Comentario al evangelio – Miércoles XI de Tiempo Ordinario

El evangelio de hoy comienza diciendo: “Cuidad de no practicar”. Jesús nos da una llamada de atención para que comprendamos bien la enseñanza que nos va a hacer. Se trata de la auténtica manera de vivir la fe y para ello parte de la observación del comportamiento de sus compatriotas, quienes tenían una forma muy peculiar de relacionarse con Dios.

La limosna, la oración y el ayuno eran tres obras de piedad de los judíos que las cumplían escrupulosamente. Pero las hacían para ser vistos por los demás y así ganar prestigio entre la gente. Podríamos decir que eran medios de autopromoción personal ante Dios y la comunidad.

Jesús invita a sus discípulos a hacer el bien no para ser vistos, alabados, aplaudidos y condecorados por los demás, sino por Dios, que es el que nos juzga y recompensa. En nuestra relación con Dios hay dos formas de piedad: la auténtica (nos movemos por el amor y la entrega a Dios como razones profundas de nuestra piedad) y la falsa (obramos por hipocresía y usando la máscara de la apariencia). En la primera es un acto de agradecimiento a Dios de quien lo recibimos todo gratuitamente y siempre; en la segunda nos buscamos a nosotros mismos fomentando nuestro ego y sus apetencias.

Somos conscientes de que cuando hacemos algo bueno nace casi instintivamente en nosotros el deseo de ser estimados y admirados por esa buena acción para tener una satisfacción personal. Por eso Jesús nos invita a hacer las cosas sin ninguna ostentación y confiar únicamente en la recompensa del Padre “que ve en lo secreto”.

Jesús nos propone el camino del obrar siempre con gratuidad y del servicio escondido y humilde, convencidos de que la mejor recompensa no es el triunfo y el reconocimiento humano,  sino que la recompensa es la alegría interior, la paz de la conciencia y la satisfacción del obrar correcto. Ciertamente es un camino, pues no se pasa fácilmente de la satisfacción del ego a la alegría interior y al hacer las cosas solo para la gloria de Dios y el bien de su Reino.

La piedad, que es la relación filial con el Padre Dios, tiene que ser auténtica y verdadera; tiene que nacer de un corazón noble y bueno que ha descubierto que ser hijo de Dios es la mayor grandeza y dignidad y que vivir como hijo es dar toda la gloria, honor y alabanza al Padre de quien todo procede. De ahí la insistencia de Jesús en que descubramos que Dios es Padre y que nosotros somos sus hijos amados y elegidos. Este descubrimiento nos hará libres y auténticos, sinceros y transparentes, agradecidos y espontáneos en nuestra relación con Dios Padre. Jesús lo expresa así: “vivir en la verdad”. No podemos usar las cosas de Dios para nuestra satisfacción egoísta y mundana.

Una vez más la invitación de Jesús “cuidad de no practicar” es una llamada al corazón para mirar cuáles son los móviles en nuestro comportamiento como cristianos y ver si nos dejamos seducir por los criterios del mundo (“la mundanidad” de que nos habla el Papa Francisco). La tentación es muy sutil y engañosa.

José Luis Latorre, cmf