Hagamos posibles los milagros de Dios

Las razones de Dios no son las nuestras. Muchas veces no encontramos razones para explicar lo que nos pasa. No entendemos ni aceptamos los reveses ni las limitaciones del universo y de nuestra propia condición humana. Cuando los hombres ya se han cansado de hablar y han agotado su sabiduría sin responder al problema que padece Job en su propia carne, el Señor toma la palabra. Con poder y majestad, según la forma clásica de las manifestaciones divinas, Yahvé muestra que es creador y señor del Universo y que tiene siempre la última palabra. Sin embargo, el hecho de que el Señor se digne dirigir la palabra a su siervo es ya una señal de condescendencia. En esa misma línea de la divina condescendencia, cuando llegue la plenitud de los tiempos Dios hablará al hombre por boca de su propio Hijo. La presencia divina será entonces más cercana y entrañable, pues Jesús andará a ras de tierra y en él Dios hablará en medio de su pueblo y no ya desde las nubes. Sólo en Jesús, paciente como nosotros y por nosotros, hallarán respuesta cumplida las preguntas de Job, el hombre que no entiende el dolor y no sabe por qué ha nacido. En Jesús, el Señor que domina los mares y la tormenta se embarcará con los hombres en un mismo bote. Cristo murió por todos, nos dice Pablo en la Segunda Carta a los Corintios. Jesús no quiere el sufrimiento, sino que lo combate: perdona a los pecadores, cura a los enfermos y resucita a los muertos. En este tema, la posición de Jesús es clara: su vida es luchar contra el mal, y es parte importante de nuestra misión. Cristo murió por todos para que “los que viven ya no vivan para sí”, es decir para que abandonemos nuestro egoísmo

Confianza en Jesús. San Agustín interpreta este milagro de la tempestad calmada en relación con la Iglesia, a la que se compara a la barca de Pedro que va superando las tempestades porque Cristo va con ella. La fe es aquí algo más que creer unas verdades, es confianza en la persona de Cristo, que no puede fallarnos y que va con nosotros en el mismo barco. Esta fe no es fe para quedarse en la orilla, en la tranquilidad, sino fe para navegar en medio de los peligros, es una fe combativa. Se dice que Jesús dormía, y Marcos añade que estaba a popa, descansando sobre un almohadón; éste era el lugar más tranquilo y el de mayor honor. Los gritos de los discípulos y sus quejas despiertan a Jesús y éste, antes de increparlos por su falta de confianza, se dirige al mar con las mismas palabras que pronunció en otra ocasión refiriéndose a un endemoniado: «¡Silencio, calla!». Este milagro supuso para los discípulos un notable progreso en el conocimiento de Jesús, al que ya habían visto expulsando demonios y curando enfermedades. Ahora Jesús les manifiesta su señorío sobre las fuerzas de la naturaleza.

El silencio aparente de Dios.Los dos textos, el de Job y el de Marcos, nos enfrentan al mundo de la fe en un Dios aparentemente ausente, «dormido» ante el mal del mundo. El milagro de la vida cristiana consiste en ver detrás de lo visible, dentro de lo visible, a Dios Salvador. Ver en el trabajo colaboración en la obra salvadora de Dios. El mayor milagro de Jesús es él mismo, su capacidad de entrega y compasión, de compromiso y de consecuencia hasta el final. Su vida es luchar contra el mal, y es parte importante de nuestra misión. La consecuencia es clara: existe el mal del mundo porque existe el mal en mí. Si mi corazón se pareciera más al de Jesús, la humanidad sufriría mucho menos y sería visible el amor de Dios.

Dios cuenta con nosotros para solucionar el mal que hay en el mundo.Colaborar con Él es hacer que este milagro sea posible. Dios hace milagros cada día a través de las personas y los acontecimientos de una forma natural. No quiere realizar acciones espectaculares porque es respetuoso con nuestra libertad y no quiere alterar nuestra vida. Él nos ha dado los medios para solucionar muchos sufrimientos del ser humano. Es cuestión de descubrirlo, confiar y colaborar. Es lo que expresa este cuento:

Resulta que hay unas inundaciones y un hombre se queda en lo alto de un campanario totalmente aislado. Pasa toda la mañana y por la tarde llega una barca:

– ¡Oiga! suba que le llevamos.

– No gracias, tengo fe en Dios y estoy seguro que él me salvará.

– ¿Está seguro? 

– Sí, sigan que Dios me salvará.

Pasa toda la noche y al día siguiente pasa a su lado una lancha:

– ¡Eh, oiga! suba que le llevamos.

– No, no hace falta. Soy muy devoto y Dios me salvará.

Y los de la lancha deciden no insistir. Sigue pasando el tiempo y por la tarde llega un helicóptero de la Guardia Civil, otra vez la misma conversación:

– ¡Ehhhhh! ¡El del campanario! ¿Necesita ayuda?

– No, gracias. Confío en Dios y él me salvará.

La Guardia Civil se va después de haber intentado razonar con él y esa noche vuelve a subir el nivel de las aguas y el hombre se ahoga. Cuando va al cielo se encuentra con Dios y le dice:

– ¡Señor, Dios mío! ¿Por qué no me has ayudado?

– ¡¿Qué no te he ayudado?!… te mandé una barca, una lancha, un helicóptero…

José María Martín OSA