Comentario – Sábado XI de Tiempo Ordinario

UNA BRIZNA DE DESPREOCUPACIÓN

2 Crónicas 24, 17-25. El autor de 2 Re juzga bastante favorablemente el reinado de Joás, fijándose, sobre todo, en las reparaciones que el soberano ordenó hacer en el templo de Jerusalén. 2 Cr insiste también en la amplitud de la renovación del santuario, pero precisa, además, que el rey sólo observó una conducta irreprochable durante el pontificado del sacerdote Yehoyadá después de cuya muerte el rey y su corte volvieron a adorar a los ídolos.

Esta situación da al Cronista la ocasión de reivindicar, en favor de los sacerdotes, la inspiración profética. Relata, en efecto, los reproches que el gran sacerdote Zacarías, hijo de Yehoyadá, dirige al rey cuando el espíritu de Dios descendió sobre él. Por otra parte, y mucho más que el autor de los libros de los Reyes, el Cronista relaciona el castigo con la mala conducta real. El asesinato de Zacarías, por otra parte, marcó, muy profunda- mente la conciencia de Israel y dio lugar a muchos comentarios. El propio Jesús hace alusión a ello en sus invectivas contra los escribas y fariseos.

Se trata de otro poema dinástico que recuerda las promesas divinas sobre la elección de la dinastía davídica.

En realidad, el salmo 88 es extremadamente complejo y contiene, junto al poema dinástico, una súplica nacional y un himno cósmico.

Mateo 6, 24-34. Pocas páginas han sido peor interpretadas que éstas. Se ha visto en ella un tributo a la despreocupación, un desafío a las compañías de seguros. Pero en la base de esta incomprensión, ¿no hay un rechazo visceral por parte del hombre a fiarse de Dios? Hay una paz cristiana que vale por sí sola más que todos los seguros: es la paz del publicarlo, cuando suplica a Dios que tenga misericordia de él. Paz del corazón que ha descubierto el amor ilimitado de Dios, que ha calibrado la profundidad de la misericordia divina. Esta misericordia surge de la cruz, donde el hombre puede juzgar «de visu» el amor de Dios.

¡Ama y haz lo que quieras! Y es que la serenidad no es pasividad, sino que, por el contrario, provoca el compromiso; se hace buena nueva para ser anunciada, paz para ser compartida, solidaridad para ser vivida cada día. La serenidad repite el Padre nuestro; sabe que el Reino de Dios está próximo y, al mismo tiempo, toma la medida de las realidades humanas. Invita a trabajar, pero no se siente inquieta; repite que cada día tiene su afán y que con eso basta. La serenidad es equilibrio. Canto de pájaros que construyen su nido para la pollada, magia de las flores que se mecen con el viento. Dios cuida de todos ellos; tampoco dejará a los discípulos de su Hijo en la dificultad…

¿Por qué complicarse tanto? ¡A cada día le basta su afán! El Evangelio no condena el trabajo ni la inteligencia. Pero la preocupación, cuando hace presa en el hombre, conduce inevitablemente a la increencia. El que antepone su supervivencia a los intereses de Dios acaba siempre negando a Dios. ¡Al menos al Dios del Evangelio que se cuida de nosotros, al Dios a quien llamamos Padre!

¡Buscad primero el Reino, y todo lo demás os será dado por añadidura! Buscad primero lo que hace vivir a todos los hombres en justicia e igualdad, ¡y vuestra vida quedará iluminada por una alegría insospechada! ¡Buscad primero el compartir, y lo que necesitáis adquirirá un gusto nuevo! ¡Sin consideraros aves del cielo, poned un poco de canto y de capricho en vuestro menú cotidiano, y vuestras necesidades se transformarán en deseo de aire puro y de libertad! ¡No os preocupéis por el día de mañana ni de pasado mañana, porque Dios os guarda cada día en la palma de su mano! Sed realistas… ¡Mirad más allá de las apariencias!

Pero, sobre todo, no permitáis que el dinero se haga vuestro dueño. ¡Miradlo tal como es y utilizadlo en bien de todos! No os pongáis en peli- gro de ser desgarrados después de vuestra muerte por herederos voraces… ¡Dejadles por única herencia la alegría de bendecir vuestro nombre, como se bendice el nombre de Dios!

Sí, vivid como Dios, pues «Jesucristo se hizo pobre, él que era rico, para que en su pobreza vosotros hallarais la riqueza». Como él, enrique- ceos y enriqueced al mundo con esa brizna de despreocupación que es, aún en el corazón mismo del infortunio, la marca y la sonrisa de Dios.

Por los que deben administrar el dinero
y los bienes de este mundo:

¡que conserven la lucidez suficiente

para poner su corazón en lo que no perece!

Por los que se desaniman a fuerza de preocuparse demasiado:
¡que recuperen el gusto de vivir

al contacto con Dios, que se cuida de cada hombre!

Por los que tienen miedo a envejecer:
¡que aprendan de nuevo a vivir

como si cada día fuera el primero y el último!

Por los que se ven obligados
a preocuparse del gobierno del mundo:
¡que busquen y encuentren el Reino

en el que todo es para todos
y en el que reina la paz!

Oh Dios, que cuidas de nosotros

¡bendito seas por las flores del campo
y el canto de los pájaros!
Enséñanos, en la contemplación de tu obra,
ante todo, a bendecirte;
así podremos, llevados por tu gracia,

vivir cada día en la confiando en tu bondad.

Marcel Bastin
Dios cada día 4 – Tiempo Ordinario