Lectura espiritual – Lunes XI de Tiempo Ordinario

LA BONDAD DE DIOS

El que aun a su propio Hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos donó también con él todas las cosas? (Rom 8, 32).

I. Habiendo el Apóstol hecho mención de muchos hijos, con las palabras: Habéis recibido el espíritu de adopción de hijos (Rom 8, 15), separa a este Hijo de todos aquéllos, diciendo: A su propio Hijo, esto es, no adoptivo sino por naturaleza y coeterno, del cual dice el Padre: Éste es mi Hijo el amado (Mat 3. 17).

Cuando dice: No perdonó, debe entenderse que no lo eximió de la pena… Porque en él no hubo culpa que perdonar. Sin embargo, Dios Padre no perdonó a su Hijo para acrecentarse él en algo, pues Dios es perfecto en todas las cosas, sino que lo sujetó a la Pasión para utilidad nuestra.

Y esto es lo que añade: Sino que lo entregó por todos nosotros, esto es, lo expuso a la Pasión para expiar nuestros pecados, como dice el Apóstol en otro lugar: El cual fue entregado por nuestros pecados (Rom 4, 25); y el profeta Isaías: Cargó el Señor sobre él la iniquidad de todos nosotros (53, 6). Dios Padre lo entregó a la muerte, decretando que se encarnara y padeciera, e inspirando en su voluntad humana amor de caridad, con que espontáneamente sufriese la Pasión. Por lo cual se dice que él se entregó a sí mismo: Se entregó a sí mismo por nosotros (Ef 5, 2). También lo entregaron Judas y los judíos, haciendo algo exteriormente. Debe advertirse que dice: El que ama a su propio Hijo, como si dijese: no solamente expuso a la tribulación a los otros santos por la salvación de los hombres, sino también a su propio Hijo.

II. Por lo que, habiendo entregado a su Hijo por nosotros, se nos dieron todas las cosas, cuando agrega: ¿Cómo también con él, esto es, una vez dado a nosotros, no nos donó todas las cosas; para que todas ellas cedan en nuestro bien, las cosas superiores, a saber, las personas divinas para gozarlas, los espíritus racionales para vivir en su compañía; todas las cosas inferiores para usar de ellas, no solamente las favorables, sino también las adversas? Todas las cosas son vuestras; y vosotros de Cristo; y Cristo de Dios (1 Cor 3, 22, 23). De lo cual resulta evidente, como se dice en el Salmo 33, 10: No están en necesidad los que le temen.

(In Rom., VIII)

Meditaciones de Santo Tomás de Aquino. Fr. Z. MÉZARD OP