Lectio Divina – Miércoles IX de Tiempo Ordinario

Invocación al Espíritu Santo:

Oh Dios, que llenas los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédenos que, guiados por el mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de tu consuelo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Lectura. Marcos capítulo 12, versículos 18 al 27:

Fueron a ver a Jesús algunos de los saduceos, los cuales afirman que los muertos no resucitan, y le dijeron: “Maestro,Moisés nos dejó escrito que, si un hombre muere dejando a su viuda sin hijos, que la tome por mujer el hermano del que murió, para darle descendencia a su hermano. Había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo se casó con la viuda y murió también, sin dejar hijos; lo mismo el tercero. Los siete se casaron con ella y ninguno de ellos dejó descendencia. Por último, después de todos, murió también la mujer. El día de la resurrección, cuando resuciten de entre los muertos, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque fue mujer de los siete”.

Jesús les contestó: “Están en un error, porque no entienden las Escrituras ni el poder de Dios. Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni los hombres tendrán mujer ni las mujeres marido, sino que serán como los ángeles del cielo. Y en cuanto al hecho de que los muertos resucitan, ¿acaso no han leído en el libro de Moisés aquel pasaje de la zarza en que Dios le dijo, Yo soy el Dios de Abraham el Dios de Isaac, el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.Están, pues, muy equivocados”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

En el Evangelio de hoy sigue el enfrentamiento entre Jesús y las autoridades. Después de los sacerdotes, de los ancianos y de los escribas (Marcos capítulo 12, versículos 1 al 12) y de los fariseos y herodianos (Marcos capítulo 12, versículos 13 al 17), ahora aparecen los saduceos que plantean una pregunta sobre la resurrección. Asunto polémico, que enfrentaba a saduceos y fariseos (Marcos capítulo 12, versículos 18 al 27).

En las comunidades cristianas de los años setenta, época en que Marcos escribe su Evangelio, había algunos cristianos que, para no ser perseguidos, trataban de conciliar el proyecto de Jesús con el proyecto del imperio romano. Los otros que resistían al imperio eran perseguidos, acusados e interrogados por las autoridades o por los vecinos que se sentían

incómodos por el testimonio de ellos. La descripción de los conflictos de Jesús con las autoridades era una ayuda muy grande para que los cristianos no se dejaran manipular por la ideología del imperio. Leyendo estos episodios de conflicto de Jesús con las autoridades, los cristianos perseguidos se animaban y cobran valor para seguir el camino.

Meditación:

Estáis en un gran error, advierte Jesús. Pero para quien tiene fe, el poder de Dios y las Escrituras hablan desde otro punto de vista totalmente diferente. “El espíritu es quien da vida, la carne no sirve para nada” (Jn 6, 63). Y aquí la carne está representada por los pensamientos demasiado apegados a nuestra condición terrena. Por la falta de sentido trascendente, por el olvido de nuestra dimensión espiritual, del motor interior del amor y del deseo de Dios que laten en nuestro interior.

Cuando el mundo pregona los parabienes de sus placeres, las ventajas de su libertades y la felicidad de su estilo de vida, no es veraz en la mayoría de la ocasiones. No nos conviene apegarnos a este error materialista que oscurece la parte más bella de nuestra vida y esperanza futura. Aquella parte que nos convierte en seres unidos a Dios, a su trascendencia y a su felicidad. Quien comprende y pone en práctica la prioridad de su vida espiritual puede experimentar todo lo demás como secundario.

La clave por la que interpretamos el futuro, que tanto nos preocupa a veces, está en Dios, y solo Él nos la puede revelar a cada uno como un secreto único e intransferible, lleno de plenitud y realización.

Oración:

A ti levanto mis ojos, tú que habitas en el cielo. Lo mismo que los ojos de los siervos miran a la mano de sus amos, lo mismo que los ojos de la sierva miran a la mano de su señora, nuestros ojos miran a Yahvé, nuestro Dios, esperando que se apiade de nosotros (Salmo 123, versículos 1 y 2).

Contemplación:

Ahora es el turno de los saduceos para atrapar a Jesús con una pregunta capciosa. En su respuesta, Jesús recalca la auténtica novedad de la resurrección de la vida (los resucitados serán como ángeles del cielo). Además invoca el relato de Moisés frente a la zarza ardiendo, para subrayar que el Dios reveló que hay Dios de los vivos, no de los muertos. Abraham, Isaac y Jacob están vivos!

¿Cuán profunda es mi fe en la resurrección? ¿Qué diferencia produce esta fe en la forma como viviré de ahora en adelante?

Oración final:

Padre mío, me has creado con una naturaleza que busca trascender, porque me has dado la dignidad de ser tu hijo. Ilumina mi meditación para que confirme que nunca será en las personas, por más buenas que sean, y por mucho que las ame, donde podré saciar esta sed de trascendencia, porque todas las creaturas, fallamos y somos finitas. Permite que sepa comprender que la gran verdad de mi vida es que Tú me amas.

Propósito:

Dedicar más y mejor tiempo para hacer un examen de conciencia, profundo, sobre los progresos y retrocesos en mi vida espiritual.

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Homilía – Miércoles IX de Tiempo Ordinario

Como respuesta a la pregunta de los saduceos, que no creían en la resurrección, Jesús les reprocha no conocer las escrituras ni el poder de Dios. Porque esta verdad ya estaba firmemente expresada en el Antiguo Testamento.

En el Credo, que es la proclamación de la fé cristiana, rezamos: «Creo en la Resurrección de la carne», que significa creer en la resurrección de los muertos al fin de los tiempos, y creer en la vida eterna. Esta resurrección se refiere a todo el hombre, y por tanto, también de su cuerpo.

Se trata de una resurrección del mismo cuerpo que tuvimos durante nuestra vida en la tierra.

Toda alma, después de la muerte, espera la resurrección del propio cuerpo, con el que durante toda la eternidad estará en el Cielo cerca de Dios, si es que al momento de la muerte se encontraba en gracia.

Nuestros cuerpos, en el Cielo, tendrán características diferentes, pero seguirán siendo cuerpos, a la manera del Cuerpo resucitado de Jesucristo. No sabemos cómo será el Cielo. Sólo sabemos que la recompensa de Dios hará que tengamos un cuerpo glorioso que será inmortal.

San Juan, en el Apocalipsis nos dice que los resucitados para la Gloria no tendrán hambre ni sed, ni caerá sobre ellos el sol ni ardor alguno. Estos fueron los sufrimientos que más padeció el pueblo de Israel mientras atravesaba el desierto.

Aunque nuestro cuerpo resucitado tendrá diferencias con el cuerpo que tenemos ahora, será específicamente nuestro mismo cuerpo. Y nuestra alma alcanzará la perfección al unirse nuevamente con nuestro cuerpo resucitado al final de los tiempos.

Si creemos firmemente en la resurrección y en la vida eterna, podremos sobrellevar con más esperanza la muerte de un ser querido, la muerte de un familiar o de un amigo, contando con la certeza de la vida no termina aquí en la tierra, sino que vamos al encuentro de Dios en la vida eterna.

Esta fé también debe ser un aliciente para vivir siempre como hijos de Dios, por amor a Jesús y esperando la recompensa eterna que el Señor prometió a los que guardan su palabra.

Comentario – Miércoles IX de Tiempo Ordinario

Marcos 12, 18-27

Otra pregunta hipócrita, dictada no por el deseo de saber la respuesta, sino para hacer caer y dejar mal a Jesús. Esta vez, por parte de los saduceos, que no creían en la resurrección.

El caso que le presentan es bien absurdo: la ley del «levirato» (de «levir», cuñado: cf. Deuteronomio 25) llevada hasta consecuencias extremas, la de los siete hermanos que se casan con la misma mujer porque van falleciendo sin dejar descendencia.

También aquí Jesús responde desenmascarando la ignorancia o la malicia de los saduceos. A ellos les responde afirmando la resurrección: Dios es Dios de vivos. Aunque matiza esta convicción de manera que también los fariseos puedan sentirse aludidos: ellos sí creían en la resurrección pero la interpretaban demasiado materialmente. La otra vida será una existencia distinta de la actual, mucho más espiritual. En la otra vida ya no se casarán las personas ni tendrán hijos, porque ya estaremos en la vida que no acaba.

Lo principal que nos dice esta página del evangelio es que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Que nos tiene destinados a la vida. Es una convicción gozosa que haremos bien en recordar siempre, no sólo cuando se nos muere una persona querida o pensamos en nuestra propia muerte.

La muerte es un misterio, también para nosotros. Pero queda iluminada por la afirmación de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí no morirá para siempre». No sabemos cómo, pero estamos destinados a vivir, a vivir con Dios, participando de la vida pascual de Cristo, nuestro Hermano.

Esa existencia definitiva, hacia la que somos invitados a pasar en el momento de la muerte («la vida de los que en ti creemos no termina, se transforma»), tiene unas leyes muy particulares, distintas de las que rigen en este modo de vivir que tenemos ahora. Porque estaremos en una vida que no tendrá ya miedo a la muerte y no necesitará de la dinámica de la procreación para asegurar la continuidad de la raza humana. Es ya la vida definitiva. Jesús nos ha asegurado, a los que participamos de su Eucaristía: «El que me come, tendrá vida eterna, yo le resucitaré el último día». La Eucaristía, que es ya comunión con Cristo, es la garantía y el anticipo de esa vida nueva a la que él ya ha entrado, al igual que su Madre, María, y los bienaventurados que gozan de él. La muerte no es nuestro destino. Estamos invitados a la plenitud de la vida.

«Tobías rezaba entre sollozos» (1ª lectura, I)

«Sara lloraba y rezaba» (1ª lectura, I)

«Llegaron las oraciones de los dos a la presencia de Dios» (1ª lectura, I)

«Señor, enséñame tus caminos» (salmo, I)

«Sé de quién me he fiado» (1ª lectura, II)

«A ti levanto mis ojos esperando tu misericordia» (salmo, II)

«No es Dios de muertos, sino de vivos» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4

Comentario al evangelio – Miércoles IX de Tiempo Ordinario

La primera lectura continua con la historia de Tobít, que después de su ceguera y una discusión con su mujer no aguanta más y pide a Dios la muerte para que pase la prueba a la que se ve sometido sin cuestionar la razones que Dios tiene para el castigo. El asume su culpa como parte que es de ese pueblo pecador e ingrato. Cuántas veces ante las degracias que no trae la vida tenemos la misma actitud. Dios siempre nos invita a la esperanza, a no aceptar pasivamente la desgracia lamiendonos nuestras heridas, sino a buscar sentido y a confiar en Él. Nuestra vida está en sus manos, en la manos de Abbá.

De un cielo a la medida de nuestros intereses a un cielo sorprendente. Así titularía las palabras que Jesús nos dirige hoy. En cualquier caso, la sustancia está en la imagen de Dios que Jesús nos revela: «No es Dios de muertos, sino de vivos». Más aún, Jesús nos habla de la realidad que seguirá a la resurrección. Todo será nuevo.

No es fácil hablar de esto. Sentimos un gran pudor y, en muchos casos, una gran desconfianza. ¿Qué queremos decir con la palabra «cielo» o con el término «resucitar»? Cualquier explicación se nos antoja pobre y, sin embargo, no podemos mutilar este anuncio del evangelio de Jesús. El futuro es la experiencia plena del Dios de la vida. Sólo hay Dios donde hay vida.

Ciudad Redonda

Meditación – Miércoles IX de Tiempo Ordinario

Hoy es miércoles IX de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 12, 18-27):

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, los cuales dicen que no hay resurrección, y le preguntaron:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, que se case con la viuda y dé descendencia a su hermano».
Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer.
Cuando llegue la resurrección y resuciten ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella».
Jesús les respondió:
«¿No estáis equivocados, por no entender la Escritura ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten, ni los hombres se casarán ni las mujeres serán dadas en matrimonio, serán como ángeles del cielo.
Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: «Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob»? No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados».

El mundo judío del siglo I se encuentra dividido. No todos los judíos pensaban igual. Había grupos diferentes: Saduceos, Fariseos, esenios y Celotes. Jesús nace en un contexto concreto donde Él va a desarrollar su Misión Profética: “La Novedad del Reino”. Los Saduceos eran la clase más alta del poder, la élite de las familias más ricas de Judea. Estaban en el Templo y eran aliadas del Imperio Romano. Son la élite económica, política y religiosa que dominaban el parlamento judío “el Sanedrín”. Ellos no creían en la resurrección de los muertos. La predicación de Jesús y su persona, manifiesta que lo importante de la Torá no es la casuística, ni la prolongación de lo conocido, sino, el amor del Padre que acoge. Él es el origen y la plenitud del ser al que estamos llamados. Jesús denuncia la mezquina idea que tienen de la vida futura y presenta a Dios como el Dios de los que viven: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el dios de Jacob.No es un Dios de muertos sino de vivos. Estáis en un gran error”. La forma de hablar de Jesús es novedosa. Su esperanza no está en la tradición, en las costumbres o en los intereses humanos y egoístas. Su esperanza del cielo está en la capacidad para compartir la eternidad de Dios que es Fuente de Vida, Amor y el Fundamento de nuestro ser.

Hna. María del Mar Revuelta Álvarez

Liturgia – Miércoles IX de Tiempo Ordinario

MIÉRCOLES DE LA IX SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de la feria (verde).

Misal: Cualquier formulario permitido, Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-impar.

  • Tob 3, 1-11a. 16-17. La oración de ambos fue escuchada delante de la gloria de Dios.
  • Sal 24. A ti, Señor, levanto mi alma.
  • Mc 12, 18-27. No es Dios de muertos, sino de vivos.

Antífona de entrada          Cf. Ef 1, 9.10
Dios nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.

Monición de entrada y acto penitencial
La participación en los sacramentos nos fortalece y la escucha de la Palabra nos edifica. En medio de las dificultades, Dios nos llama hoy a confiar en su poder.

Puesta nuestra vida en las manos de Dios, comencemos esta misa

• Tú que escuchas las súplicas de los sencillos. Señor, ten piedad.
• Tú que nos ayudas en las pruebas de la vida. Cristo, ten piedad.
• Tú que nos quieres iguales en dignidad. Señor, ten piedad.

Oración colecta
MUEVE, Señor,
los corazones de tus hijos,
para que, correspondiendo generosamente a tu gracia,
reciban con mayor abundancia
la ayuda de tu bondad.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Reflexión
La fe en la resurrección nos sostiene no sólo con la esperanza en la vida eterna, sino al mismo tiempo en la convicción de que vale la pena vivir de pie; eso significa, en gran parte, estar vivos. Desde esta perspectiva resulta alentador que Jesús afirme que su Padre no es Dios de muertos sino de vivos (v. 27). Esta expresión indica, por un lado, que el Dios de Jesús se relaciona exclusivamente con la vida, en su integralidad, con todo lo que afecta a la persona; desde esta perspectiva, nada hay auténticamente humano que sea indiferente a Dios; y por otro, que a este buen Padre le interesa además que se elimine cualquier tipo de per­cepción de la vida, de la historia y de la persona misma, que se haga dañando a la mujer, como lo hacían los saduceos en su interpretación de la ley del levirato que daba derecho absoluto a los varones sobre las mujeres y su libertad de elegir con quién casarse (véase Deut 25, 5ss.). La declaración de Jesús, por tanto, tiene un alcance revelador y transformador: Dios quiere a sus hijos e hijas siempre de pie, nunca postrados. Eso significa y eso implica también creer en la resurrección.

¿Qué nos impide vivir de pie, con dignidad? ¿A qué debería comprometernos nuestra fe en la resurrección?

Oración de los fieles
El Señor es justo y todos sus caminos son verdad. Dios escucha las oraciones de los humildes, de aquellos que reconocen su grandeza en los momentos buenos y en los malos, y bendicen con fe su nombre siempre.

1.- Por la santa Iglesia, para que la alabanza del Señor esté siempre en su boca como bendición y defensa de los ataques del enemigo y que surja de un corazón puro y atento en el celo. Roguemos al Señor.

2.- Por los que rigen los destinos de los pueblos, para que gobiernen con justicia y busquen la prosperidad de aquellos más desprotegidos y con menos oportunidades en la sociedad. Roguemos al Señor.

3.- Por los que se encuentran en una situación conyugal difícil, por los que están desilusionados de la vida y experimentan la muerte en el corazón, para que confíen en el Señor para ver el triunfo de Dios sobre sus enemigos y, así, bendecir su grandeza. Roguemos al Señor.

4.- Por cada uno de nosotros, para que el encuentro con Cristo en esta misa y la Palabra que hemos escuchado nos anime y dé fuerzas para vencer las dificultades de nuestra vida. Roguemos al Señor.

Oh Dios, tú que has escuchado las oraciones de nuestros padres y que has enviado tus ángeles a liberarlos de los enemigos acoge las súplicas que hoy te hemos dirigido para gloria de tu santo nombre. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Oración sobre las ofrendas
DIOS misericordioso,
mira complacido las ofrendas del pueblo que te está consagrado,
y, por la eficacia de este sacramento,
haz que la muchedumbre de los creyentes en ti
sea estirpe elegida, sacerdocio real,
nación consagrada, pueblo de tu propiedad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Ap 22, 17. 20
El Espíritu y la esposa dicen: «Ven. Amén. Ven, Señor Jesús»

Oración después de la comunión
DIOS todopoderoso,
ya que nos has alegrado
con la participación en tu sacramento,
no permitas que nos separemos de Ti.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Lectio Divina – Martes IX de Tiempo Ordinario

Él se levantó y lo siguió

Invocación al Espíritu Santo:

Señor todopoderoso, salvador nuestro, danos tu ayuda para que siempre deseemos las obras de la luz y realicemos todo en tu nombre, así los que hemos nacido del bautismo demos testimonio verdadero ante los hombres. Amén.

Lectura. Marcos capítulo 2, versículos 13 al 17:

Jesús salió de nuevo a caminar por la orilla del lago; toda la muchedumbre lo seguía y él les hablaba. Al pasar, vio a Leví (Mateo), el hijo de Alfeo, sentado en el banco de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió.

Mientras Jesús estaba a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron a la mesa junto con Jesús y sus discípulos, porque eran muchos los que lo seguían. Entonces unos escribas de la secta de los fariseos, viéndolo comer con los pecadores y publicanos, preguntaron a sus discípulos: “¿Por qué su maestro come y bebe en compañía de publicanos y pecadores?”

Habiendo oído esto, Jesús les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no hevenido para llamar a los justos, sino a los pecadores”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

(Se lee el texto dos o más veces, hasta que se comprenda).

Indicaciones para la lectura:

Los fariseos consideraban pecadores y los menospreciaban públicamente a los que ejercían profesiones despreciables como era el caso de los recaudadores de impuestos que son señalados como los que robaban al pueblo, y con esta clase de personas los llama Jesús a que los sigan y con ellos se sienta a la mesa. Y les pide que reconozcan a los enfermos y se habrán con humildad y fe a la acción salvífica de Dios.

Meditación:

¡Premio mayor! Mateo, el publicano, se llevó el premio mayor. El leproso recobró la lozanía en su piel. El paralítico volvió a andar y además se le perdonaron sus pecados.

Pero Mateo, se quedó con la mejor parte: elegido para seguir a Cristo, y además de los primeros doce.

El caso de Mateo es especial. Él no era pescador. Era un hombre de negocios y podemos suponer que le iba bastante bien. Pero a diferencia de lo que muchas veces nos pasa, él no estaba apegado. Pasó Cristo por su vida y como dijo el Maestro en la parábola “lo dejó todo para comprar el terreno donde estaba el tesoro escondido”.

Esto nos habla de que hay vocaciones ocultas incluso bajo los ropajes de una vida exitosa. Y, de hecho, Cristo no riñe nunca con Mateo porque era rico. Pues Mateo antes de partir con Jesús a extender el Reino decidió hacer una fiesta: ¡porque es un gran acontecimiento ser llamado! Y porque no tenía su corazón apegado a los bienes de este mundo.

Oración:

Te damos gracias Señor Dios todo poderoso, porque has permitido que lleguemos a este día, en el que queremos ser tus testigos ante a las personas que más lo necesitan, y que esta acción de gracias sea nuestra ofrenda.

Contemplación:

Mantenernos sanos es el deber de todo cristiano, es nuestro principal compromiso. En el antiguo testamento la enfermedad es su propia limitación, y está vinculado al pecado. Los profetas intuyeron que la enfermedad podía tener también un valor redentor de los pecados propios y ajenos (Catecismo de la Iglesia Católica numeral 313).

Oración final:

Señor, Tú transformaste toda la vida de san Mateo, haz también de mí tu discípulo y misionero. No permitas que me excuse pensando en que no tengo tiempo o las habilidades necesarias, porque el ser tu apóstol no son unas actividades sino una actitud vital que debe influenciar mi vida en todo momento, en cada lugar y circunstancia. ¡Aquí estoy Señor, envíame!

Propósito:

Aprovechar el tiempo libre de este sábado para hacer una visita pausada a Cristo Eucaristía.

Homilía – Martes IX de Tiempo Ordinario

A nadie le gusta mucho tener que pagar impuestos y mucho menos le gustaba al pueblo judío tener que pagarlos a los romanos, como se les exigía desde el año 6 después de Cristo.

Ese pueblo, soportaba al invasor y encima tenía que mantenerlo.

Y además, el emperador romano se hacía tratar como un dios.

Usaba títulos divinos y exigía actos de culto.

Por eso muchos pensaban que para ser fieles al Único y Verdadero Dios no se debía aceptar la autoridad del emperador ni se debían pagar los impuestos.

Y los fariseos le preguntan a Jesús, si es lícito pagar, es decir, si al pagar los impuestos se está pecando.

La pregunta encerraba una trampa: si Jesús decía que había que pagar, entonces lo acusarían de aceptar al César como Dios, y si decía que no había que pagar, entonces lo acusarían de subversivo ante las autoridades romanas.

Pero Jesús no les contesta con sí o con no sino con una exhortación: ¨Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios¨

Lo que realmente importa, no es que se paguen los impuestos al César, al emperador le pertenecen las moneda del impuesto. Lo que importa es dar a Dios lo que es de Dios, no someterse al César como señor absoluto.

Como respuesta a su pregunta el Señor, les dice, devuelvan al César lo que es del César y den a Dios una vida Santa, eso es de Dios

A veces esta frase del evangelio «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», se pretendió utilizar para decir que la política y la religión son dos campos distintos que no tienen nada que ver entre sí.

Jesús no debió entender las cosas así, porque para Jesús, todo poder viene de Dios. Por lo también el poder del Cesar viene de Dios y entonces, el poder y la administración de la justicia romana, tenía que estar subordinado al poder de Dios.

Por eso el cristiano, respeta las leyes, paga sus impuestos, respeta las autoridades.

Y las autoridades cristianas, deben actuar iluminados por su fe.

La política debe ser la búsqueda del bien común, y eso también es algo que pertenece a Dios

Los judíos le muestran a Jesús la moneda del impuesto, un denario romano, con la imagen del emperador Tiberio y su inscripción y el Señor les pregunta de quién es la imagen y la inscripción.

Ellos le contestan: Del César.

Y entonces simplemente Jesús les dice:

Si es del César y ustedes comercian con ella, devuélvansela al César.

No se debe enfrentar a Dios con el hombre ni al hombre con Dios; no hay que optar por el uno o por el otro sino que hay que estar con Dios y con el hombre.

Pidamos hoy a María que ilumine nuestro actuar para que toda nuestra vida, también nuestra vida como ciudadanos sea coherente con nuestra fe, que sepamos dar al César lo que es suyo, pero a Dios una vida de santidad.

Comentario – Martes IX de Tiempo Ordinario

Marcos 12, 13-17

Una comisión de fariseos y partidarios de Herodes viene a Jesús, no para saber, sino para tenderle una trampa. Aunque la apariencia sea de preguntar con sinceridad:

«Sabemos que enseñas el camino de Dios sinceramente».

El asunto de los impuestos pagados a Roma era espinoso, porque venían a ser como el símbolo y el recordatorio de la potencia ocupante: si decía que había que pagarlos, se enemistaba con el pueblo; si decía que no, podían acusarle de revolucionario.

Jesús respondió saliendo con elegancia por la tangente. A veces, ante preguntas de economía o política, o cuando veía que la pregunta no era sincera, prefería no contestar o lo hacía a su vez con otras preguntas. Aquí ni afirma ni niega lo de los tributos, sino que les da una lección sobre la relación entre lo político y lo religioso: «Dad al César lo del César y a Dios lo de Dios».

Es bueno distinguir los planos. Los judíos tenían la tendencia a confundir lo político con lo religioso. En el AT, por la estructura de la monarquía, todo parecía conducir a esta confusión. La espera mesiánica -de la que Pedro y los otros discípulos son buenos ejemplares- identificaba también la salvación espiritual con la política o la económica, cosa que una y otra vez Jesús tuvo que corregir, llevándoles a la concepción mesiánica que él tenía.

El César es autónomo: Cristo a su tiempo pagará el tributo por sí y por Pedro. La efigie del emperador romano en la moneda (en su tiempo, Tiberio) lo recuerda.

Pero Dios es el que nos ofrece los valores fundamentales, los absolutos. Las personas hemos sido creadas «a imagen de Dios»: la efigie de Dios es más importante que la del emperador. Jesús no niega lo humano, «dad al César», pero lo relativiza, «dad a Dios».

Las cosas humanas tienen su esfera, su legitimidad. Los problemas técnicos piden soluciones técnicas. Pero las cosas de Dios tienen también su esfera y es prioritaria. No es bueno identificar los dos niveles. Aunque tampoco haya que contraponerlos. No es bueno ni servirse de lo religioso para los intereses políticos, ni de lo político para los religiosos. No se trata de sacralizarlo todo en aras de la fe. Pero tampoco de olvidar los valores éticos y cristianos en aras de un supuesto progreso ajeno al plan de Dios.

También nosotros podríamos caer en la trampa de la moneda, dando insensiblemente, contagiados por el mundo, más importancia de la debida a lo referente al bienestar material, por encima del espiritual. Un cristiano es, por una parte, ciudadano pleno, comprometido en los varios niveles de la vida económica, profesional y política. Pero es también un creyente, y en su escala de valores, sobre todo en casos de conflicto, da preeminencia a «las cosas de Dios».

El magisterio social de la Iglesia, antes y después de la «Gaudium et Spes» del concilio Vaticano II, nos ha ayudado en gran manera a relacionar equilibradamente estos dos niveles, el del César y el de Dios, de modo que el cristiano pueda realizar en sí mismo una síntesis madura entre ambos.

«No se abatió ni se rebeló contra Dios por la ceguera» (1ª lectura, I)

«No temerá las malas noticias, su corazón está firme en el Señor» (salmo, I)

«Que os encuentre en paz con él, irreprochables» (1ª lectura, II)

«Por la mañana sácianos de tu misericordia y toda nuestra vida será alegría y júbilo» (salmo, II)

«Él os mantenga íntegros en la fe, inconmovibles en la esperanza y, en medio de las dificultades, perseverantes hasta el fin en la caridad» (bendición del 1 de enero)

«Tú no te fijas en apariencias, sino que enseñas el camino de Dios sinceramente» (evangelio)

J. ALDAZABAL
Enséñame tus caminos 4