Homilía – Miércoles V de Cuaresma

Muchos de los judíos que oían a Jesús creyeron en Él.

Sin embargo, no basta decir sí a Jesús, para ser verdaderos discípulos suyos.

Además de aceptar la palabra, hay que vivirla,… hay que permanecer en ella, como dice Jesús.

Y eso nos hará libres.

Y los judíos se enojaron, con Jesús, se sintieron heridos, porque consideraban que eran el pueblo de Abraham y siempre se habían sentido libres a pesar de haber estado dominados por naciones extranjeras.

Ellos pensaban que la verdadera libertad estaba basada en el hecho de pertenecer al pueblo elegido.

El Señor les hace ver que ser hijos de Abraham sólo, no basta. Que la verdadera libertad consiste en no ser esclavos del pecado. Jesús les hace ver que si bien son hijos de Abraham por la carne, no lo son por ser fieles a las actitudes de Abraham. Ese pueblo se había olvidado de la inquebrantable fidelidad de Abraham a Dios.

Nosotros también muchas veces, nos contentamos con una religión de herencia y nos olvidamos de ser fieles a la Palabra viva de Dios que nos habla por su Hijo Jesús.

El ser católico, como antes el ser judío, no es garantía de que seamos verdaderos hijos de Dios y discípulos de Jesús. Vamos a ser verdaderamente libres, si como Jesús nos dejamos llevar del espíritu de amor que impulsa a Jesús.

Este Espíritu de libertad que Cristo derrama en nuestros corazones nos hace sentirnos hijos con el Hijo y hermanos unos de otros.

Nos dice Jesús que la verdad no hará libres: la verdad es toda la Palabra de Dios que reclama al hombre liberarse de formas tramposas y mentirosas de vivir, para hacer de su existencia un servicio total a Dios y a los hermanos.

Por eso a la luz de la Palabra de Dios, vamos a revisar nuestra vida y sin engañarnos, vamos a ver si en realidad nos creemos libres, y somos realmente esclavos.

Esclavos del dinero,… esclavos del poder,… esclavos de nuestros intereses egoístas,…

Y en este tiempo que resta de la Cuaresma, vamos a seguir arreglando nuestro interior, y vamos a pedirle al Señor que nos limpie, que limpie nuestro corazón.

Que limpie nuestro corazón no solamente de los grandes pecados, también los pequeños, porque no hay nada que se oponga más al amor de Dios que el pecado.

No esperemos que se acerque más la Semana Santa, acudamos al sacramento de la reconciliación para purificarnos y llegar a la Pascua reconciliados con Dios y con nuestros hermanos.

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