen realmente saber cómo piensa o cuál es su doctrina sino para tentarlo.

¿Aplicará la ley? ¿Será justo? ¿Será compasivo? Para cualquier respuesta, humanamente esperada, tenían motivos para acusarle. Pero olvidaban que la Persona que estaba enfrente de ellos no solo era verdadero Hombre sino verdadero Dios.

Todos nosotros somos conscientes de nuestra debilidad y de la facilidad con la que caemos en el pecado sin la gracia de Dios. Cristo nos hace ver que solo Él puede juzgar los corazones de los hombres. Por ello, los que querían apedrear a la adúltera se van retirando, uno a uno, con la certeza de que todos mereceríamos el mismo castigo si Dios fuera únicamente justicia. La respuesta que da a los fariseos nos enseña que Dios aborrece el pecado, pero ama hasta el extremo al pecador. Así es como Dios se revela infinitamente justo y misericordioso.

Al final del evangelio vemos que Cristo perdona los pecados de esta mujer y a la vez le exhorta a una conversión de vida. Para esto ha venido el Hijo de Dios al mundo, para redimirnos de nuestros pecados con su pasión y muerte.

El periodo de cuaresma nos ofrece constantes oportunidades para aplicar las enseñanzas de Cristo. Los padres, en algunas ocasiones, deberán corregir a sus hijos. En esos momentos sepamos corregir lo que está mal y al mismo tiempo dejar la puerta abierta al amor, al perdón, a la reconciliación. Cuando tenemos que hacer ver un error a alguien, podemos buscar cómo hacerlo de la mejor forma para que no se mezclan mis buenas intenciones con algunas pasiones desordenadas.

Recordemos el ejemplo vivo de tantos sacerdotes que, cuando nos acercarnos al sacramento de la reconciliación, saben ver la desgracia del pecado, pero al mismo tiempo acogen con amor al pecador, así como Cristo lo hizo con la mujer adúltera.

Oración:

Te bendecimos, Padre, porque en Jesús de Nazaret denunciaste la hipocresía que nos corroe por dentro. ¡Pobre mujer adúltera! Todos la señalaban con el dedo, pero Tú Jesús la perdonaste y le devolviste su dignidad. Ante ti Señor somos pecadores e imperfectos. Ayúdanos a reconocerlo pues es nuestra salvación.

Contemplación:

Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio. Dios no disminuye la dignidad de la persona, sino que realza. Sin el creador la criatura se diluye, la persona sin Dios no es nada.

Oración final:

Jesucristo, gracias por el infinito amor que me tienes y por todas las veces que me has perdonado. Somos débiles y con facilidad nos alejamos de Ti. Ayúdame, Señor, a caminar por el sendero de tu amor y extiende tu mano para levantarme de las caídas. Te ofrezco mi esfuerzo y la lucha de cada día por ser un mejor cristiano.

Propósito:

Aprender a perdonar las molestias que me puedan causar los defectos de los demás.

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Homilía – Lunes V de Cuaresma

En el Evangelio de hoy, leemos el pasaje de la mujer adúltera, que nos muestra la misericordia del Señor que está siempre dispuesto a perdonar cuando existe el arrepentimiento.

Los primeros versículos de este pasaje nos dicen que: Jesús, por su parte, se fue al monte de los Olivos. «Al amanecer estaba ya nuevamente en el Templo». Sabemos por las Escrituras que el Señor se retiró varias veces por la noche a orar al monte de los Olivos, situado al Este de Jerusalén. Desde mucho tiempo antes este era un lugar de oración: allí fue David a adorar a Dios durante la revuelta de Absalón. En este tiempo de Cuaresma que es tiempo de oración, de penitencia y limosna, aprendamos de las enseñanzas de Jesús, que nos dejó con su palabra y sus obras.

San Juan nos relata la escena en que, a la mañana siguiente, unos escribas y fariseos llevan al Templo de Jerusalén, donde Jesús estaba enseñando, a una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La pusieron en el medio, dice el Evangelio. La han avergonzado y humillado sin consideración y le recuerdan al Señor que la ley imponía para este pecado el severo castigo de la lapidación: matar a pedradas al pecador. Y preguntan al Señor; Tú ¿qué dices?»

La pregunta de los escribas y fariseos está llena de insidia: como el Señor se había manifestado repetidas veces comprensivo con los que eran considerados pecadores, le preguntan para ver si también en este caso también la perdona, y así poder acusarlo de no respetar uno de los preceptos terminantes de la Ley.

La respuesta de Jesús: «Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra.» hace referencia al modo de practicar la lapidación entre los judíos: los testigos del delito tenían que arrojar las primeras piedras, después seguía la comunidad.

La cuestión que le plantean al Señor desde el punto de vista legal, Jesús la eleva al plano moral, – que es el que sostiene y justifica al moral, – interpelando la conciencia de cada uno.

El Señor no viola la Ley, pero no quiere dejar lo que Él estaba buscando, porque había venido a salvar lo que estaba perdido. San Agustín, en la Reflexión de este evangelio, nos dice: «Que se cumpla la Ley, pero como pueden cumplir la Ley y castigar a aquella mujer unos pecadores?»

Quien tiro la primera piedra fue el Señor… pero sobre sus enemigos, que quedaron desconcertados. No esperaban esta salida. La respuesta legal la convierte Jesús en un cuestionamiento moral que mira en la conciencia de cada uno.

Se inclinó de nuevo Jesús, y seguía escribiendo. Y los que habían llevado a la mujer se miraron unos a otros, molestos, e iniciaron la retirada: se fueron uno tras otro, comenzando por los más viejos.

San Agustín nos dice que pasados unos minutos, el Señor levantó la vista: «quedó solo Jesús y la mujer, de pie, en medio. La Miserable y la Misericordia»

La mujer temblorosa y Jesús lleno de bondad. Él se levantó de nuevo y dijo: Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?

Ella sacó fuerzas del miedo y de la vergüenza que había sufrido y respondió: Ninguno, Señor.

No añadió palabras de arrepentimiento, pero el tono de su voz, su mirada agradecida, mostraban bien claras su confianza en El, y que estaba dispuesta a recomenzar una nueva vida.

En el alma de la mujer, manchada por su comportamiento y por la pública vergüenza, se ha realizado un cambio profundo que solo podemos descubrirlo con la fe. Se cumplen en ellas las palabras del profeta Isaías, que leemos en la primera lectura de la misa de hoy.

Jesús tampoco la condena. El, que no teniendo pecado estaba en condiciones de tirar la primera piedra, … la perdona.

El Señor no favorece al pecado ni a los pecadores. Le dice claramente a la mujer: Vete y desde ahora no peques más. El Señor condena al pecado, pero no al pecador que se arrepiente.

Jesús, siendo justo, no condena. En cambio, aquellos fariseos, siendo pecadores, dictan sentencia de muerte. La misericordia infinita de Dios nos mueve a tener siempre compasión por aquellos que están en el error, porque también nosotros necesitamos del perdón de Dios.

Cada día, en todos los rincones del mundo, Jesús, a través de cada sacerdote, sigue diciendo «Yo te absuelvo de tus pecados», vete y no peques más». En la confesión se produce nuevamente ese encuentro entre el pecador arrepentido y Jesús que perdona.

En este tiempo de Cuaresma, que es tiempo propicio para la reconciliación, pidamos a María que nos ayude a poner en práctica las enseñanzas de este Evangelio: Que condenemos al pecado pero nunca al pecador, y que, como la mujer adúltera, tomemos la decisión firme de acudir en estos días de preparación para la Pascua, a recibir el perdón del Señor mediante el sacramento de la Confesión.

Comentario – Lunes V de Cuaresma

Juan 8, 1-11

Luego vino Jesús, el nuevo Daniel, que no sólo defiende al que es justo, sino va más allá: es el instrumento de la misericordia de Dios incluso para los pecadores.

Esta vez la mujer a la que acusaban era culpable. Pero Jesús -lo ha dicho repetidas veces- ha venido precisamente a perdonar, a salvar a los enfermos más que a los sanos.

La escena que algunos biblistas afirman que es más afín al estilo de Lucas que al de Juan- está vivamente narrada: los acusadores, la gente curiosa, la mujer avergonzada, y Cristo que escribe en el suelo y resuelve con elegancia la situación. No sabemos lo que escribió, pero sí lo que les dijo a los acusadores y el diálogo que tuvo con la mujer, delicado y respetuoso. Y su sentencia, de perdón y de ánimo.

Todo el episodio está encuadrado en el creciente antagonismo de los judíos contra Jesús: le traen a la mujer «para comprometerle y poder acusarlo». Si la condena, pierde popularidad. Si la absuelve, va contra la ley.

Recojamos varias lecciones de las lecturas.

Ante todo, el ejemplo de Susana: su valentía al resistir al mal, esta vez de carácter sexual, como tantas veces en el mundo de hoy, aunque en nuestra vida puede ser también, como repetidamente en la Biblia, la tentación de las varias idolatrías a las que nos invita este mundo. La fidelidad a los caminos del bien puede costarnos, pero es el único modo de seguir siendo buenos discípulos de Jesús, que es fiel a su misión, hasta la muerte.

También será bueno que pensemos cómo tratamos a los demás en nuestros juicios: ¿les juzgamos precipitadamente? ¿damos ocasión a las personas para que se puedan defender si se les acusa de algo? ¿nos dejamos llevar de las apariencias? Si antes de juzgar a nadie nos juzgáramos a nosotros mismos («el que esté libre de pecado tire la primera piedra») seguramente seríamos un poco más benévolos en nuestros juicios internos y en nuestras actitudes exteriores para con los demás. ¿Sabemos tener para con los que han fallado la misma delicadeza de trato de Jesús para con la mujer pecadora, o estamos retratados más bien en los intransigentes judíos que arrojaron a la mujer a los pies de Jesús para condenarla?

La figura central es Jesús y el juicio de Dios sobre nuestro pecado. Si en la primera escena es el joven Daniel quien desenmascara a los falsos acusadores, en el evangelio es Jesús el que va camino de la muerte para asumir sobre sí mismo el juicio y la condena que la humanidad merecía. El nuevo Daniel se deja juzgar y condenar él, en un juicio totalmente injusto, para salvar a la humanidad. Por eso puede perdonar ya anticipadamente a la mujer pecadora.

Ese Jesús que camina hacia su Pascua -muerte y resurrección- es el que nos invita también a nosotros a seguirle, para que participemos de su victoria contra el mal y el pecado, y nos acojamos a la sentencia de misericordia que él nos ha conseguido con su muerte.

Antes de comulgar cada vez se nos presenta a Cristo como «el que quita el pecado del mundo». Con su cruz y su resurrección nos ha liberado de todo pecado. Jesús, el perdonador. Es el que se nos da en cada Eucaristía, como se nos dio de una vez para siempre en la cruz.

«Tu amor nos enriquece sin medida con toda bendición» (oración)

«Dios salva a los que esperan en él» (la lectura)

«Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo» (salmo)

«Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 2

Hágase tu voluntad

El domingo de Ramos, con el que iniciamos la Semana Santa, es una celebración de contrastes. Junto con los discípulos y la gente de Jerusalén, proclamamos también nosotros con júbilo en el rito de entrada de la eucaristía de este domingo: “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. Hosanna en las alturas”. Jesús es aclamado como quien viene a cumplir los deseos y esperanzas de quienes tenemos puesta la confianza en Dios. Es la expresión de fe de los que anhelamos un mundo mejor, diferente del que nos toca vivir a diario, más justo y fraterno. La fe de los que deseamos una Iglesia más evangelizadora, samaritana, sinodal, que no se quede en una pastoral de mantenimiento, sino que ofrezca propuestas nuevas para que todos puedan reconocer a Jesucristo como el verdadero Hijo de Dios que entregó su vida por nuestra salvación.

Pero la expresión de fe que proclamamos a viva voz y que recoge nuestros más nobles sentimientos y expectativas es invitada este domingo de Ramos a realizar un proceso pascual. En contraste con el júbilo que genera la entrada de Jesús en Jerusalén y su proclamación como “el Hijo de David, el Rey de Israel”, el relato de la pasión nos muestra la reacción totalmente contraria, cuando Jesús se reconoce ante el Sumo Sacerdote como el “Hijo de Dios”. Ahora es escupido, golpeado, humillado, rechazado y todos gritan a Pilato “¡crucifícalo!”. El misterio pascual es el que nos convierte en verdaderos creyentes cuando, al contemplar al crucificado, llegamos a proclamar como el centurión que custodiaba la cruz: “¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!”. Cuando la cruz no es motivo de escándalo, sino de conversión.

Hay opciones que tienen consecuencias tan trascendentales, que definen quienes en verdad somos. El ingreso en Jerusalén supone un momento clave en la vida de Jesús. Tomar esta decisión implicaba optar por llevar a su plenitud el proyecto salvador del Padre para la humanidad, sin medir costos. Suponía generar una profunda crisis en las expectativas de quienes le siguieron desde Galilea y cuantos ahora lo aclamaban. Pero, sobre todo, implicaba asumir las consecuencias del rechazo de las autoridades religiosas y políticas al mensaje evangélico que venía proclamando y a su condición de Hijo de Dios. Era confiarlo todo, la salvación que anunciaba y su propia persona, en las manos del Padre. Una opción de esta naturaleza sólo se puede asumir desde un amor que no conoce límites, como el de Jesús al Padre y a su voluntad salvífica, y a todos nosotros, por quienes donaba su propia vida.

La “humanidad” de Jesús contrasta con la nuestra. Como afirma Pablo: Jesucristo “haciéndose semejante a los hombres… se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte en cruz”. El Hijo de Dios nos muestra cómo los creyentes debemos vivir la condición humana, haciendo nuestras sus palabras cuando el dolor o el sin sentido nos golpean: “Padre mío, si es posible, que pase lejos de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. El creyente no sólo contempla la cruz de Jesús, sino que asume la propia con la actitud con que Jesús asumió la suya en el huerto de Getsemaní. Anteponer la voluntad del Padre a la nuestra es confiar en Dios, aunque nos duela. Es no retirar el rostro cuando nos ultrajan por el bien o por la fe, porque “sé muy bien que no seré defraudado”. Es aceptar que no hay amor auténtico sin sufrimiento.

Para nuestra “humanidad” no es fácil acoger la voluntad de Dios cuando la realidad no se ajusta a nuestros deseos y nos sentimos frustrados, o cuando supone asumir riesgos que nos pueden complicar la vida, o cuando alguien o algo choca abiertamente contra nuestros intereses religiosos, económicos o ideológicos y nos sentimos amenazados. Es la “humanidad” que aflora en Judas tras su decisión de traicionar a Jesús, en la cobardía de Pedro que lo niega tres veces o en el miedo de los demás discípulos que lo abandonan, en el ensañamiento de los sumos sacerdotes y los ancianos por crucificarlo, en el gesto de Pilatos de lavarse las manos, aunque sepa que es inocente. En el fondo la “humanidad” que no es capaz de sufrir, de posponerse, por amor a otros seres humanos, termina crucificándolos.

La fe, como los deseos y expectativas, nuestra propia persona, han de pasar por un proceso de cruz acogiendo la voluntad de Dios y así resucitar a algo nuevo. De un modo u otro, hemos de encarnar el proceso pascual de Jesús en nuestra vida. Cargar la cruz y asumirla como voluntad de Dios implica no rehuir las decisiones difíciles que hemos de tomar como Iglesia para renovarla. Es comprender que ser cristiano no consiste en limitarse en cumplir unas prácticas sacramentales por importantes que sean, sino en llevar una vida coherente con unos valores evangélicos nada fáciles de llevar a cabo, que “duelen”. Es aceptar que convertir nuestras familias en un hogar donde el amor sea el eje entorno al cual giran nuestras relaciones, implica sacrificio. Es admitir que la vida consagrada no recuperará su valor testimonial hasta que asuma morir a formas históricas que ya no anuncian a Cristo. Es confiar que, tras la enfermedad o la muerte, hay vida eterna.

El domingo de Ramos nos invita a entrar en el proceso pascual, de muerte y resurrección, acogiendo la voluntad de Dios de la mano de Jesús. Es importante que nos preguntemos: ¿Con qué actitud interior acogemos el dolor y las dificultades en nuestra vida? ¿Los podemos vivenciar en clave pascual y anteponer la voluntad de Dios a la nuestra?

Fr. Rafael Colomé Angelats O.P.

Mc 14, 1 – 15, 47 (Evangelio Domingo de Ramos)

• Entrada en Jerusalén.

Sentido profético-simbólico.

Una entrada sin ejércitos (recuérdense las actuaciones de los falsos mesías que durante el siglo I menudearon y todos fracasaron en sus intentos militares), sin armas, sin violencias. Gesto revelador del verdadero mesianismo: «He aquí que viene manso y modesto y cabalgando sobre un pollino». De este modo Jesús representa una corrección acabada de las falsas esperanzas mesiánicas. Jesús es, ciertamente, el verdadero Mesías, entra en su ciudad que es la morada de su Padre, «manso y modesto».

Sentido teológico y programático:

Jesús se acerca libremente al lugar de su entrega: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad». «Nadie me quita la vida, la doy porque quiero». Jerusalén es el centro de la Salvación hacia el que convergen todos los pueblos y desde donde la luz de Dios se expande y se proyecta a toda la humanidad. Este sentido teológi-co profundo de Jerusalén-centro salvífico, lo heredan los autores del nuevo Testamento, especialmente Lucas, del profeta Isaías.
Jesús el testigo fiel que realiza su camino hasta el final. Era necesario culminar el proyecto del Padre. Y ese debe realizarse en Jerusalén.

Significación actual de este acontecimiento.La esperanza del hombre en el Mesías que le libere debe desbordar todos los cálculos humanos. Es necesario llegar hasta el Calvario, lugar privilegiado de la revelación de Dios, del amor de Dios que es el único que libera profunda y realmente. Los medios humanos sólo deben entrar en juego como respuesta y colaboración con el Dios-Amor que es verdaderamente libertador. Es necesario huir y vencer todas las tentaciones de creer que la liberación y la felicidad del hombre se consiguen con la violencia. Pero también es una advertencia severa a quienes huyen de todo compromiso. El Dios del Amor o el amor de Dios manifestado definitivamente en Jesús, compromete enteramente al hombre en todas las facetas de su vida. Ilumina y transforma la existencia humana en todas sus manifestaciones. Una fiesta que invita a realizar una reflexión profunda con un mensaje actual y permanente. Jesús había proclamado esta congratulación que sólo entienden y pueden vivir sus verdaderos discípulos: «Dichosos los no-violentos activos porque ellos poseerán la tierra» (Mt 5).

• Expulsión de los vendedores del Templo.

El acontecimiento

La teología deuteronomista, especialmente, afirmaba insistentemente que el templo es el lugar elegido por Dios para establecer su morada, donde pudiera habitar su Nombre. Es el lugar de encuentro, de comunión y de convergencia de las tribus de Israel con su Dios. Pero el templo era entendido también como un bastión de falsas esperanzas (Jer 27). El templo es un punto de referencia, un lugar de encuentro. Pero lo importante es Dios y el hombre; la voluntad de Dios expresada en su Palabra y realizada por los hombres en la justicia y equidad. El templo es una realidad ambivalente y equívoca que es necesario clarificar.

Significación teológica de este acontecimiento:

Jesús llega a la Casa de su Padre: «¿No sabíais que tenía que dedicarme a las cosas\ en la casa de mi Padre?». «El celo de la casa de Mi Padre me devora». El culto en el espíritu y en verdad (Jn 4): el lugar del encuentro de los hombres con el Dios verdadero, su Padre, ya no será ni en el monte Garizim ni en el monte Sión (Jerusalén). Dios es Espíritu y busca que sus adoradores lo hagan en espíritu y en verdad.

Significación profética de este acontecimiento.

Sólo se trata de un gesto, de un signo, de un símbolo. A punto de coronar su misión en el mundo, Jesús se remite a un gran profeta: Jeremías. También a aquel profeta le costó grandes sacrificios atreverse con el templo desmitificando su sentido y su valor. No es el templo de Jerusalén el instrumento de la salvación. La voluntad de Dios vivida en la justicia, ahí radica la verdadera salvación del hombre.

Significación cristológico-eclesial del acontecimiento.

«Destruid este templo y yo lo reconstruiré en tres días» (Jn 2, 12ss). Esta es la clave central del acontecimiento. Jesús invita a dirigir la mirada a otra parte más importante. Este templo material, edificado por manos humanas, debe orientar la mirada y el pensamiento del hombre a otro templo no construido por manos humanas. «Él hablaba del templo de su Cuerpo, cuando resucitó de entre los muertos los discípulos creyeron en la palabra de Jesús (Jn 2,19ss). Atreverse con el templo, condujo a Jesús al martirio como certifican los relatos evangélicos del proceso ante el Sanedrín. Aunque la causa final fuera la acusación de «blasfemia», el atreverse con el templo significó una piedra fundamental en el camino que conduce al calvario.

La Iglesia primitiva, en sus primeros pasos, no se despren-de del Templo. Los primeros hermanos en la fe acuden gustosos al templo para orar (Hechos 2 y 3). Es el lugar del encuentro con Dios. Esteban, el Protomártir, será el encargado por el Espíritu para urgir el alejamiento de la Iglesia del templo. El templo fue el centro del pueblo judío. La Iglesia tiene otra misión y otra tarea. Y Esteban se encarga, guiado por el Espíritu, de revelar este proyecto de Dios para la Iglesia (Hechos 7). Y también en este caso templo y muerte martirial están relacionados. ¡Sorprendente paradoja: la casa de Dios relacionada en los grandes momentos con el martirio! El culto cristiano no es solamente una manifestación externa, y menos folklórica. «El velo del templo se rasgó de arriba a bajo». Y el centurión romano expresa su fe en el mártir del calvario. Visión universal de la salvación.

Apéndice: Durante los días que suceden al Domingo de Ramos, según la versión actual de los evangelios, se le plantearon a Jesús algunas preguntas fundamentales para la historia salvífica y para el destino de la humanidad:

1) ¿Después de la muerte, qué? (Mc 12,18-27).
2) ¿Hay que pagar tributo al César y reconocer su dominio sobre Israel, el pueblo de Dios, o no? (Mc 12,13-17).
3) Tú ¿quién eres? Dínoslo claramente (Mc 12,35-37).
4) ¿Cuál es el mandamiento principal? (Mc 12,28-34).
5) ¿Cuáles son los signos del fin? (Mc 13)
6) ¿Cuál es el destino de este mundo y de la humanidad? (Mc 13)

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo

Flp 2, 6-11 (2ª lectura Domingo de Ramos)

¡Cristo, de naturaleza divina, tomó la condición de esclavo! El autor de este himno, compuesto por un anónimo, pero que Pablo hace suyo en esta carta, se toma en serio sus expresiones: “tomó la forma se siervo, pasando por uno de tantos”. Así contemplaban a Jesús en el momento de hacerse realmente hombre como nosotros, menos en el pecado. Es necesario igualmente contemplar el contexto en que aparece: un fragmento cuyo tema central es la vida de la comunidad que está pasando por momentos muy delicados y muy difíciles (2,1-27 principalmente). Sólo iluminado por este contexto el recurso al himno es elocuente, directo y una palabra que trata de salir al encuentro de las dificultades que encuentra una comunidad, entrañable para Pablo, para realizar su programa de fraternidad, de mutuo y generoso servicio y su tarea evangelizadora en medio del mundo hostil en que se encuentra seriamente comprometida. Una advertencia severa y modélica para entonces y para ahora. Esta palabra sigue palpitante y necesaria hoy: es necesario estar en camino de mi a mi hermano siempre, como Jesús lo estuvo desde el seno de su Padre a la humanidad aceptando las limitaciones y errores de ésta para conducirla a la vida, a la paz, y a la verdadera felicidad. No son palabras para una placentera y desencarnada meditación (incluso idílica); son palabras que alcanzan la hondura del corazón de todos los hombres de hoy. Es necesario recorrer el camino de Jesús a través del camino de nuestros hermanos los hombres de todo el mundo. ¡Hasta el vaciamiento total: la muerte en cruz!. Es necesario recordar en este momento que de todos los acontecimientos de la vida de Jesús, el menos cuestionado durante las duras investigaciones críticas que se han producido en los dos últimos siglos, el relato de la muerte es el más firme y que ha resistido a todas las críticas de los distintos frentes. No estamos ante una historia inventada sino ante una historia real en sus rasgos fundamentales. Este fue el destino de Jesús por la conjunción misteriosa del proyecto de Dios y del comportamiento de los hombres, especialmente de los responsables de Israel, su propio pueblo. Aunque el Viernes Santo nos vamos a centrar exclusivamente en la Cruz como fruto del amor de Dios a los hombres y como fuente inagotable de liberación en todos los ámbitos, adelantamos algún pensamiento que nos pueda introducir ya en esta Semana Grande para los creyentes y para los hombres. Sólo podemos acercarnos a la Cruz de Jesús o a Jesús en la Cruz sabedores de que es la expresión acabada y suprema del amor misericordioso de Dios. En la boca y en la pluma de Oseas se nos revela así nuestro Dios: yo soy un Dios y no un hombre, santo en medio de Israel (Os 11) y esto lo hace precisamente en un contexto en que se subraya de modo admirable la ternura y la misericordia de Dios. La Cruz de Jesús se convierte así en un potente imán que atrae a toda la humanidad hacia sí: cuando sea levantado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí (Juan). Nuestro mundo necesita un encuentro más directo, más profundo y abierto con el mensaje de la Cruz, aunque en primera instancia pueda producir el rechazo. Sólo ahí (iluminada por el Resurrección y por el Espíritu) encuentra el hombre actual y de siempre su profundo sentido y la respuesta a sus graves interrogantes. ¡Por eso Dios lo levantó sobre todo! La Cruz no es el final, es el camino (Lc 9,23; Jn 17,24). Por eso Dios lo levantó y exaltó. La raíz más profunda de este proyecto es un amor entendido en su más pura realidad. El amor es eterno, es integral e integrador, porque Dios es Amor (1Jn 4,8). El amor es la fuente de la vida y de la felicidad. Por eso no podía truncarse en la Cruz (que en primera instancia es experiencia de muerte y de truncamiento). Dios es así. El hombre se encuentra con este regalo absolutamente gratuito por parte de Dios. Cuando ahora confesamos que Jesús es Señor estamos urgidos a entender su soberanía como expresión de su oferta liberadora, humanizadora y realizadora de los proyectos y anhelos más profundos del hombre. Nada más extraño a su soberanía que la extorsión, el dominio despótico y la anulación de lo más auténticamente humano. Entonces necesitaron superar el escándalo de la Cruz para encontrarse con la luz del amor de Dios. Hoy, y siempre, necesitamos volver a este encuentro. Y la Cruz o Jesús en la Cruz y en la Gloria (ahora está en la Gloria ya para siempre, estamos celebrando precisamente estas realidades en el sacramento festivo de la Pascua que se perpetúa para siempre) alcanza a todos los hombres y mujeres no importa de qué clase social, cultural o religiosa. Está en medio de los hombres como un estandarte liberador y se adapta y se acomoda a todos los niveles de las personas. La sabiduría de la Cruz no se adquiere con grandes esfuerzos, sino en el encuentro con ella, en su acogida por una fe personal y madura, en la acción de gracias y la experiencia humilde y perseverante. Todos somos invitados a vivir estas maravillas del amor de Dios que tienen como meta la gloria feliz para todos y para siempre.

Era necesario ofrecer estas reflexiones en el pórtico de entrada de la gran Semana para los creyentes y para todos los hombres en la que se actualizan y se celebran todos los acontecimientos centrales de la historia de la salvación para los hombres.

Fray Gerardo Sánchez Mielgo

Is 50, 4-7 (1ª lectura Domingo de Ramos)

¡El Siervo alienta y abre caminos! La fuerte personalidad del Siervo realiza diversas tareas en el cumplimiento de su misión. La primera que se le asigna en este cántico es profundamente humana. El profeta-poeta anónimo que compuso estos cánticos realizó su misión hacia el final del exilio de Babilonia, un momento histórico especialmente delicado para el pueblo de Dios, el momento de las grandes preguntas, de las grandes sombras para Israel. En medio de esta situación amenazadora para la esperanza en Dios, surge este mensaje profundo, real y sobrecogedor que quiere ser una respuesta directa a aquellos graves problemas. Así se entiende su tarea especial de consolador en nombre de Dios. La Iglesia cristiana proclama esta lectura en el pórtico de la Semana Santa en la que Jesús va a realizar la parte central de su misión a través de su Muerte-Resurrección. Es una palabra viva y eficaz para nuestro mundo que tanto necesita el consuelo en medio de las gravísimas dificultades por la que atraviesa y que alcanza a todos los ámbitos de la vida humana. La palabra de Dios siempre lleva consigo un mensaje capaz de ser encarnado y de responder a las preguntas que atañen a la hondura del ser humano. ¡El Siervo es un Enviado de Dios y necesita estar siempre en comunicación con Él! El Siervo es un embajador de Dios, por tanto sólo puede transmitir lo que recibe. Un embajador está siempre en contacto con quien le envía para representar los intereses del país a quien represente y la voluntad de quien le envía en cada acontecimiento, en cada situación, en cada actuación. Esta es la tarea del Siervo en medio y frente a su pueblo en nombre de Dios. De este modo el profeta-poeta anónimo recoge y aplica al Siervo la mejor tradición de Israel que se ha distinguido por ser un pueblo de la escucha. Cierto que la ha cumplido con gravísimas dificultades y con no pocas rebeliones. Pero es su característica. Para los creyentes (y para la humanidad, porque Jesús es importante para toda la humanidad) estas palabras reflejan la hondura del ánimo de Jesús y se le aplican adecuadamente. Y también en nuestro mundo necesitamos volver a la escuela del Siervo para escuchar atentamente una palabra que llega a la profundidad de nuestro ser, que tiene sentido y que ofrece sentido a nuestras vidas. ¡La misión del Siervo se encuentra con la oposición y graves dificultades! En la situación vital en que se redactó este cántico no resultaba nada fácil entender la reacción ante la misión del Siervo. Ha sido el enviado por Dios para anunciar la inminente liberación a un pueblo que se debate en la frontera entre la esperanza y de la desesperanza. Y la respuesta es la oposición, el enfrentamiento, el desprecio grave (esto significa mesar la barba, signo de un desprecio total entre aquellas gentes, así como recortar los vestidos de los embajadores). Es una de las más graves paradojas de la historia de la salvación.

Hoy, a las puertas de la Semana Santa, se invita a los discípulos de Jesús de nuestro mundo y nuestro tiempo a entrar en el tejido de la Pasión equipados con esta palabra de Dios. ¿Cómo es posible que sea condenado, de la forma en que lo fue Jesús, si pasó haciendo el bien, anunciando el evangelio del amor universal de Dios-Padre para todos los hombres? ¿Cómo es posible que el predicador de la paz, el cercano a todos, el hombre para los demás, sea condenado por su propio pueblo a quien fue enviado? La respuesta sólo se encuentra en el relato evangélico que recoge lo esencial de lo sucedido. ¿Cómo es posible que sigan produciéndose juicios del mismo género, sentencias injustas, atropellos vejatorios para la dignidad de la persona humana entre personas que se confiesan cristianas, que se declaran pertenecer al discipulado de Jesús? Es necesario entrar, con firmeza, con los oídos y el corazón abiertos, en esta gran Semana de la mano de estas palabras del profeta-poeta llamado Segundo Isaías. Tiene mucho que decirnos hoy a todos los que inmersos en múltiples perplejidades, desconciertos, contradicciones e incomprensibles persecuciones en todos los ámbitos. Esta palabra sigue palpitante, inquietante, comprometedora para los creyentes de hoy.

Fray Gerardo Sánchez Mielgo

Comentario al evangelio – Lunes V de Cuaresma

El Evangelio de San Juan nos presenta una dramática escena de la vida de Jesús; mientras Él enseñaba al pueblo, un grupo de escribas y fariseos le traen a una mujer sorprendida en adulterio, y para ponerlo a prueba le preguntan: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?”. El silencio de Jesús escribiendo en el suelo nos hace meditar en esa nueva ley que el Señor desea escribir en el corazón humano: la del amor. Ante la cruel condena que realizan los conocedores de la ley de Moisés, el Maestro pronuncia una sentencia de sabiduría que pone al descubierto la maldad de los presentes: “Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. No quedó para ellos más que escabullirse, dejando solos a Jesús y a la mujer.

El diálogo de Jesús con la mujer denota la profunda humanidad del Maestro que no discrimina a nadie. Él no pone su mirada en el pecado cometido, sino en su dignidad de persona. Por eso actúa con misericordia y le da así una nueva oportunidad para regenerar su existencia. Jesús desecha el esquema machista de su pueblo, ya que para Dios varones y mujeres poseemos la misma dignidad: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos son uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28).

Cuando somos tocados por Él nuestra vida adquiere un nuevo sentido. La mujer pecadora alcanzó de modo directo, en contacto con Jesús, el precioso don del perdón. Del mismo modo, nosotros peregrinos del Reino, somos mensajeros de la cercanía de Dios, dispensadores del amor que perdona sin límites. Podríamos preguntarnos personalmente qué tan acogedores y misericordiosos somos con el prójimo; si somos como Jesús, o como los escribas y fariseos.

Al ritmo de la Cuaresma, avanzamos para vivir con intensidad los misterios de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Que este tiempo sea la oportunidad para cambiar actitudes y conductas en el seno de nuestro hogar. Esforcémonos para que en nuestras familias se respete la dignidad de todos. No permitamos que el esquema machista domine nuestras conciencias. Aprendamos de Jesús a ser profetas defensores de la vida.

Ciudad Redonda

Meditación – Lunes V de Cuaresma

Hoy es lunes V de Cuaresma.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 8, 1-11):

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

El evangelio de hoy nos habla de la mujer adúltera. Posiblemente uno de los pasajes más conocidos por los cristianos. En él encontramos dos posturas antitéticas. La de los letrados y fariseos que no ven más que los hechos externos: “una mujer sorprendida en flagrante adulterio”. Y ahí se quedan y piden que sea apedreada como manda la ley. Muy distinta la postura de Jesús. No se queda solo en los hechos externos, en el adulterio de la mujer. Va más allá. Llega hasta el corazón de esa mujer y ve en él un sincero y sentido deseo de arrepentimiento, un deseo de ser perdonada y no condenada, un deseo de ser comprendida y amada y un deseo de comenzar una nueva vida. Y Jesús, que no ha venido a castigar, sino a curar, a sanar, a perdonar a todo corazón malherido, a alentar a que se vuelva siempre al buen camino… la perdona y la acoge. El diálogo de Jesús con ella, después de haber puesto en evidencia a sus detractores, está lleno de comprensión y de ternura: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, Señor. Jesús dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.

San Juan el ermitaño

San Juan el ermitaño o san Juan de Egipto nació hacia el año 330, en Licópolis, ciudad de la baja Tebaida. De familia muy pobre, ejerció el oficio de carpintero, pero su vocación era la vida contemplativa. A los veinticinco años de edad conoció a un santo anciano, un anacoreta, quien admirado de su humildad y obediencia lo inició en el camino de la perfección.

Así transcurrieron diez años, al término de los cuales, al morir su viejo maestro, vivió en varios monasterios. Pero su alma estaba enamorada se la soledad y el silencio. No lejos de Licópolis, en la ladera de una escarpada montaña, abrió una espaciosa celda, y así paso cuarenta años, dejándose ver raras veces a través de una pequeña ventana, alimentándose de hierbas y raíces que en el lugar crecían.

Con el tiempo se difundió la noticia de las visiones proféticas del anacoreta y, a pesar de lo difícil del camino, comenzó a llegar la gente para consúltalo sobre diversas cuestiones y pedirle consejos.

Tenía el poder de leer los pensamientos de aquellos que lo visitaban, pero su fama provino de su don de profecía. Entre los que acudieron a verlo se halló el emperador Teodosio I el Grande, a quien predijo que vencería contra sus enemigos, pero que no sobreviviría mucho a sus victorias, sucesos todos que acontecieron como había anunciado.

Conociendo por revelación divina el día de su muerte, pidió que nadie fuese a visitarlo durante tres días. Al cabo de ellos, lo hallaron exánime de rodillas. Era el 27 de marzo de 420. Tenía noventa años de edad y había pasado setenta y cinco en el desierto, en la oración, la penitencia y la contemplación.