La persona es digna y es perdonada
Invocación al Espíritu Santo:
Oh Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédenos que, guiados por el mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de tu consuelo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Lectura. Juan capítulo 8, versículos 1 al 11:
Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.
Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a esas mujeres. ¿Tú qué dices?”.
Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se. agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Pero como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.
Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.
Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor”. Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).
Indicaciones para la lectura:
Este pasaje rompe el desarrollo de Juan capítulos 7 al 8; y no encaja con el contenido del evangelio de Juan; además falta en la mayor parte de los manuscritos antiguos, y en algunos de ellos aparece en el evangelio de Lucas, que sería un lugar más adecuado. Se trata pues, de un texto que originalmente no perteneció a este evangelio, pero que si perteneció a la antigua tradición evangélica. Su enseñanza es clara: prohíbe emitir juicios condenatorios sobre los demás, ya que el que así juzga es también culpable. No en vano Jesús vino para salvar a los pecadores, y no para condenarlos.
Meditación:
“Te pido, Señor, que no me midas con la vara de tu justicia, sino que sea medido con la de tu misericordia infinita”.
¡Qué distintos son los pensamientos de Dios y los de nosotros, los hombres! El pasaje evangélico que nos presenta a Jesús, a la mujer adúltera y a los fariseos nos ayuda a contemplar el rostro amoroso y misericordioso de Cristo. A los escribas y fariseos, que eran considerados los grandes sabios, maestros y doctores de la ley, no les gusta ver que la gente siga y escuche a otro Maestro. Jesús va cumpliendo su obra de predicación y la gente lo escucha, porque saben que enseña con autoridad y, sobre todo, con su ejemplo. Los escribas y fariseos, con el corazón lleno de hipocresía, presentan a Jesús la mujer adúltera. Se acercan al Maestro, no porque busquen realmente saber cómo piensa o cuál es su doctrina sino para tentarlo.
¿Aplicará la ley? ¿Será justo? ¿Será compasivo? Para cualquier respuesta, humanamente esperada, tenían motivos para acusarle. Pero olvidaban que la Persona que estaba enfrente de ellos no solo era verdadero Hombre sino verdadero Dios.
Todos nosotros somos conscientes de nuestra debilidad y de la facilidad con la que caemos en el pecado sin la gracia de Dios. Cristo nos hace ver que solo Él puede juzgar los corazones de los hombres. Por ello, los que querían apedrear a la adúltera se van retirando, uno a uno, con la certeza de que todos mereceríamos el mismo castigo si Dios fuera únicamente justicia. La respuesta que da a los fariseos nos enseña que Dios aborrece el pecado, pero ama hasta el extremo al pecador. Así es como Dios se revela infinitamente justo y misericordioso.
Al final del evangelio vemos que Cristo perdona los pecados de esta mujer y a la vez le exhorta a una conversión de vida. Para esto ha venido el Hijo de Dios al mundo, para redimirnos de nuestros pecados con su pasión y muerte.
El periodo de cuaresma nos ofrece constantes oportunidades para aplicar las enseñanzas de Cristo. Los padres, en algunas ocasiones, deberán corregir a sus hijos. En esos momentos sepamos corregir lo que está mal y al mismo tiempo dejar la puerta abierta al amor, al perdón, a la reconciliación. Cuando tenemos que hacer ver un error a alguien, podemos buscar cómo hacerlo de la mejor forma para que no se mezclan mis buenas intenciones con algunas pasiones desordenadas.
Recordemos el ejemplo vivo de tantos sacerdotes que, cuando nos acercarnos al sacramento de la reconciliación, saben ver la desgracia del pecado, pero al mismo tiempo acogen con amor al pecador, así como Cristo lo hizo con la mujer adúltera.
Oración:
Te bendecimos, Padre, porque en Jesús de Nazaret denunciaste la hipocresía que nos corroe por dentro. ¡Pobre mujer adúltera! Todos la señalaban con el dedo, pero Tú Jesús la perdonaste y le devolviste su dignidad. Ante ti Señor somos pecadores e imperfectos. Ayúdanos a reconocerlo pues es nuestra salvación.
Contemplación:
Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio. Dios no disminuye la dignidad de la persona, sino que realza. Sin el creador la criatura se diluye, la persona sin Dios no es nada.
Oración final:
Jesucristo, gracias por el infinito amor que me tienes y por todas las veces que me has perdonado. Somos débiles y con facilidad nos alejamos de Ti. Ayúdame, Señor, a caminar por el sendero de tu amor y extiende tu mano para levantarme de las caídas. Te ofrezco mi esfuerzo y la lucha de cada día por ser un mejor cristiano.
Propósito:
Aprender a perdonar las molestias que me puedan causar los defectos de los demás.