Comentario – Lunes XI de Tiempo Ordinario

VENCER EL MAL CON EL BIEN

1 Reyes 21,1-16. El rey Ajab tenía grandes bienes. No sólo poseía una espléndida villa en Israel, sino que había recibido en herencia la ciudad de Samaría. Pero ¿acaso se contentan los grandes de la tierra con lo que tienen? Además del aspecto social, hay un rasgo antimonárquico en la protesta de Elías; al igual que Samuel antes que él, el profeta es consciente del peligro que representan las pretensiones reales. Además, al tomar partido por los pobres, sabe que defiende también los derechos de Yahvé.

Sin embargo, a primera vista la negativa de Nabot tiene algo de des- concertante; ¿no le ofrecía el rey dinero como pago por sus tierras? Pero en la negativa del pobre hay algo más que un simple apego al terruño; lo que defiende es nada menos que su estado civil, pues su pedazo de tierra, por pequeño que sea, representa la porción del país que Yahvé ha confiado a sus antepasados. Venderlo sería renunciar a su identidad civil y religiosa, alienar su derecho de ciudadanía y aumentar su sometimiento al rey.

Como soberana absoluta que era (siro-fenicia), la reina Jezabel no comprendió lo más mínimo de Nabot y ordenó que se hiciera un simulacro de proceso. No hubo dificultad para encontrar a dos hombres que testificasen contra el pequeño viñador, que fue lapidado y muerto fuera de la ciudad. Mucho más tarde, otro inocente será también arrastrado fuera de la ciudad por haber defendido el derecho de Dios.

El salmo 5 podemos ponerlo en boca de Nabot y de todos los expolia- dos del mundo, que en él afirman su inocencia y reclaman la ayuda de Yahvé contra sus torturadores.

Mateo 5, 38-42. «Ojo por ojo, diente por diente»: la ley del tallón no puede dejar de chocar al cristiano; por eso, es preciso ante todo situarla bien. Conviene recordar que esta ley se esforzaba en canalizar la propensión del hombre a tomarse la justicia por su propia mano; en efecto, esta ley introducía la legalidad en la anarquía y prohibía infligir un castigo superior a la ofensa. Además, hay que subrayar que el Antiguo Testamento no conoce más que aplicaciones simbólicas de la ley (por ejemplo, la obligación de libertar a un esclavo que se hubiera quedado tuerto o hubiera

perdido sus dientes como consecuencia de malos tratos por parte de su dueño), lo que constituía un progreso considerable en relación a las costumbres de los vecinos de Israel, que aplicaban la ley del tallón en toda su rudeza.

Sin embargo, Jesús supera esta prescripción y plantea el principio de la no-violencia; sugiere que no se haga resistencia al agresor, ni devolviendo golpe por golpe, ni contraatacando al tribunal. Se trata, como escribirá Pablo, de no dejarse vencer por el mal, sino vencer al mal con el bien. Este principio está ilustrado concretamente en el caso del préstamo: aquel que prestase dinero podía tomar en prenda durante todo el día el manto del deudor (Ex. 22, 25); exigir la túnica, indumentaria indispensable, hubiera sido algo exorbitante. Pues bien, dice Jesús, cederás la túnica y también el manto.

«Nabot ya no vive, ¡ha muerto!»… ¿Cuántas veces se repetirá la historia? Los poderosos expolian a los pobres para satisfacer sus intereses, y cualquier signo de resistencia es reprimido con sangre, con tortura. Ante esto, ¿quién no gritaría en la plaza pública: «Ojo por ojo, diente por diente»? ¿Llegará un día, Señor, en que extermines a los malvados? ¡Que paguen, en estricta justicia, el precio de sus crímenes!

Esta historia de la viña de Nabot es sórdida y evoca las innumerables maquinaciones inmobiliarias. «Cédeme tu viña, que está muy al lado de mi casa… te pagaré en dinero su valor…» ¿Por qué rechaza Nabot la oferta? Pues, sencillamente, por ese honor que es el último bien que poseen los pobres; ese trozo de tierra es suyo y vale mucho más que todas las indemnizaciones que quiera darle el rey. Pero el Poder, cuando cree que todo le es debido y que todo le está permitido, no quiere saber nada del honor de la gente; todo se calcula en términos de rentabilidad, cuando no en razón del capricho personal. Se desarraiga a la gente como si fuesen vulgares hierbas silvestres.

¿Cómo asombrarse de que la resistencia y la lucha de los pobres provoquen la tortura y la represión sangrienta? ¡Pobre del que quiera oponerse al poder absoluto: cualquier pretexto valdrá más que él y que su vida! Cuántos Nabot han desaparecido, sin dejar huella, bajo el cielo de todas las dictaduras… Entonces, me pregunto, ¿por qué no exigir ojo por ojo y diente por diente? ¿Por qué es tan irreal el Evangelio? «¡No respondas al malvado!…»

Si Jesús rechaza la ley del talión, aparentemente equitativa a pesar de todo, es porque dicha ley es incapaz de poner coló a la escalada de la violencia y de la miseria humana. La estríela justicia no es más que un mal menor que nunca transformará la faz de la tierra. ¿Ojo por ojo? Pero, a ese precio, ¿quién podrá sobrevivir?

El programa social del Evangelio es verdaderamente revolucionario. Vencer el mal con el bien, la maldad con un mayor amor… es, a primera vista, inútil e insensato. El mundo sigue inclinándose bajo el peso de (as injusticias. Sin embargo, a veces, se produce un resplandor de esperanza…

Es posible un mundo distinto, y ese mundo ya se acerca. Pero, no lo olvidemos, su fuente está al pie de la cruz. Es verdaderamente otro mundo. Un mundo en el que los Ajab y las Jezabel son vencidos por el perdón de Cristo en la cruz.

Tú no eres un Dios amigo del mal.
Te pedimos, Señor:
¡transforma el corazón de los poderosos
para que hagan justicia a los desdichados!

Los soberbios no pueden sostener tu mirada.
¡Escucha, Señor, el lamento de los pequeños;
dales fuerza para resistir la prueba!

Tú rechazas al hombre pérfido y sanguinario.
¡Perdona, Señor, a este mundo nuestro
con su escalada de sangre y de tortura;
suscita testigos de la no violencia!

Marcel Bastin
Dios cada día 4 – Tiempo Ordinario