Meditación – Sábado VII de Tiempo Ordinario

Hoy es sábado VII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 10, 13-16):

En aquel tiempo, le acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él».

Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.

Mucho puede hacer la oración del justo

Tenemos que situarnos, para entender bien esta primera lectura, en la mentalidad judía de entonces, que es la que también tenía Santiago, según la cual la enfermedad se consideraba como una consecuencia del pecado. Desde aquí hemos de entender lo que nos dice en torno a los dos temas principales: la enfermedad y la oración. Las afirmaciones son rotundas: “La oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo curará, y, si ha cometido pecado, lo perdonará”. Este es el poder de la oración de fe: curar las enfermedades y perdonar los pecados. No dudamos que tenga este poder, pero nosotros no nos quedamos ahí y vivimos la oración de fe también de otra manera. Es la que nos lleva a relacionarnos y tratar con Dios, sabiendo que es nuestro Padre. En nuestra vida ordinaria, tratamos y nos podemos relacionar con muchas personas humanas, de distinta categoría social, pudiendo llegar a la amistad con ellas. Pero nuestra fe nos ayuda a dar un gran salto: tratar, dialogar, con Dios, sabiendo además que es nuestro Padre. Podemos hablar con Dios y gozar de su presencia. E igualmente, siguiendo situaciones positivamente sorprendentes y apoteósicas, Jesús está dispuesto a entrar de lleno en nuestra vida, asegurándonos que nunca nos dejará solos mostrándonos su amor y su luz en la salud y en la enfermedad. Él nos dará la fuerza suficiente para enfrentarnos, como seguidores suyos, a cada situación que nos toque vivir en esta tierra, antes de desembocar en la plenitud de la vida en nuestra resurrección, donde la enfermedad, el dolor y las lágrimas no tendrán cabida.

Aceptar el Reino de Dios como un niño

Jesús no solo se enfada con sus discípulos porque regañan a unos niños que algunos les llevan para que los toquen. Sospechamos que ante la extrañeza de sus discípulos da un paso más y llega a afirmar: “Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”. No sé si a muchos cristianos también nos extrañó esta frase de Jesús, cuando se la oímos por primera vez. Sabemos que no todas las actitudes de los niños son positivas, por lo que nos preguntamos cuáles de las actitudes de los niños quiere Jesús que tengamos al acoger su Reino.

Quizás dos de las notas positivas de los niños sean la ingenuidad y la confianza. Pues con estas dos actitudes hemos de acoger y aceptar el Reino de Dios. Hemos de dejar que Dios sea el Rey y Señor de nuestra vida, sabiendo que en verdad Dios, en su cadena de amor hacia nosotros, quiere ser nuestro Rey. Nada ni nadie más que Dios tiene que ser nuestro único Rey.

Que sea el Rey de nuestra vida significa que hemos de vivir sus mismas actitudes ante todo lo que nos salga en la vida. A estas alturas de nuestra vida cristiana ya hemos experimentado que Jesús da en el clavo, que viviendo como nos dice encontramos la felicidad tan deseada ya en la tierra, siempre limitada, antes de llegar a la felicidad total y para siempre después de nuestra muerte y resurrección.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.