Meditación – Jueves XI de Tiempo Ordinario

Hoy es jueves XI de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 6, 7-15):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis.

Vosotros orad así:

“Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo,
danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal”.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

Tú fuiste designado para aplacar la ira antes de que estallara

Son palabras muy duras las que leemos en los primeros versículos de la lectura de hoy. Nos deja traslucir un Dios exigente y, en algunos momentos, vengativo, en un contexto de dejación del seguimiento de los mandatos de Dios por su pueblo.

Los reyes sucesores de David se han entregado a los ídolos y rinden culto, o lo toleran, a los dioses que las esposas y concubinas de los reyes y seguramente de los notables de Israel han ido adoptando.

Los hechos que nos narra Ben Sirac ensalzando al profeta Elías son propios de un Dios celoso de su importancia en Israel que trata de mantener a su pueblo en la observancia de la Ley. Un relato que se dulcifica a su final y a partir del versículo 10 parece dejar abierta la posibilidad de aplacamiento de la cólera de Dios.

Este fragmento que leemos hoy parece que se aleja bastante del retrato del Dios de Jesús, aunque puede que la situación política en los tiempos de Elías sea la que justifique la dureza del relato.

 

Cuando recéis, no uséis muchas palabras

No es malo el consejo sobre el modo de rezar y es bien necesario ahora, entonces y en el futuro. Estamos creídos de que podemos convencer a Dios con palabras, puede que bellas, llenas de superlativos elogiosos, y muy poéticas, pero absolutamente innecesarias y vacías. Esto parece demostrar que nuestra fe está condicionada por nuestros sentimientos puramente humanos. No terminamos de creernos que Dios siempre está pendiente de nuestras necesidades, que él las conoce antes de que se produzcan y ya nos ha dado medios para solucionar problemas y necesidades.

El Padre Nuestro que Jesús nos enseña hoy pierde importancia cuando lo rezamos de forma rutinaria, sin tener presente todo el poder de su contenido. Decimos “Padre nuestro”, pero lo hacemos de forma que no trasluce la fraternidad universal que indica. Nos alivia un poco que “esté en el cielo”; si podemos colocarlo allá, arriba nos lo quitamos de delante y puede que tenga menos importancia. No nos cuesta “Santificar el Nombre el Señor”, le hacemos un templo hermoso, una bella ceremonia, …y santificado queda. Pedimos a boca llena que venga a nosotros su reino, pero no ponemos nada de nuestra parte para que eso sea posible.

Seguimos pidiendo que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo, pero procuramos esconder nuestra responsabilidad en que esto suceda. Lo dejamos en manos de Dios y que él, con su inmenso poder, lo haga. Es nuestra voluntad la que nos interesa y así parece que le pidamos al Padre que sea su voluntad la que nosotros tenemos o queremos. Sí, pedimos con alegría que nos dé el pan de cada día, pero puede que queramos ese pan para atesorarlo, cuando solo somos depositarios temporales y obligados a repartir y compartir con los hermanos. Pedimos a Dios que solucione el hambre del mundo, y decimos muy devotos: “Te lo pedimos, Señor”, con lo que le pasamos el problema y nos desentendemos. Se nos olvida que él nos ha dicho varias veces: “dadles vosotros de comer”.

Y rematamos pidiendo que perdone nuestras ofensas como nosotros perdonamos, mientras cambiamos de banco en el templo para evitar dar la paz a ese que nos cae mal y del que no olvidamos sus “ofensas”. No tenemos en cuenta que Dios no perdonará nuestras ofensas sin que vaya delante nuestro perdón a posibles ofensores. Y pedimos que nos libre del mal, pero no hacemos nada por evitarlo; nos quejamos de Dios porque tenemos un cáncer en el pulmón, pero nos olvidamos de cómo hemos fumado y lo seguimos haciendo. Y seguimos cayendo en la tentación una y otra vez porque no ponemos en juego las posibilidades que Dios puso en nosotros desde siempre.

A lo mejor tendríamos que pensar un poco a qué nos comprometemos antes de rezar el Padre nuestro.

Félix García O.P.