Lectio Divina – Miércoles XII de Tiempo Ordinario

LECTIO

Primera lectura: 2 Reyes 22,8-13; 23,1-3

En aquellos días, 

8 el sumo sacerdote Jelcías dijo al secretario Safan: -He encontrado el libro de la Ley en el templo del Señor. Se lo entregó a Safan, y él lo leyó. 

9 Luego, fue a informar al rey y le dijo: -Tus siervos han recogido el dinero del templo y se lo han dado a los que dirigen las obras, a los responsables del templo del Señor.

10 Después le dio la noticia: -El sacerdote Jelcías me ha dado este libro. Y Safan lo leyó ante el rey. 

11 Cuando el rey oyó las palabras del libro de la Ley, rasgó sus vestiduras 

12 y dio esta orden al sacerdote Jelcías, a Ajicán, hijo de Safan, a Acbor, hijo de Miqueas, al secretario Safan y a Asayá, ministro real: 

13 -Id a consultar al Señor por mí, por el pueblo y por todo Judá sobre las palabras del libro que acaba de ser encontrado. Tiene que ser grande la ira del Señor contra nosotros, porque nuestros antepasados no han obedecido las palabras de este libro ni han cumplido lo que está escrito en él.

23,1 El rey mandó convocar a todos los ancianos de Judá y de Jerusalén. 

2 Después subió al templo del Señor con toda la gente de Judá y todos los habitantes de Jerusalén: sacerdotes, profetas y todo el pueblo, chicos y grandes. Leyó ante ellos todas las palabras del libro de la alianza encontrado en el templo del Señor 

3 y, puesto de pie junto a la columna, selló ante el Señor una alianza, comprometiéndose a seguirlo, a guardar sus preceptos, mandamientos y leyes con todo su corazón y toda su alma, y a practicar las cláusulas de la alianza escritas en aquel libro. Y todo el pueblo ratificó esta alianza.

A Ezequías, curado milagrosamente por Isaías (2 Re 1,11; cf. Is 36-38), le sucedió el largo reinado de Manases (687-642), durante el que la apostasía llegó hasta el punto de que se perdieron las huellas del mismo libro de la alianza (2 Re 23,2.21): probablemente se trata de la sección legislativa del Deuteronomio, donde se reivindicaba un solo Dios y un solo templo. El «impío Manases», comparable a Ajab por su ferocidad, según la tradición hizo cortar en dos al profeta Isaías. Después de él vino Josías (640-609), tataranieto de Ezequías, bajo cuyo gobierno fue encontrado el libro de la Ley, y esto sonó a reproche por la conducta infiel del pueblo de Dios, de cuya parte la profetisa Juldá anunciaba un indefectible castigo (2 Re 22,14-20). Eso impulsó al rey a dar lectura de la Ley y a renovar la alianza, como ya sucedió en el Sinaí (Ex 24,7ss) y en Siquén (Jos 24,25-27), y también a convocar una celebración solemne de la pascua. Por otra parte, Josías continuó esperando la deseada reforma, aprovechando asimismo una menor presión Asiria (2 Re 23,4-30).

Salmo Responsorial

Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes

Salmo 118,33.34.35.36.37.40


Muéstrame, Señor,
el camino de tus leyes,
y lo seguiré puntualmente. 
R/. 
Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes

Enséñame a cumplir tu voluntad
y a guardarla de todo corazón. 
R/. Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes

Guíame por la senda de tus mandatos,
porque ella es mi gozo. 
R/. 
Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes

Inclina mi corazón a tus preceptos,
y no al interés. 
R/. 
Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes

Aparta mis ojos de las vanidades,
dame vida con tu palabra. 
R/. 
Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes

Mira cómo ansío tus decretos:
dame vida con tu justicia. 
R/. 
Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes

Evangelio: Mateo 7,15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 

15 Tened cuidado con los falsos profetas; vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.

16 Por sus frutos los conoceréis. Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas?

17 Del mismo modo, todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos.

18 No puede un árbol bueno dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos. 

19 Todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego. 

20 Así que por sus frutos los conoceréis. 

Jesús pone en guardia a sus discípulos contra los «falsos profetas» y les indica el criterio de la verdad de la conducta cristiana. Consiste éste en los «frutos» que se esté en condiciones de producir. Mateo denunciará de manera repetida, en el discurso escatológico del Señor, la insidia que constituyen los falsos profetas (Mt 24,11.24). La enseñanza de la Didajé no difiere de ésta (11, 4-8).

La imagen del árbol -y en particular del árbol de la vid- tiene aquí la función de indicar al pueblo de Dios y era una imagen que resultaba familiar a los oyentes de Jesús (cf. Is 5,lss; Jr 2,21; Mt 15,13; Jn 15,1-8). Por el fruto se reconoce el árbol, del mismo modo que también el árbol produce frutos conformes a su naturaleza: puede tratarse de un árbol bueno o de un árbol enfermo, viciado.

MEDITATIO

Jerónimo nos hace caer en la cuenta de que Jesús nos invita a no detenernos en el «vestido», en las apariencias, y a tomar como criterio de valoración de la conducta humana los «frutos» que produce. Puedo detenerme en la meditación sobre los frutos que acompañan a la vida del cristiano. Los encuentro en las cartas paulinas (Gal 5,22; Rom 14,17; Ef 5,9) y los dispongo siguiendo la triple referencia con la que presenta al ser humano la Escritura, referencia que gravita sobre el corazón, los labios y la mano. El corazón constituye el centro profundo de nuestro ser; la boca preside la comunicación, y la mano, verdadera prolongación de la conciencia, preside la acción.

Realizo un travelín introspectivo, deteniéndome en la meditación sobre los tres centros de gravedad: Corazón: caridad, magnanimidad, fidelidad, justicia. Boca: alegría, benevolencia, mansedumbre, verdad. Mano: paz, bondad, dominio de sí mismo, «dedo de la diestra de Dios».

 

ORATIO

Señor, soy un sarmiento injertado en ti, árbol de la verdadera vida. De ti me llega la linfa de la Palabra y de la eucaristía. Sólo en ti puedo dar frutos para la vida eterna. Concédeme aceptar las podas que el Padre obra en mí, para que pueda fructificar más.

CONTEMPLATIO

Por lo demás, al decir el Señor que pocos son los que lo encuentran, una vez más puso patente la desidia del vulgo, a la par que enseñó a sus oyentes a seguir no las comodidades de los más, sino los trabajos de los menos.

Porque los más -nos dice- no sólo no caminan por ese camino, sino que no quieren caminar, lo que es locura suma. Pero no hay que mirar a los más ni hay que dejarse impresionar por su número, sino imitar a los menos y, pertrechándonos bien por todas partes, emprender así decididamente la marcha. Porque, aparte de ser camino estrecho, hay muchos que quieren echarnos la zancadilla para que no entremos por él. Por eso añade el Señor: !Cuidado con los falsos profetas! Porque vendrán a vosotros vestidos con piel de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. He aquí, a la par de los perros y de los cerdos, otro linaje de celada y asechanza, éste más peligroso que el otro, pues unos atacan franca y descubiertamente y otros entre sombras (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 23, 6 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

«Todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos.» Estas palabras podemos referirlas a todos aquellos hombres que hablan y se las dan de comportarse de un modo, y luego obran de un modo completamente distinto. Pero, en particular, se refieren a los herejes, que presumen de continencia, castidad y ayuno, pero en su interior tienen un alma enferma que les lleva a engañar a los corazones simples de los hermanos. Por los frutos de su alma, con los que arrastran a los simples a la ruina, son comparados con los lobos rapaces […].

Ésta es la verdad: mientras el árbol bueno no dé frutos malos da a entender que persevera en la práctica de la bondad; por su parte, el árbol malo continúa dando los frutos del pecado hasta que no se convierte a la penitencia.

En efecto, nadie que continúe siendo lo que ha sido puede empezar a ser lo que aún no es (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,20).

Lectura espiritual – Miércoles XII de Tiempo Ordinario

TRES CLASES DE VINO

No tienen vino (Jn 2, 3).

Antes de la Encarnación de Cristo llegaron a faltar tres clases de vino, a saber: el vino de la justicia, el de la sabiduría y el de la caridad o de la gracia.

Puesto que el vino rasca el paladar, por eso la justicia se llama vino. El samaritano echó vino y aceite en las heridas del maltratado, esto es, la severidad de la justicia con la dulzura de la misericordia (Lc 10, 34). En el Salmo (49, 5) se lee: Nos diste a beber vino de compunción.

El vino, además, alegra el corazón, conforme a aquello del Salmo: Y el vino que alegra el corazón del hombre (103, 15). Por esto se dice vino a la sabiduría, cuya meditación alegra sobremanera, como dice la Escritura: Ni su conversación tiene amargura (Sab 8, 16).

El vino, por otra parte, embriaga: Comed, amigos, y bebed, embriagaos, los muy amados (Cant 5, 1). Por esta razón se llama vino a la caridad: He bebido mi vino con mi leche (Cant 1). También se llama vino a la caridad por razón del hervor: El vino que engendra vírgenes (Zac 9, 17).

Faltaba, efectivamente, el vino de la justicia en la ley antigua, en la cual la justicia era imperfecta. Pero Cristo la perfeccionó. Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y de los fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mat 5, 20).

Faltaba también, en ella, el vino de la sabiduría, pues todo era enigmático y figurativo, como dice el Apóstol: Todas estas cosas les acontecían a. ellos en figura (I Cor 10, 11). Pero Cristo la manifestó: Porque les enseñaba como quien tiene potestad (Mt 7, 29).

Carecía asimismo del vino de la caridad, pues habían recibido únicamente el espíritu de servidumbre en el temor. Pero Cristo convirtió el agua del temor en el vino de la caridad, cuando dio el espíritu de adopción de hijos, por el cual clamamos: Abba (Padre), (Rom 8, 15); y cuando la caridad de Dios está difundida en nuestros corazones (Rom 5, 5).

(In Joan., II)

Meditaciones de Santo Tomás de Aquino. Fr. Z. MÉZARD OP

Homilía – Miércoles XII de Tiempo Ordinario

Renovación de la Alianza

Podemos recibir un ejemplo saludable y hermoso de la primera lectura de hoy. La alianza había sido olvidada, los términos del pacto entre Dios y su pueblo estaban relegados a algún depósito polvoriento del templo y nadie prestaba atención a las cláusulas de aquel lazo de mutua fidelidad. El libro de la alianza se recupera y con él un nuevo deseo de unión y paz con Dios.

Podemos pensar por ejemplo en nuestro propio bautismo. Las promesas bautismales y mucho del contenido de nuestra fe, que es tan bella, están quizá olvidados en un rincón de nuestro pasado. ¿No será el tiempo de volver a esa fe y hacer un renovación personal y profunda de nuestra alianza con el Señor?

O podemos pensar en nuestra confirmación. Los que somos sacerdotes, recordar nuestro tiempo de formación inicial y el espíritu con que fuimos a recibir la imposición de manos. Los religiosos, el contenido precioso de nuestros votos. Los casados, las promesas y el amor del noviazgo. ¡Todos tenemos una o muchas alianzas que han de ser renovadas!

«Por sus frutos…»

Jesús nos enseña en el evangelio de hoy a estimar los acontecimientos, proyectos y personas fundamentalmente por sus frutos. Es cosa que podemos aplicar de muchos modos a nuestro tiempo.

En los países donde se ha despenalizado el aborto, ¿ha significado eso un menor número de abortos?

Las propagandas de «sexo seguro», que terminan siendo invitaciones a la promiscuidad, ¿han disminuido la incidencia de VIH en la población civil?

Los países y naciones que anuncian mayores libertades y que se consideran la vanguardia de la democracia, ¿protegen verdaderamente todas las vidas, incluyendo las de los que parecen inútiles a los intereses de este mundo porque están enfermos, son limitados mentales, o simplemente ya son ancianos?

Las promesas de la ciencia y la tecnología que atoraron nuestros oídos durante décadas enteras, ahora se demuestran falsas por las nuevas guerras, por los desastres ecológicos, por la afirmación cada vez más vigorosa de la desigualdad entre los pueblos. ¿Quién mintió? ¿Quién y con qué propósitos anunció frutos que todavía no nos llegan?

Es actual, entonces, muy actual la Palabra de Dios.

Fr. Nelson Medina, OP

Comentario – Miércoles XII de Tiempo Ordinario

EL ÁRBOL DE LA VIDA

2 Reyes 22, 8.10-13; 23, 1-3. Josías, ¡un rayo de sol entre las sombras de las dinásticas! Con David y Ezequías, es el único que escapa al juicio severo del redactor deuteronomista. Como Ezequías, también él había emprendido una amplia reforma religiosa; fue él, sobre todo, quien suprimió los cultos extranjeros y centralizó la religión en Jerusalén.

Según los anales históricos, llevó a cabo un vasto programa de reformas sobre la base de «un libro de la Ley», descubierto en el templo con ocasión de unos trabajos de restauración. Este libro, al parecer, contenía la sección legislativa del Dt (caps. 5-28); debió de ver la luz en el reino del norte, y posiblemente llegó a Jerusalén después de la caída de Samaría. Es posible que hubiera servido ya para la reforma de Ezequías y que luego se hubiera perdido su rastro.

Por otra parte, Josías aprovechó también las flaquezas del enemigo para reafirmar la independencia de su país y volver a ocupar el reino del norte. La estrella asiría empalidecía a ojos vistas y pronto iba a estrellarse contra el poder babilónico. El faraón de Egipto, que quería atravesar Palestina para acudir en ayuda de Asiría, se enfrentó a las tropas de Josías en Megguiddó. El rey de Jerusalén fue vencido y murió en plena batalla (509 a. C).

Ningún salmo canta mejor la admiración y el reconocimiento de Israel por la Ley que el salmo 118.

Mateo 7, 15-20. Se reconoce al árbol bueno por sus frutos, dice la sabiduría popular. Así como el ojo es la lámpara del cuerpo, el fruto es el testigo del corazón. Si el corazón es bueno, el hombre produce frutos sabrosos, si no, da frutos amargos. Así sucedió en Israel: el Señor esperaba las uvas de su viña, y no recogió más que agrazones (Is 5). En la Iglesia también puede haber falsos profetas, que sólo son mentira y engaño; en la hora del juicio, serán condenados. Así pues, hay que dar buen fruto: ahí están las últimas palabras del discurso, que nos exhortan a no quedarnos sólo en la palabra, sino a comprometernos en la acción.

«Cuando el rey Josías hubo leído todas las palabras del libro, el pueblo entero subscribió la Alianza». Esta palabra maravillosa, evocadora tanto de tratados de guerra como de compromisos amorosos, atraviesa toda la Biblia. Toda reactivación de la vida religiosa es una renovación de la Alianza, hasta llegar a esa Alianza nueva y eterna, sellada por Jesús con su sangre y que celebramos en cada Eucaristía. Dios ha hecho una alianza con el hombre, y nosotros no tenemos nada mejor que hacer que entrar en dicha Alianza, cada vez que la infidelidad nos ha hecho salir de ella. Volver a la Alianza, como se vuelve a encontrar el camino, exigente y exaltante, del amor y de la fidelidad. Pues, frente a las alianzas militares demasiado fácilmente selladas por Israel, a riesgo de perder con ellas su fe, la Alianza que Dios quiere es la del corazón, la del amor, la de la fidelidad a una Palabra más segura que las armas de guerra. La reforma religiosa del rey Josías es testimonio de ello.

Las palabras de Jesús en la montaña son también una proposición de alianza; anticipan ya la gran Alianza de la cruz y del Espíritu. «Tenéis que dar fruto», dice Cristo. No basta con enorgullecerse de pertenecer exteriormente al pueblo de Dios; ¡un árbol puede estar muerto y no ser capaz de dar fruto! Pero ¿cómo dar de nuevo buen fruto, si Dios no viene a renovar el corazón, si su gracia no fecunda nuestras tierras resecas? La savia es un don, un amor que el Espíritu infunde en el corazón del hombre. Por eso las exigentes palabras del Señor no podrían hacerse en nosotros espíritu y vida si el Espíritu no viniera a fecundar nuestra fe. La obediencia a Dios es también una gracia; ¡de nosotros depende recibirla sin poner obstáculos!

Es el Señor quien nos enseña el camino de su ley: es él quien nos guía y nos ilumina. Quizá el entusiasmo de un momento puede darnos la ilusión de que podemos, con nuestras propias fuerzas, comprometernos con Dios; pero es bueno que el pecado venga a enseñarnos nuestros límites. Solamente entonces la obediencia se hace humilde y confiada. Entre los falsos profetas, hay que desconfiar, sobre todo, de los que transforman la fe en moral humana y nos tratan como si pudiéramos complacer a Dios sin contar con su… En el árbol de la cruz, Jesús dio fruto, no por la solidez su fuerza contra cualquier prueba, sino por su fe dolorosamente abandonada en Dios, su Padre. Dio fruto, y su sangre vertida es para nosotros el sacramento de la nueva Alianza, una alianza basada en la gracia.

Te devolvemos gracia por gracia,
Dios fiel
que no cesas de renovar por nosotros tu Alianza.
En tu Hijo Jesús
reconocemos al profeta que viene de ti:
su palabra es espíritu y vida,
y el hombre que hay en él
puede dar muchos frutos.
En el árbol de la cruz
renovó tu Alianza con su sangre,
y, de su carne entregada a la muerte
hemos recibido la fuente de toda gracia.
Por eso,
guiados por el Espíritu,
te bendecimos con todos nuestros hermanos
que ponen en ti su fe y su esperanza.

Marcel Bastin
Dios cada día 4 – Tiempo Ordinario

¿Qué me quiere decir hoy Jesús?

Resurrección de la hija de Jairo – Marcos 5, 21-43

En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echo a sus pies rogándole con insistencia: – Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva. Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: – Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar al Maestro? Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: – No temas; basta que tengaas fe. No permitió que le acompañara nadie más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: – ¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida. Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: – Talitha cumi (que significa: «Contigo hablo, niña; levántate). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar -tenía doce años-. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase, y les dijo que dieran de comer a la niña.

Explicación

El evangelio de hoy relata cómo Jesús se hace presente en un ambiente lleno de tristeza y dolor, porque una niña había fallecido. Además, el evangelio presenta a Jesús luchando a favor de la vida y contra la muerte, porque el amor y la vitalidad de Jesús son imparables, y por eso toma de la mano a la niña, la ayuda a incorporarse y se la devuelve a su padre

Evangelio dialogado

Te ofrecemos una versión del Evangelio del domingo en forma de diálogo, que puede utilizarse para una lectura dramatizada.

DECIMOTERCER DOMINGO ORDINARIO – CICLO “B” – (MARCOS 5, 21-43)

NARRADOR: Cuando Jesús pasó otra vez en la barca al otro lado, se reunió una gran multitud alrededor de El; y El se quedó junto al mar.

DISCÌPULO 1: Maestro, un tal Jairo, que es jefe de la sinagoga, quiere verte.
JESÚS: Decidle que venga.

NARRADOR: Jairo, al verle se echó a sus pies y le rogaba con insistencia, diciendo:

JAIRO: Mi hijita está al borde de la muerte; te ruego que vengas y pongas las manos sobre ella para que sane y viva.

DISCÍPULO 2: Maestro ¿qué vas a hacer?

NARRADOR: Jesús fue con él, acompañado de mucha gente que le apretujaba. Y una mujer enferma con flujo de sangre por doce años, aunque había acudido a diferentes médicos y se había gastado todo su dinero, estaba cada vez peor.

MUJER: ¿Ese que viene con tanta gente es Jesús?

DISCÍPULO 1: Sí, mujer, es mi maestro Jesús.

MUJER: Si consigo tocar su manto, estoy segura que sanaré

NARRADOR: La mujer se acercó a Jesús por detrás entre la multitud y le tocó su manto. Al instante la fuente de su sangre se secó, y sintió en su cuerpo que estaba curada. Enseguida Jesús, dándose cuenta de que había salido poder de El, se volvió entre la gente y dijo:

JESÚS: ¿Quién ha tocado mi ropa?

DISCÍPULO 1: Señor, estás viendo que la multitud te oprime y nos dices que ¿quién te ha tocado?

DISCÍPULO 2: Maestro, a veces tienes cosas que no hay quien las entienda.

NARRADOR: Pero Él seguía mirando alrededor para ver quién le había tocado. Entonces la mujer se le acerca temerosa y temblando, se le echó a sus pies y le contó todo.

JESÚS: Hija, tu fe te ha curado; vete en paz y queda sana.

NARRADOR: Mientras estaba todavía hablando, vinieron de casa del jefe de la sinagoga, diciendo:

FAMILIAR: Tu hija ha muerto, ¿para qué molestar más al Maestro?

NARRADOR: Pero Jesús, oyendo lo que se hablaba, dijo al oficial de la sinagoga:

JESÚS: No temas, basta con que tengas fe

NARRADOR: Y no permitió que le acompañara nadie, sólo Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Fueron a la casa del oficial de la sinagoga, y Jesús vio el alboroto, y a los que lloraban y se lamentaban mucho. Y entrando les dijo:

JESÚS: ¿Qué alboroto y lloros son estos? La niña no ha muerto, sino que está dormida.

GENTE: Este Jesús está un poco pirado. ¿No se da cuenta que la niña está muerta?

ARRADOR: Y se burlaban de El. Pero El, echando fuera a todos, tomó consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con El, y entró donde estaba la niña. Y tomando a la niña por la mano, le dijo:

JESÚS: Talita cumi (que traducido significa: Niña, a ti te digo, ¡levántate!).

NARRADOR: Al instante la niña se levantó y comenzó a caminar, pues tenía doce años. Y al momento se quedaron como viendo visiones. Entonces les dio órdenes estrictas de que nadie se enterara de esto; y dijo que dieran de comer a la niña.

Fr. Emilio Díez Ordóñez y Fr. Javier Espinosa Fernández

Comentario al evangelio – Miércoles XII de Tiempo Ordinario

La lectura del texto evangélico de hoy me ha hecho recordar la fiesta de Pentecostés que hemos celebrado hace unas semanas. Allí celebrábamos la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos. Recibían el Espíritu de Jesús y sus dones eran amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Así los enumera Pablo en la carta a los Gálatas 5, 22-23. Así que son esos los frutos de los que está hablando Jesús.

Todo lo que no sean esos dones no son frutos del Espíritu. Ese listado nos sirve para discernir bien en nuestra vida. Un ejemplo, cuando nos encontramos con una persona o con un grupo o movimiento que se consideran a sí mismos los buenos y que establecen fronteras que dejan afuera a los que no son como ellos, pues eso no es del Espíritu. Porque la bondad, la fe en Jesús, nos llevan a acoger a todos por la sencilla razón de que todos somos hijos e hijas de Dios. Y lo bueno que tenemos es para compartirlo.

Otro ejemplo, cuando sentimos dentro de nosotros el deseo de venganza, cuando la ira contra los otros nos llena por la razón que sea, pues esos no son frutos del Espíritu. Aunque esa ira creamos que sea en nombre de Dios para imponer su justicia. Demasiadas veces en la historia los hombres hemos impuesto a golpe de espada lo que creíamos que era la voluntad de Dios o hemos creído que la imponíamos, porque Dios nunca actúa así. Demasiadas veces hemos hecho auténticas barbaridades en nombre de Dios (es cuestión de leer un poco de historia para comprobarlo).

Así que mucho cuidado con los falsos profetas que hablan en nombre de Dios pero que no están dominados por los dones del Espíritu. El verdadero profeta se mueve con toneladas de misericordia, de paz, de cariño, de perdón, de tolerancia, de acogida abierta a todos, de comprensión, de paciencia. Al final los dones del Espíritu no son más que la forma de ser de Dios mismo. Esos son los frutos que tenemos que ver y que nos dirán si son verdaderos profetas. Esos son los frutos que deberíamos dar nosotros en nuestra vida, en nuestra forma de comportarnos. Y podar sin miedo aquellas ramas que puedan brotar de nuestro corazón llenas de ira, venganza, ocio, intolerancia, y tantas otras cosas que no dan vida sino que nos llevan a la muerte.

Fernando Torres, cmf

Meditación – Miércoles XII de Tiempo Ordinario

Hoy es miércoles XII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 7, 15-20):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces.

Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis».

He hallado el libro de la Ley

Nos encontramos leyendo el segundo libro de los Reyes, cuando el pueblo de Israel vivió su época más oscura de infidelidad e idolatría. Llegó a tanto el alejamiento de Dios que incluso habían llegado a olvidar la Alianza sellada con Dios, primero en el Sinaí con Moisés y luego en Siquén con Josué. La frase “he encontrado el libro de la Ley”, resuena en nuestro corazón con mucha fuerza. ¡Qué importante es que cada uno de nosotros podamos vivir cimentados en la Palabra de Dios!

Otro dato importante es que el rey manda a consultar al Señor, y asume la culpa del pueblo. Nosotros hoy, aquí y ahora, tenemos que restaurar esa Alianza y volver a la relación con el Dios que nos salvó de la esclavitud y que ha sido para nosotros Padre amoroso que ha guiado cada paso en la historia de salvación.

El pueblo ratificó la alianza. Ahora nos toca a cada uno de nosotros, en nuestra situación concreta, ratificar la alianza, hacer la opción fundamental por el Señor y que sólo Él sea el centro de nuestra vida.

 

Por sus frutos los conoceréis

Árboles sanos y árboles dañados, ovejas y lobos rapaces. Jesús vuelve a utilizar estas imágenes contrapuestas para hacernos caer en la cuenta de cuál es su verdadera enseñanza: no dejarnos cautivar por las apariencias; no juzgar a las personas ni tomar como criterio de valoración de su conducta los frutos que acompañan su vida.

Al igual que en el capítulo 15 del Evangelio de Juan, cuando se nos habla de la vid y los sarmientos, Jesús nos enseña hoy que no podemos dar fruto si no estamos unidos a Él, si no recibimos de Él la savia que nos permite limpiarnos de la hipocresía, del disfraz, de las máscaras. Al que da fruto hay que limpiarlo, para que su fruto sea más bueno; por eso es necesario que cada uno de nosotros aceptemos de corazón esta poda que el Señor realiza mediante su Palabra, mediante los sacramentos, la oración y la acción caritativa en la Iglesia y en la sociedad. Sólo así podremos dar frutos de vida eterna y nuestra vida será auténtica.

¿Tienes la Palabra de Dios como cimiento de tu vida cristiana? ¿La meditas diariamente como alimento de tu vida de oración y de fe?

¿Renuevas frecuentemente la alianza con el Señor sellada en tu bautismo?

¿Huyes de la hipocresía, de vivir de las apariencias? ¿Cómo trabajas tu vida interior para dar frutos de santidad? 

Sor Inmaculada López Miró, OP

Liturgia – Miércoles XII de Tiempo Ordinario

MIÉRCOLES DE LA XII SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de la feria (verde)

Misal: Para la feria cualquier formulario permitido. Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-par.

  • 2Re 22, 8-13; 23, 1-3 El rey leyó al pueblo las palabras del libro de la Alianza hallado en el templo del Señor, y, en presencia del Señor, estableció la alianza.
  • Sal 118. Muéstrame, Señor, el camino de tus decretos.
  • Mt 7, 15-20. Por sus frutos los conoceréis.

Antífona de entrada          Sal 26, 7. 9
Escúchame, Señor, que te llamo. Tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.

Acto penitencial
Hermanos, antes de celebrar la entrega de Jesús en sacrificio y en manjar eucarístico, pidámosle perdón por nuestras culpas y pecados.

  • Tú el Mesías fiel y salvador. Señor, ten piedad.
  • Tú que ayudas a tus amigos. Cristo, ten piedad.
  • Tú que esperas de nosotros una fe con obras. Señor, ten piedad

Oración colecta
SEÑOR, Dios nuestro,
concédenos adorarte con toda el alma
y amar a todos los hombres
con afecto espiritual.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Dirijamos nuestras plegarias a Dios Padre, que quiere que en todas partes demos frutos de santidad y de buenas obras.

1.- Por el Papa, los obispos y los sacerdotes; para que sean siempre auténticos pastores del pueblo de Dios. Roguemos al Señor.

2.- Por los jóvenes; para que se abran a la llamada de Jesús y le sigan en la vida sacerdotal o religiosa. Roguemos al Señor.

3.- Por los pueblos de toda la tierra; para que vivan en concordia y paz verdadera. Roguemos al Señor.

4.- Por los que viven angustiados por distintas necesidades; para que encuentren ayuda en Dios. Roguemos al Señor.

5.- Por nosotros mismos; para que siempre y en todo lugar demos frutos de santidad. Roguemos al Señor.

Dios compasivo, pastor de tu pueblo, escucha la oración suplicante de tu Iglesia y haz que, dando siempre buenos frutos de bondad y de justicia, no nos dejemos engañar por falsos profetas. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
OH, Dios que, según la doble condición
de los dones que presentamos,
alimentas a los hombres
y los renuevas sacramentalmente,
concédenos, por tu bondad,
que no nos falte su ayuda
para el cuerpo y el espíritu.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Sal 26, 4
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida.

Oración después de la comunión
ALIMENTADOS por estos dones de nuestra redención,
te suplicamos, Señor, que,
con este auxilio de salvación eterna,
crezca continuamente la fe verdadera.
Por Jesucristo, nuestro Señor.