2Cor 5, 6-10 (2ª lectura Domingo XI de Tiempo Ordinario)

1.- ¡La esperanza cristiana entre el ya y todavía no de la salvación en Cristo!

Siempre tenernos confianza… Pablo insiste en la firmeza de la esperanza cristiana. Ciertamente que valora como la primera virtud la caridad (I Cor 13), pero la insistencia en las otras dos virtudes teologales aparecen con frecuencia y fuerza en sus cartas. En este momento muy difícil y complicado en las relaciones entre su comunidad y él, Pablo reafirma su confianza en Dios. Pero estamos de camino. En el camino es necesaria la luz de la fe y la fuerza de la esperanza.

2.- ¡En el entretanto hay que poner los ojos en Jesús!

En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor. Jesús es el que abre camino para los discípulos y para la humanidad entera. Intentar agradarle a él es lo mismo que actuar con fidelidad a su persona y a su Evangelio. Y esta posición da firmeza a las convicciones y a las actuaciones de cada día. El dictamen final sobre nuestras vidas y nuestras actuaciones está en manos de Jesús, Juez universal. Este es un pensamiento que ha dirigido siempre la actuación de Pablo convertido en apóstol. Con insistencia expresa en sus cartas que sólo es aprobado a quien Dios aprueba y no el que se aprueba a sí mismo. Esta es la expresión de la referencia permanente a aquel que le llamó a la fe y al ministerio y, por otra parte, la libertad con que Pablo ha actuado siempre frente a opiniones o valoraciones externas. La fidelidad al que le ha enviado ha sido su norma de conducta y es el fundamento de su esperanza. Hoy como ayer siguen teniendo valor estas palabras del apóstol. Los hombres y mujeres de nuestro mundo se mueven fácilmente por el prestigio, la fama y el honor. Y la valoración que pueden hacer los demás es buscada con excesiva ansiedad. Valores ciertamente importantes. El problema surge cuando se colocan como objetivo principal de la vida. Esos valores se desvanecen ante otro postor. Pero los creyentes son enviados a proclamar con su vida y su palabra que por encima de esos valores, está la aprobación de Dios que es veraz, definitiva e irrevocable.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo