Miércoles XIX Tiempo Ordinario

Hoy es miércoles, 14 de agosto.

Hoy la Iglesia hace memoria de San Maximiliano Kolbe. En  1941, en el campo de concentración de Auswitch, Maximiliano ofreció libre y voluntariamente su vida para salvar la de un padre de familia. El decía, la oración es la expresión de un alma que confía. Al comenzar este tiempo de oración, dejo que esa confianza vaya tomando espacio en mí. Que ella acalle los ruidos que en este momento me asaltan. Que desde ella, pueda acoger con paz las preocupaciones que hoy me habitan. Señor, que la confianza me abra a una total escucha de tu palabra y a la acogida de tu presencia.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 18, 15-20):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»

El evangelio me invita a recorrer un camino de perdón y reconciliación. Me invita a permanecer en el amor ofrecido, aunque tal vez este sea rechazado. Quizá en mi vida tiene más peso la ofensa recibida que el deseo de reconciliación, de encuentro y de diálogo. Te presento, Señor, los rostros de aquellas personas a las que me cuesta perdonar. De aquellas personas a las que he podido herir u ofender. Enciende, Señor, en mi corazón, un amor capaz de generar comunión y vida.

El Señor pone en mis manos la capacidad para liberar, para acompañar pacientemente al otro en su fragilidad. Mis manos, como las de Jesús, tienen capacidad para desatar lo que está atado, para liberar al otro de sus cadenas, para curar y hacer emerger en el otro la bondad y la belleza que todo corazón albergan. Te presento mis manos, Señor. Transfórmalas para que sean sin cansancio, dadoras de perdón, de ternura, de libertad.

El evangelio habla de la presencia del Señor en medio de los que le buscan. Al leer de nuevo la buena noticia, renuevo mi comunión con todos aquellos que a lo largo de este día se acercan a él, con todos aquellos que nutren su vida con este evangelio. En esta comunión invisible, pero real, el Señor se hace presente, el Señor está en medio de nosotros.

Señor, gracias por tu palabra que me interpela. Que me invita a releer la calidad de mis relaciones. Mi capacidad para dar y recibir perdón. Que pueda perdonar como tú me perdonas. Que pueda ofrecer libertad abriéndome a la libertad que tú me regalas. Y que con mi vida pueda ser signo de comunión y de tu presencia en medio de cada uno de nosotros.

Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.