Comentario – Viernes IV de Pascua

CAMINO

Hechos 13,26-33. En Jesús se cumple plenamente la promesa hecha a los Padres. Unidad de la historia: Jesús ha muerto muerto ignominiosamente sobre una cruz—, pero con ello ha hecho realidad las palabras de los profetas, que se leen cada sábado en la sinagoga. Ha sido entregado a manos de los hombres, pero para la salvación de la multitud. Dios mismo ha avalado este sacrificio voluntario: ha resucitado a Jesús de entre los muertos; ha aprobado la obra de su Mesías y lo ha entronizado en la gloria suprema.

Los judíos habían pedido una palabra de ánimo; Pablo les dirige una palabra de salvación. Con la resurrección de Cristo, el Reino forma parte definitivamente de la historia de los hombres; las «verdaderas realidades de David» forman ya parte del patrimonio de la humanidad. «Gracias a Jesús os llega el anuncio del perdón de los pecados, y esta justificación que no habéis podido encontrar en la ley de Moisés es plenamente concedida en él a todo hombre que cree». A todo hombre: la resurrección va más allá de ¡apersona de Jesús; alcanza a todo hombre creyente. Es obra del Espíritu, y Pablo ha recibido de Cristo la misión de proclamarla.

El salmo 2 es un salmo real que el soberano recitaba el día de su entronización en Jerusalén. Contiene el decreto divino que ratifica la adopción del monarca por Yahvé y un oráculo que fija su destino.

Juan 14,1-6. El Sanedrín ha decidido la muerte de Jesús, y éste, en un acto libre, ha ratificado el voto de los hombres. La mujer ha derramado su perfume para el embalsamamiento, y Judas está ya en camino para llevar a cabo su traición. «El Hijo del Hombre ha sido (ya) glorificado, y Dios ha sido glorificado en él». La pasión ha comenzado; más aún: el Cristo que ahora habla es «el Cristo vivo que ya ha atravesado la muerte (Dodd) y que revela a los cristianos el sentido de su paso.

Cristo se va, pero los discípulos no deben perder la calma. En efecto, se va, pero volverá a buscarles para que se reúnan con él. La muerte de Jesús abre una brecha en el tiempo. Al llegar hasta el fondo de su ofrenda, Jesús revela las profundidades del amor de Dios; abriendo así el camino que conduce a Dios. Si los hombres le imitan en su misterio de muerte y resurrección, entrarán en la comunión del Padre; pasarán de la vida presente a la vida eterna.

 

¡Querían retenerlo! Siempre se desea retener al amigo que pretende marchar. Nosotros queremos retener a Dios, venerar lo que nos queda de él, aunque sean reliquias sin alma, sin vida…; palabras que repetir, aunque la letra tenga que matar al Espíritu…; principios que defender, aunque tengan que sepultar el alegre y un tanto insensato anuncio: «¡Buena Noticia para los pobres!». Queremos retener algo de Dios, aunque no sean más que «títulos» que confesar para suplir un auténtico encuentro. ¡Queremos venerar a Dios en un relicario!

«¡Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida!». A quienes se obstinan en aprisionar el pasado, Jesús les responde en términos de vida: «Yo soy el Camino». Jesús invita a seguirle, aunque sabe que es largo el camino que ha de recorrer la humanidad hasta hacerse humana y acoger a Dios. ¿Cómo podemos hacer del camino un coto cerrado y estancarnos en una religión esclerotizada? ¿Cómo podemos encerrar en fórmulas a Aquel que identifica a la Ley con su propia persona? Si nos adherimos a su manera de ver nuestra vida, es para ser engendrados por su gracia. El, el Camino, ha de recorrer ya eternamente nuestros caminos, los cuales, gracias a El, pueden ya franquear las puertas del Reino de Dios.

«¡Yo soy la Verdad!». ¿Cómo podemos encerrar en un sistema abstracto una «Verdad» que siempre estará por acoger y descubrir? Si nos repetimos las palabras que nos transmitieron los testigos, es para despertar a lo que ellas pretenden hacer nacer en nosotros. Porque El, la Palabra, ya nunca habrá de expresarse si no es a través de nuestras palabras, que son ciertamente fugaces, pero que en El son portadoras de la declaración de un amor que El hace eterno.

«¡Yo soy la Vida!». Si contemplamos la cantidad de violencias, injusticias y barbaridades que se cometen en el mundo, nos invade la duda. ¿Acaso el creer no es uno de esos sueños que permiten a los hombres taparse los ojos y eludir sus responsabilidades frente a la dureza de la vida? Si confesamos que Jesús es Señor y Dios, es porque ya hemos entrado en comunión con él. El, la Vida, asume nuestras muertes, las de cada día y las del último día, y con él todas ellas reciben la semilla de una vida sin fin.

Queremos retener al Vivo, pero él ya se ha lanzado hacia el mundo de Dios. La Vida está delante, no detrás: «Dios viene del futuro» (Pierre Talec).

 

Dios y Padre nuestro,
tu Espíritu dice la verdad sobre nuestra vida:
¡estamos hechos para ti y vivimos por ti!

Danos suficiente ánimo para seguir a tu Hijo:
él nos hará acceder al mundo nuevo
por los siglos sin fin.

Marcel Bastin
Dios cada día 1 – Cuaresma y Pascua