Homilía – Sábado X de Tiempo Ordinario

­Una vez más Jesús muestra su autoridad, comparando lo que decía la Ley antigua, y lo que Él dice.

La Ley tradicional decía No dirás falso testimonio, ni mentirás!. La Ley antigua cuidaba ya de que el hombre dijera la verdad; prohibía los juramentos falsos, prohibía tomar a Dios por testigo para sostener falsedades.

Pero Jesús va más allá y pide no juren de ningún modo.

Él retiene el espíritu de la Ley y la perfecciona interiorizándola; hay que decir siempre la verdad. Es inútil cualquier juramento. La palabra humana tiene un valor por sí misma, por la sinceridad que atestigua: es inútil buscar una garantía exterior en un juramento. De hecho, si Dios está presente en la palabra del hombre, lo está menos por la invocación exterior de su Nombre, que por la objetividad y la verdad interna de la cual esta palabra es portadora.

Al recomendarnos que renunciemos al juramento, Jesús revaloriza la palabra humana.

Los contemporáneos de Jesús, para no usar el nombre de Dios, prohibido expresamente por la Ley, utilizaban toda clase de reemplazos, con los cuales a su manera de ver, quedaba su moral a salvo.

Jesús denuncia esta mentalidad falseada, que consiste en salvar las apariencias, ¡en estar materialmente en regla con la Ley!.

Tal vez nosotros caemos muchas veces en estas mismas cosas. Tratamos de cumplir con lo que Dios nos manda, y nos engañamos…

No somos fieles al espíritu de lo que el Señor nos pide, perdemos objetividad, y caemos en los mismos errores de los fariseos de la época de Jesús, no cumplimos lo que el Señor nos pide, inventando escapatorias y disimulando nuestra verdadera intención.

No son pocas las oportunidades en que también nosotros nos preguntamos, hasta dónde tal o cual cosa está permitida. Le retaceamos a Dios un cumplimiento leal a lo que nos pide.

Jesús nos pide que nuestra conducta sea franca, nos pide fidelidad en todo y con todos. Nos pide que en nosotros no se den dobleces, ni fingimientos, ni varias caras, ni hablar una cosa de frente y decir otra a espaldas.

Y por sobre todo, entregarnos al señor con sencillez, con una entrega generosa.

Vamos a pedir hoy a María que nos ayude a tener un corazón sincero y leal, donde el cumplimento de la Ley sea simplemente escuchar al Padre que nos enseña a caminar por la vida por el camino que nos lleva a Él.