Comentario – Miércoles IV de Pascua

ILUMINACIÓN

Hechos 12,24—13,5. El Espíritu sopla huracanadamente sobre la iglesia de Antioquía. Al ir a sacar a Saulo de su retiro, Bernabé había apostado por el futuro. Lleva a Saulo a Antioquía, y ambos pasan allí un año entero con la comunidad, durante el cual instruyen a un considerable número de personas, edificando una nueva Jerusalén, libre de la presión del Templo y de la Ley, con sus propios catequistas y hasta sus profetas. Se organiza el servicio de la comunión y, cuando el hambre se abate sobre los cristianos de Jerusalén, que ya no eran ricos, los hermanos de Siria corren presurosos en ayuda de la Iglesia-madre. Al igual que en Jerusalén, los cristianos de Antioquía frecuentan asiduamente la oración y la fracción del pan, y las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena van tomando progresivamente su forma definitiva, vertida en la lengua de Homero. Es justamente durante una eucaristía cuando se levanta un profeta para decir en nombre del Espíritu: «Apartadme a Bernabé y a Saulo para la tarea a que los he llamado». Y, tras haber ayunado y orado, se imponen las manos a los dos elegidos. Su obra va a ser la obra de toda la comunidad.

El salmo 66 es difícil de clasificar. Los vv. 2-3, que son una plegaria, invitarían a ponerlo entre los salmos de súplica; pero los versículos siguientes responden más bien a las características del himno.

Juan 12,44-50. El Sanedrín ha tomado ya una decisión. Jesús debe morir. Una mujer de su entorno ya le ha ungido, por lo demás, para su sepultura (12,1-8). «Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado». La muerte de Cristo es ahora ineluctable, y es ella la que determina el que toda la humanidad se congregue en la colina de Jerusalén. La semilla debe pudrirse para que pueda prosperar la cosecha.

Jesús está dispuesto al sacrificio supremo, pero su sacrificio señala la hora del juicio del mundo. Jesús es la luz del mundo. No ha sido enviado a juzgar, sino a salvar. Sin embargo, el que prefiera las tinieblas a la luz incurrirá en el juicio; por otra parte, la luz ya va a estar muy poco tiempo en la tierra. El «libro de las señales» es la historia del rechazo de la vida y la luz divinas por parte del hombre.

«Yo, que soy la luz, he venido al mundo para que quien crea en mí no siga en tinieblas». Este es el juicio al que estamos sometidos: ¡la luz ha venido al mundo para que todo el que crea tenga la vida! Indudablemente, muchas veces los hombres no van a la luz y prefieren sus tinieblas, porque la luz no haría sino desvelar su injusticia y su mediocridad. Pero, si nos atrevemos a ponernos bajo la luz de la Palabra de gracia, entonces la luz, a la vez que escudriña nuestros más tenebrosos recovecos, acabará con la oscuridad que nos condenaba e iluminará nuestra existencia con benéfico y entrañable calor. «El que escucha mi voz viene a la luz», dice Jesús.

La Luz dice: «¡He venido a traer fuego a la tierra!». Si quieres ser perfecto —sigue diciendo—, si quieres ver mi transparencia, si quieres que tu corazón se transfigure, ve, vende todo cuanto te entorpece: tu egoísmo, tu suficiencia, tus inútiles riquezas, tus necesidades ficticias…; déjalo todo y sígueme, y entonces tu corazón será como un espejo sin el menor defecto, y verás mi gloria.

Y dice también la Luz: «¿Acaso se enciende una lámpara para ponerla debajo de un celemín? ¿No se enciende, más bien, para ponerla en medio de la estancia y que ilumine hasta los más oscuros rincones?». ¡Así es como yo renuevo la tierra! ¡No hay deseo que yo no pueda liberar, ni pequeñez que yo no pueda hacer crecer, ni hay nada hermoso que yo no haga salir a la luz del día, ni hay nada empañado que yo no haga relucir!

Y dice, finalmente, la Luz: «Sed como los criados que aguardan el regreso de su señor». Se hace la noche cerrada, todo parece muerto en la casa, y parece como si ya no pudiera llegar el día… Pero vosotros sed fieles y, con la lámpara en la mano, velad esperando el momento en que llame a la puerta el amo de la casa. El hará que se enciendan todas las lámparas, se prepare la mesa y haya fiesta para todos.

Escucha, pues, a quien te dice: «Yo soy la Luz, y he venido para que quien cree en mí no habite en las tinieblas». Aun cuando tu paso siga siendo vacilante, como el del hombre que no se atreve a dar crédito a sus ojos, ¡puedes avanzar en la claridad de Dios!

 

Tú has visitado, Señor, la noche de nuestro mundo:
bendito seas por la luz,
que habita junto a ti desde siempre.

Tú has hecho que la luz brille en nuestras tinieblas
y que, día tras día,
el Espíritu de tu Hijo transfigure nuestra tierra.

Te pedimos
que amanezca de nuevo para nosotros
el tiempo de tu gracia,
que venga tu Día
y que jamás tenga ocaso.

Marcel Bastin
Dios cada día 1 – Cuaresma y Pascua