Lectura espiritual – Sábado XI de Tiempo Ordinario

VOCACIÓN DE LOS HOMBRES

Dios quiere que todos los hombres se salven (1 Tim 2, 4).

Dios quiere tres cosas de nosotros:

1º) Que poseamos la vida eterna: Pues el que hace alguna cosa con cierto fin, quiere para esa cosa aquello para lo cual la hizo. Mas Dios creó al hombre de la nada, pero no para la nada, como se dice en el Salmo (88, 48); ¿Acaso criaste en vano a todos los hijos de los hombres? Luego hizo al hombre para algo; mas no para las voluptuosidades, porque también las poseen los brutos; sino para que poseyesen la vida eterna.

Cuando un ser alcanza el fin para el que ha sido hecho, se dice que se salva; pero cuando no lo consigue, se dice que está perdido. Cuando el hombre consigue la vida eterna, se dice que se salva; y esto lo quiere el Señor, como dice el Evangelista: La voluntad de mi Padre, que me envió, es ésta: que todo aquel que vea al Hijo, y crea en él, tenga vida eterna (Jn 6, 40).

Esa voluntad está ya cumplida en los ángeles y en los santos que están en el cielo, porque ven a Dios y lo conocen, y disfrutan de él; pero nosotros deseamos que, así como se ha cumplido la voluntad de Dios en los bienaventurados que están en los cielos, se cumpla igualmente en nosotros, que estamos en la tierra; y esto lo pedimos, cuando oramos: Hágase tu voluntad en nosotros que estamos en la tierra, como en los santos que están en el cielo.

2º) Que guardemos sus mandamientos. Pues cuando alguien desea una cosa, no solamente quiere lo que desea, sino también todas las cosas por las cuales puede obtenerla, del mismo modo que el médico quiere la dieta, la medicina y otras cosas semejantes para conseguir la salud. Como por la observancia de los mandamientos llegamos a la vida eterna, Dios quiere que guardemos los mandamientos.

3º) Que el hombre sea repuesto en el estado y dignidad en que fue creado el primer hombre, la cual dignidad fue tanta, que el espíritu y el alma no sentían ninguna rebelión ni resistencia de parte de la carne y de la sensualidad. Porque mientras el alma estuvo sometida a Dios, de tal modo estuvo también la carne sometida al espíritu que no sintió ninguna corrupción de la muerte o de las enfermedades y de los otros padecimientos; pero desde el momento en que el espíritu y el alma, que estaba situada entre Dios y la carne, se rebeló contra Dios por el pecado, se rebeló entonces el cuerpo contra el alma, y comenzó a sentir la muerte y las enfermedades, y la continua rebelión de la sensualidad contra el espíritu. Así se desencadenó esta continua lucha entre la carne y el espíritu, y el hombre se envilece continuamente por el pecado. Es, por consiguiente, voluntad de Dios que el hombre sea restituido a su estado primitivo, esto es, que no haya en la carne cosa alguna que repugne al espíritu, como dice el Apóstol: Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación… que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor (1 Tes 4, 3-4).

(In oration. Dominic,)

Meditaciones de Santo Tomás de Aquino. Fr. Z. MÉZARD OP