El sentido de la muerte de Jesucristo: amor entregado

1.- Jesús es el siervo sufriente. La lectura de Isaías tiene tres partes. Primero el profeta dice que Dios lo ha escogido, lo ha informado, y lo ha impulsado para proclamar la palabra de Dios. Segundo, el profeta no echa para atrás. Ofrece la espalda a golpes, recibe los insultos por ser profeta de Dios. Finalmente, el profeta persiste en mostrar coraje: su rostro fue como roca. Eso es lo mismo que vemos en la Pasión: Jesús no echó para atrás. Sabía que su ministerio y su predicación acababa en estas torturas y humillaciones, en esta muerte tan cruel y fea. Obedeció al Padre. Proclamó la verdad del Padre. Cumplió su misión por el Padre. Nosotros no lo podíamos hacer. No lo tenemos que hacer porque Jesús lo hizo por nosotros. Sí, nosotros también tenemos que obedecer, endurecer la cara como roca, hasta recibir insultos y golpes, pero no es nada comparable con la Pasión de Cristo porque Cristo era Dios mismo.

2.- Jesús se entregó libremente por nosotros. En filipenses, San Pablo, en uno de los pasajes más maravillosos de la Biblia entera, describe en un himno lírico como Jesús abandonó sus prerrogativas divinas para tomar la condición de siervo, para humillarse, para morir en una cruz. Nosotros no somos divinos, nosotros mismos nos humillamos en muchas cosas antes que otros nos humillan, para nosotros la muerte es inevitable. Pero no fue así con Cristo. El Hijo se hizo humano y escogió ser humillado y morir. Para nosotros, al contrario, la humillación y la muerte son parte de nuestra condición desde nuestro nacimiento. Jesús hizo lo que nosotros nunca pudiéramos hacer.

3.- ¿Por qué murió Jesús de una manera tan atroz? El Evangelio de la Misa del Domingo de Ramos es la Pasión de Jesucristo. Tenemos qué preguntarnos, ¿con qué personaje me identifico? Tal vez con Judas el traidor, o con Pedro el cobarde, con Juan el discípulo fiel, con el buen ladrón, con las santas mujeres…. Hoy día Jesús sigue muriendo por nosotros y muchos “Cristos” en el mundo siguen sufriendo “su pasión”. El otro día en clase de Religión un niño de nueve años me preguntó por qué sufrió Jesús una muerte tan cruel si El no tenía ninguna culpa. ¿Cómo es que el Padre celestial le pidió tanto? La respuesta la he encontrado en esta parábola:

4.- En un lejano pueblo vivía un labrador muy avaro y era tanta su avaricia que cuando un pájaro comía un grano de trigo encontrado en el suelo, se ponía furioso y pasaba los días vigilando que nadie tocara su huerto. Un día tuvo una idea:

– Ya sé, construiré un espantapájaros, de este modo, alejaré a los animales de mi huerto.

Cogió tres cañas y con ellas hizo los brazos y las piernas, luego con paja dio forma al cuerpo, una calabaza le sirvió de cabeza, dos granos de maíz de ojos, por nariz puso una zanahoria y la boca fue una hilera de granos de trigo.

Una vez el espantapájaros estuvo terminado, le colocó unas ropas rotas y feas y de un golpe seco lo hincó en la tierra. Pero se percató de que le faltaba un corazón y cogió el mejor fruto del peral, lo metió entre la paja y se fue a su casa.

Allí quedó el espantapájaros moviéndose al ritmo del viento. Más tarde un gorrión voló despacio sobre el huerto buscando donde poder encontrar trigo. El espantapájaros, al verle, quiso ahuyentarle dando gritos, pero el pájaro se posó en un árbol y dijo:

– Déjame coger trigo para mis hijos.

– No puedo -contestó el espantapájaros, pero tanto le dolía ver al pobre gorrión pidiendo comida que le dijo:

– Puedes coger mis dientes que son granos de trigo.

El gorrión los cogió y de alegría besó su frente de calabaza. El espantapájaros quedó sin boca pero muy satisfecho por su acción. 

Una mañana un conejo entró en el huerto. Cuando se dirigía hacia las zanahorias, el muñeco le vio y quiso darle miedo, pero el conejo le miró y le dijo:

– Quiero una zanahoria, tengo hambre.

Tanto le dolía al espantapájaros ver un conejo hambriento que le ofreció su nariz de zanahoria.

Una vez el conejo se hubo marchado, quiso cantar de alegría; pero no tenía boca, ni nariz para oler el perfume de las flores del campo, sin embargo, estaba contento.

Un día apareció un gallo cantando junto a él.

– Voy a decir a mi mujer, la gallina, que no ponga más huevos para el dueño de esta huerta, es un avaro que casi no nos da comida -dijo el gallo.

– Esto no está bien, yo te daré comida, pero tú no digas nada a tu mujer.

Coge mis ojos que son granos de maíz.

– Bien -contestó el gallo-, y se fue agradecido.

Poco más tarde alguien se acercó a él y dijo:

– Espantapájaros, el labrador me ha echado de su casa y tengo frío, ¿puedes ayudarme?

– ¿Quien eres? -preguntó el espantapájaros que no podía verle, pues ya no tenía ojos.

– Soy un vagabundo.

– Coge mi vestido, es lo único que puedo ofrecerte.

– ¡Oh, gracias, espantapájaros!

Más tarde notó que alguien lloraba junto a él. Era un niño que buscaba comida para su madre y el dueño de la huerta no quiso darle.

– Pobre -dijo el espantapájaros-, te doy mi cabeza que es una hermosa calabaza…

Cuando el labrador fue al huerto y vio al espantapájaros en aquel estado, se enfadó mucho y le prendió fuego. Sus amigos, al ver cómo ardía, se acercaron y amenazaron al labrador, pero en aquel momento cayó al suelo algo que pertenecía a aquél monigote: su corazón de pera. Entonces el hombre riéndose, se lo comió diciendo:

– ¿Decís que todo os lo ha dado? Pues esto me lo como yo.

Pero sólo al morderla notó un cambio en él y les dijo:

– Desde ahora os acogeré siempre.

Mientras, el espantapájaros se había convertido en cenizas y el humo llegaba hasta el sol transformándose en el más brillante de sus rayos.

Aquí está la respuesta definitiva: Jesucristo murió por ti y por mí, para transformar nuestro corazón y enseñar a toda la humanidad que lo importante es amar y darse por entero si queremos ser felices.

José María Martín, OSA