Comentario – Martes XI de Tiempo Ordinario

EL REINO DE LA CARIDAD 

I Reyes 21, 17-29. Nabot ha sido ejecutado, y Ajab ha tomado posesión de los bienes del pobre. El profeta interviene porque defiende la causa de Yahvé y, desde la liberación de Egipto, esta causa se confunde siempre con el derecho de los humildes. Con una violencia poco frecuente, reprocha a Ajab su crimen y le comunica la sentencia divina: del mismo modo que ellos han destruido a Nabot, el rey y su casa serán a su vez exterminados.

Pero Ajab se humilla, y el profeta traslada el castigo a la dinastía reinante. La historia no deja de evocar el adulterio de David con Betsabé: también entonces el profeta Natán había dirigido sus reproches al rey contando la historia del hombre expoliado por un rico y despojado de su única oveja. David había reconocido su crimen, y el castigo había alcanzado al rey en su descendencia (2 Sm 12).

El salmo 50 canta el arrepentimiento del pecador.

Mateo 5, 43-48. ¿Discurso dirigido a los escribas o más bien a las Iglesias? Cuando un fariseo le preguntó cuál era el mandamiento más grande, Jesús respondió: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo«. Veía en este precepto, tomado de Lev. 19, 18, el cumplimiento del decálogo, y no dudaba en relacionarlo con el mandamiento del amor. Pero, ¿necesitaba esta ley ser superada? ¿Acaso el sermón de la montaña debilita en algo el pensamiento de Jesús?

La respuesta se encuentra en el propio Lev. 19, 18. En efecto, el precepto completo se enuncia así: «No te vengues y no seas rencoroso con los hijos de tu pueblo: Es así como amarás a tu prójimo como a ti mismo«. Pero ¿quién es mi prójimo?

¿Qué podemos decir de la invitación a odiar al enemigo?. Evidentemente, no encontramos ninguna huella explícita de ello en la ley, pero no podemos negar que el odio al enemigo es una realidad del Antiguo Testamento. Este enemigo es el «insensato» de los salmos, el que se opone a la Alianza. En Qumram, es el adversario de la comunidad; para Mateo, o más bien para la Iglesia judeo-cristiana, es el escriba o el fariseo, el judío aborrecido, el perseguidor.

¿Quién es mi prójimo? «Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen«, responde Jesús. Entonces seréis perfectos, con una perfección igual a la del Padre, que «hace brillar el sol sobre los buenos y sobre los malos, y caer la lluvia sobre los justos y sobre los injustos«.

La fechoría de Ajab es tanto más grave cuanto que, como rey, su misión era «hacer justicia» a los pobres, es decir, protegerlos contra las tropelías de los poderosos. Al matar a Nabot, el rey se incluye en la categoría de los vulgares enemigos de Dios. Por eso, el castigo será terrible…

Y, sin embargo, Dios se deja conmover por el arrepentimiento del rey. Porque Ajab se dijo en su corazón: «Reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado», puesto que ha reconocido haber pecado contra Dios, la misericordia del Padre celestial le cubre y le envuelve con una gracia nueva.

Esto es verdad. Pero también es verdad que el castigo pasa a la descendencia del rey: sobre ella caerá la desdicha… ¿Hay mejor modo de medir el camino recorrido que oír decir a Jesús: «Habéis oído que se dijo… Pues bien, yo os digo…»? La perfección del Padre celestial llegará incluso al perdón absoluto, y somos invitados a amar a nuestros enemigos.

¿Cómo obrar? Martin-Luther King escribía que Jesús no ha manda- do que caigamos en los brazos de nuestros enemigos, sino que los amemos… El mal existe, y sus cicatrices no pueden curarse de la noche a la mañana. Pero el amor es el único remedio eficaz. Amar significa no guardar rencor y no intentar hacer pagar al otro el precio de su maldad. Amarlo con el amor del Padre, que quiere la conversión de cada uno de nosotros.

Entendámonos. Lo que hace insoportables nuestras relaciones humanas es nuestra propensión a querer obtener, cueste lo que cueste, la humillación del culpable. Solamente entonces se siente satisfecho nuestro amor propio. Pero ya no hay lugar para el amor propio; hay que dejar todo el espacio para Dios. Rogar por los que nos persiguen… Y Dios sabrá cómo ingeniárselas para que reconozcan sus errores. Poco importa el modo; ¡no se trata de nosotros, sino de Dios!

Sólo se nos pide una cosa: ignorar el rencor y saludar con tanta caridad a nuestros detractores como a nuestros mejores amigos. ¿Programa imposible? Nada es imposible para Dios, y la palabra de Jesús sólo adquiere su verdadero sentido en la fuer/a del Espíritu. Aprendamos, pues, a decir con corazón sincero: «Padre, perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Todo lo demás es cosa de Dios, que hace salir su sol sobre los buenos y malos.

Oh Dios, que haces brillar tu luz sobre los hombres,
Dios que amas a quien hace el bien
y que sólo deseas la conversión del pecador,
acógenos en tu piedad,

pues nuestro corazón se ha encogido
y ya no sabemos amar a nuestros enemigos.
Enséñanos a mirar a cada uno de nuestros semejantes
con la claridad de tu misericordia;
entonces serán vencidas las tinieblas de nuestra noche,
y el mundo renacerá
a la luz de tu gracia y de tu amor.
Dios, Padre celestial,

enséñanos a vivir

como vivió tu Hijo entre los hombres,
perdonando hasta el final.

Marcel Bastin
Dios cada día 4 – Tiempo Ordinario