Lectio Divina – Lunes XI de Tiempo Ordinario

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 21,1-16

En aquel tiempo, 

1 después de esto, sucedió que Nabot, el jezraelita, tenía una viña en Jezrael, junto al palacio de Ajab, rey de Samaría.

2 Y Ajab dijo a Nabot: -Cédeme tu viña para hacer una huerta, pues está contigua a mi palacio. En su lugar te daré un huerto mejor o, si lo prefieres, su valor en dinero.

3 Nabot dijo a Ajab: -!Líbreme el Señor de darte la heredad de mis antepasados!

4 Ajab regresó a palacio triste e irritado por la respuesta negativa de Nabot, el jezraelita. Se acostó, se volvió contra la pared y no quiso comer.

5 Su esposa Jezabel se acercó a la cama y le dijo: -Por qué estás de mal humor y no quieres comer?

6 Él respondió: -Es que he hablado con Nabot el jezraelita y le he dicho: «Véndeme tu viña o, si lo prefieres, te daré un huerto a cambio». Y él ha respondido: «No te la cederé».

7 Su mujer le dijo: -Eres tú realmente rey de Israel? Levántate, come y no te preocupes. Yo te daré la viña de Nabot, el jezraelita.

8 Ella escribió unas cartas en nombre de Ajab, las selló con el sello real y se las envió a los ancianos y notables de la ciudad de Nabot.

9 En las cartas decía: Proclamad un ayuno y haced que Nabot se siente delante de la asamblea. 

10 Poned ante él dos hombres perversos que declaren contra él diciendo: «Ha maldecido a Dios y al rey». Sacadlo fuera y matadlo a pedradas.

11 Los ancianos y notables de la ciudad de Nabot procedieron como les había mandado Jezabel en las cartas. 

12 Proclamaron un ayuno y llevaron a Nabot ante la asamblea. 

13 Llegaron los dos hombres perversos, se sentaron frente a él y acusaron a Nabot ante el pueblo diciendo: -Nabot ha maldecido a Dios y al rey. Lo sacaron fuera de la ciudad y lo mataron a pedradas. 

14 Y mandaron a decir a Jezabel: -Nabot ha muerto apedreado.

15 En cuanto lo supo Jezabel, dijo a Ajab: -Levántate y toma posesión de la viña de Nabot, el jezraelita, el que se negó a vendértela, pues ya no vive; ha muerto.

16 Al oír esto, Ajab se levantó, bajó a la viña de Nabot, el jezraelita, y tomó posesión de ella.

El rey Ajab no sólo confía más en los manejos políticos que en la protección divina (capítulo 20), sino que se mancha también con un doble y grave crimen por instigación de su mujer, Jezabel, ávida de extender las posesiones de la casa real. El hurto y el homicidio perpetrados a espaldas de Nabot, el campesino israelita atacado en su propia tierra, indican la degradación moral de la monarquía, a pesar del montaje que parece conferir legalidad a lo obrado por el rey: proclamación del ayuno y convocación de la comunidad, como se acostumbraba a hacer en estado de catástrofe nacional.

La maldición del rey, en no menor medida que la de Dios, implicaba la lapidación (Ex 22,27; Lv 24,16) siempre que estuviera acreditada por dos testigos (Nm 35,30; 1)1 17,6), que aquí resultan falsos.

 

Salmo Responsorial

Atiende a mis gemidos, Señor

Sal 5,2-3.5-6.7

Señor, escucha mis palabras,
atiende a mis gemidos,
haz caso de mis gritos de auxilio,
Rey mío y Dios mío. 
R/. 
Atiende a mis gemidos, Señor

Tú no eres un Dios que ame la maldad,
ni el malvado es tu huésped,
ni el arrogante se mantiene en tu presencia. 
R/. Atiende a mis gemidos, Señor

Detestas a los malhechores,
destruyes a los mentirosos;
al hombre sanguinario
y traicionero lo aborrece el Señor. 
R/. 
Atiende a mis gemidos, Señor

 

Evangelio: Mateo 5,38-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

38 Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. 

39 Pero yo os digo que no hagáis frente al que os hace mal; al contrario, a quien te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la otra;

40 al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, dale también el manto; 

41 y al que te exija ir cargado mil pasos, ve con él dos mil.

42 Da a quien te pida, y no vuelvas la espalda al que te pide prestado.

La quinta antítesis consiste en la así llamada «ley del talión» (Ex 21,24; Lv 14,19ss; Dt 19,21), atestiguada en toda la Antigüedad (cf. el Código de Hammurabi, del siglo XVIII a. de C). Se basa esta ley en el principio de la retribución y en la exigencia de la reparación, poniendo un freno con ello a la retorsión (cf. Gn 4,23ss).

«Nuestro Señor, al abolir esta reciprocidad, corta de raíz el pecado. En la Ley está la pena; en el Evangelio, la gracia. Allí se castiga la culpa; aquí, en cambio, se desarraiga la fuente misma del pecado» (Jerónimo). Por eso nos enseña Jesús a ser tolerantes, a no oponernos con espíritu de venganza e intolerancia a quien nos pone en una situación de prueba, sabiendo que de ese modo se corta la espiral de la violencia y de la prepotencia. Y eso incluso cuando anda de por medio la integridad de nuestra propia persona y de nuestros propios bienes, empezando por el tiempo. La referencia al manto sirve para indicar la ropa con que la gente se protegía de la intemperie y se cubría en las horas de descanso. Los mil pasos era la distancia que se permitía recorrer en sábado.

Pablo recoge también la enseñanza de Cristo: «No devolváis a nadie mal por mal […]. No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal a fuerza de bien» (Rom 12,17.21). «Esto es lo más excelente de estos preceptos», comenta Juan Crisóstomo, «que mientras que nos persuaden a nosotros de que soportemos el mal, al mismo tiempo enseñan a quien ofende al amor mediante la virtud y la sabiduría», viendo nuestro comportamiento desprendido y tolerante. «Cristo quiere que sus discípulos sean como la sal, que se conserva a sí misma y mantiene también los otros elementos con los que se mezcla.»

MEDITATIO

El antiguo precepto «ojo por ojo, diente por diente» ponía ya un límite a la propagación de la venganza.

Ahora bien, Cristo pide un comportamiento que extirpa su misma raíz. Se trata del principio de la no-violencia, que neutraliza la «reacción en cadena» destinada a provocar un mal cada vez mayor. Me pregunto sobre la práctica de la tolerancia, que la Biblia latina registra como uno de los frutos del Espíritu (Gal 5,22), y, por consiguiente, de la magnanimidad, que nos recuerda que «Dios ama a quien da con alegría» (2 Cor 9,7).

 

ORATIO

Qué difícil me resulta, Señor, saber perder en la vida. Qué celoso soy de mi tiempo, de mis cosas, de mi salud, de mis ideas, como si fuera su dueño absoluto y pudiera disponer de ellos según mi talento. Soy incapaz de ceder, de condescender, de adaptarme al juego del otro.

Estoy siempre a la defensiva y tutelo mis derechos (reales o presuntos) con la ilusión de tener siempre razón, de no cometer nunca errores, de conseguir imponerme siempre. Pero tú me pides que viva desarmado, que me mida con la impotencia, con la precariedad, con el fracaso, con la pérdida. Me pides que me mida con la cruz. Hazme comprender, Señor, que «encuentra lo mejor de sí mismo quien decide perder» (B. Háring).

CONTEMPLATIO

La historia de Nabot sucedió hace muchos siglos y, sin embargo, se sigue repitiendo todos los días. En efecto, todos los días los ricos siguen codiciando los bienes de los otros, siempre están insatisfechos con lo que ya poseen. Ajab no nació una sola vez. Sigue renaciendo continuamente y no desaparece nunca del mundo. Por un Ajab que muere, nacen mil. Tampoco Nabot es el único pobre que ha sido asesinado. Cada día aparece un Nabot apedreado, un pobre aniquilado. 

Hasta dónde, ricos, os dejaréis llevar por vuestro loco egoísmo? Queréis poseer vosotros todo el planeta? Los bienes del mundo pertenecen a todos: quién os autoriza a monopolizar para vosotros el derecho de propiedad? La naturaleza nada sabe de ricos; ella nos hace a todos pobres. Cuando salimos del vientre materno estamos desnudos, no tenemos nada. Y cuando bajamos a la fosa es imposible que nos podamos llevar a ella nuestras propiedades. Sobre el ataúd del rico hay el mismo montón de tierra que sobre el ataúd del pobre. Aquel trozo de tierra, que antes no bastaba para la codicia del rico, ahora es incluso demasiado para albergar su cuerpo.

Todos nacemos iguales, todos morimos iguales. Ve y cava en el cementerio. Sólo esqueletos verás. Y te desafío a distinguir a los ricos de los pobres. En ocasiones, es cierto, son envueltos los cuerpos de los ricos con lujosos vestidos. Mas eso en nada ayuda a los muertos: únicamente complace a los vivos. Te vistan como te vistan, rico, cuando mueres pierdes la belleza externa sin adquirir la interior. No sólo eso; juegas también una mala pasada a tus herederos. Éstos, primero, pleitearán entre ellos; después, una vez hechas las partes, si son ahorradores conservarán con ansias y preocupaciones tu herencia, mientras que si son derrochadores la dilapidarán en poco tiempo. Ésa será tu culpa póstuma: inducir a tus herederos a repetir los pecados que le condenaron (Ambrosio de Milán, «Nabot, I», lss, en El buen uso del dinero, DDB, Bilbao 1995, pp. 87-88).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «No vuelvas la espalda al que te necesita» (cf. Mt 5,42).

Lectura espiritual – Lunes XI de Tiempo Ordinario

LA BONDAD DE DIOS

El que aun a su propio Hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos donó también con él todas las cosas? (Rom 8, 32).

I. Habiendo el Apóstol hecho mención de muchos hijos, con las palabras: Habéis recibido el espíritu de adopción de hijos (Rom 8, 15), separa a este Hijo de todos aquéllos, diciendo: A su propio Hijo, esto es, no adoptivo sino por naturaleza y coeterno, del cual dice el Padre: Éste es mi Hijo el amado (Mat 3. 17).

Cuando dice: No perdonó, debe entenderse que no lo eximió de la pena… Porque en él no hubo culpa que perdonar. Sin embargo, Dios Padre no perdonó a su Hijo para acrecentarse él en algo, pues Dios es perfecto en todas las cosas, sino que lo sujetó a la Pasión para utilidad nuestra.

Y esto es lo que añade: Sino que lo entregó por todos nosotros, esto es, lo expuso a la Pasión para expiar nuestros pecados, como dice el Apóstol en otro lugar: El cual fue entregado por nuestros pecados (Rom 4, 25); y el profeta Isaías: Cargó el Señor sobre él la iniquidad de todos nosotros (53, 6). Dios Padre lo entregó a la muerte, decretando que se encarnara y padeciera, e inspirando en su voluntad humana amor de caridad, con que espontáneamente sufriese la Pasión. Por lo cual se dice que él se entregó a sí mismo: Se entregó a sí mismo por nosotros (Ef 5, 2). También lo entregaron Judas y los judíos, haciendo algo exteriormente. Debe advertirse que dice: El que ama a su propio Hijo, como si dijese: no solamente expuso a la tribulación a los otros santos por la salvación de los hombres, sino también a su propio Hijo.

II. Por lo que, habiendo entregado a su Hijo por nosotros, se nos dieron todas las cosas, cuando agrega: ¿Cómo también con él, esto es, una vez dado a nosotros, no nos donó todas las cosas; para que todas ellas cedan en nuestro bien, las cosas superiores, a saber, las personas divinas para gozarlas, los espíritus racionales para vivir en su compañía; todas las cosas inferiores para usar de ellas, no solamente las favorables, sino también las adversas? Todas las cosas son vuestras; y vosotros de Cristo; y Cristo de Dios (1 Cor 3, 22, 23). De lo cual resulta evidente, como se dice en el Salmo 33, 10: No están en necesidad los que le temen.

(In Rom., VIII)

Meditaciones de Santo Tomás de Aquino. Fr. Z. MÉZARD OP

Homilía – Lunes XI de Tiempo Ordinario

Y el Cielo en Silencio

La primera lectura de hoy es uno de los textos más oscuros del Antiguo Testamento. Tenebroso por lo que allí sucede, pero sobre todo por la impunidad con la que se dan los hechos y por la consiguiente dificultad de interpretar de alguna manera constructiva un episodio tan perverso. El capricho suprime a la ley, la astucia suplanta al derecho, la crueldad desborda sin razón y –por lo menos para Nabot, que acaba muerto– todo sucede frente al silencio de Dios.

Esta escena nos hace recordar muchas otras atrocidades que ha conocido y conoce nuestro mundo. Millones de inocentes fueron asesinados en las cámaras de gas de la segunda guerra mundial; miles y miles de torturados y «desaparecidos» son el saldo espantoso de los regímenes de tiranía en tantas latitudes, desde Rusia hasta Latinoamérica, desde Pakistán hasta el África Meridional. Todos ellos han sido otros tantos «Nabot,» y también ante ellos el Cielo quedó en silencio.

El río de esa sangre no se ha detenido lamentablemente. Los abortados en régimen que no para, los muertos por falta de alimento o de medicinas que ya existen, las víctimas del terrorismo… ¡cuántos hermanos tendrá Nabot en el Cielo, un Cielo que sin embargo pareció callar cuando las más horrendas injusticias se cometían contra ellos!

El dolor injusto nos deja sin respuesta. No hay nada sensato ni grato que decir a quien ha perdido así a su esposo o hijo o amigo. Sin una noción de justicia que trascienda los límites de lo que alcanzamos a ver y a vivir en nuestros breves años, no hay nada que comprender y muy poco que esperar. Otra historia, en cambio, sucede cuando es posible oír la palabra del profeta y sobre todo cuando es posible contemplar a Cristo tan unido a Nabot, tan cercano a su dolor…

Poner la Otra Mejilla

Si hay un texto del Evangelio difícil de explicar, a otros y a uno mismo, es este del día de hoy. ¿Qué sentido tiene dejar que avance el mal, qué tipo de justicia es abrirle paso franco a la injusticia? ¿No son esa permisividad y esa pasividad una invitación a que los tiranos vayan siempre más allá en sus exigencias, caprichos y desmanes? Y además, ¿no desautoriza entonces este Evangelio a los que LUCHAN por un mundo mejor para todos? Son tan graves estos reparos, y otros semejantes que podríamos hacer por nuestra propia cuenta, que ni siquiera la asombrosa coherencia de Cristo a la hora de su propia pasión y muerte, logra quitar toda la sensación de pasmo y desconcierto que nos causan esas palabras de «la otra mejilla.»

Ahora bien, no deberíamos descartar la posibilidad de que Cristo quisiera precisamente suscitar ese pasmo y desconcierto, por lo menos en alguna medida. Quizá es parte de su propia pedagogía. No olvidemos que estamos frente a un maestro, un maestro consumado en el arte de los ejemplos y en la capacidad de atraer la atención y obligarnos de algún modo a guardar las cosas en la memoria. ¿No es verdad que una vez que uno ha oído lo de la otra mejilla, es decir, una vez que la escena ha quedado grabada en la imaginación, ya no sale de ahí?

Jesús no estaba redactando en voz alta un manual de buenas costumbres o una prolongación de las especificaciones y refinamientos de la Ley de Moisés añadiendo un capítulo sobre «cachetadas.» Su propósito evidentemente era otro. Lo sabemos por el otro ejemplo que da, el de caminar más de una milla. Ese ejemplo es oscuro para nosotros, por lo menos hasta que alguien nos explica que era costumbre de los soldados romanos forzar a los campesinos o gente del lugar a caminar con ellos un trecho llevándoles el pesado equipaje de campaña. Jesús no estaba iniciando ahí un capítulo sobre «caminatas con soldados invasores.»

El sentido de la extraña propuesta de Jesús parece ser un llamado general al tipo de estrategias que hoy llamamos de la «no violencia.» Jesús no dice que nos quedamos soportando más y más golpes simplemente, porque este pasaje no puede aislarse del conjunto de su enseñanza. El soportar un golpe y sorprender con una actitud no violenta resultará muchas veces más poderoso que liarnos a golpes con cualquiera que se atraviese. Además, mostrando a los demás y a nosotros que somos superiores a la ofensa, no sólo estamos preparando una estrategia de victoria sino evangelizando.

Fr. Nelson Medina, OP

Comentario – Lunes XI de Tiempo Ordinario

VENCER EL MAL CON EL BIEN

1 Reyes 21,1-16. El rey Ajab tenía grandes bienes. No sólo poseía una espléndida villa en Israel, sino que había recibido en herencia la ciudad de Samaría. Pero ¿acaso se contentan los grandes de la tierra con lo que tienen? Además del aspecto social, hay un rasgo antimonárquico en la protesta de Elías; al igual que Samuel antes que él, el profeta es consciente del peligro que representan las pretensiones reales. Además, al tomar partido por los pobres, sabe que defiende también los derechos de Yahvé.

Sin embargo, a primera vista la negativa de Nabot tiene algo de des- concertante; ¿no le ofrecía el rey dinero como pago por sus tierras? Pero en la negativa del pobre hay algo más que un simple apego al terruño; lo que defiende es nada menos que su estado civil, pues su pedazo de tierra, por pequeño que sea, representa la porción del país que Yahvé ha confiado a sus antepasados. Venderlo sería renunciar a su identidad civil y religiosa, alienar su derecho de ciudadanía y aumentar su sometimiento al rey.

Como soberana absoluta que era (siro-fenicia), la reina Jezabel no comprendió lo más mínimo de Nabot y ordenó que se hiciera un simulacro de proceso. No hubo dificultad para encontrar a dos hombres que testificasen contra el pequeño viñador, que fue lapidado y muerto fuera de la ciudad. Mucho más tarde, otro inocente será también arrastrado fuera de la ciudad por haber defendido el derecho de Dios.

El salmo 5 podemos ponerlo en boca de Nabot y de todos los expolia- dos del mundo, que en él afirman su inocencia y reclaman la ayuda de Yahvé contra sus torturadores.

Mateo 5, 38-42. «Ojo por ojo, diente por diente»: la ley del tallón no puede dejar de chocar al cristiano; por eso, es preciso ante todo situarla bien. Conviene recordar que esta ley se esforzaba en canalizar la propensión del hombre a tomarse la justicia por su propia mano; en efecto, esta ley introducía la legalidad en la anarquía y prohibía infligir un castigo superior a la ofensa. Además, hay que subrayar que el Antiguo Testamento no conoce más que aplicaciones simbólicas de la ley (por ejemplo, la obligación de libertar a un esclavo que se hubiera quedado tuerto o hubiera

perdido sus dientes como consecuencia de malos tratos por parte de su dueño), lo que constituía un progreso considerable en relación a las costumbres de los vecinos de Israel, que aplicaban la ley del tallón en toda su rudeza.

Sin embargo, Jesús supera esta prescripción y plantea el principio de la no-violencia; sugiere que no se haga resistencia al agresor, ni devolviendo golpe por golpe, ni contraatacando al tribunal. Se trata, como escribirá Pablo, de no dejarse vencer por el mal, sino vencer al mal con el bien. Este principio está ilustrado concretamente en el caso del préstamo: aquel que prestase dinero podía tomar en prenda durante todo el día el manto del deudor (Ex. 22, 25); exigir la túnica, indumentaria indispensable, hubiera sido algo exorbitante. Pues bien, dice Jesús, cederás la túnica y también el manto.

«Nabot ya no vive, ¡ha muerto!»… ¿Cuántas veces se repetirá la historia? Los poderosos expolian a los pobres para satisfacer sus intereses, y cualquier signo de resistencia es reprimido con sangre, con tortura. Ante esto, ¿quién no gritaría en la plaza pública: «Ojo por ojo, diente por diente»? ¿Llegará un día, Señor, en que extermines a los malvados? ¡Que paguen, en estricta justicia, el precio de sus crímenes!

Esta historia de la viña de Nabot es sórdida y evoca las innumerables maquinaciones inmobiliarias. «Cédeme tu viña, que está muy al lado de mi casa… te pagaré en dinero su valor…» ¿Por qué rechaza Nabot la oferta? Pues, sencillamente, por ese honor que es el último bien que poseen los pobres; ese trozo de tierra es suyo y vale mucho más que todas las indemnizaciones que quiera darle el rey. Pero el Poder, cuando cree que todo le es debido y que todo le está permitido, no quiere saber nada del honor de la gente; todo se calcula en términos de rentabilidad, cuando no en razón del capricho personal. Se desarraiga a la gente como si fuesen vulgares hierbas silvestres.

¿Cómo asombrarse de que la resistencia y la lucha de los pobres provoquen la tortura y la represión sangrienta? ¡Pobre del que quiera oponerse al poder absoluto: cualquier pretexto valdrá más que él y que su vida! Cuántos Nabot han desaparecido, sin dejar huella, bajo el cielo de todas las dictaduras… Entonces, me pregunto, ¿por qué no exigir ojo por ojo y diente por diente? ¿Por qué es tan irreal el Evangelio? «¡No respondas al malvado!…»

Si Jesús rechaza la ley del talión, aparentemente equitativa a pesar de todo, es porque dicha ley es incapaz de poner coló a la escalada de la violencia y de la miseria humana. La estríela justicia no es más que un mal menor que nunca transformará la faz de la tierra. ¿Ojo por ojo? Pero, a ese precio, ¿quién podrá sobrevivir?

El programa social del Evangelio es verdaderamente revolucionario. Vencer el mal con el bien, la maldad con un mayor amor… es, a primera vista, inútil e insensato. El mundo sigue inclinándose bajo el peso de (as injusticias. Sin embargo, a veces, se produce un resplandor de esperanza…

Es posible un mundo distinto, y ese mundo ya se acerca. Pero, no lo olvidemos, su fuente está al pie de la cruz. Es verdaderamente otro mundo. Un mundo en el que los Ajab y las Jezabel son vencidos por el perdón de Cristo en la cruz.

Tú no eres un Dios amigo del mal.
Te pedimos, Señor:
¡transforma el corazón de los poderosos
para que hagan justicia a los desdichados!

Los soberbios no pueden sostener tu mirada.
¡Escucha, Señor, el lamento de los pequeños;
dales fuerza para resistir la prueba!

Tú rechazas al hombre pérfido y sanguinario.
¡Perdona, Señor, a este mundo nuestro
con su escalada de sangre y de tortura;
suscita testigos de la no violencia!

Marcel Bastin
Dios cada día 4 – Tiempo Ordinario

¿Por qué tenéis miedo?

Las olas rompían contra la barca

El mar sobre el que navega nuestra barca personal, eclesial y social, es la historia. A veces tan desconcertante. También hoy.

Experimentamos la vida, con la que se va fraguando la historia, amasada de múltiples experiencias, sentimientos y sensaciones; también de temores e inseguridades de diversa índole.

Recuerdo que durante la trágica pandemia que vivimos hace pocos años un pensador apuntó que nuestras confortables inmanencias se habían derrumbado. Cierto. Fueron tiempos recios, temerosos, que de alguna manera perviven en nosotros. Tuvimos la sensación de la zozobra.

Nuestras seguridades se tambalearon. Experimentamos el desvalimiento. Sombras de dolor y angustia nos envolvieron. Muchos orábamos para mantener la calma y la confianza.

Actualmente soplan vientos recios de belicismos preocupantes, de violencias crueles e incontroladas; nos habita la sensación de la inseguridad. Los estados poderosos aumentan sus gastos armamentísticos.

Somos testigos, quizás también sufridores, de la dureza amarga que para millones de personas significa el hecho básico de sobrevivir; sentimos el abatimiento que provoca la percepción de horizontes oscuros de futuro que se ciernen sobre nosotros.

También nos es conocido, en mayor o menor grado, el desvalimiento que la enfermedad conlleva cuando subrepticiamente invade nuestra vida, y fácilmente nos sentimos habitados por diversos temores que se despiertan en nosotros.

Vientos recios de diversas desconfianzas han multiplicado los sistemas de seguridad en nuestros días, y la sensación de navegar sobre aguas procelosas, de caminar sobre arenas movedizas, de múltiples inconsistencias, nos desazonan.

Los fracasos, los desamores, las soledades amargas, son también parte de esta mar de fondo que encrespa las olas sobre las que avanza la barquichuela de nuestra vida.

En medio de todo ello, de los temores que éstas y otras realidades nos puedan generar, ¡la palabra del Señor cobra tanta fuerza! “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”.

Una invitación clara y fuerte a seguir manteniendo vida la confianza en el Señor. Siempre. También cuando la vida se nos hace más difícil. Ciertamente la dificultad es el crisol de la fe.

 

¿Quién es éste?

– Es el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, el que actúa con el mismo poder del Padre. El que aplaca y subyuga a nuestros enemigos. El que trae a nuestras vidas esta Buena Noticia. El que nos atrae a vivir su novedad, la que consiste en vivir para Él, que murió resucitó por nosotros (cf II Cor 5, 14-17)

 

Lo nuevo ha comenzado

Y esta novedad consiste en vivir con Él, como Él, para Él. Cada uno de nosotros hemos de descubrir qué urgencias deberemos incorporar a nuestro vivir y a nuestro actuar para ser expresión de la novedad del Señor Jesucristo en este momento presente de la historia. Permítanme presentarles tres realidades que puedan ser referencia y ayuda para que cada uno de nosotros encontremos las nuestras:

  1. Ha comenzado a brillar en nuestro mundo la novedad de la luz del sentido. Se ha devaluado en estos tiempos modernos o posmodernos el interés por el sentido de nuestra existencia. El pragmatismo y la satisfacción de nuestras necesidades más básicas colman nuestros intereses y aspiraciones; y asfixian, en gran medida, nuestras búsquedas trascendentes. La novedad del Señor Jesucristo nos remite de forma constante al Misterio del Amor del Padre Dios para descubrir en Él la verdad de quiénes somos y cuál es nuestro destino: en el origen y en la meta de nuestro existir está su Amor.
  2. Ha comenzado a germinar en nuestra historia la novedad de la comunión fraterna universal; de la búsqueda y consecución de la justicia, la paz y la dignificación de todas las personas. Cada una de las páginas del Evangelio encierran la clave de lo que significa vivir y desarrollarnos como seres humanos. Algo tan sencillo y, a la vez, tan exigente, como pasar por el mundo haciendo el bien.
  3. Ha comenzado la novedad de una alegría inexplicable, presente también cuando las lágrimas nos visitan. Jesucristo, el Señor, lo es porque la fuerza de su amor ha vencido todo el poder del mal y sus diversas manifestaciones. Los acontecimientos de su Pascua así lo atestiguan. Y por esto, la alegría y la esperanza, más allá de cualquier otra esperanza, ha acompañado siempre la vida de la gran familia de los creyentes cristianos. Hoy hemos de ser nosotros los exponentes de esta radiante realidad.

La Palabra proclamado hoy nos interpela: ¿Es viva y fuerte mi confianza en el poder de Dios? ¿Me siento seguro, envuelto y habitado por su Amor? ¿Estoy siendo reflejo de la bondad y de la alegría que encierra nuestra fe en el Señor?

Fr. César Valero Bajo O.P.

Mc 4, 35-40 (Evangelio Domingo XII de Tiempo Ordinario)

La conclusión serena y familiar de una jornada (v.35-36) contrasta con el imprevisto desencadenamiento de un huracán (v.37). El sueño de Jesús genera el pánico de los discípulos que intentan despertarle. Pero Jesús interpreta su intervención como un signo de cobardía y una falta de fe (v.40). Por el contrario, Jesús manda al viento y al mar, al estilo de los exorcismos: amenaza al viento e impone silencio al mar (v.39). Ejerce sobre los elementos naturales, que a veces en el AT son descritos simbólicamente como poseídos por el mal, el mismo tipo de poder del Creador que puede amenazarlos (Sal 104,7) y reducirlos al silencio (Sal 107,28-32). Pero los discípulos «se quedaron espantados» e intentan interrogarse sobre su identidad sin llegar a ninguna conclusión (v.41). Sin embargo, este pasaje tiene una fuerte carga cristológica, puesto que nos revela que Jesús tiene el mismo poder sobre las fuerzas del caos que caracterizaba al Señor de las huestes veterotestamentario. El fallo de los discípulos en reconocer a Jesús significa simplemente que su cercanía a Jesús no les absuelve de la necesidad de entrar más profundamente en el misterio y la paradoja del reino de Dios. Ellos, como la Iglesia de todos los tiempos, son invitados a continuar su camino hacia una fe más profunda en el Hijo de Dios. Una fe que transforme nuestro corazón e incida positivamente en nuestra acción.

Los cristianos estaban en aquel tiempo viviendo, quizá llenos de miedo, las «tormentas» del ostracismo y la persecución que podían llegar a «hundir» a la comunidad creyente (v.38). Este texto les da confianza para seguir viviendo su fe y dar testimonio de Jesús, sabiendo que Cristo ha vencido al «mundo». El poder soberano de Jesús, que domina las fuerzas de la naturaleza asociadas en el AT a la esfera demoníaca, constituye una garantía para los discípulos en su trabajo misionero entre los paganos. Este texto nos revela, pues, un mundo libre del miedo, desendemoniado, en el que el creyente de todos los tiempos podemos vivir y hacer presente la fe cristiana en el Hijo de Dios (Mc 1,1).

Luis Fernando García Viana
Homilética 4, (2015)

2Cor 5, 14-17 (2ª lectura Domingo XII de Tiempo Ordinario)

Cuando Pablo siente que la persecución de que es objeto puede despistar a los cristianos de Corinto, les da un criterio de discernimiento: lo que vale es lo que uno es realmente, no lo que aparenta. Es algo necio ser ante Dios una cosa y aparentar otra ante los hombres. Es que sus adversarios cultivan las apariencias y juzgan desde ellas. Y se equivocan. Por eso Pablo anima a volver a la verdad de la persona, a su fondo que vive desde el amor. Y eso no es una apariencia.

Pablo dice que su conducta dimana del “apremio del amor de Cristo”. No es una conducta motivada por otros intereses que el de un amor similar al de Jesús, un amor entregado. Ahí se halla la raíz de la conducta del apóstol. Valorarlo desde otro lado es hacerle un flaco favor. Ese amor de Cristo ha llevado a la total entrega (“murió por todos”) y, por ello, ha de motivar la entrega del creyente, “muriendo” a favor de cualquier persona (“todos murieron”). Este amor social que copia el amor de Jesús es el primer motivador de la acción misionera del apóstol.

De tal manera que esta forma de vivir sea “vivir para el que murió y resucitó por ellos”. Vivir para Jesús es vivir en los parámetros del Evangelio que son parámetros de bondad y de entrega. Pablo pide que se le valore desde ahí, no desde aspectos externos que son relativos. Ésta ha de ser la medida de la actuación cristiana: hacerlo desde un amor similar al de Jesús. Hacerlo desde otro lado sería realizarlo “desde criterios humanos”, siempre propensos a la tergiversación y al desenfoque.

Quizá, dice Pablo, hubo una época en que “juzgamos a Cristo con tales criterios, pero ahora ya no”. Tal vez se refiera Pablo a su época “precristiana”, cuando “perseguía a la Iglesia” (Filp 3,5). Las apariencias de un Mesías rival del judaísmo llevaron a Pablo a encarnizarse en su persecución. Pero ahora, yendo más allá de las apariencias, ha descubierto el ser entregado y humilde de Jesús que no entra en competición con ninguna religión.

La conclusión es clara: “el que vive con Cristo es una criatura nueva”. Mirar al fondo de la
realidad es lo que va haciendo surgir la criatura nueva que entiende a la persona desde lados profundos y verdaderos. No es que el creyente sea especial o distinto de cualquier otra persona, pero se sitúa en la dimensión de la profundidad. Eso le lleva a una valoración correcta de la persona de Jesús y de los caminos humanos. Es el ámbito de “lo nuevo”, aquella novedad que surge del Evangelio que lee la realidad personal desde un ámbito de misericordia y comprensión.

Fidel Aizpurúa Donázar
Homilética 4, (2015)

Job 38, 1. 8-11 (1ª lectura Domingo XII de Tiempo Ordinario)

Puede extrañar que la liturgia de hoy recoja este breve texto del libro de Job como primera lectura, puesto que lo tenemos considerado como el espejo de la protesta del creyente ante el dolor y el sufrimiento injusto. El protagonista grita con desgarro a Dios y reivindica en el libro su inocencia. Si él es justo y piadoso ¿por qué le van las cosas mal? Si Dios es todopoderoso, ¿por qué existe la desgracia, la enfermedad? Los amigos del protagonista, queriendo defender a Dios, no hacen sino estropearlo todo más. Dios, por fin, habla, y lo hace «desde la tormenta», reivindicando su condición de creador. La tierra, el cosmos, las aguas iniciales no son fuerzas desbocadas, que campan a sus anchas, sin orden, abandonadas a su azar. Dios creador separa los contrarios y pone orden frente al caos; la tierra tiene un origen y una meta. Tras las palabras de Dios se adivina la cosmología semítica: «cerrar el mar», «pone límite» a las aguas. Dios gobierna la naturaleza sin confundirse con ella; las aguas superiores e inferiores tienen un límite físico; Dios somete todo a su autoridad, sin permitir que la arrogancia de las fuerzas naturales quieran imponer su fuerza. Dios no da explicaciones o busca justificarse torpemente, sino que le pide a Job que contemple la naturaleza con ojos de fe. El ser humano no está sometido a la voracidad de fuerzas sin control, sino que es una criatura en medio de la naturaleza creada y por tanto sometida a la autoridad de Dios. El miedo que brota en el corazón humano se disipa ante la fe.

Pedro Fraile Yécora
Homilética 4 (2015)

Comentario al evangelio – Lunes XI de Tiempo Ordinario

En estos capítulos del evangelio de San Mateo (5-7) Jesús nos propone una nueva forma de vida, una manera distinta de vivir el amor que nos pide perdonar y olvidar. Ya no sirve el devolver en justicia, sino que Jesús nos pide el perdón total que excluye la venganza y el rencor, el odio y la violencia. Es el amor cristiano que se manifiesta de forma especial en la misericordia, como la expresión sublime de la santidad a la que Dios nos llama: “sed santos como yo soy santo”.

Jesús cambió las cosas y puso el perdón en el centro de la vida cristiana. Jesús enseña a sus discípulos a no devolver mal por mal, sino a responder al mal con la bondad, que se alejen de la mentalidad del “ojo por ojo, diente por diente” y superen el mal con el bien. Es fácil decir esto pero hacerlo… aunque ciertamente no es imposible.

Jesús pide a sus seguidores, a sus discípulos, que deben morir al yo en cada situación del día a día y en nuestras relaciones personales con los demás.  Morir al yo significa:

-morir a los deseos de venganza y autodefensa, y dejar a Dios que juzgue rectamente en toda situación, pues Él lo ve todo y por eso que no se afanen por vengarse y defenderse a sí mismos, pues a su tiempo verán lo que Dios hace.

-morir a la soberbia y al orgullo: la tentación de rebelarse contra la autoridad divina y desobedecer a la Ley de Dios, al sentimiento de superioridad que lleva a menospreciar no solo a los demás, sino a actuar con soberbia menospreciando la autoridad divina.

-morir al egoísmo: sentimiento de poseer y no ceder por ningún motivo a lo que pienso que es mío (ejemplo la viña de Nabot que Ajab se apropia, 1ª lectura). Jesús nos enseña a prestar atención a las necesidades que podamos apoyar en un momento concreto dando generosamente según nuestras posibilidades.

El que sigue preocupado de sí mismo, de su imagen y reputación, de responder inmediatamente a ofensas y agravios, de estar siempre a la defensiva… no puede poner por obra estas enseñanzas de Jesús.  Para avanzar por este camino hay que estar unido a Jesús y tener experiencia, muchas veces, de haber sido perdonado y limpiado de todos los pecados. Solo quien es perdonado, aprende a perdonar y a comprender los errores y debilidades de los demás.

José Luis Latorre, cmf

Meditación – Lunes XI de Tiempo Ordinario

Hoy es lunes XI de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 5, 38-42):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia.

Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas».

Dios me libre de cederte la herencia de mis padres

Ayer le pedíamos a Dios que nos concediera su gracia para guardar sus mandamientos y agradarle con nuestros deseos y acciones. Esa petición reconoce que El siempre va a nuestro lado, sosteniendo deseos y acciones.  La cercana relación con él, basada en una creciente comunión, hace posible guardar sus mandamientos y concordar deseos y acciones.

El relato del primer libro de los Reyes, nos sitúa en el reinado de Ajab y Jezabel. No se trata solamente de episodios históricos, sino que, mirando el discurrir de los hechos a la luz de la fe, quedan de manifiesto la corrupción y la honestidad, la bondad y la maldad.

La viña de Nabot es más que un simple viñedo, es la “herencia de sus padres”. Frente al antojo caprichoso de Ajab, de hacerse un “huerto ajardinado junto a su casa”, la firmeza de la posición de Nabot. Las ofertas del rey Ajab: intercambio de tierras incluso mejores, o su valor en dinero, aunque sea un precio justo, no pueden obligar a Nabot a ceder, ni socavar el “aprecio de la herencia de sus padres”. Todo el poder real no es razón suficiente para semejante negocio. La respuesta: “Dios me libre de cederte la herencia de mis padres”, hacen ver a Ajab que sus pretensiones son inútiles. Evidente es su frustración. La dignidad ni se negocia ni se vende.

Entra en juego Jezabel: «¡Ya es hora de que ejerzas el poder regio en Israel! La perfidia de Jezabel es resaltada en el relato y la sufrirá, al igual que Nabot, el profeta Elías. ¿Cómo actúa? Usa el poder real para imponer procedimientos perversos y sentencias injustas. Alienta la prevaricación de los notables y de los que, por miedo a su perversión, cederán a sus desmanes. Todo revestido de una falsa virtud y apego a la legalidad. “Tú has maldecido a Dios y al rey”. Es el testimonio forzado para apedrear a Nabot hasta morir. Le comunican la ejecución y feliz ella notifica a Ajab que la viña de Nabot es suya.

Pareciera la crónica de los acontecimientos en nuestros días, a lo largo y ancho del planeta. La corrupción extendida, invadiendo todos los ámbitos de la vida humana. Poderes corrompidos que doblegan la justicia y atropellan la dignidad y derechos de las personas. Uso y abuso del poder, tráfico de influencias en los ámbitos del poder. ¿Qué hacer?

 

Atiende a mis gemidos, Señor

Es la súplica que se alza, desde todos los confines del planeta, presentando ante Dios todo el dolor humano y los atropellos a los que son sometidos amplios sectores de la humanidad. Haz caso, le decimos a Dios, de nuestros gritos de auxilio. Conscientes de que Dios no ama la maldad, ni los fines perversos de quienes abusan de su poder; tampoco el servilismo vil que reviste comportamientos relacionados con el poder y procedimientos injustos. En el dolor de la humanidad queda claro que Dios no ama la maldad, ni la perversión ni la arrogancia. Detesta la mentira, toda mentira, ni comportamientos sanguinarios y tampoco la traición.

La palabra del Señor hoy nos ilumina y nos ayuda a discernir, de modo que no caigamos en la tentación de revestir de religiosidad y justicia, criterios y comportamientos, alejados del evangelio.

Yo os digo: no hagáis frente al que os agravia

El sermón de la montaña que estamos escuchando en estos días, es el planteamiento básico que Jesús ofrece al hombre contemporáneo. Porque no es un relato del pasado, ni su palabra queda en el pasado remoto, sino que es actual y viene a iluminar la actualidad. Y esta iluminación nos reclama respuestas actualizadas.

Así, respecto de los mandamientos dados en el Sinaí, Jesús, como nuevo legislador, define: “Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”, Pero yo os digo no hagáis frente al que os agravia…”.  Juan, en el prólogo de su evangelio, establece la diferencia: “La ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo”. Ha llegado el tiempo, ya estamos en él, en el que todo lo dado a conocer a lo largo de la historia de la humanidad y en favor de su salvación, sea escuchado, acogido, entendido y aplicado desde la clave cristológica. “Pero yo os digo”.  Esta expresión marca un antes y un después.

Y el después es la negación absoluta de cualquier tipo de violencia, de injusticia, de atropello y violación de la dignidad humana. Naturalmente, poner la otra mejilla, dar también el manto, caminar todo el espacio y tiempo que sea necesario, no rehuir los compromisos, no significa cooperar con el mantenimiento de la injusticia, pues estamos llamados a transformar el mundo, corregir los sistemas y ser luz y sal de la tierra.

No es lícita ninguna práctica, razón o argumento de tipo espiritual que pueda justificar los atropellos y violaciones de la dignidad de toda persona humana.

¿Cómo asumo los planteamientos de Jesús en nuestros días?

¿Cómo trato de aplicarlos?                                                   

Fr. Antonio Bueno Espinar O.P.