Vivimos en medio de tempestades. ¿Cómo las gestionamos? ¿Quién nos sostiene?

En el capítulo 4, del que forma parte el texto de hoy, el evangelista Marcos empieza ofreciendo diversas parábolas de Jesús sobre el Reino de Dios y la explicación de alguna de ellas. A continuación, presenta a Jesús haciendo cuatro milagros que lo revelan como liberador: ante las fuerzas de la naturaleza (calma una tempestad), del mal (libera a un endemoniado), de la enfermedad (cura a una hemorroísa) y de la muerte (resucita a la hija de Jairo).

Es decir, el evangelio presenta a Jesús como alguien que es capaz de controlar y dominar algunos elementos y realidades ante los que el pueblo era impotente. Alguien que con su palabra increpa a la naturaleza, y esta le obedece. Esta catequesis recuerda la palabra creadora de Dios en el Génesis. Es importante no perder de vista este marco, para comprender mejor el texto de la tempestad calmada.

Hay elementos en este relato con los que no podemos identificarnos.  Ahora no creemos que el mar de Galilea, ni ningún otro mar del mundo, estén habitados por monstruos que mueven el agua en las profundidades y producen tempestades. Ninguna invocación sobre el mar puede hacer que, automáticamente, se calme.

Sin embargo, podemos centramos en el valor simbólico del texto: las tempestades que hay en nuestra propia vida y en la sociedad. 

Continuamente experimentamos “vientos fuertes”, que nos colocan en medio de una tempestad, ya sea interior, familiar, laboral, de salud, de fe, etc. Suelen ser experiencias muy duras. El agua (el sufrimiento) inunda nuestra nave y sentimos que la barca vital está a punto de romperse o de naufragar.

Podemos hacernos una pregunta clave: en las tempestades de la vida, ¿a qué o a quién recurrimos? ¿Con qué herramientas gestionamos las tempestades personales?

Además, vivimos en medio de peligrosas tempestades sociales. Ha costado muchos años conquistar los derechos humanos, y actualmente, ciertas personas, grupos y partidos políticos, tiran por la borda esas conquistas. Hacen sonar las sirenas del barco para que cunda el pánico y el miedo nos empuje a refugiarnos en la bodega.

Quieren que, al sentir miedo, dejemos en sus manos el timón, las velas, los remos, la carta náutica y la brújula de todas las naves.

Quieren conducir la gran nave social al puerto que decidan las multinacionales, sin auxiliar a las pequeñas barcas que se encuentran en el mar, ni dejar subir a bordo a quienes piden auxilio desde el agua.

Tenemos miedo. Hay motivos para tenerlo si analizamos la situación mundial. Pero grupos poderosos se están sirviendo de ese miedo para dejar que se ahoguen miles de personas inocentes, y justificarlo en nombre de intereses patrios.  

En este contexto resuenan las palabras de Jesús: ¿Por qué tenéis miedo?

Podemos preguntarnos en las comunidades: El miedo a quienes son diferentes, o vienen de lejos, ¿es más fuerte que la fe en que podemos seguir construyendo una nueva humanidad, fraterna y sororal? ¿El miedo nos hace organizar la pastoral, como si estuviéramos en una piscifactoría, en lugar de salir a mar abierto? ¿Hasta dónde vamos a dejar que el miedo gobierne y condicione nuestras vidas?

La fe nos da una fuerza imparable para navegar en medio de un mar embravecido, para recuperar el timón de cada nave, para saber que las cartas de navegación del Evangelio conducen a buen puerto y que las brújulas funcionan perfectamente, sin necesidad de recurrir al tarot, a gurús, al lujo, al poder o a cualquiera de las “herramientas” atractivas y baratas que se venden actualmente.

La fe es confianza y es fidelidad, por eso sabemos que el timón de las naves no se rompe, a pesar de los embates del mar.

Jesús “se encarnó en las tempestades de su tiempo” y trajo la gran revolución social. Nos aseguró que estaría con nosotr@s hasta el final de los tiempos. Sabemos que no navegamos en solitario, en medio de las tempestades de cada día, que no sólo es patrón del barco, sino el propio barco.

Y las palabras de Jesús, que un día resonaron sobre las aguas del mar de Galilea, hoy nos salpican a cada uno, a cada una, y nos interpelan de nuevo: ¿Aún no tenéis fe?

Recordemos con agradecimiento a los hombres y mujeres del mar, que se juegan la vida pescando para alimentarnos. Y oremos y pidamos perdón a los miles de migrantes que han muerto en el mar, soñando un futuro mejor.

Marifé Ramos