Comentario – Jueves XII de Tiempo Ordinario

CIMIENTOS QUE RESISTEN

2 Reyes 24, 8-17. La historia de los dos reinos judíos estuvo constantemente dominada por la rivalidad que enfrentó a Egipto con los imperios mesopotámicos. Palestina tenía la desdicha de encontrarse en medio del camino que tenían que tomar los dos ejércitos enemigos.

El final de Jerusalén fue rico en acontecimientos. En primer lugar, Egipto fue vencido en el 605 por las tropas de Nabucodonosor (cfr. Jr 46, 2-12), pero el príncipe babilónico, que entre tanto se había convertido en rey, sufrió a su vez cuantiosas pérdidas unos años más tarde. El sucesor de Josías se aprovechó de ello para insubordinarse, lo cual le costó el trono y la vida. Para evitar la destrucción total del reino, su hijo Jeconías prefirió marchar al exilio con toda su casa. Entre los deportados se encontraba el profeta Ezequiel. No obstante, preocupado por mantener al pequeño pueblo de Judá dentro de las fronteras de Egipto, Nabucodonosor sentó en el trono de Jerusalén a un tío de Jeconías, al príncipe Matanías, al que, tal vez en señal de sumisión, puso el nombre de Sedéelas.

El salmo 78 es una queja nacional que acusa a los enemigos de Israel y suplica a Yahvé que aparte las desgracias que éstos les causan.

Mateo 7, 21-29. El final del discurso está escrito a la manera del Dt: «Mira: hoy pongo ante tila vida con el bien, la muerte con el mal» (30,15).

Dos caminos se ofrecen al hombre. ¡Bienaventurado el que escucha la palabra de Cristo y la pone en práctica: ¡construirá su vida sobre base sólida! En el día del juicio, cuando el hombre se enfrenta entero en la verdad de su ser, una sola pregunta le será planteada: ¿has cumplido, sí o no, la voluntad de tu Padre celestial? Entonces será inútil gritar: «¡Señor, Señor!«; inútil querer dar cuentas. Será demasiado tarde. Estas palabras son severas pero contienen toda la seriedad de la vida. El evangelista subraya que la multitud estaba impresionada: Jesús no se contentaba con explicar la tradición de los maestros de la ley; hablaba con autoridad: con la autoridad de un nuevo Moisés, una autoridad que tenía su origen en Dios, como demostrarán los hechos llevados a cabo por Cristo (c. 8-9).

Sobre el salmo 78
Si tienes en cuenta nuestras faltas pasadas,

¿cómo quieres, Señor,

que tu Iglesia pueda resistir la borrasca de los siglos?
Nosotros solos no podemos…
Si no tomas tú partido por nosotros,

¡será el final de tu heredad!

Un hombre previsor había construido su vivienda sobre la roca… ¿Hay una ciudad más sólidamente construida que Jerusalén? ¿Hay una colina más invencible que el monte Sión? Pero la tempestad se ha abatido sobre la casa de David… ¿Cómo es posible que la piedra angular del templo haya evidenciado no ser más que arena y polvo? ¿Quién denunciará al imprevisor, al insensato? ¿Cómo comprender que Nabucodonosor ejecute lo que el Señor había anunciado?

¿Va a recaer la culpa de David sobre su descendencia? Pero, después de que el gran rey hubiera tropezado con la piedra de escándalo, su conversión había firmado con Dios una alianza de perdón, y su hijo Salomón había podido edificar un templo sólido y orgulloso para el Señor. No, como dirá Ezequiel a los exiliados, ¡Dios no castiga las faltas de los padres en la cabeza de sus hijos! ¡Cada cual tiene su propia responsabilidad!

Sí, pero hay que añadir que para Dios somos todos miembros unos de otros, y que la previsión de unos puede topar con la locura de los otros. A cada cual, ciertamente, se le pedirán demandadas cuentas por su propia conducta, pero la vida de la Iglesia presupone también una fe común, una fidelidad de todos. Si la piedra del templo es atacada por la increencia de los fieles, no podrá resistir a la erosión, y todo el edificio se derrumbará. ¡Una Jerusalén sin piedras vivas no es ya sino una vivienda sin vida y dispuesta a la ruina!

El sermón de Jesús en la montaña, que concluye hoy, no es una carta de moral individual, sino el fundamento de la Iglesia y de la Alianza nueva. Una alianza en la que cada uno hace cuerpo con sus hermanos y en que la responsabilidad personal es el cemento del edificio entero. Cada vez que la Iglesia sufre los asaltos de Nabucodonosor y tiene que sufrir durante un tiempo, los dolores del exilio, cada uno de nosotros tiene que preguntarse si ha sido en dicha Iglesia piedra viva o, más bien, polvo arrastrado por el viento.

Tú has fundado tu Iglesia, Señor,
sobre la roca de tu Palabra
y le has dado como prenda de futuro
la fuerza de tu resurrección.
No permitas que la dispersión

venga a quebrar nuestra fidelidad,
sino haz de nosotros piedras vivas
para la edificación de tu morada
en cualquier época del mundo
y por los siglos de los siglos.

Marcel Bastin
Dios cada día 4 – Tiempo Ordinario