Comentario – Jueves X de Tiempo Ordinario

UNA ALIANZA DE AMOR

1 Reyes 18, 41-46. Un trueno, una pequeña nube cargada de lluvia… Aunque este relato contiene una parte irreal y maravillosa, está marcado, ante todo, por la figura del profeta, «cuya persona tiene el peso de una fuerza cósmica primigenia» (von Rad). Basta leer esta frase para convencerse de ello: «Vive Yahvé, Dios de Israel, a quien sirvo, que no habrá en estos años ni rocío ni lluvia si yo no lo mando» (1 Re 17,1)

Lo esencial de esta historia es que, a los ojos del rey y del pueblo ente- ro, Yahvé se presenta como el único dueño de la creación y, por tanto, como la única fuente de vida. Baal, su adversario, no tiene más remedio que ceder. Entonces, con el entusiasmo del Espíritu, Elías va al encuentro del rey; de un tirón, recorre los veintisiete kilómetros que le separan de Israel…

El salmo 64, que tiene forma de relato dirigido a Yahvé, evoca las intervenciones de éste en la historia de Israel. Parece tratarse aquí de una recolección.

Mateo 5, 20-26. Una «justicia» nueva… La palabra expresa una actitud, la «que fundamenta y mantiene una alianza de comunión entre dos partes» (X. León-Dufour). La Biblia relata que la fe perseverante de Abraham trajo aparejada su justificación (Gn. 15, 6): Dios lo declaró justo, pues su actitud reforzaba su comunión. Según Mateo, los discípulos de Cristo deben vivir de forma que su vida sea fiel y mantenga la alianza con Dios; es la nueva justicia la que se desprende con toda normalidad del don hecho por Dios a los hombres en la persona de Jesucristo; esta manera de vivir se hace posible por la interpretación de la Ley hecha por Jesús.

¿Era una interpretación nueva? De hecho, Mateo opone la exégesis de Jesús a la de los escribas, no ya únicamente porque Jesús haya propuesto una ley nueva, sino porque renovó y sacó a la luz todos los preceptos contenidos virtualmente en la ley mosaica.

Jesús profundiza hasta la raíz misma de la Ley. Cuando esta ley prohíbe dar muerte, en realidad enfoca las relaciones inter-humanas. Por eso Jesús condena no solamente lo que nosotros denominamos «golpes y heridas», sino el origen mismo de estos delitos, a saber: discordias, querellas, injurias… Con claridad, da a entender que el deterioro de las relaciones humanas presupone el deterioro de las relaciones con Dios. Así pues, hay que reconciliarse con el hermano, aunque éste sea culpable, antes de presentar al altar la ofrenda; en efecto, aquel que, mientras camina hacia el juicio de Dios, se encuentra en conflicto con su hermano, corre el riesgo de verse condenado por Dios mismo.

Hay un tiempo para sembrar
y un tiempo para recoger,
un tiempo para esperar

y un tiempo para festejar.

Cuando llegue el tiempo de la abundancia,
¿quién va a ser capaz de cerrar su corazón,
como si Dios no visitase la tierra?

La justicia puede ser dura, calculadora, abocada a la rigidez por la intransigencia de los hombres. Imaginemos a dos esposos, que tratan de romper su matrimonio y exigen al juez que les haga justicia… Llegarán incluso a calcular hasta el último céntimo… ¡Y poco antes, esos mismos esposos habían intercambiado juramentos de fidelidad y de amor! Pero ¿qué es una alianza cuando ya no busca más justicia, que la que sopesa los pros y los contras?

«Si vuestra justicia, dice Jesús, no es superior a la de los escribas y los fariseos…» Los escribas eran ciertamente celosos de Dios, pero el amor, con sus excesos y sus fantasías, sus perdones y sus reanudaciones, se les había hecho algo extraño. Defendían la causa de Dios como quien intenta llegar a un acuerdo equitativo en un conflicto humano. «Hasta aquí llega la obligación… No matarás… Por lo demás… Pero Dios había sellado una alianza con su pueblo. Una alianza basada en un amor infinito. Una alianza semejante a la de un hombre enamorado de una mujer, y mucho más profunda aún. Dios había puesto su corazón en ella y esperaba que el hombre viviera en alianza con sus hermanos, amándolos sin medida. No una alianza como la que firman los pueblos para defenderse de un enemigo común, sino una alianza de paz y de alegría, de pobreza y de ternura.

Jesús viene a cumplir la Ley. ¿Cómo no iba a decir a los hombres que un insulto, una bofetada o un sentimiento de rencor comprometen tanto a la Alianza como un asesinato? Se puede matar sin quitar la vida… Cuando se ama, todo se hace importante, las palabras y los silencios, las miradas y los juicios. ¡Maldecir al hermano es entrar ya en la corrupción final y en la Gehena del fuego!

Hermano, cuando te presentes ante el altar, recuerda que acudes allí a celebrar la gran alianza de Dios con el hombre. El cuerpo de Cristo te será dado en sacramento con un amor infinito. ¿Cómo no reconciliarte antes con tu hermano? No calcules según la justicia, sino deja que el amor te lleve más lejos. Recuérdalo: en estricta justicia, Jesús no había hecho el menor mal y, sin embargo, en la cruz ¡perdonó a sus verdugos!

Como la lluvia penetra en la tierra,
así tu amor, Señor, da la vida
a nuestro reseco mundo.
No permitas que nuestros rencores
agoten la fuente de tu bondad,
y concédenos vivir unos con otros
conforme a la justicia de tu alianza,
en el perdón y en la alegría,
en la esperanza renovada,

cada día.

Marcel Bastin
Dios cada día 4 – Tiempo Ordinario