2Cor 5, 14-17 (2ª lectura Domingo XII de Tiempo Ordinario)

Cuando Pablo siente que la persecución de que es objeto puede despistar a los cristianos de Corinto, les da un criterio de discernimiento: lo que vale es lo que uno es realmente, no lo que aparenta. Es algo necio ser ante Dios una cosa y aparentar otra ante los hombres. Es que sus adversarios cultivan las apariencias y juzgan desde ellas. Y se equivocan. Por eso Pablo anima a volver a la verdad de la persona, a su fondo que vive desde el amor. Y eso no es una apariencia.

Pablo dice que su conducta dimana del “apremio del amor de Cristo”. No es una conducta motivada por otros intereses que el de un amor similar al de Jesús, un amor entregado. Ahí se halla la raíz de la conducta del apóstol. Valorarlo desde otro lado es hacerle un flaco favor. Ese amor de Cristo ha llevado a la total entrega (“murió por todos”) y, por ello, ha de motivar la entrega del creyente, “muriendo” a favor de cualquier persona (“todos murieron”). Este amor social que copia el amor de Jesús es el primer motivador de la acción misionera del apóstol.

De tal manera que esta forma de vivir sea “vivir para el que murió y resucitó por ellos”. Vivir para Jesús es vivir en los parámetros del Evangelio que son parámetros de bondad y de entrega. Pablo pide que se le valore desde ahí, no desde aspectos externos que son relativos. Ésta ha de ser la medida de la actuación cristiana: hacerlo desde un amor similar al de Jesús. Hacerlo desde otro lado sería realizarlo “desde criterios humanos”, siempre propensos a la tergiversación y al desenfoque.

Quizá, dice Pablo, hubo una época en que “juzgamos a Cristo con tales criterios, pero ahora ya no”. Tal vez se refiera Pablo a su época “precristiana”, cuando “perseguía a la Iglesia” (Filp 3,5). Las apariencias de un Mesías rival del judaísmo llevaron a Pablo a encarnizarse en su persecución. Pero ahora, yendo más allá de las apariencias, ha descubierto el ser entregado y humilde de Jesús que no entra en competición con ninguna religión.

La conclusión es clara: “el que vive con Cristo es una criatura nueva”. Mirar al fondo de la
realidad es lo que va haciendo surgir la criatura nueva que entiende a la persona desde lados profundos y verdaderos. No es que el creyente sea especial o distinto de cualquier otra persona, pero se sitúa en la dimensión de la profundidad. Eso le lleva a una valoración correcta de la persona de Jesús y de los caminos humanos. Es el ámbito de “lo nuevo”, aquella novedad que surge del Evangelio que lee la realidad personal desde un ámbito de misericordia y comprensión.

Fidel Aizpurúa Donázar
Homilética 4, (2015)