Lo nuestro es sembrar con humildad y confianza; Dios hace crecer las semillas

1.- El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra… La semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. Sí, debemos ser lo suficientemente humildes para saber que el reino de Dios es de Dios, que debemos dejar a Dios ser Dios, que nosotros sólo somos colaboradores de Dios. Cuando predicamos el evangelio, cuando sembramos la semilla, nos gustaría que la semilla creciese pronto, nos gustaría ver crecer las semillas. Pero frecuentemente no es así –nadie ve crecer la hierba- y nosotros no debemos desanimarnos por ello: “la tierra va produciendo la semilla ella sola”. Nuestra semilla es pequeña, como el grano de mostaza, pero debemos sembrarla con la esperanza de que se haga grande, “más alta que las demás hortalizas”. La humildad y la esperanza son dos virtudes que no pueden faltar en los predicadores de la palabra de Dios; humildad para saber que sólo Dios puede hacer crecer las semillas, y esperanza para creer que nuestra siembra va a ser bendecida por Dios. Los predicadores de la palabra de Dios no pueden ser ni arrogantes, ni pusilánimes, deben sembrar siempre con mucha humildad y con mucha esperanza. Si nos falta la esperanza dejaremos pronto de sembrar, y si nos falta la humildad sembraremos con desatino e ineficacia. Las dos parábolas de las que nos habla hoy este evangelio según san Marcos –la del sembrador y la del grano de mostaza- nos animan a esto: a saber sembrar con humildad y a saber esperar con confianza y paciencia, a ser colaboradores de Dios, pero nunca a querer sustituir a Dios.

2.- Todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla a los árboles altos y ensalza a los árboles humildes. El profeta Ezequiel sabe que la incompetencia de los gobernantes de su pueblo ha llevado a éste a la deportación y al destierro. Por eso, el profeta le dice ahora al pueblo de Israel que esta vez confíe en Dios, que va a ser el mismo Dios el que dirija y gobierne a su pueblo y “hará florecer los árboles secos”. Ellos, el pueblo, debe actuar con confianza en Dios y ser humilde; lo que los gobernantes no han sabido hacer por sí mismos lo hará Dios, “humillando a los árboles altos y ensalzando a los árboles humildes”. Es el mismo mensaje del evangelio: sólo con humildad y confianza en Dios podemos ser eficaces en nuestra acción y obtener buenos resultados. Tenemos que ser activos colaboradores de Dios, pero sabiendo que, por nosotros mismos, somos frágiles y de barro, pero si dejamos que Dios actúe en nosotros y por nosotros podemos hacer obras grandes. El orgullo y la prepotencia humana conducen frecuentemente a la crueldad y al fracaso; con humildad humana y con confianza en Dios podemos hacer las cosas bien, porque dejamos que sea Dios el que actúe en nosotros y por nosotros. Hagamos el bien con humildad y esperemos que Dios bendiga nuestras obras.

3.- Hermanos: siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estaremos desterrados del Señor…; por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarle. San Pablo lo tenía muy claro y así se le dice a los cristianos de Corinto: la verdadera vida era vivir en Cristo y con Cristo, pero mientras vivimos en este cuerpo mortal vivimos en el destierro, en un valle de lágrimas. Por eso él esperaba y deseaba que ocurriera cuanto antes la segunda venida del Señor, porque entonces se vería libre del cuerpo mortal. Nosotros, los cristianos de este siglo XXI, aunque sigamos creyendo y diciendo que esta vida es un destierro y un valle de lágrimas, la verdad es que, generalmente, no tenemos demasiadas ganas de que acabe este destierro. Pero en lo que sí debemos imitar a san Pablo es en esforzarnos en agradar siempre al Señor, porque creemos que cuando comparezcamos ante el tribunal de Cristo seremos juzgados por lo que hayamos hecho mientras vivimos en este cuerpo. Trabajemos siempre con humildad, y esperemos con confianza que Dios bendiga y haga eficaz nuestro trabajo. Como humildes predicadores de la palabra del Señor.

Gabriel González del Estal