Homilía – Lunes XI de Tiempo Ordinario

Y el Cielo en Silencio

La primera lectura de hoy es uno de los textos más oscuros del Antiguo Testamento. Tenebroso por lo que allí sucede, pero sobre todo por la impunidad con la que se dan los hechos y por la consiguiente dificultad de interpretar de alguna manera constructiva un episodio tan perverso. El capricho suprime a la ley, la astucia suplanta al derecho, la crueldad desborda sin razón y –por lo menos para Nabot, que acaba muerto– todo sucede frente al silencio de Dios.

Esta escena nos hace recordar muchas otras atrocidades que ha conocido y conoce nuestro mundo. Millones de inocentes fueron asesinados en las cámaras de gas de la segunda guerra mundial; miles y miles de torturados y «desaparecidos» son el saldo espantoso de los regímenes de tiranía en tantas latitudes, desde Rusia hasta Latinoamérica, desde Pakistán hasta el África Meridional. Todos ellos han sido otros tantos «Nabot,» y también ante ellos el Cielo quedó en silencio.

El río de esa sangre no se ha detenido lamentablemente. Los abortados en régimen que no para, los muertos por falta de alimento o de medicinas que ya existen, las víctimas del terrorismo… ¡cuántos hermanos tendrá Nabot en el Cielo, un Cielo que sin embargo pareció callar cuando las más horrendas injusticias se cometían contra ellos!

El dolor injusto nos deja sin respuesta. No hay nada sensato ni grato que decir a quien ha perdido así a su esposo o hijo o amigo. Sin una noción de justicia que trascienda los límites de lo que alcanzamos a ver y a vivir en nuestros breves años, no hay nada que comprender y muy poco que esperar. Otra historia, en cambio, sucede cuando es posible oír la palabra del profeta y sobre todo cuando es posible contemplar a Cristo tan unido a Nabot, tan cercano a su dolor…

Poner la Otra Mejilla

Si hay un texto del Evangelio difícil de explicar, a otros y a uno mismo, es este del día de hoy. ¿Qué sentido tiene dejar que avance el mal, qué tipo de justicia es abrirle paso franco a la injusticia? ¿No son esa permisividad y esa pasividad una invitación a que los tiranos vayan siempre más allá en sus exigencias, caprichos y desmanes? Y además, ¿no desautoriza entonces este Evangelio a los que LUCHAN por un mundo mejor para todos? Son tan graves estos reparos, y otros semejantes que podríamos hacer por nuestra propia cuenta, que ni siquiera la asombrosa coherencia de Cristo a la hora de su propia pasión y muerte, logra quitar toda la sensación de pasmo y desconcierto que nos causan esas palabras de «la otra mejilla.»

Ahora bien, no deberíamos descartar la posibilidad de que Cristo quisiera precisamente suscitar ese pasmo y desconcierto, por lo menos en alguna medida. Quizá es parte de su propia pedagogía. No olvidemos que estamos frente a un maestro, un maestro consumado en el arte de los ejemplos y en la capacidad de atraer la atención y obligarnos de algún modo a guardar las cosas en la memoria. ¿No es verdad que una vez que uno ha oído lo de la otra mejilla, es decir, una vez que la escena ha quedado grabada en la imaginación, ya no sale de ahí?

Jesús no estaba redactando en voz alta un manual de buenas costumbres o una prolongación de las especificaciones y refinamientos de la Ley de Moisés añadiendo un capítulo sobre «cachetadas.» Su propósito evidentemente era otro. Lo sabemos por el otro ejemplo que da, el de caminar más de una milla. Ese ejemplo es oscuro para nosotros, por lo menos hasta que alguien nos explica que era costumbre de los soldados romanos forzar a los campesinos o gente del lugar a caminar con ellos un trecho llevándoles el pesado equipaje de campaña. Jesús no estaba iniciando ahí un capítulo sobre «caminatas con soldados invasores.»

El sentido de la extraña propuesta de Jesús parece ser un llamado general al tipo de estrategias que hoy llamamos de la «no violencia.» Jesús no dice que nos quedamos soportando más y más golpes simplemente, porque este pasaje no puede aislarse del conjunto de su enseñanza. El soportar un golpe y sorprender con una actitud no violenta resultará muchas veces más poderoso que liarnos a golpes con cualquiera que se atraviese. Además, mostrando a los demás y a nosotros que somos superiores a la ofensa, no sólo estamos preparando una estrategia de victoria sino evangelizando.

Fr. Nelson Medina, OP