Comentario – Martes VII de Tiempo Ordinario

UN ORDEN NUEVO

Santiago 4, 1-10. Conflicto, guerras: el tono de la carta va subiendo, pues las contiendas entre sus destinatarios fueron causa de no pocas preocupaciones para los responsables de la Iglesia primitiva. La búsqueda desenfrenada de placeres conduce fatalmente a desórdenes, hace constar Santiago. No es que él estuviera en contra de las satisfacciones de orden material; más bien, su reproche se refiere al hecho de que los cristianos, para conseguir lo que querían, recurrían más a sus propios medios que a Dios. «No tenéis, porque no pedís».

De hecho, demasiados bautizados desearían juntar el amor a Dios con el amor al mundo; quienes tal cosa pretenden son incapaces de realizar una opción, y desean al mismo tiempo a Dios y el dinero. El hombre es, pues, un ser dividido, y Dios no encuentra en él el aliento que le insufló al principio del mundo. Por fortuna, su paciencia y su misericordia no tienen límites; seguirá otorgando su gracia, pero sólo a los humildes. Santiago termina haciendo una solemne llamada a la conversión: es preciso someterse a Dios y resistir al demonio; hay que acercarse a Dios, ponerse en marcha para encontrarlo. «Humillaos ante el Señor, que él os levantará».

El salmo 54 es un salmo de súplica individual. La liturgia de este día ha seleccionado, mezclados con las recriminaciones contra el enemigo, los motivos de confianza que imponen encomendarse a Yahvé en las situaciones apuradas.

Marcos 9, 30-37. Galilea, Cafarnaún, casa: cada una de estas palabras tiene en Marcos una resonancia particular. En efecto, después de la Transfiguración, Jesús pasó a Galilea, como lo hará después de su resurrección; como hiciera los primeros días de su ministerio, se detuvo en Cafarnaún y entró en una casa, el lugar reservado para enseñar a los discípulos. Allí les anuncia su pasión por segunda vez consecutiva. Según el plan misterioso del Padre, el Hijo del hombre, el mismo de cuya gloria han sido testigos los discípulos, será entregado en manos de los hombres, que harán de él cuanto se les antoje.

Los discípulos no se atrevían a hacer preguntas a Jesús sobre el tema. Además, ¡estaban entretenidos en discutir cuestiones de precedencia! «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos»: esto propone Jesús a los Doce, llamados a fundar la Iglesia. A continuación, llama a un niño: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí». Hoy día, el niño es un rey; pero, en la Antigüedad, el interés que el niño despertaba era escaso. Jesús, y con él Dios, se identifica con cuantos rechaza la sociedad: con el niño, con el pobre, con el pecador. Al hacerlo, invierte los valores generalmente admitidos: es una revolución pacífica, pero profunda. Los últimos serán los primeros.

Jesús ha emprendido el camino de la cruz. Calladamente, lleva a sus discípulos a través de Galilea, pues pasó ya el tiempo de sembrar, y la recolección va a tener lugar en otra parte. Paradoja de la manifestación divina: el Reino se establece con fuerza cuando todo parece estar perdido. «El Hijo del hombre va a ser entregado». Se invierte el orden: «Un mundo nuevo ha nacido ya»; ¿no lo estáis viendo?

En este mundo nuevo, el niño va a ocupar un lugar importante, el sitio central. «Si no os hacéis como los niños…» Difícil programa, pues nosotros no paramos hasta que el niño ha crecido. ¿Quién va a querer tomar como modelo a un niño? Hacemos lo contrario: modelamos al niño a nuestra imagen, pintoresca caricatura de nuestros defectos de adultos. Hacemos de nuestros hijos unos pequeños viejos.

Jesús pone en pie a un niño en medio de sus discípulos. Lo pone en pie, porque es pequeño. El niño sólo es grande porque otro le pone en pie. El niño sólo puede crecer porque acepta recibir, en tanto que el hombre que pretende ocupar el primer puesto se cierra a sí mismo el horizonte y ya no tiene futuro ante sí. El niño es grande por todo lo que tiene que descubrir. Vive de la vida que tiene que recibir.

Jesús pone al niño en medio. Al seguir a Jesús, habrá que caminar como el niño, que siempre tiene que correr un poco para alcanzar al adulto que le lleva y le sirve de guía. Jesús invita al hombre a seguirle a él, que se dejó traer al mundo a lo largo de toda su vida. A él, que se dejó poner en pie cuando le llamó Dios para que saliera del sepulcro. A él, que vivió de ser dado a luz. Descubrid de nuevo vuestra grandeza. Haceos semejantes al niño. Asíos de la mano del que os lleva; el primogénito conoce el camino de la razón, donde ya aguarda el Padre.

¿A quién iremos, Señor?

Sin tu amor, seríamos huérfanos;
sin tu misericordia, estaríamos condenados.

Tú nos invitas a la mesa familiar
y nosotros recibimos nuestra vida de tu palabra.
¡Te bendecimos a ti, Padre nuestro:
loado seas por siempre!

— El mundo viejo ha pasado…

Es en la paz donde se siembra la justicia.
¿Por qué, entonces, tanta intolerancia?

—El mundo viejo ha pasado…
Quien quiera ser el primero, que sea el servidor.
¿Por qué, entonces, tanto menosprecio?

—El mundo viejo ha pasado…
«Quien acoge a un niño me acoge a mí».
¿Por qué, entonces, tanto rechazo?

Marcel Bastin
Dios cada día 3 – Tiempo Ordinario