Viernes XXXII Semana de Tiempo Ordinario

Hoy es viernes, 11 de noviembre.

No debe ser cuestión de mala fe ni de desidia, ni de defecto de fabricación. O tal vez sí. El caso es que uno no sabe por qué, pero al cabo de 21 siglos, los hombres y las mujeres seguimos igual. Nos sentimos incapaces de conocer a Dios. El sabio de Israel se quejaba de lo mismo y así lo dejó escrito. Decía que la gente andaba despistada, muy despistada, distraída, muy distraída. Que no se enteraba.

La lectura de hoy es del libro de la Sabiduría (Sab 13, 1-9):

Sí, vanos por naturaleza son todos los hombres que han ignorado a Dios, los que, a partir de las cosas visibles, no fueron capaces de conocer a «Aquel que es», y al considerar sus obras, no reconocieron al Artífice. 
En cambio, tomaron por dioses rectores del universo al fuego, al viento, al aire sutil, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a los astros luminosos del cielo. 
Ahora bien, si fascinados por la hermosura de estas cosas, ellos las consideraron como dioses, piensen cuánto más excelente es el Señor de todas ellas, ya que el mismo Autor de la belleza es el que las creó. 
Y si quedaron impresionados por su poder y energía, comprendan, a partir de ellas, cuánto más poderoso es el que las formó. 
Porque, a partir de la grandeza y hermosura de las cosas, se llega, por analogía, a contemplar a su Autor, 
Sin embargo, estos hombres no merecen una grave reprensión, porque tal vez se extravían buscando a Dios y queriendo encontrarlo; 
como viven ocupándose de sus obras, las investigan y se dejan seducir por lo que ven: ¡tan bello es el espectáculo del mundo! 
Pero ni aún así son excusables: 
si han sido capaces de adquirir tanta ciencia para escrutar el curso del mundo entero, ¿cómo no encontraron más rápidamente al Señor de todo?

Dioses, si los hay, es cierto. Nuestra vida se mueve atraída como por unos poderosos imanes que nos magnetizan y ahí vamos, arrastrados por una extraña fuerza. Como un rebaño de seres que no piensan. La publicidad, los medios de comunicación, la moda, las estrellas del momento, los ídolos del deporte o de la música, dioses, sí los hay. Pero en realidad, ¿por dónde anda Dios en mi vida?

Vivimos en permanente estado de fascinación. La inmediatez de la información. Los avances técnicos y científicos, la carrera armamentística y su capacidad de destrucción. El dinero tan fácil y abundante para algunos. Y sin embargo, la persona como tal desaparece, deja de tener interés.

Uno piensa, con razón, que la calidad de la vida humana, seguro que no se encuentra ni se consigue en todo eso que tanto nos fascina. No será, tal vez, esa fascinación la que nos impide encontrar el sentido de la vida y en definitiva, al Dios desaparecido?

El sabio tenía razón entonces, y la sigue teniendo ahora. Voy a escuchar atentamente sus palabras una vez más.

Oh Señor, mi Dios ausente, mi Dios que te escondes detrás de tantas cosas que me seducen y me fascinan. De tantas cosas que me atraen con fuerza casi resistible. Deja que yo descubra la claridad de tu mirada. Señor, que yo descubra en ti el sentido de mi vida y el sentido de toda vida humana.

A los bellos, a los sabelotodo, a los fuertes, a los ricos, a las guapas de espejo, a los arrogantes, a los manipuladores, a las reinas de la fiesta, a los chulos de barrio, a los que opinan de todo pero no escuchan nada, al que sonríe sin alma, al buscador de atajos, al vendedor de quimeras, al triunfador sin historia, al presuntuoso, al arrogante, al que pisa fuerte sin mirar a quien, al que nunca duda. Hay que recordarles que también lloran, aman y se equivocan a ratos. Que no es el fulgor fugaz el que nos hace personas, sino la desnudez frágil y que es en la normalidad compartida donde nos podemos encontrar hermanos.

Gloria al Padre,
al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.