Martes V de Pascua

Hoy es 16 de mayo, martes de la V semana de Pascua.

Un día más me pongo en la presencia de Dios. Me preparo para hablar con él. Para estar con él, para escucharle. Todo lo que forma parte de mi vida puede ser materia y ocasión de oración. Un momento feliz, un dolor un éxito, un fracaso, un problema que me preocupa, algo que he visto. Hoy me presento ante él con confianza. Tal y como soy, quiero estar con él.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 14, 27-31a):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy y vuelvo a vuestro lado.» Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago.»

La paz os dejo, mi paz os doy. En el evangelio escuchamos como Jesús hoy nos habla de su paz. De esa paz verdadera que sólo él puede darnos. ¿Hay algo en mi vida que haga temblar mi corazón y me acobarde? ¿Hay algo en mi vida que me quite la paz?

Jesús nos hace la promesa de su presencia, siempre entre nosotros. Vuelvo a vuestro lado. ¿Descubro en mi vida pistas, rastros, certezas de esa presencia? ¿En qué momento siento esa presencia de manera más clara?

También hoy Jesús nos habla de alegría. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre. En este mundo nuestro hay muchas fuentes de alegría. Algunas tienen que ver con Dios, con su proyecto, con sus promesas y esas son las que de verdad pueden atravesar los miedos y las dificultades. ¿Cuáles son en este momento de mi vida las fuentes de mi alegría?

Escucho como Jesús da su paz a sus discípulos. Me da su paz. soy llamado, escogido, pero sobretodo soy amado. No estoy sólo pues he oído decir a Jesús, me voy y vuelvo a vuestro lado. Vuelvo a leer el texto con atención, con cariño. Dejo que las palabras de Jesús me lleguen, paz, presencia, alegría.

Termino este rato hablando con Jesús. Quiero sentir esa unión con él. Quiero alegrarme con él. Le abro mi corazón y le pido que me enseñe a mirar la realidad, a descubrir su reino. Dejo salir mis deseos, mis sueños, también aquello que me acobarda. Dejo salir las preguntas que tengo en mi interior. Le pido que me conceda su paz.

Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.