Martes II de Pascua

Hoy es 29 de abril, martes II de Pascua

Me acerco al Señor en este día buscando su consuelo, su gracia, su fuerza. Me conecto con mis búsquedas más profundas, hago silencio, aquieto las agitadas aguas de mi corazón. Señor te ofrezco esta oración. Me pongo en tus manos porque estoy necesitado de ti. Abro mis oídos a tu palabra. Habla Señor, que quiero escucharte.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 3, 5a. 7b-15):

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: – Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu. Nicodemo le preguntó: – ¿Cómo puede suceder eso? Le contestó Jesús: – Y tú, el maestro de Israel, ¿no lo entiendes? Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo? Porque nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Durante estos días la liturgia nos va presentando la vida de la Comunidad cristiana: En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Todos eran muy bien visto”. (He 4,32-33) Tal vez San Lucas no describe tanto cómo era la comunidad primera, sino el ideal hacia dónde debe caminar la comunidad construida en la fe del Resucitado: una comunidad asentada y regida por el amor, la acogida, la comprensión, la aceptación del otro,  la solidaridad. Una comunidad donde la barrera del yo y el tú, del mío y el tuyo, queda rota, y brota el nosotros y el nuestro. A eso está llamada la comunidad nacida del Espíritu. Y una comunidad así será muy bien vista por todos: por Dios y por la gente.  ¡Qué maravilloso, si nuestras comunidades cristianas fueran así! Pero… ¿lo son? O al menos, ¿es hacia donde caminamos, es lo que buscamos? Señor, que en medio de un mundo de ambiciones y desunión, los tuyos seamos testigos del amor, de la comunión, de la unidad.

Jesús había dicho a Nicodemo que hay que nacer del Espíritu, para entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne. Lo que nace del Espíritu es Espíritu.(Jn 3, 5). De la carne nace el hombre carnal, el hombre de barro, débil e incapaz de realizar el proyecto de Dios, que lo mira todo con ojos terrenos y busca lo terreno. Mientras que el que nace del Espíritu, es espíritu, está animado por la fuerza vital de Dios, y lo mira todo desde el Amor que es Dios. Nicodemo, aunque familiarizado con la Escritura y buen cumplidor de la Ley, no entiende eso de nacer del Espíritu; a él le basta ser linaje de Abraham. Jesús se lo reprocha: “Y tú, el maestro de Israel, ¿no lo entiendes? (Jn 3,10). Ezequiel lo anunció: “Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo… Os infundiré mi espíritu (Ez 36,25). Pero el mundo del Espíritu sólo lo descubren los que creen en Jesús y aceptan su mensaje divino,  y los dirigentes judíos lo están rechazando, porque temen perder las seguridades que les proporcionan el sistema en el que están instalados. En cambio, lo descubren y experimentan los de corazón sencillo, los pobres, los enfermos, que no temen perder nada y abren el corazón a Jesús  y a su proyecto.  ¿No ocurre ahora algo parecido? ¡Cuántas personas sencillas -tal vez sin grandes conocimientos- nos sorprenden por cómo acogen y viven el evangelio y las cosas del Reino…, mientras que tantos “sabios” hoy le siguen cerrando la puerta, porque abrirla les obligaría a cambiar, a “nacer” de nuevo, a cambiar de estilo de vida… Señor, danos un corazón sencillo, que no tema creer en ti, acogerte y amarte y “renacer”.

La experiencia de Jesús y de su comunidad es muy distinta de la de Nicodemo y de los maestros de Israel. Éstos -linaje de Abraham-  se agarran al cumplimiento de la letra de la Ley, y se cierran al Espíritu y a la acción de Dios. La comunidad de Jesús, en cambio,  -comunidad nacida del Espíritu-  vive una vida nueva, no tiene miedo al cambio, y da un testimonio muy distinto. Jesús dice: “De lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio (Jn 3,11). Los judíos rechazan ese testimonio… No nos sorprenda que también hoy el testimonio de la comunidad de Jesús, de los nacidos del Espíritu -de los cristianos-, encuentre  dificultades y sea rechazado: el que tiene los ojos y el corazón llenos de “tierra”, ¿cómo va a entender  “las cosas del cielo”, una vida vivida según el Espíritu de Jesús?

Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.