Homilía – Visitación de María a Isabel

La escena que contemplamos en este pasaje es la que recordamos en el Segundo Misterio Gozoso del Rosario, que se reza todos los lunes y los sábados.

El anuncio que poco antes le había hecho el ángel, no dejó a María aislada con sus problemas. El ángel le habló de su prima Isabel, ya anciana, y María va a compartir con ella su alegría y su secreto. Y así se cumplió la profecía hecha a Zacarías, sobre su hijo, Juan el Bautista: «Tu hijo estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre.»

Lo más importante en la historia, no siempre es lo más espectacular. El Evangelio prefiere señalar los acontecimientos que fueron portadores de vida.

Los discípulos de Juan el Bautista, años después, acudirán a él en busca de la palabra de Dios. Pero nadie se preguntará cómo recibió el Espíritu de Dios. Y nadie sabrá que fue María quien puso en movimiento los resortes del plan de Dios aquel día de la Visitación.

Las palabras que Isabel usa para saludar a María: «¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!» las usamos cada vez que rezamos el Avemaría. Este día de la Visitación resulta oportuno para redescubrir esta bendición, que recuerda cuando Jesús estaba realmente en las entrañas de María, al calor de su madre,…. bien protegido, antes de estar expuesto al frío, a los golpes, y a las injurias.

Por entonces, solo recibe amor. Un corazón de madre late junto al suyo, y le hace latir una única sangre humana.

Y Santa Isabel pregunta con humildad ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor?. Estas dos mujeres, María e Isabel, están inmersas en el misterio: Evidentemente hay cosas extrañas en torno a los dos nacimientos. Isabel se da cuenta de ello en forma inmediata y con sus palabras refleja la adoración y el agradecimiento a Dios por el don recibido.

Concluye el pasaje del Evangelio con otra alabanza de Isabel a María: ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!». María creyó. Esa fue su grandeza y el fundamento de su felicidad: su fe. Así se convierte María en Maestra de la fe, aceptando cuanto se le anuncia de parte de Dios, aunque ella no se pudiera explicar el modo cómo se realizaría aquel plan. María por su Si hizo que la obra de Dios, su plan, fuera una realidad para nosotros.

Pidamos hoy al Señor una fe como la de María, para que como ella, aprendamos a aceptar el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros.